Es una idea muy tonta la de que leyendo un libro no se debe «saltar» páginas. Todas las personas sensatas se saltan páginas con entera libertad cuando llegan a un capítulo que piensan que no les va a servir de nada. En este capítulo voy a hablar de algo que puede serle útil a algunos lectores, pero que a otros les parecerá simplemente una complicación innecesaria. Si pertenecéis a la segunda clase de lectores, os aconsejo que no os molestéis con este capítulo, sino que vayáis directamente al siguiente.
En el último capítulo tuve que tocar el tema de la oración, y mientras éste siga fresco en vuestras mentes y en la mía me gustaría tratar con una dificultad que la gente encuentra en la idea de la oración. Un hombre me lo presentó de esta manera, diciendo: «Yo puedo creer en Dios, pero lo que no puedo creerme es la idea de Dios escuchando a cientos de millones de seres humanos que se dirigen a Él en el mismo momento». Y yo he descubierto que muchas personas piensan lo mismo.
Lo primero que debemos percibir es que el meollo de la cuestión reside en las palabras «en el mismo momento». La mayoría de nosotros podemos imaginar a Dios atendiendo a cualquier número de suplicantes sólo con que acudieran a Él uno por uno, y Dios tuviera un tiempo infinito para escucharlos. De modo que lo que está realmente detrás de esta dificultad es la idea de Dios teniendo que atender demasiadas cosas en un momento de tiempo.
Claro que eso es exactamente lo que nos pasa a nosotros. Nuestra vida nos llega de momento a momento. Un momento desaparece antes de que llegue el siguiente, y en cada uno de ellos hay lugar para muy poco. Es así como es el tiempo. Y, naturalmente, vosotros y yo tendemos a dar por sentado que esta serie del tiempo —este arreglo del pasado, del presente y el futuro— no es simplemente el modo en que la vida viene a nosotros, sino el modo en que todas las cosas existen realmente. Tendemos a asumir que todo el universo y Dios mismo están siempre moviéndose del pasado hacia el futuro del mismo modo que lo hacemos nosotros. Pero muchos hombres sabios están en desacuerdo con eso. Fueron los teólogos los que iniciaron la idea de que algunas cosas no están en el tiempo en absoluto; más tarde los filósofos la adoptaron y ahora algunos de los científicos están haciendo lo mismo.
Casi con toda certeza Dios no está en el tiempo. Su vida no consta de momentos que se suceden unos a otros. Si un millón de personas le están rezando a las diez y media de esta noche, Él no necesita escucharlas a todas en ese preciso y mínimo espacio de tiempo que nosotros llamamos las diez y media. Las diez y media —y todos los demás momentos desde el principio del mundo— es siempre el presente para Él. Si preferís verlo de esta manera, Dios tiene la eternidad para escuchar el pequeño fragmento de oración que le ofrece el piloto al tiempo que su avión cae envuelto en llamas.
Esto es difícil, lo sé. Dejadme ofreceros algo, que no es exactamente lo mismo, pero que se le parece un poco. Supongamos que yo estoy escribiendo una novela. Escribo: «Mary dejó sus quehaceres; a continuación alguien llamó a la puerta». Para Mary, que tiene que vivir en el tiempo imaginario de mi historia, no hay intervalo entre dejar sus quehaceres y escuchar la llamada a la puerta. Pero yo, que soy el creador de Mary, no vivo en absoluto en ese tiempo imaginario. Entre haber escrito la primera parte de la frase y la segunda puedo sentarme durante tres horas y pensar en Mary. Podría pensar en Mary como si ella fuera la sola protagonista de la novela y durante todo el tiempo que quisiera, y las horas que empleo en hacerlo no aparecerían en el tiempo de Mary (el tiempo de la historia) en absoluto.
Ésta no es una ilustración perfecta, por supuesto. Pero puede que proporcione un atisbo de lo que yo creo es la verdad. Dios no es apresurado a lo largo de esta corriente de tiempo que es el universo del mismo modo que un autor no es apresurado a lo largo del tiempo imaginario de su propia novela. Tiene una atención infinita para prodigar entre todos nosotros. No tiene que tratar con nosotros en masa. Estás tan solo con Él como si fueras el único ser que hubiera creado. Cuando Cristo murió, murió por ti individualmente como si hubieras sido el único hombre del mundo.
El modo en que mi ilustración se contradice es éste: En ella, el autor sale de una serie de tiempo (la de la novela) para entrar en otra serie de tiempo (la real). Pero Dios, creo yo, no vive en ninguna serie de tiempo en absoluto. Su vida no se genera momento a momento como la nuestra. Para Él, por así decirlo, es todavía 1929 y ya 1960. Puesto que Su vida es Él mismo.
Si os imagináis el tiempo como una línea recta a lo largo de la cual tenemos que viajar, debéis imaginar a Dios como toda la página en la que se ha dibujado esa línea. Nosotros llegamos a las partes de la línea una por una: tenemos que dejar A antes de llegar a B, y no podemos llegar a C sin dejar atrás a B. Dios, desde arriba o desde fuera o desde todo alrededor, contiene la línea entera, y la ve toda.
Merece la pena comprender esta idea porque elimina algunas aparentes dificultades del cristianismo. Antes de que me convirtiera en cristiano una de mis objeciones era la que sigue: los cristianos dicen que el Dios eterno que está en todas partes y hace que el mundo siga girando se convirtió una vez en ser humano. Pues bien, me decía yo, ¿cómo seguía girando el mundo mientras Él era un bebé, o mientras estaba dormido? ¿Cómo podía ser al mismo tiempo el Dios que todo lo sabía y el hombre que preguntaba a sus discípulos «Quién me ha tocado»? Os daréis cuenta de que el quid de la cuestión está en las palabras que se refieren al tiempo. «Mientras Él era un bebé… ¿Cómo podía ser al mismo tiempo?». En otras palabras, yo estaba asumiendo que la vida de Cristo como Dios ocurría en el tiempo, y que Su vida como el hombre Jesús en Palestina era un período más corto sacado de ese mismo tiempo… del mismo modo que mi servicio en el ejército fue un corto período sacado de la totalidad de mi vida. Y ésa es la manera en que tal vez la mayoría de nosotros tendemos a pensar en ello. Nos imaginamos a Dios viviendo en un período en el que Su vida humana estaba aún en el futuro; luego llegando a un período en que era presente, y luego llegando a un período en que Él pudo mirar atrás como a algo en el pasado. Pero es probable que estas ideas no correspondan a nada de los hechos reales. No se puede establecer ninguna comparación entre la vida terrena de Cristo en Palestina, en su dimensión temporal, con Su vida como Dios más allá de todo tiempo y espacio. Yo sugiero que en realidad, y es una verdad intemporal acerca de Dios, la naturaleza humana, y la experiencia humana de la debilidad o el sueño o la ignorancia, quedó de algún modo incluida en la totalidad de Su vida divina. Esta vida humana de Dios es, desde nuestro punto de vista, un período particular en la historia de nuestro mundo (desde el año 1 d. C hasta la Crucifixión). Por lo tanto, imaginamos que es también un período en la historia de la propia existencia de Dios. Pero Dios no tiene historia. Es demasiado definitivamente y totalmente real para tenerla. Puesto que, naturalmente, tener una historia significa perder parte de tu realidad (porque ésta ya se ha deslizado en el pasado) y no tener todavía otra parte (porque aún sigue en el futuro), de hecho, no tienes más que el mínimo presente, que ha desaparecido antes de que puedas hablar de él. Dios no permita que podamos creer que Dios es así. Incluso nosotros podemos esperar que no siempre se nos racione de esa manera.
Otra dificultad que tenemos si pensamos que Dios está en el tiempo es ésta: todos aquellos que creen en Dios creen que Él sabe lo que vosotros o yo vamos a hacer mañana. Pero si Él sabe lo que yo voy a hacer mañana, ¿cómo puedo ser yo libre de hacerlo? Pues aquí, una vez más, la dificultad viene de pensar que Dios progresa a lo largo de la línea del tiempo como nosotros, siendo la única diferencia que Él puede ver el futuro y nosotros no. Pues si eso fuera verdad, si Dios previera nuestros actos, sería muy difícil comprender cómo podríamos ser libres de no hacerlos. Pero supongamos que Dios está fuera y por encima de la línea del tiempo. En ese caso, lo que nosotros llamamos «mañana» es visible para Él del mismo modo que aquello que nosotros llamamos «hoy». Todos los días son «ahora» para Él. Él no recuerda que hicierais nada ayer; sencillamente os ve hacerlo, porque, aunque vosotros hayáis perdido el ayer, Él no. Él no os «prevé» haciendo cosas mañana; sencillamente os ve hacerlas, porque, aunque mañana aún no ha llegado para vosotros, para Él sí. Nunca suponéis que vuestras acciones en este momento serían menos libres porque Dios ve lo que estáis haciendo. Pues bien, Él ve vuestras acciones de mañana del mismo modo, porque Él ya está en el mañana, sencillamente mirándoos. En un sentido, Él no ve vuestra acción hasta que la habéis hecho; pero claro, el momento en que la habéis hecho es ya el «ahora» para Él.
Esta idea me ha ayudado mucho. Si no os ayuda a vosotros, abandonadla. Es una «idea cristiana» en el sentido en que grandes sabios cristianos la han sostenido, y no hay nada en ella que sea contrario al cristianismo. Pero no está en la Biblia ni en ninguno de los credos. Podéis ser perfectamente buenos cristianos sin aceptarla, o incluso sin pensar en ella en absoluto.