VARIOS MESES DESPUÉS
Estoy con un pedo enorme de mojitos. Y en la Gran Vía hace un calor infernal a las tres y media de la madrugada. El vecino y yo venimos de la boda de mi amigo Manuel. Ha sido una boda espectacular.
Durante la ceremonia, que ha tenido lugar en la terraza del Hotel Urban al atardecer, ha habido un momento en que se me han humedecido los ojos mirando al vecino. Y a él le ha pasado lo mismo. La cosa ha tenido tal intensidad que me ha mandado un sms al móvil que dice que «a veces tiene que pellizcarse para creerse que todo es verdad».
Nos hemos reído lo más grande, hemos bailado, hemos cantado, nos hemos emocionado con los discursos y, claro, al final lo hemos dado todo en la pista de baile sin separarnos de la barra libre de mojitos.
Estamos subiendo por la Gran Vía y el vecino está completamente callado. Yo me quito la corbata. Me pregunta que a ver en qué pienso. Yo le digo que, para ser la primera boda gay a la que he ido, la verdad es que ha sido muy chula y nada hortera. Él me dice que siempre que va a las bodas coge ideas para lo que no quiere hacer en la suya.
Le pregunto entre risas que a ver si se va a casar, y se me pone muy serio, me agarra por los hombros y me dice:
«Contigo, si tú quieres».
«¿Perdona?».
«Lo que has oído», me dice.
Y ahora… ¿qué narices contesto?
¿Cómo le cuento esto a mi madre?