DIECIOCHO

Me he despertado con un calentón enorme porque por primera vez en años (creo) he tenido un sueño erótico. Y la cuestión es que tiene que ver con ese sueño recurrente que tengo de que estoy en una playa y llega alguien y resulta que el sol no me deja ver la cara de la persona que tengo al lado… por lo tanto, hago lo que cualquier hombre soltero de mi edad y en mis circunstancias. Es decir, que me dedico al amor propio, aunque se me corta el rollo porque Sam está en una esquina de la cama con cara de «que me pongas el desayuno YA».

Y sentado en el suelo de la cocina me pongo a pensar que lo mismo tengo que volver a intentarlo con las mujeres. Tuve durante tres años una novia y durante los últimos tiempos también he tenido mis rolletes con tías. Mi amigo Nando, sin ir más lejos, me cuenta por teléfono que está encantado porque ha conocido a una tía total y se lo está pasando la mar de bien. Lo mismo es volver a probar, porque es como lo de montar en bicicleta: que una vez que aprendes ya no se olvida.

Sigo ultimando los detalles de la fiesta de aniversario de Kiehl’s y espero ansioso que me llegue la prueba final de la invitación. Y cuando llega, pues me encanta y me pongo a trabajar un ratillo para invitar a mis amigos, que siempre se lo pasan pipa entre cremas y gin-tonics.

Luego quedo con Jake, que es el coproductor del segundo tema que he escrito para Lanka, y nos ponemos al día en cuestiones de arreglos, producción y pasta. Jake es un tío con un talento acojonante y trabajar con él siempre es un placer. Hay mucha gente que me dice que debería volver al mundo de la música, pero es que me da una pereza tremenda y solo en ocasiones especiales y cuando el artista me llama mucho la atención estoy dispuesto a hacerlo. Aunque tenga que reconocer que cada vez que vuelvo a entrar en un estudio me siento como en casa…

El vecino nuevo me llama por teléfono y me dice que, cuando vuelva a Madrid, le debería ayudar a encontrar un gimnasio. Yo le digo que encantado. Él me pregunta si entreno solo y le cuento que no, que entreno con Chris, y me dice si existe la posibilidad de entrenar con nosotros, porque como apenas conoce gente en Madrid, pues que le molaría. Yo le digo que se lo voy a preguntar a Chris, pero no creo que haya ningún problema. Le pregunto por su trabajo y me dice que está esperando respuestas a algunas reuniones. También me suelta un puyita cuando me dice que lleva un mes «muy de esperar respuestas». Yo le digo que tengo que salir porque tengo que ir a comprarme un batido de hidratos de carbono…

Mientras escribo en casa una parte de la novela de asesinatos, me doy cuenta de que tengo que escribir un flashback y me hago otro a mí mismo y vuelvo a darle vueltas en la cabeza a lo de la adolescencia. Sigo pensando y estando más que convencido de que ahí, y solo ahí, están muchas de las claves para entender lo que nos ha pasado cuando hemos crecido. Sigo viendo que tengo que hacer una llamada a mi madre y hablar de muchas cosas.

Y es que, estando soltero, de repente me ha dado por solucionar muchas cosas pendientes que tenía por ahí. Tengo ganas de cerrar algunos capítulos para poder empezar otros nuevos sin tener que mirar atrás. No pienso mirar atrás ni para coger impulso.

Vanessa me dice por el Twitter que está muy liada y que me llama por la tarde. Yo creo que como está superenamorada se le va el santo al cielo con una facilidad pasmosa.

En la calle Fuencarral se me cae el iPod al suelo, y uno que podría ser tronista de Mujeres y hombres y bíceps berzas se ofrece a ayudarme. Es verle las cejas depiladas y el cuerpo untado en aceite Johnson y preguntarme que quizá la vida con el físico de Alfredo Landa no es tan mala, después de todo.

Y mientras camino me doy cuenta de que ya hace bastante tiempo que no tengo sexo, con lo que yo soy para esas cosas. Pero la verdad es que no lo echo de menos en absoluto. Y eso que está llegando la primavera y me pongo como los locos con los primeros calores. Pero esta vez no.

El cuerpo no me lo está pidiendo y me da un poco de terror pensando que lo mismo me está llegando la menopausia antes de los cuarenta, pero luego me digo que, si no me apetece, pues no me apetece y no pasa nada. Eso sí, miedo me da el primero que pille después de la abstinencia, que lo voy a dar todo.

Y es que el sexo siempre me ha parecido muy importante, para qué les voy a engañar. Es el complemento perfecto del amor, y con amor es mil veces mejor. El deseo por el deseo está fenomenal para liberar testosterona y quemar grasa, que hay que ver lo que se adelgaza follando, pero ya me resulta un poco aburrido lo del «aquí te pillo, aquí te mato». Últimamente me apetece mucho más la calidad que la cantidad, y me he dicho a mí mismo (y también se lo he dicho a Sam) que la próxima vez que me acueste con alguien va a ser una cosa de mucha calidad. Sam, por supuesto, me mira con cara de «por favor, no los traigas a casa que luego te lías y a ver quién narices me pone la latita».

Y no saben ustedes lo cariñoso que está Sam. Tanto que si fuera un adolescente humano pensaría que me la está liando parda por detrás, porque tanto mimo y tanto buen rollo no es normal en él. Miedo me da salir de casa y volver y encontrármelo todo arañado.

El equipo de management de Lanka me llama por teléfono para contarme que Juan Marrero ya ha terminado el videoclip de la primera parte de la canción y que mañana por la tarde habrá un visionado en el estudio de Juan. Por cierto, Juan es un amigo y vecino que es director de videoclips y es un hombre vital, enérgico y que siempre lo tiene todo claro. Tomamos cafés de vez en cuando y nos contamos las vidas y siempre terminamos riéndonos a mandíbula batiente, que pocas veces me he chocado con una persona tan proactiva para absolutamente todo. Así que mañana me iré encantado a ver qué imágenes ha puesto Juan a mi música.

El vecino me vuelve a llamar (no es que no quiera llamar yo, es que él tiene teléfono de empresa y le sale gratis) y me pregunta por Scream 4. Le digo que la vi en el pase de prensa y sorprendentemente se alegra una barbaridad de que me haya gustado. Se alegra demasiado. Y claro, me parece un poco raro y cuando se lo digo me dice que «entonces no vas a ir a verla con el armario pelirrojo ese, ¿no?». Santo Cristo de la Luz. Le digo que hablamos a la noche… y sí, sigo teniendo pendiente una conversación sobre «eso» con él, pero es que no encuentro el momento apropiado.

Como he decidido renovarme por fuera y por dentro, me voy a una tienda donde venden productos para el gimnasio y le cuento al dependiente moderno y con las cejas convenientemente depiladas (¡qué drama, joder!) que necesito algo que me motive y que me dé fuerza. Entonces saca un botecito blanco y me dice que aquello tiene unos polvos que me va a poner la adrenalina rollo como cuando dejas sola a Sonia Monroy en una tienda de tangas. Es decir, que me voy a poner como una moto. Por supuesto, me compro el bote.

Sigo currando un rato por la tarde y me doy cuenta de que aún no he escrito el artículo de este mes para Oh My God!, la revista donde escribo la última página todos los meses. Como Lady Gaga está muy de moda porque va a sacar un nuevo disco, le dedico toda la página y la llamo de todo menos «delgada», porque si hay una cosa que me da una pereza suprema en la vida es Lady Gaga. Y sus fans, que son un terror interminable. Por Dios, si es que la chica esta es un travesti con un Casio…

Llamo por teléfono a la revista y le pido cinco mil disculpas a su jefe de redacción, que se llama Víctor y es un tío estupendo, y me dice que no pasa nada, que le encantan mis artículos a pesar de que él se pone loco con Shakira y yo tampoco la soporto. Víctor es un poco fan de Lady Gaga, pero no cuenta demasiado porque es heterosexual y por lo tanto no corre riesgo de terminar con una peluca rubia haciendo un lipdub en una plaza pública.

Me llega un informe del servicio de estadísticas que tengo contratado para controlar el blog, y me informan de que desde que publico estás crónicas el número de visitas ha subido considerablemente. Varios lectores me dicen que esto debería ser un libro, una serie de televisión o un algo, pero vamos, que esto hay que desarrollarlo como sea. Le voy a dar unas vueltas a la cabeza a ver qué se me ocurre.

Mientras estoy en la Gran Vía (hay una cantidad de gente para morirse), en el iPod empieza a sonar «Indestructible», de Robyn, y mientras espero al semáforo me doy cuenta de que un pie se me empieza a mover incontrolablemente. Y en ese momento sé que ya me queda muchísimo menos para volver a bailar en un semáforo. Bien.

Llego al gimnasio acelerado como una ardilla por culpa de los polvos esos que me he comprado y le digo a Chris que lo voy a dar absolutamente todo entrenando el pecho. Chris me dice que le doy miedo del ímpetu, y nos ponemos a comentar el fin de semana. Chris está contento porque ha vivido un momento sexy con su pareja y me pregunta si yo también he tenido un momento sexy. Yo le cuento que he estado como seis horas con el vecino en una videoconferencia. Chris da por hecho que nos hemos hecho un sexy show online y yo le aclaro que de eso nada, monada. Entonces Chris me dice que si me falta un hervor, porque a ver cómo soy capaz de pasarme tanto tiempo en una cámara sin enseñarle las tetas al vecino, porque según Chris el vecino se merece eso y mucho más. Yo le explico lo del partido de fútbol, los penaltis y que me he quedado dormido mientras el vecino me veía, y que estoy contento porque, aparentemente, no ronco. Chris, que es chileno y tiene la sangre caliente, me dice que ya vale de tanta poesía y tanto pretty woman y a ver si pasamos a la acción de una vez, que me van a salir arrugas de la castidad, que es malísima para todo.

Vuelvo a casa con un acelerón con los polvos esos que cuando les echas agua parece que estás bebiendo Fairy, y me cuesta dormirme una barbaridad. Menos mal que, puntual como un reloj, el vecino nuevo (y guapo) me llama por teléfono y nos pasamos dos horas charlando de tonterías. El vecino me hace reír mucho, porque sabe poner voz de travesti y es una cosa muy sorprendente, porque si ustedes le vieran, jamás lo pensarían. Pero me hace reír mucho. Por supuesto, no encuentro el momento para hablar de «eso» y la cosa comienza a escocerme una barbaridad. Porque depende de «eso» la respuesta que yo podría dar cuando él regrese. Depende muchísimo.

Me cepillo los dientes pensando que de mañana no pasa que hablemos del asunto, e incluso pienso que le voy a decir que ponga la webcam porque hay cosas que hay que decirlas viendo la cara de la otra persona.

Doy mil vueltas en la cama por culpa de los polvos estos y a las tres de la mañana estoy en el suelo de la cocina comiéndome un sándwich de jamón de york y un tazón de cereales light mientras Sam está sentado a mi lado con cara de «que no se le cambie el sueño, por favor».

Creo que me duermo a eso de las cuatro de la mañana y vuelvo a tener el sueño ese de la playa. Y esta vez, aunque sigo sin ver la cara de la persona que está a mi lado, oigo la voz que me dice: «Es todo muy fácil». Y empiezo a intuir…