Dios hablaba en serio. Aquéllos que se ponen en sus manos se volverán perfectos, como Él es perfecto: perfecto en sabiduría, amor, gozo, belleza e inmortalidad. El cambio no será completado en esta vida, porque la muerte es una parte importante del tratamiento. Hasta dónde haya ido el cambio antes de la muerte en un cristiano en particular es incierto.
Creo que éste es el momento adecuado para considerar una pregunta que a menudo se plantea: si el cristianismo es verdad, ¿por qué no son todos los cristianos claramente mejores que aquellos que no son cristianos? Lo que yace detrás de esta pregunta es en parte algo muy razonable y en parte algo que no es razonable en absoluto. La parte razonable es ésta. Si la conversión al cristianismo no produce ninguna mejora en las acciones externas del hombre —si éste sigue siendo tan orgulloso o despreciativo o envidioso o ambicioso como era antes—, entonces creo que debemos sospechar que su «conversión» fue en gran medida imaginaria; y después de la conversión propia de cada uno, cada vez que uno piensa que ha hecho un progreso, esa es la prueba que debemos aplicar. Buenos sentimientos, nuevas perspectivas, mayores intereses en la «religión» no significan nada a menos que hagan que nuestro presente comportamiento sea mejor, del mismo modo que en una enfermedad «sentirse mejor» no sirve de gran cosa si el termómetro muestra que nuestra temperatura sigue subiendo. En ese sentido el mundo exterior tiene mucha razón al juzgar al cristianismo por sus resultados. Cristo nos dijo que juzgásemos por los frutos. A un árbol se le conoce por sus frutos, o, como decimos los ingleses, la prueba del pudin está en el comérselo. Cuando los cristianos nos comportamos mal, o dejamos de comportarnos bien, hacemos que el cristianismo resulte increíble para el mundo no cristiano. Los carteles de la guerra nos decían que las conversaciones negligentes cuestan vidas. Es igualmente cierto que las vidas negligentes cuestan conversación. Nuestras vidas negligentes hacen hablar al mundo, y nosotros les damos bases para ello de un modo que arroja dudas sobre la verdad del cristianismo mismo.
Pero hay otra manera de exigir resultados en la que el mundo exterior puede ser bastante ilógico. Éste puede exigir no solamente que la vida de cada hombre deba mejorar si se convierte al cristianismo: también puede exigir, antes de creer en el cristianismo, ver el mundo entero dividido limpiamente en dos campos —el cristiano y el no cristiano— y que toda la gente del primer campo en cualquier momento dado sea claramente mejor que la gente del segundo. Esto es irrazonable por varias razones.
1) En primer lugar, la situación en el mundo actual es mucho más complicada que eso. El mundo no consta de cristianos al cien por cien y no cristianos al cien por cien. Hay personas (y muchas) que están poco a poco dejando de ser cristianas pero que aún pueden llamarse a sí mismas por ese nombre: algunos de ellos son clérigos. Hay otras personas que poco a poco se están conviniendo al cristianismo aunque aún no se llamen a sí mismos cristianos. Hay personas que no aceptan toda la doctrina cristiana acerca de Cristo, pero que se sienten tan fuertemente atraídos por Él que son Suyos en un sentido mucho más profundo de lo que ellos mismos pueden comprender. Hay personas de otras religiones que están siendo conducidas por la influencia secreta de Dios para concentrarse en aquellas partes de su religión que están de acuerdo con el cristianismo, y que de este modo pertenecen a Cristo sin saberlo. Por ejemplo, un budista de buena voluntad puede ser conducido a concentrarse más y más en las enseñanzas budistas acerca de la piedad y relegar (aunque aún pueda decir que cree en ellas) las enseñanzas budistas sobre ciertos otros temas. Gran parte de los buenos paganos mucho antes del nacimiento de Cristo pueden haber estado en esa posición. Y siempre, por supuesto, hay un gran número de personas que se sienten confusas y tienen una cantidad de creencias inconsistentes mezcladas entre sí. En consecuencia, no sirve de mucho formar juicios sobre los cristianos y los no cristianos en masa. Sirve de algo comparar gatos y perros, o incluso hombres y mujeres, en masa, porque en ese caso uno sabe definitivamente cuál es cuál. Además, un animal no se convierte (ni lenta ni súbitamente) de perro en gato. Pero cuando comparamos los cristianos en general con los no cristianos en general, normalmente no estamos pensando en personas reales que conozcamos en absoluto sino en una o dos vagas ideas que podemos haber obtenido de los periódicos y las novelas. Si queréis comparar al mal cristiano con el buen ateo tendréis que pensar en dos especímenes auténticos que hayáis conocido en la realidad. A menos que aclaremos las cosas en ese aspecto sólo estaremos perdiendo el tiempo.
2) Supongamos que hemos aclarado las cosas y estamos hablando ahora no de un cristiano y un no cristiano imaginarios, sino de dos personas reales en nuestro vecindario. Incluso en este caso debemos tener cuidado de hacer la pregunta adecuada. Si el cristianismo es verdad, debería seguirse que a) Cualquier cristiano será más bueno que la misma persona si no fuera cristiana. b) Que cualquier hombre que se convierte al cristianismo será mejor de lo que era antes. Del mismo modo, si los anuncios de la pasta dentífrica Whitesmile son verdad debería seguirse que a) Cualquiera que la utilice debería tener mejores dientes de los que tendría si no la utilizara. b) Que si alguien empieza a utilizarla sus dientes mejorarán. Pero señalar que yo, que utilizo Whitesmile (y que también he heredado malos dientes de mis padres) no tengo unos dientes tan buenos como los de un negro joven y sano que vive en la jungla africana y que nunca ha utilizado Whitesmile en absoluto prueba, por sí mismo, que los anuncios sean falsos. La cristiana señorita Bates puede tener una lengua más viperina que la del descreído Dick Firkin. Eso, en sí mismo, no nos dice si el cristianismo funciona. La cuestión es cómo habría sido la lengua de la señorita Bates si ella no hubiera sido cristiana, y cómo sería la de Dick si él lo fuese. La señorita Bates y Dick, como resultado de ciertas causas naturales y la educación recibida en sus primeros años, tienen ciertos temperamentos: el cristianismo promete poner ambos temperamentos bajo una nueva dirección si ellos se lo permiten. Lo que tenéis derecho a preguntar es si esa nueva dirección, si se le permite hacerse cargo, mejora la compañía. Todo el mundo sabe que lo que está siendo dirigido en el caso de Dick Firkin es mucho más «bueno» que lo que está siendo dirigido en el caso de la señorita Bates. Pero no es esa la cuestión. Para juzgar la dirección de una fábrica, debe tenerse en cuenta no sólo su producción sino también su instalación. Si consideramos la instalación de la fábrica A, podría ser de extrañar que tenga producción en absoluto, y si tenemos en cuenta la instalación de primera clase de la fábrica B, su producción, aunque alta, puede ser mucho más baja de lo que debería. No cabe duda de que el buen director de la fábrica A va a instalar maquinaria nueva en cuanto pueda, pero eso lleva tiempo. Entretanto, la baja producción no prueba que éste sea un fracaso.
3) Y ahora profundicemos un poco más. El director va a instalar maquinaria nueva: antes de que Cristo haya terminado con la señorita Bates, ésta será ciertamente muy «buena». Pero si lo dejásemos en eso, parecería que el único cometido de Cristo fuera llevar a la señorita Bates al mismo nivel en el que Dick Firkin ha estado desde el principio. Hemos estado hablando, de hecho, como si Dick estuviera bien; como si el cristianismo fuese algo que los malos necesitaran, o algo de los que los buenos pudieran permitirse prescindir, y como si la bondad fuera todo lo que Dios exigiera. Pero esto sería un error fatal. La verdad es que, a los ojos de Dios, Dick Firkin necesita ser «salvado» tanto como la señorita Bates. En un sentido (y explicaré en cuál dentro de un momento) la bondad apenas necesita intervenir en el asunto.
No puede esperarse que Dios considere el temperamento plácido y la disposición amistosa de Dick exactamente como nosotros. Ambas cosas son el resultado de causas naturales que Dios mismo crea. Siendo puramente temperamentales, desaparecerán si la digestión de Dick se ve alterada. La bondad, de hecho, es el regalo de Dios a Dick, no el regalo de Dick a Dios. Del mismo modo, Dios ha permitido que las causas naturales, operando en un mundo dañado por siglos de pecado, produzcan en la señorita Bates la estrechez de mente y los nervios alterados que dan cuenta de la mayor parte de su maldad. Dios tiene pensado, a Su tiempo, arreglar esa parte de ella. Pero esa no es, para Dios, la parte crítica del asunto. Ésta no presenta dificultades. No es eso lo que le inquieta. Lo que Dios está observando y esperando, aquello para lo cual está trabajando es algo que no es fácil ni siquiera para Dios, porque, debido a la naturaleza del caso, ni siquiera Él puede producirlo por un mero acto de poder. Dios está observando y esperando esto tanto por parte de la señorita Bates como de Dick Firkin. Es algo que ambos pueden darle o negarle libremente. ¿Se volverán, o no se volverán, hacia Él y cumplirán así con el único fin para el que fueron creados? Su libre albedrío está temblando dentro de ellos como la aguja de una brújula. Pero ésta es una aguja que puede elegir. Puede apuntar a su verdadero Norte, pero no necesita hacerlo. ¿Girará la aguja, se detendrá, y apuntará hacia Dios?
Dios puede ayudarla a hacerlo. Pero no puede forzarla. No puede, por así decirlo, alargar Su mano y orientarla en la dirección apropiada, porque entonces ya no sería libre albedrío. ¿Apuntará al Norte? Ésa es la pregunta de la que pende todo lo demás. ¿Ofrecerán Dick y la señorita Bates sus naturalezas a Dios? La cuestión de si las naturalezas que le ofrecen o retienen son, en ese momento, buenas o malas, es de importancia secundaria. Dios puede ocuparse de esa parte del problema.
No me interpretéis mal. Por supuesto que Dios considera una naturaleza malvada como algo malo y deplorable. Y, por supuesto, considera una naturaleza bondadosa como algo bueno: bueno como el pan, o el agua, o la luz del sol. Pero estas son las cosas buenas que Él da y nosotros recibimos. Dios creó los nervios sanos y las buenas digestiones de Dick, y hay mucho más de eso allá de donde vino. A Dios no le cuesta nada, por lo que sabemos, crear cosas buenas, pero convertir voluntades rebeldes Le costó la crucifixión. Y porque son voluntades pueden —en la buenas personas así como en las malas— rechazar Su demanda. Y así, como la bondad de Dick era simplemente parte de la naturaleza, acabará haciéndose trizas al final. La naturaleza misma pasará. Las causas naturales se reúnen en Dick para formar un patrón psicológico agradable, del mismo modo que se reúnen en una puesta de sol para formar un conjunto agradable de colores. Al cabo (porque así es como funciona la naturaleza) éstos se desharán nuevamente y el patrón en ambos casos desaparecerá. Dick ha tenido la oportunidad de convertir (o, mejor dicho, de permitirle a Dios que convirtiera) ese patrón momentáneo en la belleza de un espíritu eterno. Y no la ha aprovechado.
Hay aquí una paradoja. Mientras Dick no se vuelva hacia Dios, piensa que su bondad es suya, y mientras siga pensando eso, no es suya. Lo es cuando Dick se da cuenta de que su bondad no es suya sino un regalo de Dios, y cuando se la ofrece a su vez a Dios, es justamente entonces cuando empieza a ser realmente suya. Porque ahora Dick está empezando a intervenir en su propia creación. Las únicas cosas que podemos guardar son aquellas que le damos libremente a Dios. Lo que intentamos guardarnos para nosotros es justamente lo que con toda seguridad perderemos.
Por lo tanto, no debemos sorprendernos si encontramos entre los cristianos algunas personas que siguen siendo malas. Incluso existe, cuando se piensa en ello, una razón por la que puede esperarse que las malas personas se vuelvan hacia Cristo en mayor número que las buenas. Era eso lo que la gente objetaba con respecto a Cristo durante Su vida en la tierra: parecía atraer a «personas terribles». Y la gente sigue objetando eso, y seguirá haciéndolo. ¿Comprendéis por qué? Cristo dijo «Bienaventurados sean los pobres», y «No es fácil que un rico entre en el Reino de los Cielos», y no cabe duda que originalmente se refería a los económicamente pobres y los económicamente ricos. ¿Pero no se aplican Sus palabras a otra clase de pobreza y otra clase de riqueza? Uno de los peligros de tener mucho dinero es que podéis sentiros bastante satisfechos con la clase de felicidad que el dinero puede proporcionar y dejar así de percataros de vuestra necesidad de Dios. Si todo parece seros dado sencillamente firmando cheques es posible que olvidéis que en todo momento dependéis totalmente de Dios. Pues bien, es evidente que los regalos naturales llevan consigo un peligro similar. Si tenéis unos nervios sanos, una inteligencia desarrollada, salud, popularidad y una buena educación, es probable que estéis bastante satisfechos con vuestro carácter tal como es. «¿Para qué meter a Dios en esto?» podréis preguntaros. Un cierto nivel de buena conducta os resulta relativamente fácil. No sois una de esas desgraciadas criaturas que siempre están cayendo en la trampa del sexo, o la dipsomanía, o el nerviosismo o el mal carácter. Todo el mundo dice que sois buenas personas y (entre nosotros) estáis de acuerdo con ellos. Es muy posible que creáis que todas estas virtudes son obra vuestra, y también es fácil que no sintáis la necesidad de mejorarlas. A menudo, la gente que goza de esta clase de virtudes no puede ser llevada a reconocer su necesidad de Cristo hasta que un día las virtudes le abandonan y su autosatisfacción se ve defraudada. En otras palabras, es difícil para aquellos que son «ricos» en este sentido entrar en el Reino.
Es muy diferente para los miserables: la gente solitaria, mísera, tímida, deformada, cobarde, o los lujuriosos, los sensuales, los desequilibrados. Si éstos intentan acercarse a la bondad aprenden, en la mitad de tiempo, que necesitan ayuda. Para ellos, es Cristo o nada. O cogen su cruz y le siguen, o pierden toda esperanza. Éstas son las ovejas perdidas: Él vino especialmente a buscarlas. Ellos son (en un sentido muy real y terrible) los «pobres». Él los bendijo. Son «la gentuza» con la que Él se pasea y, por supuesto, los fariseos siguen diciendo, como dijeron desde el principio: «Si algo hubiera en el cristianismo, esa gente no sería cristiana».
Hay aquí una advertencia o una palabra de aliento para cada uno de nosotros. Si sois buenas personas —si la virtud se os da con facilidad— ¡cuidado! Mucho se espera de aquellos a quienes mucho se les da. Si confundís con vuestros propios méritos lo que en realidad son regalos de Dios para vosotros a través de la naturaleza, y si os contentáis simplemente con ser buenos, seguís siendo rebeldes: y todos esos regalos sólo harán que vuestra caída sea más terrible, vuestra corrupción más complicada, vuestro mal ejemplo más desastroso. El diablo fue una vez un arcángel: sus dones naturales estaban tan por encima de los vuestros como los vuestros están de los de un chimpancé.
Pero si sois unas pobres criaturas, envenenadas por una educación miserable en una casa llena de celos vulgares y disputas sin sentido; lastradas, no por elección propia, por alguna odiosa perversión sexual; abrumadas día sí y día no por un complejo de inferioridad que os lleva a tratar bruscamente a vuestros mejores amigos, no desesperéis. Dios está al tanto de ello. Vosotros sois los pobres que Él bendijo. Sabe lo estropeada que está la máquina que estáis intentando conducir. Seguid adelante. Haced lo que podáis. Un día (tal vez en otro mundo, pero tal vez mucho antes que eso) Él la tirará al montón de chatarra y os dará una nueva. Y es posible que entonces nos asombréis a todos, y no menos a vosotros mismos: porque habréis aprendido a conducir en una escuela difícil. (Algunos de los últimos serán los primeros y algunos de los primeros serán los últimos).
La «bondad» —la personalidad sana e integrada— es una cosa excelente. Debemos intentar por todos los medios educacionales, médicos, económicos y políticos que obren en nuestro poder, producir un mundo en el que tantas personas como sea posible se formen «buenas», del mismo modo que debemos intentar producir un mundo en el que todos tengan suficiente para comer. Pero no debemos suponer que incluso si consiguiéramos que todo el mundo se hiciera bueno habríamos salvado sus almas. Un mundo de buenas personas, satisfechas con su propia bondad, sin mirar más allá, dándole la espalda a Dios, estaría tan desesperadamente necesitado de salvación como un mundo miserable… e incluso podría ser aún más difícil de salvar.
El mero mejoramiento no es la redención, aunque la redención siempre mejora a la gente, incluso aquí y ahora, y la mejorará al final hasta un grado que aún no podemos imaginar. Dios se hizo hombre para convertir a las criaturas en hijos: no simplemente para producir hombres mejores de la antigua clase, sino para producir una nueva clase de hombre. No es como enseñarle a un caballo a saltar cada vez mejor, sino como transformar a un caballo en una criatura alada. Naturalmente, una vez que tenga alas, se elevará por encima de vallas que jamás habrían podido ser saltadas, y así superaría al caballo original en su propio juego. Pero puede que haya un período, cuando las alas estén empezando a crecer, en que el caballo no podrá hacerlo, y en ese momento las protuberancias encima del lomo —nadie podría decir, mirándolas, que van a convertirse en alas— pueden darle incluso una apariencia extraña.
Pero tal vez hayamos dedicado demasiado tiempo a esta cuestión. Si lo que queréis es un argumento en contra del cristianismo (y recuerdo muy bien con qué ansiedad los buscaba yo cuando empecé a temer que éste fuera verdad), podéis fácilmente encontrar a algún cristianismo estúpido e insatisfactorio y decir: «¡Conque ahí está tu tan cacareado hombre nuevo! Me quedo con los de antes». Pero una vez que hayáis empezado a ver que el cristianismo es, en otros aspectos, posible, sabréis en vuestro corazón que esto es sólo evadir el tema. ¿Qué podéis acaso saber de las almas de los demás… de sus tentaciones, de sus oportunidades, de sus luchas? Sólo conocéis un alma en toda la Creación: y ésa es la única cuyo destino está en vuestras manos. Si existe un Dios estáis, en cierto modo, solos con Él. No podéis aplacarle con especulaciones acerca de vuestros vecinos o recuerdos de cosas que habéis leído en los libros. ¿De qué servirán todas las palabras y rumores (¿seréis siquiera capaces de recordarlos?) cuando la neblina anestésica que llamamos «naturaleza» o «el mundo real» se desvanezca y la Presencia ante la cual siempre habéis estado se vuelva palpable, inmediata, inevitable?