Esto que van ustedes a leer me lo manda mi amigo Philippe y lo ha escrito Paulo Coelho en su blog:
Todos los amantes, independientemente de cuál sea su sexo, quedan advertidos de que el amor, además de ser una bendición, también es algo extremadamente peligroso, imprevisible, que puede acarrear serios daños. Por lo tanto, quien tenga la intención de amar, debe ser consciente de que está exponiendo su cuerpo y su alma a heridas de muy diferentes tipos, sin poder culpar por ello a su pareja en ningún momento, puesto que ambos corren el mismo riesgo.
Es decir, que ahora sí que me han entrado ganas de subirme a una azotea con una escopeta y el último disco de Marta Sánchez, para que el desastre sea completo. La verdad es que no me apetece un pimiento leer cosas así ni que me las recuerden. Es como si cuando estás ilusionado al comprarte un coche viene un filósofo plasta y te dice: «Recuerda que es probable que te estampes y te quedes lisiado en un choque frontal». De verdad…
He dado un paso adelante en el gimnasio. Siempre entreno con cascos porque, aunque nadie me crea, soy bastante tímido y me cuesta mucho hablar con personas que no conozco. Pero hoy había un chico entrenando y me ha pedido ayuda para levantar peso. El chico entrena muy bien, y en un momento me he atrevido a decirle que estoy un poco cansado de entrenar solo y que, como él entrena muy bien, pues que a ver si podemos entrenar juntos, que así uno se motiva más. El chico ha dicho que sí y bueno, por lo menos es un paso para mí, que siempre pienso que me van a decir que no.
Insisto una noche más en la comida que engorda (hoy McDonald’s… tres hamburguesas pero Coca-Cola Zero) y en Enemigos íntimos, donde hoy sale uno que dice que se zumbaba a Belén Esteban al mismo tiempo que esta se zumbaba a Jesulín. Y me siento fenomenal. Entre otras cosas porque el presentador se empeña en repartir turnos cuando debería repartir hostias, y porque me tranquiliza mucho saber que tengo suerte al no haberme quedado embarazado de un torero.
Me siento un poco solo y creo que ha llegado el momento en hacer feliz a alguien. Y decido darle su latita a Sam, que anoche al final no bajé al chino. Por lo tanto, se la pongo en un plato y me siento a su lado y miro lo feliz que es comiendo esa cosa que huele a pies. Estoy sentado en el suelo de la cocina mientras Sam ronronea y come a la vez con una ansiedad que ya la quisiera la madre de Hannah Montana y, por primera vez en días, respiro un poco tranquilo y siento que las cosas están en calma, a pesar de que sigo echando de menos muchísimas cosas y a pesar de que me niego a escuchar nada que cante Robyn, al menos durante una temporada.
Que darse una hostia es inevitable es como decir que la carrera musical de Nena Daconte tiene el mismo futuro que yo haciendo tecno-copla. Para los que no lo saben, canto como un perro de mal. Y que las hostias duelen es una verdad como un templo. Y no crean ustedes que pretendo convertirme en una Bridget Jones con bigote y pene. Para nada. Les cuento esto porque lo único que sé hacer es escribir y porque tengo terror de que se me quede algo dentro y termine con la expresión facial de Terelu Campos, entre el susto y el mordisco.
Me voy a la cama mientras escucho al de la tele suplicar que «yo reparto los turnos».
Me despierto pensando que alguien me está comiendo la boca. Y efectivamente es así. Sam quiere desayunar y ha decidido lamerme los bigotes hasta que me despierte. Por otro lado, siguen sin repartirme el turno.
Me asomo a la ventana y veo que sigue lloviendo, lo cual es una mala noticia, un poco como cuando te enteras de que Nawja Nimri va a grabar otro disco. Mientras voy a la primera reunión de la mañana encuentro una canción de 50 Cent que me gusta mucho y llego animado y todo. Y es que la música cada día es más fundamental para levantar el ánimo. Y me lo levanta tanto que llego a la productora con actitud de negro chungo, lo que les deja un poco descolocados. Sobre todo porque digo mucho «Fuck yeah!».
Hablo con mi amigo Juan Ramón (que se aburre como un hongo en un hotel de Bcn) y le digo que tengo terror al vacío del fin de semana. Y es que antes tenía planes y una vida un poco ordenada, y eso, para un desastre como yo, es muy bueno. Y de repente me encuentro con que no sé qué hacer. Y me da miedo. Juan Ramón me dice que hay que pasar por eso y que es una putada, pero que es bueno porque a la larga uno sale reforzado. Vanessa (la única mujer a la que le permito pegarme repetidamente con un bolso de marca) me dice que este fin de semana me va a sacar una noche me ponga como me ponga y que la vamos a armar. Literalmente me dice que desempolve «esas camisetas con escotazo» porque un pecho masculino como el mío es un imán para la aventura. Y yo tengo tantas ganas de aventura como de que un oso polar se me siente en la cara. Un oso polar o Rosa de Benito, que viene a ser la misma cosa pero con mechas rubias.
Quedo a comer con Gus (la moda soy yo) en un Vips, y como terapia de choque me dice que ponga la revista ¡Hola! enfrente y le diga a María José Campanario de qué mal se va a morir. También me dice por WhatsApp que si esto no funciona es capaz de hacerme vestir de Bershka un mes entero. Ante el terror, decido lapidar verbalmente a María José.
Por la tarde me llaman por teléfono y me dicen las fechas de rodaje de mi participación en la serie de Internet A solas con Chola. Me hablan de mi personaje y me da un poco la risa floja. Creo que puede ser divertido, aunque me vuelve a dar el pánico escénico, pero lo soluciono con una palmera de chocolate, un bollicao y un Frapuccino. Cada vez estoy más cerca de Britney Spears.
Tengo otra reunión por la tarde con la editorial que publica mis libros y les digo que estoy como bloqueado con la nueva novela. Les explico que estoy tan confundido como Justin Bieber atrapado en una puerta giratoria y mi editora jefe se lleva la mano a la boca como entendiendo el horror en el que estoy instalado. Me dice que no me preocupe, que la inspiración viene sola. Pues ya está tardando, coño. Al mismo tiempo, y por arte de gracia, se me ocurre una idea para un nuevo libro y cuando llego a casa se lo cuento a Sam, que me mira con cara de «¿No latita? No atención». Y dicho esto, se levanta y se va a mear.
Les estoy muy agradecido por el apoyo a esta nueva sección y, de momento, les voy a contar todo lo que me pasa de lunes a jueves a las nueve de la noche. Ya les digo que no soy Bridget Jones (tengo los muslos mucho más torneados), pero si el leer estas tonterías le ayuda a alguien que está como yo, pues con eso ya me doy por pagado.
El próximo lunes les contaré cómo he sobrevivido al fin de semana (porque antes de esto yo tenía planes para el finde), si al final he ido a ver Piraña 3D (que ya la he visto, pero que me encantaría volver a ver) o si me he quedado encerrado en casa aprendiendo a cocinar y, por lo tanto, la cocina ha explotado y las vecinas lesbianas de arriba han intentado romperme las piernas con una bonita llave de kárate.