DOS

Como esta sección puede que se acabe mañana (porque yo también soy muy «Born This Way», no te jode), pues les sigo contando cómo me va y así ustedes se van descojonando, asustando o directamente toman la decisión de cruzarse de acera y agarrar fuerte el bolso si me ven por la calle.

Anoche estuve pensando en lo de Libia y Japón. Sobre todo en lo de Libia. Ustedes dirán: ¿Tustastonto? Pero no. Como me cuesta un poco dormir, estuve hasta las tantas viendo las noticias en veinte mil canales de esos que me da Imagenio a cambio de una pasta, y les prometo que no entiendo nada. ¿Estamos en guerra? ¿Es esta guerra menos chunga que la de Aznar? ¿Es la ONU la que decide cuándo una guerra mola y cuándo no? Me doy cuenta también de que no entiendo a Zapatero para nada. Por lo tanto, a las dos de la madrugada, hago lo que cualquier persona sensata: me hago un bol de palomitas y me veo una película gore para descargar ansiedades varias. Porque ver asesinar clones de Hannah Montana me relaja mogollón. Disfruto como un puerquillo con los hachazos (sí… me lo voy a hacer mirar).

Pensé en lo de Libia y las lechugas radioactivas de Japón después de colgarle el teléfono a mi amigo Daniel, al que tuve dos horas conectado (desde Alemania) contándole cosas. Es obvio que Daniel se ha ganado el cielo, de la misma manera que el resto de mis amigos. Fíjense ustedes en que cada vez soy más consciente de la importancia de la amistad. Mis amigos no me han dejado solo un minuto. Literalmente. Y como son modernísimos y también tienen redes sociales, me han hecho saber de su amor por Facebook, por Twitter, por sms, por mms… Vamos, les ha faltado mandarme un burofax, porque hasta me han mandado bombones Godiva (Daniel desde Alemania). Y digo yo que son grandes personas porque, a pesar de que estoy mudo como Belinda (¿o era ciega?), ellos insisten en lo de «escupe, Guadalupe», que dicen que hay que sacarlo todo para afuera. Que lo mismo se me queda dentro y me pongo hecho una foca y que a las focas les va mal en la vida, que mira tú Raquel Mosquera.

De hecho, me he quedado sorprendido un poco y todo. Ustedes esto no se lo van a creer, pero a pesar de ser «una ardilla con un machete» (así me describe alguien que me quiere), soy muy tímido y bastante reservado en mi día a día, que la mala hostia ya la saco por aquí. Y estoy abrumado y rodeado del cariño de mis amigos y les prometo que es una pasada. Es curioso que se diga que las redes sociales alienan a la gente. A mí, fíjense ustedes, me han servido para recibir el cariño de mucha gente. Al final, el dueño de Facebook se ha ganado el dineral que le han pagado. Mi amiga Ana, con la que he comido en un centro comercial (me fascinan), me mira con cara de que me quiere. También me mira con cara de que me quiere… abofetear, pero todo cariño es bienvenido. Ana me dice siempre «Esos brazos no son normales… ¡para ya!», pero yo le digo que el gimnasio viene de maravilla para templarse y para no gritar a la gente y sacar el machete a la primera de cambio. Porque he tenido cinco minutos en que, si alguien me llevaba la contraria, lo mandaba a su casa con la cabeza introducida en su ano. O algo así.

He visto en la tele a una que se llama Indhira y que, después de ir a GH (donde uno se la ha trincado hasta el éxtasis), se ha ido a encontrar el amor a otro reality. Claro, esto me hace pensar. Lo mismo tengo que dejar de pensar que Indhira es un petardo terrible y que la pobre mujer lo único que quiere es un gogó que la ame como ella y sus dientes se merecen. Y si ella lo quiere buscar en un plató, pues a ver si tiene suerte y nos deja a todos tranquilos de una vez.

Mi amigo Philippe me envía desde Bruselas una página web que se llama Tiny Buddah (creo), donde me dice que tengo que leer un artículo sobre cómo superar una pérdida. Lo leo y me doy cuenta de que lo que dice es de cajón, y por lo tanto decido actuar como un hombre maduro y sensato y hago lo que tengo que hacer, es decir: decido firmemente que Rihanna es la Raquel Bollo del pop mundial y que una peluquera de Mataró en horas bajas tiene más rollo que ella, pero también decido (y así se lo hago saber a Sam) que tiene unos temazos por los que le perdonaría la vida una y otra vez.

Hablando de Sam, me tiene preocupado porque le veo alejadísimo del drama que vivimos en casa. Me pasa por delante y ni me mira. Y cuando me mira lo hace con cara de «estoy hasta los huevos de este pienso barato que me pones para comer… ¡quiero latitas!». Yo actúo como un padre soltero sensato y le digo que, si quiere latitas, lo que tiene que hacer es prestarme atención, hacerme la rosca y, sobre todo, dejar de afilarse la uñas con el puto sofá, que no somos ricos como la Preysler. Él me mira con cara de que no sabe quién es la Preysler, que estoy equivocado en lo de Rihanna y que, me ponga como me ponga, él quiere latitas.

La verdad es que, que la primavera haya llegado y haya un sol maravilloso en Madrid ayuda una barbaridad, porque enseguida uno saca las camisetas de manga corta y sale a la calle con la actitud de Miss Cuenca. Es decir, consciente de su físico «engorilao» pero orgulloso como si no hubiera un mañana. Antes de despedirme les quiero contar que, de momento, he alejado de mi cabeza la idea de comprarme un CD de Julio Iglesias y agarrarme un pedo de carajillos. Un lector del blog me ofrece su casa en Alicante, y un matrimonio (gracias, Paula) me ofrece una casa en la playa en Mallorca para que vaya a olvidarme de Gadafi y las lechugas radioactivas. Por eso le he echado cojones y he hecho lo único que podía hacer: seleccionar en iTunes los greatest hits de Rihanna y salir a la calle sabiendo que cada rato que pasa me queda menos para volver a bailar en los semáforos y que la gente vuelva a pensar que estoy muy mal de lo mío.

Muchas gracias por la acogida de la nueva sección. De nuevo les quiero, pero no lo suficiente para casarme.