El jefe Williams se pasó por la agencia de King & Maxwell, situada en un edificio de dos plantas de obra vista en pleno centro de la pequeña pero elegante ciudad de Wrightsburg. Anteriormente esa oficina había alojado el bufete de abogados de King.
El jefe se sentó y puso la gorra encima de las rodillas. Con los ojos hinchados y los rasgos tensos informó a King y Michelle del truculento doble homicidio.
—Dejé la policía de Norfolk para no tener que enfrentarme a esta clase de pesadilla —se lamentó luego—. Mi exmujer insistió en que nos mudáramos aquí para vivir tranquilos. ¡Maldita sea, qué equivocada estaba! ¡No me extraña que nos divorciásemos!
King le dio una taza de café y luego se sentó frente a él. Michelle lo hizo en el brazo del sofá de cuero.
—Esperad a que los periódicos se enteren de esto —prosiguió el jefe—. Y pobre Sylvia. Acababa de terminar la autopsia de aquella mujer y le cayeron dos más.
—¿Quiénes eran? —preguntó King.
—Estudiantes del instituto de Wrightsburg. Steve Canney y Janice Pembroke. A ella le dispararon por la espalda; él se llevó todo el impacto en la cara. Perdigones. Abrir la puerta de ese coche me ha costado el desayuno. Tendré pesadillas durante meses.
—¿Testigos?
—No que sepamos. Fue una noche lluviosa. Las únicas rodadas eran las de sus neumáticos.
—Cierto, estaba lloviendo —dijo Michelle—. Si no había más señales de neumáticos, el asesino debió de llegar al coche andando. ¿No encontrasteis huellas?
—El terreno estaba empapado. Había un dedo de agua sanguinolenta en el suelo del coche. Steve Canney era uno de los chicos más queridos del instituto, una estrella del rugby, ya sabes.
—¿Y la chica? —preguntó Michelle.
Williams vaciló.
—Janice Pembroke tenía cierta fama entre los chicos…
—¿De chica fácil? —sugirió King.
—Sí, eso.
—¿Se llevaron algo? ¿Podría tratarse de un robo?
—No es probable, aunque faltaban dos cosas: un anillo barato que Pembroke solía llevar y la medalla de san Cristóbal de Canney. No sabemos si el asesino se las llevó.
—Has dicho que Sylvia ha acabado las autopsias. Supongo que estabas presente.
Williams hizo una mueca.
—Tuve una pequeña indisposición en mitad de la autopsia de la mujer del bosque y hube de marcharme. Espero el informe de Sylvia —añadió—. No dispongo de ningún especialista en homicidios, por lo que he pensado que no sería mala idea pediros que os estrujéis un poco el cerebro.
—¿Alguna pista? —preguntó Michelle.
—No del primer asesinato. Y todavía no la hemos identificado, estamos cotejando sus huellas dactilares. También hemos hecho un retrato robot por ordenador y lo hemos distribuido.
—¿Algún motivo para creer que los asesinatos están relacionados? —inquirió Michelle.
Williams negó con la cabeza.
—Tal vez Pembroke y Canney estuvieran implicados en algún triángulo amoroso. Hoy en día la juventud se mata por nada y ni se inmuta. Es por culpa de toda esa violencia que ven por la tele.
King y Michelle cambiaron una mirada.
—En el primer asesinato el homicida o bien atrajo a la mujer al bosque o la obligó a acompañarle —dijo King—. O la mató en otro sitio y luego la llevó al bosque.
Michelle asintió y observó:
—Si es la última opción, entonces se trata de un hombre fornido. En cuanto a los adolescentes, quizá les siguió hasta allí o les esperaba en el risco.
—Bueno, esa zona es muy conocida como picadero, si es que lo siguen llamando así —dijo Williams—. Ambos estaban desnudos. Por eso pienso que quizá se trata de algún chico al que Pembroke dio calabazas o un tipo que tuviera celos de Canney. La mujer del bosque será más difícil de identificar. Por eso necesito vuestra ayuda.
King reflexionó unos momentos y luego dijo:
—El reloj del primer asesinato, ¿te fijaste en él, Todd?
—Parecía un poco grande para mujer —dijo el jefe.
—Sylvia dijo que se lo habían puesto a propósito en la muñeca del brazo levantado.
—No puede saberlo a ciencia cierta.
—El reloj marcaba la una en punto —añadió King.
—Sí, pero es que se había parado o la ruedecita de la cuerda estaba hacia fuera.
King miró a Michelle y luego preguntó:
—¿Te fijaste en la marca del reloj?
—¿La marca del reloj? —repitió Williams, sin entender.
—Era un Zodiac: la esfera con retículo en cruz.
El jefe casi escupió el café.
—¡Zodiac! —exclamó, cayendo en la cuenta.
King asintió.
—Y era un reloj de hombre. Creo que el asesino se lo puso a la mujer.
—Zodiac —repitió Williams—. ¿Me estás diciendo que…?
—El asesino en serie Zodiac original actuó entre 1968 y 1969 en la zona de la bahía de San Francisco —explicó King—. Creo que ya debe de estar entradito en años, pero hubo por lo menos dos asesinos inspirados en él, uno en Nueva York y otro en Kobe, Japón. El Zodiac original llevaba una capucha negra de verdugo estampada con un retículo blanco en cruz, el mismo símbolo de los relojes Zodiac. Si no recuerdo mal, también dejó un reloj en su última víctima, un taxista, aunque no era un Zodiac. Sin embargo, el hombre del que se sospechaba que era el Zodiac original tenía un reloj Zodiac. Creen que de ahí le vino la idea del logo con el retículo blanco en un círculo que fue el origen de su apodo. El caso nunca se resolvió.
Williams se removió en la silla con expresión preocupada.
—Todo eso son especulaciones por tu parte —dijo—. Creo que estás yendo demasiado lejos.
Michelle miró a su socio.
—Sean, ¿de verdad piensas que se trata de un imitador? —le preguntó.
Él se encogió de hombros.
—Si dos personas imitaron al original, ¿por qué no puede haber una tercera? El Zodiac de San Francisco escribía en clave a los periódicos, pero al final se descifró y se supo que actuaba motivado por un relato titulado El juego más peligroso, una historia sobre la caza del hombre.
—¿Un juego sobre la caza del hombre? —preguntó Michelle lentamente.
—¿Alguno de los cadáveres del coche llevaba reloj? —inquirió King.
Williams frunció el entrecejo.
—He dicho que son asesinatos sin relación alguna. Se cometieron con una escopeta y, pese a que todavía no sé cómo murió la mujer del bosque, está claro que no fueron perdigones.
—Pero ¿qué me dices de los relojes?
—Bueno, los jóvenes llevaban reloj. ¿Y qué? ¿Acaso es un crimen?
—¿Te fijaste si eran Zodiac?
—No, no me fijé. Pero tampoco lo hice con la mujer del bosque. —Se paró a pensar—. Aunque el brazo de Canney parecía apoyado en el salpicadero.
—¿Quieres decir colocado así a propósito?
—Puede ser —respondió Williams con cautela—. Pero la perdigonada le alcanzó en la cara. No me extraña que lo echara para atrás.
—¿Los dos relojes funcionaban?
—No.
—¿Qué hora marcaba el de Pembroke?
—Las dos.
—¿En punto?
—Creo que sí.
—¿Y el de Canney?
Williams extrajo su libreta y pasó unas hojas.
—Las tres —respondió nervioso.
—¿Algún perdigón alcanzó el reloj?
—No estoy seguro —repuso Williams—. Sylvia podrá decirlo.
—¿Y el de la chica?
—Parece que un trozo del parabrisas lo alcanzó.
—De todos modos, el de ella marcaba las dos y el de él las tres —dijo Michelle—. Si el reloj de la chica se paró a las dos a causa de la ráfaga de la escopeta, ¿cómo es que el del chico se paró a las tres sin que lo alcanzara nada?
Williams siguió mostrándose escéptico.
—Mirad, aparte del asunto de los relojes, que tampoco es tan convincente, no veo ninguna relación.
Michelle negó con la cabeza y dijo:
—El primer asesinato fue el número uno, Jennifer Pembroke fue el número dos y Steve Canney el número tres. No suena a una coincidencia.
—Es imprescindible que compruebes si los relojes de los chicos eran Zodiac —lo apremió King.
Williams hizo unas llamadas con el móvil y después, con expresión confundida, anunció:
—El reloj de la chica era de ella, un Casio. Su madre lo ha confirmado. Pero el padre de Canney ha dicho que su hijo no llevaba reloj. He hablado con uno de mis ayudantes. El reloj que había en su muñeca era un Timex.
King arrugó el entrecejo.
—Así pues, ningún reloj Zodiac, pero es probable que el asesino le pusiera a Canney el que llevaba, al igual que es posible que sucediera con el primer asesinato. Si no recuerdo mal, el Zodiac original también cometió un asesinato en un picadero. La mayoría o todos los perpetró cerca de cursos de agua o lugares con nombres relacionados con el agua.
—El risco en el que Canney y Pembroke murieron daba al lago Cardinal —observó Williams.
—Y la primera víctima no estaba demasiado lejos del lago —añadió Michelle—. Tras una colina cercana hay una cala.
—Yo de ti, Todd —dijo King—, empezaría a investigar la relación con el reloj Zodiac. El asesino tuvo que sacarlo de algún sitio.
Williams se miró las manos con ceño.
—¿Qué ocurre? —preguntó Michelle.
—Había un collar de perro en el suelo del coche de Canney. Supusimos que pertenecía al chico, pero su padre acaba de decirme que no tienen perro.
—¿Podría ser de la chica? —preguntó King, y Williams negó con la cabeza.
Estaban allí sentados en el despacho, dándole vueltas al asunto, cuando sonó el teléfono de la oficina. King fue a responder y luego regresó con expresión satisfecha.
—Era Harry Carrick, exmagistrado del Tribunal Supremo del Estado y actualmente abogado por cuenta propia. Tiene un cliente acusado de cosas serias y quiere nuestra ayuda. No ha especificado quién o qué.
Williams se levantó y carraspeó.
—Podría ser Júnior Deaver —dijo.
—¿Júnior Deaver? —preguntó King.
—Sí. Hizo algunos trabajillos para los Battle. Está fuera de mi jurisdicción. Ahora mismo se encuentra en la cárcel del condado.
—¿Qué hizo? —preguntó King.
—Eso tendrás que preguntárselo a Harry. —Se dirigió a la puerta—. Voy a llamar a la policía estatal. Ellos tienen agentes especializados en homicidios.
—Quizá deberías llamar también al FBI —sugirió Michelle—. Si se trata de un asesino en serie los del VICAP pueden hacer un perfil —añadió, refiriéndose al Programa de Detención de Criminales Violentos.
—Nunca pensé que tendría que cumplimentar un formulario para el VICAP aquí en Wrightsburg.
—Han simplificado mucho el papeleo —añadió ella amablemente.
En cuanto el jefe se marchó, Michelle dijo:
—Lo siento por él.
—Haremos lo posible por ayudar.
Ella se reclinó en el asiento.
—¿Quiénes son Júnior Deaver y los Battle? —preguntó.
—Júnior es un buen chico que ha vivido aquí toda la vida. Yendo por el mal camino, claro. Los Battle son otra historia. Son la familia más rica, con diferencia, de por aquí. Y encarnan todo lo que se puede esperar de una buena familia sureña.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Pues que son, bueno, encantadores, estrafalarios… un poco excéntricos, ya sabes.
—Quieres decir chalados.
—Pues… —King meneó la cabeza.
—Todas las familias están un poco locas —dijo Michelle—. Sólo que a algunas se les nota más que a otras.
—Entonces apuesto a que los Battle son los primeros de la lista.