TRECE

Bienvenidos al lunes. Ya saben que hoy les voy a contar lo que ha pasado el fin de semana…

El jueves por la noche fue la presentación de Fashion As Wave y me lo pasé fenomenal. Vi a un montón de amigos que hacía tiempo que no veía y me lo pasé pipa. La noche la terminé en una terraza con un vodka con limón después de cenar con Juan Ramón y el vecino nuevo (y guapo) en un restaurante que nos encanta…

Me duermo enterándome (gracias a Paqui la Fandanguilla) de que lo que me dio hace un mes no era una crisis de ansiedad sino un «parraque» y, por lo tanto, duermo fenomenal.

Me despierto y Sam quiere beber agua del grifo. Como tengo una semana muy como de reencuentro entre padre e hijo, le pongo el agua, le pongo media latita y me piro a la calle a leer la prensa mientras me tomo un té verde.

Este viernes ha empezado espectacular. ¿Por qué? Pues por nada en especial, porque me he levantado de la cama (sin que me repartan el turno) y he decidido que hoy es un día grande. De nuevo, confío mucho en el concepto «redecora tu vida». Mientras uno está entretenido, las cosas pasan rapidísimo y apenas queda tiempo para pensar. Y es que la cabeza es una máquina de generar problemas. Cada vez pienso menos las cosas… ¿Para qué narices voy a pensar si, por muchas vueltas que le dé a una cosa, siempre va a pasar lo inevitable?

Y estoy en un momento de mi vida en que sé que tengo que aceptar lo inevitable. Tengo miles de señales que me indican que mi vida va por un camino bueno. Mientras estoy en el supermercado, veo a una pareja de abuelitos que van cogidos de la mano mientras hacen la compra. Probablemente lleven cincuenta años juntos y ahí están, con tanto cariño después de tanto tiempo. Y el ver eso me parece una señal de que el que quiere puede. Y ya me queda menos para volver a bailar en un semáforo.

Vanessa me llama tarde porque anoche separamos los caminos y ella estuvo en otra cena con unos amigos. Me coge el teléfono con la voz de Gargamel, el villano de los pitufos, pero me quedo más tranquilo cuando me dice que los teléfonos táctiles son una pesadilla para una mujer con una manicura en condiciones. También me dice que «hay que ver el apretón que tiene tu vecino».

Y llega la noche y me encuentro cenando en un sitio que se llama Bufalino con mi vecino nuevo (y guapo), su mejor amigo y dos amigas. Y aquello es un circo. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Descubrir gente nueva siempre es excitante, pero si además son gente inteligente y con un sentido del humor a prueba de bombas, pues ya es la leche.

Después de la cena nos vamos a una coctelería y me encuentro tan relajado que he decidido agarrarme un pedito con tequilas. Y es que el tequila me sienta de maravilla y me pone hecho una ardilla. Y no me deja resaca, y eso hace que cada minuto empatice más con Paulina Rubio y sus estilismos. También pienso que le doy gracias a Dios por no ser mejicano, que a estas alturas lo mismo tenía una cirrosis o la carrera de Thalía, que no sé qué es peor.

De la coctelería nos vamos a un club «para modernas» que se llama Charada, y nada más entrar lo doy absolutamente todo porque están poniendo una versión instrumental de un temazo de Modern Talking (sí, esas dos) y yo llego ya un poco enchispadillo. El vecino baila y en un momento me doy cuenta de que nos ponemos ojitos. Una amiga del vecino le pone ojitos a un seguridad del club al que, por lo visto, le huele fatal el aliento, y la otra amiga se da cuenta de que mañana tenía que pillarse un AVE a Málaga pero ella piensa (a ella le encanta el tequila también) que no va a ser posible. Yo también lo pienso. Hay un momento de la noche en el que creo que ojalá me quedara un par de semanas así, con gente que me gusta, con el tequila y con los Modern Talking haciéndome vibrar (del miedo).

¿Y el mejor amigo de mi vecino nuevo (y guapo)? Pues uno de los descubrimientos de los últimos años, para qué les voy a mentir. Y encima es vecino también. No me he reído así en tanto tiempo que ni me acuerdo. Es más, entre las risas y el tequila, el vecino nuevo (y guapo) me dice que hay que ver lo guapo que me pongo con los ojos achinados. Yo estoy a punto de decirle que él estaría guapo hasta con una coliflor en la cabeza y una braga faja de las de Lady Gaga, pero prefiero poner cara de ardilla y seguir bailando, que no quiero que la cosa se me vaya de las manos y el tequila me pone muy accesible.

Estamos saliendo del club «para modernas» y decidimos que lo mejor y más sensato que podemos hacer, después de haber bailado toda la noche… es irnos a un after. Y otra vez a darlo todo, pero esta vez con Red Bull, que no me ha dado alas pero hay que ver lo que me hace bailar.

Vuelvo a casa con el vecino nuevo (y guapo) y subimos por la Gran Vía sin decir una palabra. Es un silencio un poco raro, pero estoy tan agotado que solo pienso en llegar a mi cama y quedarme sobado.

Como el vecino es exactamente eso (vecino), su portal llega antes que el mío y le acompaño para despedirme, y cuando le voy a decir que el domingo si quiere nos tomamos un té, me agarra la cara y me da un beso.

Me voy a casa con una sonrisa como cuando a Yola Berrocal le sacaron el demonio del cuerpo.

SÁBADO

Me despierto derramado en la cama. Me despierta el teléfono. Y cuando me doy cuenta de que me han llamado mis padres, mis amigos, y cuando me doy cuenta también de que son las cinco de la tarde, un muelle me saca de la cama y empiezo a devolver llamadas.

Mi amigo José está en el pueblo de sus padres en Huesca y me dice que esta noche se va a vestir de traje regional. Yo le sugiero que se abra un perfil en una web de sexo con el traje regional, porque lo mismo creamos un nuevo fetiche y yo estoy en un momento de mi vida en que sería incluso capaz de vestirme de gitana extremeña con tal de reírme. Él me dice que va a valorar la posibilidad.

Mi madre me da siete gritos por teléfono cuando le digo que lo he dado todo hasta las diez de la mañana. Ella me pregunta si he bebido alcohol. Yo le digo que no. Ella me dice: «¿Tú te piensas que la policía es tonta?». Luego me pregunta que a ver con quién he salido, y yo le digo que con el vecino nuevo y ella me dice: «Cariño, soy tu madre… ¿sigues pensando que la policía es tonta?». Y luego me dice que a ver si tengo algo que contarle. Y le digo que no, porque la verdad es que no tengo nada que contarle, excepto que estoy más relajado y que el tequila sigue sin darme resaca. Ella me tuerce el morro telefónicamente y me dice que tenga cuidado. Y tengo más cuidado del que ella cree.

Uno ya no tiene mucha edad para fiestas y el cuerpo me pide sofá. Solo me muevo para salir a la calle a comprar una pizza, tabaco y Coca-Cola Zero sin cafeína. Vanessa se ha ido fuera de Madrid el fin de semana y le cuento por teléfono a qué huele un after a las diez y media de la mañana. También le cuento que me hice amigo de un culturista heterosexual que me decía con las pupilas dilatadas que, si algún día cambiaba de acera, lo haría conmigo de la mano. Y esto me lo decía con su novia enfrente, que asentía sin parar y decía: «Perdona, pero somos modernísimos».

Apago el teléfono, que el tequila también me da ganas de silencio.

El sábado lo termino viendo a Jordi González en La Noria (me fascina Jordi) y me duermo. Esa noche no sueño absolutamente nada de nada. Mucho mejor.

DOMINGO

Me despierto sorprendentemente pronto y con mucha energía. Me pongo a echarle un vistazo a lo que va a ser el nuevo libro y escribo unas páginas.

Suena el teléfono y es Vanessa, que me dice que a última hora llegará al barrio.

Suena el teléfono y es mi amigo José, que me dice que ha triunfado con el traje regional, aunque le hace el culo un poco gordo.

Suena el teléfono y es mi amigo Isidro, que me comenta que está con unas putas en un polígono. Les recuerdo que Isidro es policía y está cumpliendo con su deber.

Suena el teléfono y es mi madre, que dice que en Huelva hace un tiempo que te mueres y que estaría mucho mejor con ella que dándolo todo en un after.

Suena el teléfono y, cuando estoy a punto de estamparlo contra una pared, veo que es el vecino nuevo y me dice que a ver si me apetece comer algo.

En menos de lo que Sonia Monroy te graba un maxi-single, estoy detrás de la Puerta del Sol comiéndome unos huevos rotos con jamón (mi comida favorita) con el vecino.

No hablamos para nada de lo del beso, pero le digo que sí cuando me dice que a ver si nos hacemos un cine por la noche.

Paso la tarde escribiendo sentado en el suelo de la cocina y veo que sale un poco el sol. Sam se me acurruca justo al lado y me mira con cara de «anda, dame un poco de jamón de york».

Mi vecino me recoge para ir al cine y nos vamos dando un paseo hasta Príncipe Pío. Decidimos ver una que se llama Invasión a la Tierra y, mientras vemos la película, se produce esa cosa de que los dos metemos la mano a la vez en las palomitas. Nadie dice nada, pero es un momentito sexy.

La película es tan mala que nos vamos a los cuarenta y cinco minutos y volvemos a casa, que ha refrescado. Volvemos riéndonos de una pareja de heavies a los que les han hecho un 2x1 en el moldeador del pelo.

Dejo a mi vecino en su portal y, antes de irme, me dice que mañana tiene algo que decirme. No me lo dice serio, pero tampoco me lo dice contento. Me quedo un poco rayado y, cuando llego a casa, me pongo Gladiator. Y me quedo dormido pensando que ha sido el mejor fin de semana en mucho tiempo. Y pienso en que a ver qué me van a decir mañana…