VEINTICINCO

Son las ocho de la noche. Hoy es viernes y no suelo publicar los viernes, pero hoy lo hago porque estoy nervioso. Hoy es el día de la fiesta y les quiero contar lo que pasó desde ayer hasta justo una hora antes de que comience la party.

JUEVES

Me levanto muy relajado porque hoy prácticamente me he dejado el día libre para poder escribir y hacer cosas varias como amo de casa. Mientras desayuno miro de reojo a la pantalla del ordenador y me da pereza. Entonces hago lo que cualquier hombre haría en mi lugar: ordeno las camisas del vestidor por colores mientras Concha García Campoy (mi exjefa) cuenta en la tele las movidas del partido Madrid-Barça de ayer.

De ahí me piro al gimnasio y hago dorsal, que por lo visto es una cosa muy importante para reventar las camisas. El gimnasio siempre está tranquilo por la mañana y yo estoy un poco vago, para qué nos vamos a engañar. Me paso un rato jugando con el perro del dueño del gym, que es muy suavito y al que le encanta que le acaricien. Pienso en la posibilidad de un perro y al mismo tiempo pienso en el infarto instantáneo que esto le puede dar a Sam.

Al salir me da una cosa que no me da casi nunca. Se me ha olvidado por completo pensar en la ropa que me voy a poner para la fiesta, y es que llevo una temporada que no me apetece ni afeitarme, a no ser que tenga una reunión de curro, y lo hago para parecer que no tengo bronquitis y así. Voy a casa, dejo la bolsa, me hago un batido y hablo por teléfono con el presidente de una discográfica que siempre me hace reír, para solucionar una cosa de unos contratos.

Me paso lo que queda de mañana yendo de tienda en tienda con escaso éxito. Las camisas de cuadros son tan tendencia que siempre tengo la sensación de estar entrando y saliendo de la misma tienda. Encuentro una camiseta blanca (sin dibujos) que me gusta pero son 120 euros y decido que ni hablar del peluquín, a no ser que la camiseta (a ese precio) sepa hacer felaciones, que es una cosa que me vendría de maravilla, más que nada para acordarme de lo que se siente.

Hago un parón y como cerca de casa en un sitio donde hacen hamburguesas de carne ecológica (¿esto es cuando no maltratan a la vaca antes de matarla?), y cuando salgo de allí me voy a la calle Barquillo a mirar una tienda nueva que me han recomendado. Sigo sin encontrar nada y sin decidirme por nada, pero como tengo una necesidad imperiosa de gastar dinero me voy al supermercado de El Corte Inglés a comprar lechuga, tomates, pechuga de pavo y unos solomillos de ternera.

Tengo la última reunión con Janneth para comentarle que hay dos personas que tienen que entrar sí o sí en la nueva lista de invitados y que me paso el aforo por los muslos. Cuando vean las fotos de la fiesta, probablemente comprenderán.

Vuelvo a casa y me encuentro con una persona que hace mucho que no veo. El encuentro no es agradable, y hay una cantidad de hipocresía por ambas partes que me piro a casa sintiéndome fatal y diciéndome que la próxima vez le va a saludar su prima de Burgos.

Las teles, las calles, todo… todo inundado con información de la boda del hijo de Lady Di y una nueva aspirante a rizarle el pelo (del miedo) a Rania de Jordania, que es la top de las princesas. Sigo pensando que las bodas son innecesarias y un horror sin límite. Mi amiga Celeste me dice que ese pensamiento es fruto del desamor, que cuando ella se enamora lo primero que quiere hacer es casarse como una loca. Gracias a Dios, Celeste tiene un novio maravilloso pero sigue soltera.

Por la noche, como no estoy de muy buen humor me pongo Tele 5 para ver una especie de reality donde mezclan a gente de muchos realities. No me entero de absolutamente nada, pero veo a mi amigo Jordi González dominar un plató con mano de hierro y guante de seda. Me flipa lo bien que curra y mañana le tengo que decir que le admiro mogollón.

El vecino me llama y tenemos una conversación de lo más absurda porque no consigo centrarme. Me cuenta su día y me pregunta que a ver si mañana me levanto pronto, porque el viernes tiene una reunión detrás de otra y le va a ser complicado charlar. Y cuando él pueda charlar yo me estaré currando la fiesta. Me apetece mucho hablar con él, en serio. Pero es que no sé muy bien qué le quiero contar. Estoy bloqueado por completo y no consigo entenderme.

Ni pollo ni lechuga. Me hago unos sándwiches mixtos con bien de queso y me los como con Sam en el suelo de la cocina. A veces tengo la sensación de que me viene otro bajón, pero prefiero ni pensar en ello. Me ducho, me lavo los dientes y me voy a la cama mientras Jordi sigue dándolo todo en el plató.

Hoy no sueño nada.

VIERNES

He dormido fatal. Pero fatal, fatal. Y sin embargo hoy me he levantado muy enérgico. Me preparo el desayuno orgánico y tengo casi una erección pensando en donuts de chocolate. A ver si al final va a ser verdad eso de que el chocolate es un sustituto del sexo. Me horrorizaría mucho que fuera así, porque empezaría a sentirme como un primo segundo de Bridget Jones, un personaje que no soporto, aunque mi amiga Begoña diga que soy Bridget Jones con pene…

¡SORPRESA! Efectivamente he recibido una sorpresa. Me han tocado el timbre justo cuando salía de la ducha y era el cartero, que tenía un paquete para mí. Por cuestiones de curro me mandan muchas cosas a casa, pero esta vez me ha dado que era diferente. Y así ha sido. Le he firmado en toalla al cartero, que ha debido de pensar que estaba viviendo un momento Bárbara Rey.

El paquete me lo ha mandado el vecino. Al abrirlo he visto un par de latitas para Sam y una caja de bombones de Armani Dolci (sí, Giorgio vende hasta bombones) con una nota que decía: «Hoy es un día importante para Sam y para ti. Espero que esto os alegre y os dé energía. Tengo muchas ganas de verte».

¿Me he emocionado? Mucho. ¿Me ha gustado la sorpresa? Mucho. Tanto que me he sentado en el suelo de la cocina nervioso. Sam se ha metido inmediatamente en la caja (le gusta mucho meterse en cajas) y me ha mirado con cara de «bueno… ¿y?». Entonces le he contado a Sam una cosa que siempre se va a quedar entre él y yo. Se lo cuento siendo consciente de que, como es un gato, pues no lo va a poder largar. La verdad es que no me lo esperaba ni de coña. Incluso algunos lectores del blog me decían que lo mismo el vecino se presentaba hoy, y por alguna razón yo sabía que no. Pero el vecino ha dado hoy veinte pasos de gigante, y me doy cuenta porque leo la nota una y otra vez. También me doy cuenta de que hace muchísimo que no tenía una sorpresa así. Si fuese Ben Affleck, estaría llorando y besando un poster de JLo, probablemente…

Inmediatamente le llamo por teléfono, pero no me contesta y me da una cosa entre el tabardillo y el parraque. Menos mal que a los dos minutos me llama y le doy unas trescientas veces las gracias mientras él se ríe. Me dice que sabe que es un día importante para mí y que quería estar ahí de alguna manera. Yo le digo que me ha gustado mucho y que sobre todo me gusta lo listo que está siendo para todo. Él se queda callado y luego me dice que a estas alturas ya debería tener claro que soy el tipo de hombre que a él le importa. Se me hace un nudo en la garganta. Le digo que a ver si hablamos antes de la fiesta y me dice que sí, aunque hoy va a estar pillado de curro hasta arriba.

Salgo a la calle con una energía que me encuentro con la vecina del cuarto y me dice que estoy guapísimo. La vecina del cuarto le pega al whisky, y tampoco es cuestión de que me lo crea, pero alegra una barbaridad. Hablamos de la boda de William y Kate y decidimos que ella va graciosa. Lo que la vecina dice del modelo de Letizia no lo puedo poner porque me cierran el blog, el e-mail y tengo al servicio secreto en casa en diez minutos. De ahí me piro al gimnasio y, aunque Chris sigue desaparecido en combate, entreno la pierna que se me ponen los muslos de un capitán de rugby en cuarenta y cinco minutos.

Mi amigo José 2 acaba de llegar de Buenos Aires y dice que está en Tirso de Molina y que a ver si comemos. Le digo que sí y acabamos en un restaurante espantoso de Chueca donde a un camarero se le caen los platos sin parar.

Después decido hacer un tour rápido de tiendas por si ocurre el milagro y encuentro algo pero nada de nada. Parece que esta semana estoy peleado con la moda.

Paso por Kiehl’s y compruebo que las listas de invitados están definitivamente cerradas, que ya ha llegado el mobiliario de las barras, el catering, y está todo listo. Yo empiezo a ponerme nervioso, porque siempre pienso que no va a venir nadie y que todo va a ser un cuadro. Janneth, que hoy está sorprendentemente tranquila, me dice: «Abel Arana, ya te han confirmado más de 350 personas, relájate».

Me voy a casa y mientras me afeito intento llamar al vecino y no tengo éxito. Le dejo un mensaje en el contestador y le digo que le voy a echar de menos. Porque es verdad.

Al final he pillado una camisa negra, un pantalón negro y unas Nike que me regaló mi madre que son la pera. Ahora solo me queda pasar un ratito con Sam, contarle que hoy probablemente voy a llegar tarde. Le dejo una de las latitas que ha mandado el vecino.

Agarro la bolsa con el portátil, la música y todo lo que necesito y salgo a la calle. A algunos de los lectores de estas crónicas les voy a conocer hoy y me hace mucha ilusión. Ahora solo espero que todo el mundo lo pase bien y que sean felices. Ahora mismo solo me interesa eso.

Nos vemos el lunes.