Tanto les he hablado de mi hijo Sam que no me ha quedado más remedio que obligarle a hacerse una foto conmigo para que él también dé la cara. Yo seré un padre soltero viviendo un drama, pero él es el hijo de una familia monoparental y, si María José Campanario saca a sus hijos en el ¡Hola!, sin que se le despeinen las mechas, pues yo tengo todo el derecho del mundo a explotar al mío. Que un hombre soltero con un hijo da una ternura terrible, y de eso se trata ahora mismo.
Anoche cené con mi amiga Pepa y, mientras ella me aleccionaba de la vida y al mismo tiempo me avisaba de que no se me ocurriera volver a meterme con los labios (faciales) de Paloma San Basilio, yo me ponía ciego de unos «Agnolotti rellenos de foie y aliñados con Grana Padano». Vamos, que estaba cenando light porque las rupturas te dan una ansiedad muy grande y hay momentos en los que te da lo mismo terminar con el contorno de cintura de Fernando Esteso. Total, nadie te va a ver desnudo en la ducha y el gato está acostumbrado a los horrores.
Pepa ha formado parte del «ejército de rescate» del que les hablaba ayer. Y antes de quedar con ella le decía a mi amigo Daniel (conferencia desde Alemania) que estaba sintiéndome como una niña africana del Domund que da una pena tremenda. Y no. Pena da la carrera musical de Los Calaítos. Pero mi vida no. Ya me ven… hecho un prodigio de la autoafirmación durante dos minutos.
Después de cenar, Pepa (que tiene un cochazo que te mueres) me deja en la puerta de casa y una vecina un poco jodida del segundo me mira con cara de «este es gigoló». Y si a estas edades alguien piensa que estoy como para ejercer de gigoló de señoras ricas, eso solo puede ser una buena señal. Cuando llego a casa decido ver un programa que dan en Tele 5 y que se llama Enemigos íntimos. No suelo ver estos programas, pero hoy me lo voy a tragar entero porque no tengo sueño, porque estoy hasta el moño de las lechugas radioactivas y de Gadafi (por Dios, si se ha hecho eso en la cara… ¿cómo coño iba a gobernar bien un país?) y porque en estos programas la gente se lleva fatal, se insultan sin parar (la palabra «guarra» es muy tendencia ahora) y, por lo tanto, hacen que mi vida parezca un puto musical de Disney. Esta noche sale una que dice que era amiga de Belén Esteban y que es más mala que la tiña. La verdad es que han pasado veinte minutos y nadie ha dicho «Yo te mato», «Esto está en manos de mis abogados» o la maravillosa frase «Mira, hija de puta, yo te arranco las extensiones a mordiscos». Por lo tanto, me aburro y hago lo único que un hombre soltero puede hacer: encuentro un DVD de una película de Leonor Waitling y hago de él el mejor uso que se le ha hecho nunca… lo utilizo de posavasos mientras me voy a la cocina y rebusco una bolsa de chuches que compré ayer.
Debe de ser que esto de los divorcios te deja una adicción al dulce que cualquiera que me hubiera visto anoche desvalijando la cocina pensaría que era yonqui de toda la vida, de esos de chándal bicolor de táctel. Como no encuentro las chuches, me da por hacerme un bocata de jamón serrano «porque puedo engordar lo que me dé la gana» y sentarme delante de la tele para enterarme de que un exnovio de una sobrina de Rocío Jurado no va a la tele porque le ha dado un ataque de ansiedad. Lo mismo él también buscaba las chuches y le ha dado un chungo.
Me duermo oyendo gritar al presentador: «¡Que yo reparto los turnos!».
Me despierto pensando que a ver cuándo narices me dan el turno.
Vuelvo a la vida laboral y tengo una reunión sobre dos proyectos de los que tengo ganas. A veces creo que tengo un poco de pánico escénico, pero la reunión sale bien y, claro, se supone que ahora mismo refugiarme en el trabajo es una buena idea. Un poco como cuando a Rihanna (la Raquel Bollo del pop mundial) le sacudió dos hostias un novio y ella se puso a grabar discos como si aquello fuera el fin del mundo. Si a ella le ha ido bien (con ese pelo), a mí no me puede ir mal. Digo yo.
Café con Gus. Es un amigo con un perfil altísimo en el mundo de la moda, lo que me viene de perlas porque yo soy un poco garrulo para vestirme. Gus me dice que «yo no tengo ningún problema, porque el problema son LOS OTROS», y en ese momento pienso en que cualquier momento podría acabar como Nicole Kidman, divorciado de una loca y con una cara de permanente sorpresa gracias al Botox. Y ni hablar del peluquín.
¿Y cómo estoy? Pues miren ustedes. Estoy a ratos. Iba andando por la calle Fuencarral y me di cuenta de que mi vacío existencial se iba a llenar muchísimo si encontraba unas zapatillas molonas. Entonces me fui a una tienda supermoderna y me pasé veinte minutos de reloj mirando zapatillas. Y no he sido capaz de decidirme por ninguna. Y creo que lo mismo me pasa con la gente. Tengo a los amigos divididos en dos sectores: por un lado están los que me dicen que me tengo que dejar llevar y hacer lo que me venga en gana, y por otro están los que te miran con mirada bovina y te dicen: «Abel Arana, tienes que follar». Y en cuanto al sexo, estoy con una pereza que incluso Sam creo que está un poco asustado. No me he convertido en María Ostiz, pero tampoco tengo ganas de que me posea el espíritu de María Lapiedra, que debe de ser cansadísimo.
La solución no está en unas zapatillas. Es más, empiezo a estar convencido de que la solución no está en ningún sitio. Hoy se ha puesto a llover y el cielo está gris, y eso me tira de espaldas y me baja los biorritmos. Por eso he pasado el día que ni fu ni fa. Y si me siento desgraciado a ratos, siempre podré enchufar la tele y volver a ponerme Enemigos íntimos, porque esta noche también lo ponen y, gracias a Paolo Vasile, mi vida va a parecer de un normal que asusta.
Sigo echando de menos muchas cosas y me da a mí en la nariz (y miren que tengo una tocha en Cinemascope) que al que más echo de menos es a mí. A ver si me encuentro, me saludo, hago las paces y dejo de tener esta imperiosa necesidad de tomarme tres Frapuccinos cada dos horas, que, como todo el mundo sabe, eso es lo que llevó a Britney Spears a la locura.
Mi hijo Sam me mira con cara de que, ya que me he puesto a explotarle, lo menos que puedo hacer es darle una latita. Los mismos ojos que el gato de Shrek sabe poner el cabrón cuando quiere algo. Les dejo, que me bajo al chino a ver si encuentro algo que le indigeste, que no estoy hoy ni para chantajes emocionales ni para fans de Kylie Minogue, dos cosas necesarias pero igualmente molestas.
Mañana será otro día. Eso si a Gadafi no le da por borrarnos de la faz de la tierra y si la lechuga que me estoy comiendo no está contaminada.