Me ha sentado fenomenal dormir bien. Yo no sé si es porque he dejado de tomar café, pero la verdad es que, aunque me acueste con cosas en la cabeza, siempre me duermo antes y duermo del tirón. Creo que ya hace tres semanas que duermo así. Antes me despertaba por cualquier cosa…
Creo que estoy recuperando la libido, porque esta mañana me he levantado que daba gloria verme. El vecino es lo primero que me ha venido a la cabeza, y digo yo que telepáticamente le he transmitido a Sam lo que pensaba, porque ha saltado de la cama a una velocidad que parece que le perseguía Satán. O Celine Dion.
He desayunado en el suelo de la cocina con el portátil y leyendo los periódicos online. Lo típico de después de unas elecciones. Gente esperanzada por un lado y gente con miedo por otro. El caso es no estar contentos. A mí cada día me la sopla más lo de la política, y hablo con una amiga por teléfono y los dos estamos de acuerdo en que, en realidad, nos gobiernan la banca y las grandes corporaciones.
Después he hablado con mi madre y le he dicho que tengo mono de ella. No pasa nada especial, pero tengo mono de madre. A mi edad. Ella, por supuesto, se ha quedado megapreocupada y ha pensado que lo mismo me había pasado una tragedia. Le he tenido que jurar por Ricky Martin que no pasa nada, que esta mañana la he echado mucho de menos y que se lo digo, así de sencillo. Bueno, en realidad le cuento algo más que solo quiero que lo sepa ella. Ella se queda unos segundos en silencio cuando se lo cuento y me dice que está todo bien si así quiero yo las cosas. No se puede tener una madre mejor, y se lo digo mientras se va con mi padre en el coche a la playa.
Después de arreglar varias cosas por teléfono, me pongo con correspondencia atrasada y me doy cuenta de que ya no puedo contestar a todos los lectores que me escriben, lo que me fastidia una barbaridad. Ya que alguien se toma la molestia de ocupar parte de su tiempo en escribirme y contarme cosas, lo menos que puedo hacer es contestar y agradecer. Pero materialmente ya es imposible. Me enfado tanto que me como dos flanes, un yogur desnatado y medio bol de gelatina de frambuesa. Y me quedo con hambre.
Tengo que bajar a comprar comida y me llama mi amigo José, que está por el barrio. Juntos nos vamos a la farmacia, porque me tengo que pesar. Peso exactamente 80,900 kg. Es decir, gracias a la dieta ya he bajado en un mes y medio más de cuatro kilos. La cosa funciona y se me pasa el enfado. José me acompaña al súper y hablamos de los fans de Lady Gaga, del pelo teñido de Rajoy (y su barba canosa), de Paquirrín, de lo de Gadafi y de lo cansino que es a veces vivir en el centro de Madrid. Por ese orden.
Después del súper nos bajamos hasta el mercado de San Antón porque quiero comprar hamburguesas, fruta y queso fresco. En el mercado hay un ambientazo y hay que ver lo que va a ganar el barrio con esto. Cuando mi madre venga de Ayamonte, tengo que llevarla porque le va a encantar.
Decidimos comer juntos en casa y sorprendo al mundo y a José al preparar una pasta (no le digo que es de sobre) y unas pechugas de pavo maceradas en salsa de lima. De postre preparo un té de la tienda de mi amigo Fernando con hielo y rodajas de limón. Vamos, que no me creo ni yo lo organizadito que estoy.
Por la tarde me pongo muy contento porque mañana voy a ver a mi amigo Pablo. Por cosas de la vida, no nos hemos podido ver desde principios de noviembre. Y ha sido difícil pasar todo este tiempo sin ver a Pablo, que es una especie de hermano al que quiero de verdad.
Me concentro en volver a escribir y, aunque me cuesta un poco, arranco mientras oigo en Sálvame que a alguien le tienen que amputar un dedo del pie. Me pregunto si lo van a hacer en directo, porque son muy capaces.
La verdad es que está siendo un día tontuno, porque hace ya bastante calor y yo me aplatano. Cuando el vecino me llama a media tarde, me dice que no tengo ni idea de lo que es el calor. Claro, él está en un sitio donde hace mucho más calor. Me pregunta que a ver si tengo mejor día que ayer y le digo que sí, que bastante mejor. Hablamos de que, en realidad, frente a la adversidad o las malas noticias, todo es cuestión de actitud.
El vecino me está sorprendiendo mucho y para bien. Hay veces que uno siente atracción por alguien (este es el caso) pero no se explica muy bien la razón de esa atracción. Es una sensación que no me mola, porque siempre quiero entender el porqué de las cosas, que luego pasa lo que pasa.
Y con el vecino me está pasando eso. Cuantas más cosas me cuenta, me percato de que quizá yo me había hecho una idea equivocada y que en realidad nada es tan rígido.
El vecino a sus 40 tacos tiene un sentido del humor negro, adolescente y un poco burro a veces, lo que encaja perfectamente conmigo, que suelo ser el que cuenta los chistes en los funerales. Y es listo. Digo que es listo porque sabe lo que quiere, cómo lo quiere y cuándo lo quiere. Eso es esencial. Ser honrado con uno mismo y contarlo al mundo. Se supone que así, con esa actitud, el margen de error va a ser mínimo. Resumiendo: que cuanto más le conozco, más me gusta. Quedamos en que volveremos a hablar por la noche. Sigo con la campaña de «fuera lo viejo, dentro lo nuevo».
Y hoy toca la colección de CDs. Al haber trabajado en la industria de la música durante muchos años, tengo tres contenedores de los grandes hasta los topes de cds. Y es un horror. Decido hacer tres montones:
Como no quiero herir la sensibilidad de los fans, descubro que tengo la discografía completa de varios cantantes españoles y disfruto como un asesino en serie con dos solistas femeninas que van al cubo del despiece sin miramientos, ediciones especiales incluidas. Pienso sacarlos a la puerta de casa y, como vivo en Malasaña, estoy seguro de que algún marifloro va a pasar, va a verlos y le voy a dar la alegría de su vida.
Lo que yo no quiero puede que le haga feliz a otro. Fascinante esto de la vida, ¿eh?
Tras bajar media historia de la música pop española a la basura, me llevo unos pantalones a la costurera y luego me tomo un té en una terraza del barrio. Dos chicas se me acercan y me dicen que a ver si soy Abel, el de las crónicas. Me quedo un poco verde y les digo que sí. Ellas me dan una charla de unos diez minutos sobre por qué le tengo que decir que sí al vecino, porque yo no tengo ni idea de lo mal que está el mercado, sobre todo para ellas.
Soy directamente rescatado por mi amiga Begoña, que llega al bar para tomar un algo con una amiga a la que directamente se le han estampado los ochenta en el pelo. ¡Qué tupé lleno de laca! ¡Qué maravilla! Por supuesto me río mucho, porque las pobres tenían una urgencia de peluquería y el único sitio donde les han cogido era un Marco Aldany, que como todo el mundo sabe es considerado el infierno de las puntas abiertas.
Me vuelvo a casa dando un paseo y me cruzo con una pareja que debe de estar viviendo un momento mágico. Ella le agarra por la cintura a él mientras él le besa como si le faltara el aire. Eso me paso a mí una vez, que me faltó el aire. La pregunta es: ¿puede eso suceder más de una vez en la vida?
Llego a casa y me pongo a escuchar unos discos que me han mandado. Hay un poco de todo, pero más bien la cosa es pelín mediocre. Al final le voy a tener que dar la razón a mi amigo Doron (vive en Tel Aviv y escribimos canciones juntos) cuando dice que la única estrella del futuro es Beyoncé.
Lo bueno de tener un portátil con cámara es que uno puede convertir su vida en un Gran Hermano con un clic. Digo esto porque esta noche el vecino y yo nos estamos viendo por la cam y el pobre hombre asiste en vivo y en directo a:
Como tengo una cama un poco grande (¿qué quieren con esta espalda?), como de 1,80 de ancho y 2 metros de largo, tengo sitio más que suficiente para poner el portátil a un lado y seguir con la charla. Pero esta noche soy yo el sorprendido. Sorprendentemente, el vecino se ha quedado dormido como un tronco mientras le hablaba de unos fans de Lady Gaga que han salido en el telediario. Duerme de lado, de cara a la cámara, y tiene una especie de sonrisa permanente.
Santo Dios.