Ha salido el sol y me he levantado con una forma, un brío y un de todo que me doy miedo a mí mismo. También le doy miedo a Sam, porque salta de la cama y se esconde en la habitación de invitados, parece que hoy ni quiere desayunar. Y esto es raro y me lo cuento a mí mismo con unos cereales con chocolate que en realidad no es chocolate pero que sabe igual (¡qué maravilla!) y por lo tanto no engorda.
Al enchufar el móvil (me he levantado superpronto) he visto que tenía un mail del vecino. Me contaba que a él le gusta, en general, dar sorpresas porque él es una persona a la que le encanta ver feliz a la gente. También me dice que a veces piensa en darme una sorpresa, pero que como yo le digo a todo «quizás» pues que se encuentra un poco que no sabe qué hacer. Para terminar me dice que no entiende que no tenga sorpresas en mi vida, porque él cree que me las merezco todas. Y yo no sé qué contestar al mail.
Me doy una ducha sin sal en la cabeza (Esperanza Gracia, que sepas que no eres infalible) y salgo a la calle canturreando en el ascensor. Y justo cuando pongo un pie fuera es cuando me choco directamente con el señor del rugby. Por supuesto el shock es inmediato y, una vez pasado, me entran ganas de arrearle una hostia con la mano abierta.
Me dice que no me asuste, que lo único que quiere es hablar conmigo para explicarme algo. Me pongo de un nervioso que le llamo absolutamente de todo en menos de dos minutos. Pero supongo que tengo que escuchar lo que me tiene que decir, porque quizá esa sea la manera de quitármelo de en medio. Así que me saco un cigarrito, me apoyo contra un coche y me dispongo a escuchar que:
—Se ha separado de su novio.
—Ha vuelto a Madrid a vivir y está buscando piso en el barrio (esto me provoca un sudor frío que nadie se lo imagina).
—Tiene ya varias entrevistas de trabajo concertadas.
—Quiere saber si existe la posibilidad de que seamos novios (este no se ha cortado un pelo, este no quiere «conocerme más», este quiere directamente instalarse en una luna de miel enorme).
Le contesto que, en realidad, me la trae al pairo si se ha separado de su novio o si se ha quedado embarazado de un jugador de tenis y se va a poner extensiones (prometo que es exactamente lo que le digo). Después le digo que, tras los dos mil mails, cuatrocientos sms, setecientas llamadas perdidas y demás, me provoca de todo menos felicidad y paz que se instale en mi barrio y que hay otras zonas de Madrid donde puede ser inmensamente feliz. Le digo que me alegro mucho de lo de sus entrevistas de trabajo y que espero que le vaya bien (esto se lo digo sinceramente). Y para terminar le digo que no puedo ser su novio porque, entre otras muchas cosas, ya estoy saliendo con alguien. Cuando me pregunta que con quién estoy saliendo, inconscientemente pero muy consciente a la vez le describo al vecino. Él se queda patidifuso. Ya un poco rayado, le digo que por favor me deje en paz, que no es cuestión de estar así. Parece que me entiende y me largo con viento fresco. Llega a insistir y le repito que un herpes me parece un planazo comparado con él…
Llego al gimnasio histérico perdido porque, entre lo del señor del rugby y los polvos estos que me tomo para entrenar y ponerme fuerte, pues soy una hiena. El gimnasio está tranquilísimo y sigo sin noticias de Chris después de recibir un mensaje en el que me dice que está tan destruido que no puede coger el teléfono porque ha perdido la voz. Sospecho que la ha perdido en una discoteca, pero no le digo nada.
Parece que mi madre me tiene localizado por satélite, porque es poner un pie fuera del gimnasio y llamarme ella. Tengo la suerte de tener una madre inteligente y que sabe que no ha podido domar a su hijo en la vida. Ella es más de «si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él», y tenemos una relación total. Hablamos de tonterías y sí, ella también me pregunta por el vecino porque, como el vecino tiene 40 tacos y un buen curro, pues eso a ella le suena a candidato a yerno. Le cuento lo del vecino y me dice que haga lo que tenga que hacer para estar contento y que no le dé tantas vueltas a la cabeza, que no sirve de nada.
Y cuando le cuelgo el teléfono, directamente me estampo contra la cantante favorita de mi madre, que se llama Diana Navarro y, aunque no nos vemos mucho, nos tenemos cariño y hay que ver los besos que me da. Diana me cuenta que el viernes lo mismo se pasa por la fiesta con Pablo Alborán y que está estudiando interpretación y preparando un nuevo disco de flamenco clásico que va a grabar en mayo. Yo le digo (y es verdad) que no soy muy de flamenco, pero, como ella sabe que su voz me vuelve loco, lo voy a escuchar y seguro que me va a encantar. Por supuesto, Diana me manda recuerdos para mi madre (se conocieron una noche y acabaron ambas encantadas), y yo inmediatamente llamo a mi madre, que se pone como unas maracas de la alegría.
He quedado para tomar un té en la terraza del Starbucks con un tipo que lleva días mandándome mensajes. Este no tiene pinta de rugby, este es un poco más como el padre perfecto que sale en anuncios de seguros de hogar. Es amable, tiene un buen culo (no nos engañemos, si no tienen buen culo no hay cita) y la charla es agradable. Pero no hay química ninguna y yo creo que es por culpa del señor del rugby, que me ha dejado las pilas puestas. Y es que parece que no hay nadie perfecto, porque el señor del rugby lo tiene todo para que yo me pasase la vida dándole lo suyo y lo de su prima de Cuenca, pero claro, tiene un proceso cerebral que es un cruce entre un caniche rosa y Hannibal Lecter. Y no es plan…
Me vuelvo a casa a comer y a darle vueltas a un documento que tengo que enviar a Carmen (mi representante) para un asunto con una editorial que quiere tener una opción de mi libro nuevo. A la tarde me reuniré con Carmen y quiero llevar las cosas claras a pesar de que el libro nuevo es más un concepto que un libro, pero como Carmen es un hacha para estas cosas, pues a ver qué pasa.
El vecino se me representa vía telefónica y me pregunta cómo me va el día. Le digo que ni fu ni fa y que esta tarde tengo lío. Me pregunta también por la fiesta del viernes y le digo que luego tengo la última reunión, porque se nos está yendo de las manos la cantidad de gente que quiere venir y hay un aforo. Me recuerda que esta noche tenemos cita por Skype sí o sí porque es el tercer partido que enfrenta al Madrid y al Barça. Le digo que espero llegar a tiempo a casa y le mando un beso.
Me piro a la reunión con Janneth y comentamos la jugada. Ya está confirmado que Sandra Love puede cantar en la fiesta y me alegra saberlo, porque alguien tiene que cantar el «feliz cumpleaños» y yo canto como el culo. También terminamos de comprobar el catering y le cuento los temazos que voy a poner porque yo quiero que la gente baile. Ver a la gente feliz y dándolo todo en un tiendón de cosméticos es una experiencia estupenda y me gusta mover a la gente con la música.
De ahí me voy a la reunión con Carmen y me la encuentro más pibón que nunca. Le cuento que no sé qué narices hace representándome, porque podría ganarse la vida haciendo de modelo de bragas finas de Victoria’s Secret. Ella, por supuesto, se descojona. Me confirma que nuestra amiga común Carme Chaparro también viene a la fiesta y me pongo como una ardilla de contento. Carme es el carisma y las risas hecha mujer. Y punto. También va a venir a la fiesta una mujer que es importante para mí, se llama Amalia Enríquez, es periodista y lleva muchos años siendo para mí un modelo de corrección, elegancia y saber hacer que admiro enormemente, pero nunca se lo digo porque me da cosa.
Hablamos del libro y Carmen me dice que en estos momentos tenemos encima de la mesa tres opciones para tres editoriales distintas. Me da todo esto un poco de pánico (no me mola crear expectativas) y le digo que quiero que nos movamos rápido. Ella sabe perfectamente elegir lo mejor para mí. Y además, es una amiga. Nos pasamos el resto de la tarde hablando de nuestras solterías y yo le digo convencido que creo que ella, al ser tan alta, tan tipazo y así pues que lo mismo amilana a los hombres y que puede ser que no se le acerquen por miedo. Ella me dice que está frita. Yo le digo que tiene que echarse un novio vasco, porque los vascos estamos educados en el matriarcado y que una mujer fuerte nos gusta mucho. A mí me encanta trabajar con mujeres fuertes. Y ya, entre risas también le digo que las mujeres fuertes lo hacen todo mejor y le ponen mucho más interés al sexo. Ella se pone las gafas de sol, coquetona para no decirme con los ojos que, efectivamente, es así.
Decidimos tomarnos otro té en el Hotel Óscar y allí nos encontramos con un actor de musicales que nos cuenta que se va a México a probar suerte. Por un momento me paro y pienso que a mí se me ha pasado ya el arroz y que no me imagino dejándolo todo atrás y largándome solo a un nuevo país a ver qué pasa. Aunque debe de ser un plan muy excitante.
Llego a casa justo cuando va a empezar el partido y el vecino me espera en camiseta de tirantes y pantalón corto.
Y justo en ese momento pienso de nuevo en todo el tiempo que llevo sin sexo. Más que lo pienso, lo noto en mis propias carnes. El vecino me pregunta si estoy raruno y le digo que no, que en Madrid hace calor (mentira cochina) y que me pilla sofocado.
El Barça le ha metido dos goles al Madrid y yo lo celebro cogiendo a Sam en brazos (para espanto del pobre) y haciéndole gestos obscenos al vecino sin parar. Vamos, que estoy hecho un hooligan de tomo y lomo. El vecino parece que lleva mal la derrota y se queda muy callado. Yo sigo descojonándome. Le pregunto si le tengo que volver a contar el chiste de las cerdas que necesitan ser inseminadas, y vuelve a sonreír.
Pasamos una horita hablando de cosas que no importan y me dice que le esperan unos días de curro muy intensos y que incluso va a tener que currar el fin de semana. Le digo que vaya putada, y me dice que no, que como se aburre pues que le viene bien. Nos despedimos y me manda un beso por la webcam, que yo devuelvo.
Se ha puesto bien la noche, estoy feliz por lo del Barça y decido que me voy a dar un capricho. Carmen esta tarde me ha dicho que los solteros tenemos que mimarnos una barbaridad y que incluso debemos malcriarnos a nosotros mismos todo lo que podamos, que un día sin esperarlo nos volvemos a enamorar y ya se nos complica todo. Por eso agarro una chaqueta, el iPod y me voy al Vips a comerme una doble hamburguesa porque, para ser sincero, si esta noche vuelvo a ver una pechuga de pollo rodeada de ensalada me da un ataque.
Termino de cenar y me vuelvo dando un paseo a casa. La calle está llena de gente y ya se nota que llega el verano y la peña quiere calle. Voy pensando en Ana María Matute, una escritora que hoy ha dicho una frase que me deja pensando: «El que no se inventa no vive». Y supongo que eso es lo que estoy haciendo, inventándome cada día, aunque yo esté más cerca de Madonna que de la Matute.
Se lo cuento a Sam en el suelo de la cocina mientras miro varias revistas que me he comprado en el Vips y me tomo un descafeinado. La noche hoy es muy oscura. Me suena el teléfono y resulta que casi a la una de la madrugada me avisa de que tengo un sms. Pienso que es el vecino pero no. Es el consultor pelirrojo y me pregunta que por qué no ha podido tener una oportunidad. Me dice que es solo curiosidad. Y no le puedo contestar porque, si le digo la verdad, incluso a mí no me gustaría la respuesta.
Me voy a la cama con Sam, que me da varios besos porque como no me he afeitado le da gustito frotarse contra mi barba. Me quedo mirando al techo y me agobio un poco pensando que quizá las cosas cambien pronto y lo mismo no estoy preparado y lo hago todo mal. Se me hace un nudo en el pecho y me duermo y vuelvo a soñar, la playa, esa cara que no veo y esa voz que me dice: «Es todo muy fácil».