Volver al sexo después de tener una relación no es nada fácil. Pero nada de nada. Al menos para mí. Obviamente, les cuento esto porque he vuelto a ello. No pienso dar detalles escabrosos, porque no es mi estilo ni soy Paqui la Fandanguilla, pero la cosa ha sido más complicada de lo que pensaba…
Efectivamente, he vuelto a tener sexo. Han pasado muchos días desde la última vez. Y no ha sido sencillo. Supongo que principalmente por la falta de concentración. Volver a tener sexo después de un divorcio significa, sobre todas las cosas, que la vida se mueve hacia adelante y que estamos dando un paso más para recuperar la libertad. Porque yo no les voy a engañar, pero aún no me siento libre del todo. Cuando alguien nos atrapa en los sentimientos, no es fácil dejarlo ir, aunque eso sea lo mejor de todo. Y vaya que si voy a dejarlo ir… Porque yo lo valgo.
Lo bueno ha sido que no hemos ido al cine. Lo malo ha sido que la otra persona quería más y yo no. Lo mío era casi una prueba de resistencia y me lo tomé como un deporte desprovisto de sentimientos, la otra persona quería mimos, cariños y repetir. Un poco lo que Al Bano siente por Lydia Lozano (un conflicto de intereses enorme), pero sin ropa y en un colchón extragrande. Oír ahora mismo la palabra «relación» me provoca un rechazo un poco grande. Y aunque por momentos sigo echando de menos muchas cosas (sobre todo, que me hagan reír), una parte fundamental de salir adelante es estar contento con uno mismo. El señor del rugby se lo ha tomado un poco mal y me lo hace saber…
Y de todas estas cosas hablo con Vanessa poniéndome tibio a arroz a la cubana y solomillo en el Vips de Fuencarral. Vanessa es una persona esencial en todo esto, y cuando pongan la palabra «mariliendre» en el diccionario debería salir una foto suya como jefa de todas las mariliendres del planeta. Vanessa me dice que me ve mucho mejor y se ríe mucho cuando le cuento las barbaridades que le he hecho al señor del rugby. Dice «Oooh», «Aaaaah» y «No te puedo creer» sin parar. Y con ella me río mucho y sé que reírse es fundamental, porque, como no encuentres un rato para reírte de ti mismo y de tus desgracias, lo mismo acabas como Raquel Bollo, arrastrando de por vida a Chiquetete. Con lo que debe de pesar Chiquetete.
Me llega una invitación VIP para ir a una fiesta en La Riviera, donde Carmen Lomana hace el hosting y canta Rebeka Brown, una de las cantantes favoritas de Vanessa. Me lo voy a pensar.
Entreno con Chris en el gimnasio y él piensa que voy a tener una temporada de esas de «a follar, a follar, que el mundo se va a acabar». La verdad es que no tengo pensado eso ni de coña. Ojalá fuese así, pero no. Tampoco tengo edad para convertirme en un cacho carne, ni el sexo esporádico es lo que más me llame la atención del mundo.
Pongo Tele 5 nada más llegar a casa con la ilusión enorme de que Paqui la Fandanguilla me ilumine la vida a través de alguna declaración de esas que ella hace. Paqui me entretiene una barbaridad, y en estos momentos de mi vida he decidido hacerle mucho más caso a ella que a Punset, que desde que leí El alma está en el cerebro me ha dado por pensar las cosas de manera raruna. Pero no sale Paqui, vuelve a salir Raquel Bollo llorando (¿esta mujer qué tiene, lagrimales o pantanos?). Y la cosa me carga. Tengo que ir al supermercado. Pero justo antes de apagar la tele me entero de que un maltratador tiró a Paqui la Fandanguilla por una escalera. Esto me está superando.
Tengo una reunión por la tarde y no me termino de concentrar. Me noto un poco raro, como si algo me rondara la cabeza y no sé muy bien qué es.
El señor del rugby me manda un mensaje de texto diciéndome que quiere una oportunidad, que mañana se vuelve a Lisboa (vive allí) y (literalmente) «que no le deje así porque eso es de egoístas». Sigo sin concentrarme y no contesto porque si contesto le voy a decir en qué parte que yo sé le gustaría que le metiera mi egoísmo.
Salgo de la reunión todavía más desconcentrado y aturdido. ¿Egoísta? Pero vamos a ver… ¿cómo coño me lío yo sin ganas con alguien que vive en Portugal y que (atención) dice que quiere separarse de SU NOVIO? Y es que resulta que el señor del rugby tiene novio y se quiere divorciar. Y eso es un antipunto como para morirse. Miren que me gusta el rugby y sus consecuencias, pero cuando uno no está preparado no lo está. Y eso de «lo de la mancha de mora con otra mora se quita» siempre me ha parecido una soberana estupidez. Necesito frambuesas, no moras, coño.
Total, tengo una reunión con mis editoras en la que hablamos de dos libros. Uno de ellos ya está absolutamente decidido, pero sé que me va a costar mucho escribirlo porque la trama es muy complicada. Ellas me dicen que no tenga prisa. El otro es más accesible y probablemente saldrá a la venta este verano.
Salgo de la reunión y el teléfono me dice que tengo otro sms y ya, por mis cojones, lo reproduzco a continuación LITERALMENTE: «He estado media hora en tu puerta sin saber si llamarte o no o tal vez esperando que salieras, pero la razón me dice que no. Gracias a Dios me voy mañana y se acaba esto».
Como ustedes comprenderán, este tipo de cosas desestabilizan una barbaridad, y ya no les cuento si ustedes vieran al señor del rugby. Porque da gloria verlo. Pero lo siento mucho. Ahora me toca a mí el papel de malo, de insensible y de cabrón y lo acepto. Es más, creo que se me nota en la cara que no quiero cenar con nadie, no quiero salir con nadie y no quiero despertarme con nadie. Sobre todo no quiero despertarme con nadie. Bastante tengo con Sam lamiéndome los bigotes por las mañanas. Y creo que hay mucha gente que no asume el rechazo. Y también creo que hay mucho desaprensivo al que le gustan los imposibles.
El señor del rugby mide 1,82 y pesa 93 kilos (eso me ha dicho). Tiene el pelo negro y los ojos verdes. Tiene 42 años. Y un cuerpo de esos de las películas porno. Incluso Vanessa, que ella es más clásica, al ver la foto ha dicho: «Santo Cristo, Abel Arana… ¿y a esto le has dicho que no? A este hay que decirle que sí todo el rato». Claro, me lo ha dicho de coña. Bien es cierto que el señor del rugby se puede zumbar lo que le dé la gana y conozco a varias decenas de personas que se desmayarían como una exconcursante de Gran Hermano al ver de cerca a un tronista de Mujeres hombres y viceversa. Pero yo ni estoy preparado ni quiero estarlo. Me espanta la idea de pasar de una relación a otra, y eso que estoy más necesitado de mimos que Paqui la Fandanguilla. Y eso son palabras mayores.
Total, que llego a casa entre nervioso y contrariado y pensando que todo es una cuestión de timing. Pero liarme con una persona que está al borde del divorcio y que, de momento, vive a cientos de kilómetros, pues no me parece un planazo, precisamente. Y además no me hace falta. Me hace falta salir a la calle y sentir que (como siempre) todo me toca un pie. Ahora mismo, con más esfuerzo que una tertuliana de Sálvame diciendo que no a un vaso de ginebra (ustedes saben de quién hablo), estoy empezando a recuperar la libertad y a estar un poco tranquilo. De hecho creo que hoy ha sido el día de todos que menos he pensado en «el difunto». Y me da a mí que esa es la única clave de todas, que pase el tiempo pensando lo mínimo posible. Y que los muertos sigan muertos, que tengo un vestuario que te mueres para escapar de los zombis. No te jode…
Sam me recibe a gritos porque se le ha vaciado uno de los boles de pienso. Y estoy por agarrar un DVD de Baila con Marbelys y estampárselo en el hocico. Pero ni Marbelys ni él son culpables de la intensidad que tiene todo últimamente. Por lo tanto me hago un té (sí, ya sé que es muy de lesbianas tomarse un té cuando se está nervioso) y utilizo el DVD de Marbelys de posavasos, porque no necesito aprender a bailar salsa y porque a Marbelys, sinceramente, se la va a traer floja.
Me empiezo a preparar un sobre de pasta «a los cuatro quesos pero bajo en grasas» mientras Sam me demuestra que tiene las cuerdas vocales en plena forma. Me debato entre largarle por la ventana, ponerle un disco de Alejandro Sanz o varias maldades más. Pero decido sentarme en el suelo y contarle lo del señor del rugby y le digo que estas cosas me agobian mucho y que se me hace un nudo en la garganta y que solamente tengo ganas de estar solo. Una pena que no alquilen islas desiertas low-cost. Porque eso es justo lo que necesito.
Me he comprado la última temporada de la serie 24 y empiezo a verla. Pero no consigo concentrarme, y si lo llego a saber me pongo una de Julio Médem, que con eso me hubiera quedado como un tronco en diez minutos. Le doy muchas vueltas a la cabeza y es un rollo, porque el lunes había empezado fenomenal.
Me duermo pensando que, como me toque la lotería, voy a poner una empresa de islas desiertas de alquiler porque, teniendo en cuenta como está el patio, me forro…
Les quiero más que Chiquetete a Raquel Bollo, pero menos de lo que me quiere el señor del rugby a mí.