Y así ha sido el fin de semana.
VIERNES
No voy a ir a ver Scream 4 con el armario pelirrojo. ¿El motivo? Pues que la distribuidora española de la película me invita al exclusivo pase de prensa que se celebra este mismo viernes a las 12 del mediodía. Los gritos de alegría que doy se oyen en todo el barrio.
Antes de ir al cine tengo que pasar por el banco, y compruebo que se me está yendo la mano con los gastos. Y es que, claro, al estar soltero uno de repente tiene una vida social de lo más intensa y no para de comer y cenar fuera de casa. Y no, ya saben ustedes que he abandonado los McDonald’s. De hecho, llevo una semana sin probar bebidas con gas (el champán no cuenta, por supuesto), que he leído en algún sitio que son lo peor.
Ni se imaginan ustedes lo que me gusta la película. Miren que iba pensando que iba a ser un cuadro, pero supera todas mis expectativas y me hace olvidarme de los extractos de la visa. Después como en Bazaar con unos amigos y, claro, me acuerdo del vecino porque la primera noche le llevé a cenar allí. Luego ayudo a una amiga a llevar varias maletas de ropa (se ha mudado a la plaza de Chueca) y ella, que además de guapa es agradecida, me regala una camiseta con escotazo. Fíjate.
Por la tarde llega el drama en forma de sms. El consultor pelirrojo me manda un mensaje en el que me dice que ya solo falta una semana para el estreno de Scream 4. Muérete. Se me había ido de la cabeza totalmente. No sé qué responderle sin parecer un cerdo egoísta con el interés que tiene el chico. Creo que lo mejor es mentirle piadosamente y el viernes que viene ir al cine con él. Se me amontona todo ahora mismo.
En casa me echo una siesta y me doy cuenta de que me falta algo cuando me despierto, pero no sé qué es. Por lo tanto, me hago dos sándwiches de paté, me como unas fresas y un poco de piña, que la piña es buenísima para todo.
Me mandan la nueva canción de Lady Gaga y me parece un horror. Escribo la crítica y la llamo de todo menos delgada.
El consultor pelirrojo me llama para decirme a ver si quiero cenar con él. Le digo (mentira cochina) que ya tenía planes y que lo siento mucho. Noto en la voz que se queda un poco decepcionado y me siento un poco mal. El tío se lo está currando. Otra vez el timing de las narices.
La verdad es que iba a salir a cenar con un amigo y una amiga, pero al final no puede ser. El día lo termino viendo el calvario televisado de María José Campanario. Me quedo dormido entre gritos de «choriza» y «lagarta». Señor, qué plan.
Me despierto a mitad de la noche para ir al WC y caigo en la cuenta de qué era «eso» que me faltaba: hoy no he hablado con mi vecino.
Me vuelvo a la cama.
SÁBADO
Por la mañana voy a ver a un amigo que es el director creativo de una firma de moda que tendrá su debut oficial en el verano del 2012. He tenido el honor de ver lo que será la primera colección y me he quedado muy impresionado. Por supuesto, me lo he probado todo. Y es que es un lujo estar rodeado de personas creativas y mentalmente estimulantes. Es un lujo necesario, al menos para mí. En la vida no todo debe girar en torno al amor. La amistad siempre ha sido un puntal esencial en mi vida. Una vez oí que «los novios pasan, pero los amigos se quedan», y estoy más convencido de ello que nunca.
Al salir del despacho de mi amigo voy andando hasta la Glorieta de Quevedo para ir al supermercado. Este fin de semana me apetece pasarlo tranquilito en casa con Sam.
Además se supone que tengo que ver el partido Madrid-Barça para tener mi primera discusión seria con el vecino. Eso, claro está, si el vecino me llama.
Justo cuando estoy pagando en la caja del súper me suena el teléfono y resulta que es el consultor pelirrojo, que me informa de que está exactamente a unos 20 metros de mí. Por supuesto accedo para tomar un aperitivo con él cargado con las bolsas de la compra y saco la conclusión de que es un tío de puta madre. El tipo está tremendo, se ve que tiene la cabeza perfectamente amueblada y además me hace reír. Un bonus innegable es que tiene un culo (perdonen, pero no soy de piedra) como para ponerle una plaza con una placa en su honor. Me dice que me ayuda a llevar las bolsas a casa y me parece bien.
Llegamos al portal y, cuando me voy a despedir, me doy cuenta de que me quiere dar un beso. No sé qué mierda me pasa últimamente con los portales, que parezco Hannah Montana escondiéndome de mis padres para darlo todo. Es una situación incómoda y giro la cara cuando me va a dar el beso. Giro la cara porque desde donde estoy tengo enfrente el portal de mi vecino nuevo y me siento incómodo. Y por alguna razón no puedo. El chico se da cuenta y se despide muy educado. Y se va y yo sé que no creo que le vuelva a ver.
Como en casa pensando que este chico probablemente es buenísimo y es el novio perfecto, pero no es para mí. No tengo ni idea de por qué, pero no es para mí. Me entra un poco de tristeza y un poco de pánico porque pienso que lo mismo me he quedado paralizado sentimentalmente y he perdido la capacidad de ilusionarme. No me gustaría perderla, la verdad, pero ahora tampoco hay mucho más que pueda hacer.
Por la tarde me doy cuenta de que se me ha olvidado comprar plátanos, embutido y limpiacristales. Me bajo a El Corte Inglés y a la vuelta quedo con Vanessa, que, a pesar del calor, sale con chaqueta a la calle. Cuando le pregunto qué por qué va tan tapada, me dice: «Hijo, es un Chanel y tenía muchas ganas de ponérmelo». Ella es así y yo la quiero así. Nos tomamos un café en la calle Fuencarral y hablamos de las vacaciones, de un viaje que tiene que hacer y ella siempre me pregunta por el vecino nuevo. Vanessa opina que el vecino es exactamente lo que me hace falta: un tipo maduro, con un buen curro, que ya ha vivido lo suficiente y con cara de marido. Ante el terror de verme acorralado por Vanessa, decido que hablemos de las escenas gore de Scream 4. Por supuesto, eso le corta el rollo, que ella es muy sensible para las carnicerías.
Me vuelvo a casa y me echo una siesta.
Mi madre me llama desde la playa y me dice que los turistas ya están invadiendo las playas de Huelva. También me cuenta que tiene un nuevo ídolo musical que se llama Juan Santamaría y que está como las locas con un disco que se llama Las coplas del vaivén, porque resulta que es un homenaje a Carlos Cano, que es uno de los cantantes favoritos de mi madre. Mientras yo estoy aquí con los calores me alegra mucho escucharle lo feliz que está en Ayamonte, rodeada de gente que la quiere tanto y la trata tan bien. Si ella está feliz, yo más, y encima agradecido a Ayamonte, que a ver si voy más, que no voy nunca.
Suena el teléfono y es el vecino, que me dice que a ver si me bajo un programa que usa todo el mundo y que se llama Skype para que veamos el partido juntos. Por supuesto, no tengo Skype porque siempre he pensado que es una cosa para hacer cibersexo, pero en menos de lo que Paqui la Fandanguilla se arranca las extensiones en directo, ya lo tengo instalado.
Comienza el partido y la situación es raruna. Veo al vecino en camiseta de tirantes y bermudas en la cama de su hotel. Yo voy vestido más decente, pero es una sensación extraña. Charlamos en los intermedios de muchas cosas y me dice que no puede ni soportar las películas de terror (claro, eso le quita como 6 puntos de golpe) pero que le encanta bailar y trabajarse una pista (con esto gana los 6 puntos que había perdido). Me dice que a ver cuándo nos vamos a bailar juntos otra vez, que se lo pasó muy bien en el after conmigo. Miedo me da todo. Y el partido termina con dos penaltis. Uno para el Madrid y otro para el Barça. El vecino tiene el morro torcido porque pensaba que iba a ganar el Madrid, y yo le digo que Mourinho es el colmo del mal karma y que tiene una energía malísima.
A todo esto comienzo a oler como a quemado y me doy cuenta de que se me han achicharrado las palomitas, y hay tanto humo que mi casa parece el plató de aquel programa donde a una mari de Alcorcón la convertían en Shakira mientras Bertín Osborne hacía como que presentaba.
Sigo con el Skype y me doy cuenta de que el vecino tiene tres empujones seguidos (uno detrás de otro) y un culazo que, si fuese cantante, JLo tendría un problema. Perdonen, pero es que ni soy tan bueno todo el rato, ni soy de piedra… y ya casi no me acuerdo de la última vez.
Cambio a Tele 5 para susto del vecino y le cuento que María Antonia Iglesias la está liando parda. El vecino se ha quitado la camiseta y yo empiezo a hiperventilar. Me acuesto en el sofá con el pijama puesto y me quedo dormido hablando con el vecino por Skype y con las luces dadas. Sam no entiende nada y yo tampoco.
DOMINGO
Visita de «el difunto», que resulta que había olvidado unas cosas en mi casa. La situación, por supuesto, es tensa, a pesar de que los dos nos comportamos como unos señores. Cuando el difunto se lleva lo que se había olvidado hace muchos meses, le cuento a Sam que me siento mucho más tranquilo y que estamos bien. Yo creo que Sam le tenía bastante cariño al difunto y le doy una latita y me siento con él mientras se la come y le cuento que llevamos ya muchos meses viviendo solitos él y yo y que tampoco se va a agarrar un bajón ahora por ser hijo de padre soltero.
Sms del vecino: «A ver si la próxima vez que te veo quedarte dormido es en directo. Por cierto, no roncas».
He quedado con mi amigo José para comer y, claro, el pobre no entiende nada cuando le explico que una de las cosas de quedarte soltero es el marcarte nuevos objetivos y que, por primera vez en mi vida, y aterrado por los anuncios del colesterol de Manolo Escobar, he decidido comer sano y aumentar la cantidad de fruta y verdura. Y es que nadie quiere parecerse a Manolo Escobar, no me jodan.
Le cuento a José lo del consultor pelirrojo y me dice que me comprende. Y me asusto, porque José es la cordura hecha persona y es el hijo que toda madre quiere. José es muy de conseguir objetivos y me dice que el consultor pelirrojo era una distracción en medio del camino. Yo le miro con cara de «tú has fumado algo y no me lo quieres decir», y él me dice que me conoce desde hace muchos años y que me ve de maravilla. Claro, esto me da un poco de terror, que lo mismo cualquier día me doy cuenta de que estoy madurando y entonces sí que me pongo como las Grecas.
Paso la tarde en casa escribiendo mi próximo libro con resultados irregulares. El vecino llama por teléfono y nos pasamos un rato hablando de nuestra adolescencia. Y claro, la risa y el bochorno van a partes iguales, porque yo he tenido una adolescencia que, en palabras de mi madre, «la matanza de Texas a tu lado era un capítulo de Heidi».
Cuelgo el teléfono convencido de que muchas de las cosas que seguimos sin entender tienen una respuesta en la adolescencia. Me paso un buen rato repasando la mía y hay cosas que no me hacen gracia. No siempre he sido el mejor hijo del mundo, por mucho que mi madre diga que llevo diez años que soy el sueño de cualquier madre. No siempre me porté bien con ella y no siempre entendí bien lo que pasaba y por qué pasaba.
Estoy sentado en el suelo de la cocina comiendo fresas y piña y termino la tarde convencido de que aún me quedan algunas cosas que solucionar conmigo mismo antes de poder compartir cosas con alguien más. Esta semana quiero llamar a mi madre mientras esté en la playa y hablar con ella y decirle cosas que nunca le he dicho. Supongo que es parte del proceso…
Por la noche me vuelvo a encontrar con mi amigo José para ir al cine. Vamos a ver la nueva versión de Caperucita Roja. Y sí, esta es otra de las cosas que no consigo explicarme. ¿Caperucita Roja? Joder, Abel… estás como para estamparte.
Ha sido un buen fin de semana porque no ha pasado nada de nada. Estoy dejándome llevar por la inercia, que es una cosa que Lydia Lozano ha hecho toda la vida con su peluquera, y si a ella no le va mal, a mí me irá mejor.