He dormido fatal, me he levantado fatal y me encuentro abotargado. Me he despertado y he visto que el vecino nuevo (y guapo) me había mandado un sms en el que me daba los buenos días desde el aeropuerto y me decía que si podía me daba un toque a la noche cuando aterrizase. Y es que se va muy lejos.
No me he levantado de buen humor, porque pienso que las cosas son a veces demasiado complicadas. Sam me da cariños mientras me tomo el café en el suelo de la cocina. Y miro el café y pienso en el té verde del vecino. Parece que, cuando tenemos una cosa al alcance de la mano, no la valoramos mucho, pero en cuanto se nos escapa, pues la historia cambia. Y le digo a Sam que eso es un error que todos cometemos a veces. Él tuvo una temporada que se ponía ciego de latitas, y al final ni les hacía caso. Hasta que dejé de dárselas…
Me llama por teléfono un amigo que trabaja en la tele y que es famoso y por eso no puedo decir su nombre (porque me arrancaría los huevos), y me dice que hace mucho que no nos vemos y que qué vergüenza más grande enterarse por el blog de que soy un hombre soltero. Yo le digo que me enteré del embarazo de Mar Flores por el ¡Hola! y que tampoco le monté un pollo.
Llego al gimnasio con tal cara de dormido que Chris me dice que a ver si estoy seguro de que quiero entrenar. Yo le digo que sí, que estoy de un humor raruno y que me hace falta echarlo todo fuera. A Chris le extraña que no me haya acostado con el vecino. A Chris y a todo el mundo. A mí no. La verdad es que no. Porque el sexo, o la pasión o lo que sea, termina confundiendo las cosas y liándolo todo. Y eso no me conviene un pelo ahora mismo. Claro que me hubiese gustado, pero es que, si hago todo lo que me gusta, Nena Daconte, por ejemplo, no tendría una carrera musical porque ya le hubiera arrancado las cuerdas vocales con mis propias manos. Es un decir.
Luego me tomo un café con Vanessa, que se queda un poco a cuadros cuando le cuento la historia, porque ella daba por hecho que la relación se había «consumado». Pero es que le cuento que las cosas no tienen por qué ser así necesariamente. Igual el truco, vaya usted a saber, es conocer muchísimo a alguien antes de dar un paso. Lo mismo suena antiguo, pero desde luego que es una opción.
Ahora mismo me parece una opción mucho más razonable. El sexo por el sexo es una cosa que está fenomenal, pero yo ya he cumplido mi parte de eso hace unas semanas y estoy satisfecho.
No quiero caer en esa cosa de te conozco, te pego tres polvos, me enamoro y nos vamos a vivir juntos. De verdad que no tengo la edad ni la paciencia necesaria para eso. Cuando se comparte la vida con alguien, se comparte con una PERSONA. ¿Cómo coño te vas a vivir con alguien al que conoces de hace tres días? Y bueno, si esto lo haces con 20 años, pues vale, pero cuando ya sabes cómo está el patio es como para estamparte vivo.
Tengo una reunión telefónica que no se acaba nunca acerca de dos proyectos (uno literario, otro discográfico) que no me terminan de convencer. Al otro lado de la línea me dicen que el resultado puede ser muy bueno si me involucro, pero creo que hoy no era el día de las involucraciones.
Como en casa viendo las noticias y, como siempre, Tele 5 viene a rescatarme de un momento chungo. Porque, en menos de cinco minutos, en el programa Sálvame están llamando literalmente «ratera» y «golfa» a María José Campanario por no sé qué de un juicio y unas pensiones. Y lo de Tele 5 empieza a ser muy gratificante porque, por mucho bajón que uno tenga, sus vidas siempre serán mucho peores que la mía, incluso por exigencias del guión.
Por la tarde me paso por Kiehl’s, donde tengo una reunión con el equipo de Janneth para aprobar el diseño de la invitación de nuestra próxima fiesta. La verdad es que la invitación es perfecta y no tengo nada que decir. Es un gusto enorme cuando la gente trabaja bien.
Saco a Janneth a tomar un café en un bar en el que cené con el vecino (sí, me acuerdo del vecino) y le cuento que esta misma mañana he respondido a un mail que me llegó la semana pasada y que no sabía cómo responder. Era el mail de alguien a quien quiero una barbaridad y que, por cosas que pasan, dejé de tener en mi vida. Hablo de un amigo, del mejor amigo. Todos los días le he echado de menos. Y precisamente por eso le he contestado que yo le sigo queriendo una barbaridad y que solo necesito un tiempecillo para poner mi vida en un sitio en el que pueda sentarme enfrente de él y hablemos de lo que haya que hablar. Contestar este mail me ha costado una barbaridad, pero Janneth (que conoce la historia) me dice que he hecho muy bien en contestarlo. Y es que Janneth es una buena amiga y una buena persona. Ella cree en la Cábala y todos los meses me ata una cinta roja alrededor de la muñeca mientras reza algo para que yo tenga felicidad. No tengo ni idea de qué es la Cábala, pero sé que la energía de Janneth siempre está conmigo.
Y mientras tanto, en Tele 5, una que peinaba a Rocío Jurado sigue aterrada de que le revienten la exclusiva de la boda de una hija que tiene y que es cantante pero se ha casado preñada. ¿Problemas yo? Nah…
Luego decido buscar una tienda por el barrio donde tengan comida un poco sana. Y esto sí que tengo que reconocer que es influencia directa del vecino que lo come todo (es un decir) orgánico y así. Me vuelvo a casa con leche de soja, tortitas de maíz y una cosa que sabe a queso pero que por lo visto no es queso. Grandioso.
Salgo del estanco y me encuentro a un señor que podría ser campeón de lanzamiento de jabalina pero que sin embargo es muy inteligente y trabaja de consultor y que me quería llevar al cine a ver Scream 4, la película que más me ha apetecido ver en mucho tiempo. Ya que estamos ahí, me invita a una cerveza (cerveza él, yo té verde), y paso un rato la mar de entretenido hablando de películas de terror, de lo caro que está todo y de que ninguno de los dos entendemos a Paz Padilla cuando habla. Nos reímos mucho de la peña que pasa por la calle Fuencarral, porque hay algunos cuadros de comedor que son un sofoco. Mientras me habla, caigo en la cuenta de que el consultor es la primera persona pelirroja que he visto que me hace gracia. Pero luego me dice que a ver si quiero picar algo para cenar y le digo que no es el día, que tengo curro atrasado. El chico se lo toma fenomenal y me dice que a ver si el fin de semana nos tomamos unas cañas. Yo le digo que me llame y ya vemos.
Y se me ha olvidado comprar lechuga. Por lo tanto, me bajo a un nuevo supermercado que ha abierto en la calle Augusto Figueroa, que es donde compra ahora mismo todo el who’s who del centro de Madrid. Y allí mismo me encuentro a Lanka (el cantante con el que estoy trabajando en su segundo single) y su mánager, que lleva los brazos llenos de paquetes de brócoli. Y allí, junto a las ensaladas, nos ponemos a hablar de curro, de que hay que ponerse gracioso para el verano y de que el jueves que viene tenemos una reunión a las cuatro de la tarde. Y menos mal que me lo recuerdan, porque se me va la olla. Y de camino a casa me acuerdo de unas gotas que tomaba mi abuela y que la ponían en su sitio de golpe y la tía se acordaba hasta del nombre de los invitados a su Primera Comunión. Me hago una nota mental para llamar a mi madre y que me diga si se acuerda del nombre de la pócima.
Y es mi madre la que llama para decirme que se ha pasado el día sola con mi padre en una playa de diez kilómetros y que me echa de menos y que hay que ver lo bien que estaría yo allí poniéndome moreno. Por supuesto, le aviso del problema de cáncer de piel y también le digo que, más que un bronceado, me hace falta un cerebro nuevo y un suministro de latitas para su nieto Sam.
Llego a casa, le pongo pienso a Sam y me doy una ducha, y justo al salir me suena el teléfono con un número desconocido. Es el vecino. Y antes de preguntarme qué tal estoy me dice que a ver si sé de alguna web donde pueda ver el partido de fútbol entre el Barcelona y unos ucranianos. Yo le pregunto que a ver si es broma y él me dice que no. Que él es del Real Madrid a muerte y que disfruta cuando pierde el Barça. No sé si reírme o llorar, y por lo tanto me quedo callado.
Nos pasamos un rato hablando de los aeropuertos, de la cantidad enorme de azafatos homosexuales y del calor insoportable que hace donde él está. Me pregunta que a ver cómo está el barrio. Y yo le digo que pues como siempre, con esta mezcla de modernas de pueblo, culturistas anabolizados y gays con chihuahua (es el perro tendencia ahora mismo). Y luego me pregunta que «cómo está el barrio sin él». Y yo le digo que un poco raro y que he estado en una tienda donde vendían lechugas orgánicas. Me dice que eso está fenomenal y se ríe mucho cuando le digo que hacerse un descafeinado con leche de soja es una desgracia muy grande y que mañana mismo me bajo al chino y me vuelvo a la leche desnatada. Me manda un beso de buenas noches «muy grande» y me dice que mañana me manda mails o algo, que seguro que se va a aburrir en las reuniones.
La verdad es que me quedo raro. Me gusta mucho hablar con él y cuando cuelgo el teléfono me doy cuenta de que es diferente si no me mira a los ojos. Para no pensar, me pongo la película de la Duquesa de Alba (que es lo más punki que he visto en mi vida) y me doy cuenta de que ella también ha tenido una vida supercomplicada a pesar de ser tan rica y tener el mismo pelo que Krusty, el de Los Simpsons.
El vecino me manda un sms: «Estarás contento. El Barça acaba de meter un gol». Le contesto: «Feliz como un cerdo en un charco». Luego él me contesta: «La leche de soja te sienta fatal». Y yo le contesto: «Me he tomado un té verde y me he acordado de ti. Buenas noches». Y ya no me responde. Y menos mal, que no saben qué fatiga me dan los sms.
Mientras me cepillo los dientes me llega un mensaje del consultor: «De verdad me caes bien y sería un gusto ver Scream 4 contigo». No contesto al sms. Casi me trago el Listerine y me da terror que lo mismo se me queda la voz de Carmen Lomana si lo bebo. Me voy a dormir a la cama, que ya paso del sofá.
Me he quedado dormido pensando en el té verde y en si voy a ir a ver Scream 4 solo o acompañado.