VEINTIUNO

Esto es, con todo lujo de detalles, lo que ha pasado el fin de semana.

VIERNES

Me doy a mí mismo la bienvenida a las vacaciones de Semana Santa, un momento de pasión que comienza con un tiempo horroroso. Sam y yo miramos por la ventana (a Sam le gusta que le suba a la encimera de la cocina) y nos damos cuenta de que ha vuelto el frío, y eso Sam lo lleva fatal. Por lo tanto, le enchufo una manta eléctrica y él se pone como las locas. Tengo claro que ya, en todo el día, no va a mover el culo de la manta.

Me hago el desayuno y tengo una conversación por Skype con el vecino. Es una conversación rara, sobre nada en particular, pero tengo la sensación de que el vecino me malinterpreta algo y se pone raruno, como muy para adentro, muy Nuria Espert. Le digo que me voy a la ducha y que ya hablamos luego.

Salgo de la ducha, me voy a la calle a comprarme el Vanity Fair (donde sale la pesada de Lady Gaga en portada) y como solito en un restaurante que se llama Ginger y que me gusta mucho. Mientras como, veo a la gente pasar por las ventanas y observo que existen turistas con un nivel de idiotez francamente excitante. Sacan fotos hasta de las alcantarillas.

Luego quedo con mi amigo José, que está por el centro y me acompaña al supermercado de El Corte Inglés en Callao; si le ponen pódiums aquello también podría ser un bar de «hombres sudados que se frotan entre ellos mientras canta Chaqueta Marrón (Rebeka Brown)». Nos reímos mucho en la sección de hortalizas, por lo que todos ustedes se imaginan. Mi amigo José me pregunta por el vecino y me dice aquello de «ese chico te conviene». Yo le digo que un viaje a Isla Mauricio también me conviene mucho y que tampoco lo tengo.

Al salir del súper me pide que le acompañe a un par de iglesias porque a José le gusta mucho el arte religioso. Entramos en una de la calle del Carmen y luego en otra en la plaza de los Cines Luna. Y me da miedo. El fervor religioso es una cosa que me da mucho pavor. Las religiones me parecen horrorosas y que están dedicadas a hacer que sus fieles vivan con una constante sensación de culpa. También me doy cuenta de que el noventa y nueve por ciento de los feligreses están por encima de los sesenta años. Menos mal que las nuevas generaciones estamos haciendo algo bien.

Vuelvo a casa y otra vez estoy con el vecino en Skype. Le digo que a ver qué coño ha pasado antes y me dice que había malinterpretado un comentario mío y que primero se había enfadado conmigo y luego consigo mismo. Maravilloso. Lo arreglamos hablando de la angustia que tengo porque no sé nada de Paqui la Fandanguilla. Yo creo que él piensa que me faltan varios tornillos, y ese pensamiento es cierto. Es evidente que me faltan varios tornillos.

Hay un momento en que hablamos de su ex. Y todo el mundo sabe que los ex de los demás son horribles. Pero el suyo tiene pinta de ser especialmente horrible y de ser una de las cosas que peor llevo en la vida, un vampiro emocional. Una de esas personas que te quita la energía y que solo está bien cuando tú estás mal. Una verdadera pesadilla que todos padecemos en algún momento de nuestras vidas. Le recomiendo que salga corriendo lo antes posible y que no mire atrás. Él me mira serio.

Después de hablar con el vecino, me doy otra ducha con sal en la cabeza y me acuerdo de que esto me lo recomendó Esperanza Gracia, que es una señora que vive desde hace años instalada en el «mi queridísimo Piscis» y de quien, a pesar de que creo firmemente que abusa de los carajillos, me creo a pies juntillas las predicciones. Me deja un poco acojonado porque esta noche dice: «Escorpio, es probable que lleves unos días soñando la misma cosa y ten bien claro que se trata de un sueño premonitorio que se va a hacer realidad». Y pienso en ese sueño recurrente en el que estoy en la playa y no veo la cara de quien está a mi lado.

Ya instalado en la cama, Sam pega un salto y se pone a mi vera con su cabeza apoyada en mi pecho. Como han bajado las temperaturas, el pobre tiene frío y se me acurruca por necesidad más que por cariño. Y eso que esta noche le he puesto media latita. Nos dormimos los dos como troncos pensando yo en el vecino y su ex y él probablemente en todo lo que le haría a la pesada de Hello Kitty…

SÁBADO

Me levanto a las once de la mañana y Sam sigue roncando. Sigo con la dieta y por tanto desayuno un bol de cereales orgánicos, un plátano orgánico, una cosa de esas que te reduce el colesterol, una pastilla de multivitaminas, un descafeinado, y me fumo un cigarro que no creo que sea muy orgánico.

Voy al baño y compruebo maravillado que las cosas estas que dicen de la fibra en la tele son absolutamente reales.

Vanessa me llama por teléfono y me cuenta que todavía le duele la espalda de pasarse tantas horas currando frente al ordenador. Hablamos de su novio (ella está de un enamorado que da terror), de mi vecino, de la poca calidad que hay en el mercado de hombres y de que, efectivamente, Lady Gaga es fea. Quedamos para desarrollar todos estos temas frente a un té verde por la tarde.

Luego me llama mi madre y me pregunta si está todo bien, porque apenas la llamo y la tengo muy abandonada. Le digo que no se preocupe, que estamos aquí Sam y yo pelando la pava y viendo cómo pasan las horas. Me cuenta lo triste que está la gente en Ayamonte porque no pueden salir las procesiones y que, aunque ella no es nada religiosa, respeta mucho las creencias de los demás y que le parece una faena.

Cuando abro la nevera, me doy cuenta de que está prácticamente vacía y que no me queda otro remedio que ir al súper a abastecerme para el fin de semana, lo cual me da una pereza enorme. Y justo cuando voy a salir al súper, resulta que me llaman unos amigos que viven muy cerca (y que son un peligro) y me dicen que me invitan a comer y a tomar café en su casa, que viene una gente estupenda que me va a encantar conocer. Y, qué quieren que les diga, era esto o el súper. Así que decido que yo puedo con todo y primero me voy al Carrefour y después me encamino a casa de mis amigos con dieciséis preciosas botellas de Coronita debajo del brazo.

Aquí comienza la debacle. Efectivamente, el grupo de gente allí reunido era una verdadera maravilla y enseguida me hago uña y carne con una mujer madura que tiene un Yorkshire que es homosexual pero ella, como madre enamorada, no se da cuenta. Es llegar y vernos el Yorkshire y yo, y decidimos que nos vamos a enamorar como si no hubiera un mañana. No tengo demasiada hambre, pero tengo una sed que me muero. Y resulta que en la terraza (porque estos tienen un terrazón en el centro de Madrid) pega un rato el sol y me salgo con mi nuevo novio (el perro) y un par de cervezas para que nos conozcamos un poco más y podamos pasar directamente a hacer el amor. Para retratar el momento y que se vea que no miento, ya un poco pedo como Alfredo decido hacerme unas fotos con las cervezas y otras con el perro enamorado ya hasta las zarpas, y las subo al Twitter y al Facebook.

Las horas pasan, y con la alegría de las cervecitas me quedo dormido y en tetas en un futón en la terraza con el perro instalado en mis brazos. Me despiertan mis amigos, que han decidido que también quieren un poco de sol y me informan de que hay «cigarritos de la risa». ¿Y saben ustedes una cosa? Pues que estoy hasta las trancas de ser bueno y responsable. Llevo un tiempecito que ni bebo, ni fumo, ni voy con mujeres y ni siquiera doy sustos a mis vecinas ancianas en el portal. Estoy empezando a mutar en algo parecido a Lydia Bosch y he decidido que hoy la lío parda. Por lo tanto, hago lo que cualquier soltero que se ve en tetas en una terraza con un Yorkshire enamorado bajo el brazo: organizo allí mismo una Supermartxé y decido que, si Britney Spears puede bailar así en sus vídeos, yo también tengo derecho a ser gogó un rato.

Me saco el iPod del bolsillo y pongo una lista de reproducción que se llama «Destrucción Dance», y desde ese momento recuerdo las siguientes cosas:

—Decido que voy a hacer un pase de modelos con la colección de gorras de mis amigos. Y sí, sigo en tetas.

—Cuando Kylie canta «The One» (Freemasons Club Mix), lo estoy dando todo de tal manera que observo que en la terraza de enfrente unos vecinos me jalean mientras una amiga de la fiesta se me acerca y me dice que debajo de la camiseta no se me intuyen «esas tetas».

—Noto que el perro se desenamora un poco cuando me ve que estoy completamente entregado a la fiesta y que los cigarritos de la risa en la pista nos están llevando a un divorcio exprés que ya lo querría Liz Taylor, que en paz descanse.

—Y hay un momento que me pone triste de golpe y porrazo. Hay una canción que se llama «Fall in love» (Seamus Haji Club Mix) que ustedes deberían escuchar y que la canta una chica que se llama Estelle. Ya está anocheciendo, yo he perdido la cuenta de las cervezas y hasta el perro me ha abandonado. Estoy solo en la terraza y empieza esa canción, y yo no dejo de bailar y miro al cielo. Y entonces me quedo parado y la cara del vecino nuevo (y guapo) se aparece en mi cabeza y ya no se va, y recuerdo que una vez me dijo una cosa que no entendía y que ahora, por desgracia, la entiendo. Y me quedo muy triste y creo que hasta lloro un poco. Y lo peor de todo es que no sé por qué… o sí, y por eso lloro. Menos mal que no me ve nadie. Se ha puesto a llover un poco, pero yo sigo bailando.

Lo siguiente que recuerdo es que es la una y media de la madrugada y que me quedo dormido (y completamente vestido) en mi cama. Les prometo que no tengo ni idea de cómo he llegado a mi casa. Y no lo quiero saber. Estoy vestido y, por lo tanto, no he sido abusado.

DOMINGO

Me despierto ya pasado el mediodía y no sé dónde narices tengo la cabeza. Me siento tan culpable que llamo a mis amigos y me dicen que no me preocupe de nada, que el desfile de gorras fue maravilloso y que hay que ver lo divertido que me pongo cuando me suelto. En concreto me dicen: «Hay que ver lo fresquito que estabas». Me quedo más tranquilo al saber que me van a seguir hablando. Del perro no dicen ni mu, y yo ni pregunto, por si las moscas.

Le pongo a Sam media latita y él me mira con cara de «¿esto es para que no te recuerde nunca lo cocido que llegaste anoche a casa, mal padre?». Y yo le digo que esto no va a volver a suceder y que no llame al defensor del menor, porque con Andreíta ya tenemos bastante, y que no nos falta otro fan de Justin Bieber con problemas.

El domingo me lo paso catatónico y mi madre me llama un par de veces desde Ayamonte para confirmarme que han salido dos cofradías con sus Cristos y esas cosas y que, aunque ella no lo pilla, le emociona muchísimo el fervor de la gente creyente. Mi madre y yo somos muy de empatizar con movilizaciones ciudadanas, qué se le va a hacer. Ella, para que yo me haga a la idea del momento de fervor popular, me pone el móvil con el altavoz para que escuche la música que ponen cuando pasa la Virgen de no sé qué y me dice que pida un deseo, que en Ayamonte toda la gente pide un deseo cuando pasa esa Virgen. Por si las moscas, apoyado en la encimera de la cocina, cierro los ojos y pido un deseo.

No tengo ni idea de qué está haciendo mi vecino hoy. El último sms lo mandó ayer antes de que llegara a la comida en casa de mis amigos. Y hago una burrada brutal. Le mando un mail con la canción de Estelle y la letra. Le subrayo una parte de la letra que dice: «We walk by each other daily / But there’s something about today that says maybe». No tengo ni idea de por qué hago esto, pero lo hago.

No recibo respuesta al mail hasta última hora. Me dice que ha recibido mi mail y que mañana hablamos, que (debido a la diferencia horaria) ya se va a meter en la cama. Le contesto simplemente con un «ok» y me hago la cena mientras le digo a Sam que le agradezco que me quiera tanto a pesar de estar como un cencerro. También le digo que, aunque me vea un poco flojo, no se me va de la cabeza que se acerca el momento de su baño anual y que no me valen ni mohines, ni zarpazos, ni carreras por la casa, porque como tengamos una bronca los vecinos van a pensar que somos dos participantes de El Reencuentro en Tele 5, y eso sí que no. Ni hablar.

Esta noche en la ducha he decidido rebelarme contra las enseñanzas Jedi de Esperanza Gracia y no me da la gana ponerme sal en la cabeza, mi queridísima Piscis de los cojones.

Termino el día con un poco de nervios porque hoy, ahora que ustedes están leyendo esto, van a saber un poco más de mí porque se estrena el videoclip que ha dirigido Juan Marrero para la canción que he escrito y producido para Lanka, un artista que ya se ha convertido en un amigo y al que llevo en mi corazón. Esta es la letra que hace tiempo me hacía daño y que con el tiempo se convirtió en algo casi premonitorio de lo que me estaba por llegar. Ahora todos ustedes van a poder escuchar esa letra que escribí y la canción que he producido después de muchos años alejado de la música. Espero de todo corazón que les guste. Para mí es importante que les guste. Mañana vuelvo pero les dejo con el estreno.