4

Sylvia Diaz le dio un abrazo a King que, según Michelle, iba más allá de la condición de viejos «amigos». A continuación él presentó a las dos mujeres.

La forense observó a Michelle de un modo que a esta le pareció hostil.

—Hace tiempo que no te veo, Sean —dijo Sylvia volviéndose hacia él.

—Tuvimos una avalancha de trabajo, pero ahora la cosa se ha tranquilizado.

—Bien —intervino Michelle—, ¿sabemos ya la causa de la muerte?

—No es un tema que pueda hablar con vosotros —respondió Sylvia.

—Lo pregunto —dijo Michelle con fingida inocencia— porque resulta que fui una de las primeras en descubrir el cadáver. Supongo que no lo sabrás a ciencia cierta hasta que practiques la autopsia.

—Harás la autopsia, ¿verdad? —preguntó King.

—Sí, aunque antes los casos de muertes sospechosas se enviaban a Roanoke.

—¿Ahora ya no? —inquirió Michelle.

—Había cuatro centros autorizados para practicar autopsias en el Estado: Fairfax, Richmond, Tidewater y Roanoke. Sin embargo, gracias a la generosidad de John Poindexter, un hombre muy rico que también fue presidente de la Asamblea Legislativa del Estado, ahora contamos con un centro forense autorizado.

—Un depósito de cadáveres, menuda donación —comentó Michelle.

—Hace años asesinaron aquí a la hija de Poindexter. Wrightsburg se encuentra justo en la línea jurisdiccional entre la oficina del forense de Richmond y la oficina de Roanoke. Por eso hubo controversia sobre dónde se practicaría la autopsia. Al final ganó Roanoke, pero durante el traslado del cadáver el vehículo tuvo un accidente y se perdieron o estropearon pruebas de vital importancia. Por consiguiente, nunca encontraron al asesino de la joven y, como podéis imaginar, su padre no quedó demasiado contento. Al morir dejó dinero en su testamento para construir un centro de vanguardia. —Sylvia lanzó una mirada al cadáver por encima del hombro—. Pero incluso con un centro de vanguardia, descubrir la causa de esta muerte resultará peliagudo.

—¿Cuánto tiempo lleva muerta? —preguntó King.

—Averiguarlo depende de factores individuales, medioambientales y del grado de descomposición. Con alguien muerto hace tanto tiempo, la autopsia puede darnos una idea aproximada, pero nada más.

—Veo que le han mordido algunos dedos —dijo King.

—Animales, seguro —repuso Sylvia—, pero de todos modos debería haber más indicios de la agresión. Estamos intentando conseguir algún tipo de identificación.

—¿Qué crees que significa la mano puesta de ese modo? —preguntó King.

—Me temo que eso tienen que decirlo los investigadores. Yo me limito a decirles cómo murió la víctima y durante la autopsia analizar elementos que puedan resultar útiles. Ya jugué a Sherlock Holmes cuando empecé en esto, pero enseguida me pusieron en mi lugar.

—No tiene nada de malo utilizar tu conocimiento especializado para ayudar a resolver un crimen —comentó Michelle.

—Eso sería lo más lógico, sí. —Hizo una pausa antes de añadir—: Puedo deciros que el brazo está apuntalado por el palo y que se hizo a propósito, pero no se me ocurre nada más. —Se volvió hacia King—. Me alegro de verte, aunque haya sido en estas circunstancias. —Le tendió la mano a Michelle, quien se la estrechó.

Mientras la mujer se alejaba, Michelle dijo:

—Así pues, salisteis juntos.

—Sí. Hace más de un año que lo dejamos.

—Pues me parece que ella no se ha enterado.

—Muy perspicaz. A lo mejor hasta sabes leerme la mano. ¿Podemos marcharnos? ¿O quieres acabar tu footing?

—Ya he tenido suficiente estímulo por hoy.

Cuando pasaron cerca del cadáver, King observó la mano, que seguía apuntando al cielo. Arrugó el entrecejo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Michelle.

—El reloj.

Ella le echó un vistazo y comprobó que marcaba la una en punto, y no parecía estar funcionando.

—¿Qué le pasa?

—Michelle, es un reloj Zodiac.

—¿Zodiac?

—Algo me dice que volveremos a tener noticias de este asesino.