¡Ha salido el sol! Y con ello se me han ido todos los miedos de la noche anterior. Le he dicho a Sam que de ahora en adelante no vamos a ver películas de desastres naturales, de gente con cáncer o interpretadas por Elsa Pataky. Solo vamos a ver comedias americanas de adolescentes en tetas o películas americanas de terror en las que asesinan a adolescentes en tetas. Lo que sea, pero en tetas.
Hoy no tengo reuniones hasta tarde, y por lo tanto me quedo holgazaneando en la cama un rato más con Sam subido a mi pecho. Cuando estoy a punto de volver a quedarme dormido, suena el teléfono y es mi padre. En realidad es mi madre, que llama desde el móvil de mi padre porque en Ayamonte (literalmente) «se me mete la emisora portuguesa y el móvil se vuelve loco». Mi madre, cumbre de la posmodernidad, cree firmemente que lo que tiene ella no es un móvil, sino un walkie talkie.
Nos levantamos y le pongo a Sam un poco de jamón de york. El muy sinvergüenza me mira con cara de «tú me vas a hacer algo» y mira al plato con recelo. Le digo que estoy contento como unas pascuas porque ha salido el sol y él telepáticamente me dice: «Me parece muy bien, pero soy un gato y te odio y no me fío».
Me preparo un desayuno orgánico que sabe a plátano con serrín y Fairy. Voy a la ducha y por primera vez en muchos días compruebo si estoy haciendo progresos con la dieta del vecino o no. Y lo flipo. La tripa ha desaparecido casi por completo. Acabo de salir del grupo de riesgo de terminar como Antonio Resines. Y esto, siendo un soltero y viviendo donde yo vivo, tiene su importancia, porque todos los días me cruzo con dos mil cuerpos genéticamente alterados con esteroides, y eso afecta hasta la visión global de uno mismo.
Un fan enloquecido me manda un mail con la presentación en la tele USA del nuevo single de Lady Gaga. No se puede ser más hortera (ha superado a las de Eurovisión), más cascabelera y más del fondo del polígono. Así lo hago saber en varias redes sociales, y los fans comienzan a desearme incluso herpes vaginales. Angelicos.
Pongo la tele y me encuentro con la cara de mi amiga Carmen dando unas declaraciones porque resulta que Carmen es la abogada de la acusación en un caso muy mediático contra unos violadores que presuntamente abusaban de una niña de 14 años en un hotel. Se me hiela la sangre al conocer la historia y me pregunto cómo Carmen no me lo ha contado. La tengo que llamar.
Me pongo a contestar mails y cierro una reunión (comida incluida) para el próximo lunes con respecto a un proyecto audiovisual del que tengo muchas ganas. Cuando estoy a punto de tomarme los polvos esos raros del gimnasio, me llama mi amigo Nando y me dice que está en una terraza debajo de casa y que me acerque a tomar lo que sea, porque como ya no tomo café, pues no sabe a qué narices invitarme a estas horas.
En la terraza Nando me cuenta cómo va avanzando su nuevo proyecto laboral (pinta fenomenal) y me dice que se encuentra instalado en la bisexualidad. También me cuenta que me tienen que hacer unas fotos para promocionar no sé qué y que ya me avisa del día. Pero yo insisto en su bisexualidad, y por supuesto en dos minutos le hago veinte chistes sobre ostras, almejas, felpudos y varias cantantes de flamenco españolas. Él se descojona y me acompaña hasta la puerta del gimnasio.
Cuando estoy en gayumbos en el vestuario del gimnasio, justo sale Chris de la ducha y le digo que es un momento muy de Bárbara Rey y Rocío Dúrcal. Él no me entiende, porque en Chile no estrenaron Me siento extraña, una obra cumbre del lesbopop español. Ya que estamos allí y no podemos entrenar juntos esta semana por cuestión de horarios, nos ponemos a rajar de un viaje que tiene que hacer a Barcelona, de lo educada que es la gente en Bruselas y de que ya me he acostado con el vecino. Es decirle esto y se pone como un hooligan a felicitarme y pedirme todos los detalles sórdidos. Absolutamente todos. Pero no cuento nada. Siempre me ha parecido un poco raruno contar los polvos. No me gusta ni siquiera que la peña se entere de a quién me he trincado. Es una cosa que pienso que se tiene que quedar entre la otra persona y yo… ¿no?
Entreno en el gimnasio y hoy también está el famoso este de la televisión que lo está dando todo en la cinta de correr, y me dan muchas ganas de ir y decirle que debería correr menos porque no tiene culo y menos va a tener como siga a esa velocidad. Y un hombre sin un buen culo es como The Supremmes sin Diana Ross. Existen, pero son un drama.
Hoy me toca hacer brazo, que es mi punto fuerte. Como estoy solo, me pongo musicón en el iPod y vivo un momento Flashdance de morirse con 30 kilos en cada brazo. Tengo tiempo y puedo entrenar de maravilla, porque a eso de la una apenas hay gente y todo es más relajado.
Después de eso, vuelvo a casa a dejar la bolsa y a recoger unas pastillas de Omega 3 que tomo entre comidas y que aparentemente me van a dejar la piel como a la Preysler. De ahí me voy a comer con mi amiga Janneth, y por el camino me llama el vecino y me cuenta que ha seguido investigándome en la Red entre reuniones y que eso le mantiene muy entretenido. Yo le contesto que por favor no le dé importancia a lo del vídeo porno con un pastor alemán sumiso, que solo fue una vez, él me sigue el rollo y me dice que él tiene un pasado oscurísimo de cheerleader. Le digo que le tengo que dejar y que hablamos a la noche si le parece bien. Me dice que tendrá los pompones preparados.
Sigo sin tener ni repajolera idea de cuándo va a volver, y no se lo he preguntado este pasado fin de semana. Tampoco le he preguntado que a ver si va a viajar mucho y se lo tengo que preguntar, que no estoy para liarme con alguien que no esté nunca. Y eso por no hablar de las relaciones a distancia, que son un coñazo enorme. Si te mojas, te mojas de verdad, pero lo de medio mojarse no me apetece un pelo.
Mi madre también me llama y me dice que está en la comida de cumpleaños de su amigo Sebastián y que le ha regalado un frasco de Álvarez Gómez, que es la colonia que usamos los hombres en mi familia. Me dice que cada vez está más feliz en Ayamonte y que me gustaría ver que la gente la trata muy bien allí y la quiere mucho. Yo le digo que debería plantearse pasar más tiempo allí. Me cuelga diciéndome que me porte bien y que a ver cuándo vuelve el vecino, que no le hace gracia que esté soltero. Alucina, vecina…
Janneth y yo comemos en una terraza del centro y un camarero que rivaliza en ceja depilada con María Félix nos atiende como el culo. Mi amigo Carlos siempre diferencia a la gente en dos clases: los de ojete relajado y los de ojete apretado. Este camarero, sin duda, pertenece a la segunda categoría, y nos reímos con una maldad suprema cuando se estampa contra una puerta al hacer un giro de cintura muy Beyoncé. Janneth se va quince días de vacaciones a Colombia y me pregunta que a ver qué quiero que me traiga. Le digo que, por querer, querría un cerebro nuevo pero que en realidad con un imán para la nevera o un traje típico regional me doy por contento. También tenemos un apasionado debate sobre la ley antitabaco, los botellones adolescentes, las drogas y las nuevas generaciones, y todo eso desemboca en la pregunta del día: ¿hay futuro para la telerrealidad después de Paqui la Fandanguilla?
Llego a casa sin encontrar respuesta a la pregunta y enciendo Tele 5 con la esperanza de que Paqui me ilumine con un «yo no he zío puta, por Dioh» de los suyos. Paqui no aparece por ningún sitio y yo me quedo dormido mientras dos que trabajan en el programa se insultan a un volumen tan brutal que me aturden. No hay nada mejor para dormir que Sálvame. Como no conozco a nadie de los que salen ni sé por qué están ahí, pues me aturdo y me caigo frito rapidísimo.
Echarse una minisiesta es una cosa malísima, porque me levanto embotado. Me acuerdo de que tengo dos novelas pendientes de escribir y telepáticamente le pregunto a Sam si tiene alguna idea para que vuelva la inspiración. Él, telepáticamente, me dice que me vaya a freír espárragos, que sigue muy ocupado atrapado en ese bucle de «te quiero pero te odio». Ten hijos para esto.
Mi amigo Gus (yo soy la moda) me llama y me dice que mañana tenemos que ir a un evento que hacen los de Nike en un sitio para modernos. Me termina de convencer cuando me explica que el evento lo patrocina una marca de vodka. Quedamos para tomarnos algo en la terraza del Hotel Óscar y hablamos de rencillas entre personas, de dos amigas que conocemos que se están portando raro, del vecino y del precio de la leche en los supermercados modernos. Impresionante.
Vuelvo a casa y, nada más poner un pie, me llama el vecino y me dice que me enchufe al Skype. Yo le digo que no hay partido y él me contesta que tampoco tiene que haber fútbol para que nos veamos. Digo yo que tiene razón y me conecto.
El vecino está con camisa y corbata, y esto es una cosa que me pone nervioso. Tiene la mesa llena de papeles, y donde él está ya es de noche. Le digo que ya debe de ser tarde para él y me dice que sigue con el horario español y que en realidad nunca ha necesitado dormir más de cinco o seis horas al día. Yo le digo que cada día duermo más y más y él me dice que duerme siempre fatal. Me aclara que las noches que mejor ha dormido en años son las que ha pasado conmigo. Me quedo un poco verde con la revelación y también le digo que sepa que no me voy a cortar un pelo a la hora de escribir, aunque sepa que él va a leer el blog todos los días.
Y claro, esto es raruno porque lo que yo piense él lo va a saber. Pero es que ya me sentía mal escribiendo de él y que no lo supiera. Muchas veces pienso que en realidad no tengo que tomar ninguna decisión y dejar que todo pase de una forma más natural y más fluida. Se lo tengo que decir al vecino, porque a veces se me aprieta el pecho pensando que todo depende de lo que yo diga. Igual el truco es no decirlo absolutamente todo y dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir. Aunque me da la sensación de que el vecino va a seguir erre que erre y me va a pedir un «sí» o un «no». Y eso me agobia un poco.
¿Y el sexo? Pues la verdad (y de esto sí que no me hace gracia que se entere el vecino), la verdad es que estoy encantado. Al margen de él no he tenido sexo con nadie y tampoco he notado que me hiciese falta. Yo creo que conforme pasan los años es una realidad muy gorda eso de preferir la calidad a la cantidad. Necesito sexo del bueno, y en ese aspecto el vecino y yo somos dos mil por cien compatibles. De hecho, me entran sudores solo de pensarlo y vuelvo a preguntarme que a ver cuándo regresa porque, para ser sinceros, me he quedado con ganas de más. Digo yo que eso es una buena señal, porque yo el sexo siempre lo he visto como una forma más de comunicación entre dos personas.
Termino la noche metiéndome en la cama y oliendo al vecino, porque sigo sin cambiar las sábanas. Mientras hablábamos, le he preguntado al vecino qué colonia usa y me dice que este fin de semana no ha usado ninguna. Es decir, el olor de la almohada es el suyo. Y a mí me gusta pero a Sam más, que telepáticamente me dice que «como lave la almohada me arrastra».
Me enchufo Tele 5 porque hoy dan Enemigos íntimos y por lo visto hoy quieren destruir a Belén Esteban llevando a uno que hace cuatrocientos años presuntamente le pegó un polvo en un hotel de medio pelo. Estoy muy contento de no ser Belén Esteban, de no haberme quedado embarazado de un tenista y de no llevar extensiones, todo por ese orden.
Mañana me espera un día de gestiones, de bancos, de papeles. Vamos, un coñazo. Pero hoy me acuesto feliz porque todo está tranquilo, no se ha producido ningún terremoto y vuelvo a pensar en los básicos: mi familia me quiere, estoy sano, la tripa ha desparecido y Elsa Pataky no tiene previsto rodar ninguna película este mes.
Lo único que me preocupa un poco es que todo dependa de un «sí» o un «no». ¿No podrían ser las cosas más fáciles?