1. Hacer y engendrar

Todo el mundo me ha advertido que no os diga lo que voy a deciros en este último libro. Dicen: «El lector común no quiere teología: ofrécele simple religión práctica». Yo he rechazado esta advertencia. No creo que el lector común sea tan necio. Teología significa «la ciencia de Dios», y creo que cualquier hombre que quiera pensar en Dios querría tener sobre Él las ideas más claras y más exactas disponibles. Vosotros no sois niños. ¿Por qué iba a trataros como a niños?

En cierto modo comprendo por qué algunas personas sienten rechazo por la teología. Recuerdo que una vez, cuando estaba dando una charla para la R. A. F., un viejo y curtido oficial se levantó y dijo: «Todo eso a mí no me sirve. Pero le aclaro que soy un hombre religioso. Sé que Dios existe. Lo he sentido: solo en el desierto, por la noche; el inmenso misterio».

Y esa justamente es la razón por la que no creo en todos sus pequeños dogmas y fórmulas acerca de Él. ¡A cualquiera que haya conocido al Dios verdadero, todo eso le parece pedante, mezquino e irreal!.

Bien, en un sentido, estoy de acuerdo con ese hombre. Creo que es probable que haya tenido una auténtica experiencia de Dios en el desierto. Y cuando se volvió después a los credos cristianos creo que se estaba volviendo de algo real a algo menos real. Del mismo modo, si un hombre ha mirado alguna vez el Atlántico desde la playa, y luego mira un mapa del Atlántico, también se estará volviendo de algo real a algo menos real: de las olas reales a un trozo de papel coloreado. Pero aquí viene mi argumento. Admitimos que el mapa es sólo papel coloreado, pero hay dos cosas acerca de él que debéis recordar. En primer lugar, está basado en lo que cientos de miles de personas han averiguado navegando por el auténtico Atlántico. En este sentido, tiene detrás una inmensa experiencia tan real como la que podría tenerse desde la playa; sólo que, mientras que la vuestra sería una única y aislada mirada, el mapa hace que todas esas experiencias diferentes concurran en él. En segundo lugar, si queréis ir a alguna parte, el mapa es absolutamente necesario. Mientras os contentéis con paseos por la playa, vuestras propias miradas son mucho más divertidas que contemplar el mapa. Pero el mapa os será más útil que la playa si queréis llegar a América.

Pues bien; la teología es como ese mapa. El solo hecho de aprender y pensar acerca de las doctrinas cristianas, si os detenéis ahí, es menos real y menos excitante que la experiencia que mi amigo tuvo en el desierto. Las doctrinas no son Dios: sólo son una especie de mapa. Pero ese mapa está basado en la experiencia de cientos de personas que realmente estuvieron en contacto con Dios…, experiencias comparadas con las cuales cualquier excitante sensación o sentimiento piadoso que vosotros o yo tengamos la posibilidad de encontrar por nosotros mismos son muy elementales y muy confusos. Y en segundo lugar, si queréis llegar más lejos, tendréis que utilizar el mapa. Lo que le ocurrió a ese hombre en el desierto puede haber sido real, y ciertamente habrá sido emocionante, pero de ello no saldrá nada. No lleva a ninguna parte. No hay nada que hacer con ello. De hecho, ésa es justamente la razón por la que una religión vaga —el hecho de sentir a Dios en la naturaleza, etc— resulta tan atractiva. Es todo emociones y ningún trabajo, como mirar las olas desde la playa. Pero jamás llegaréis a Terranova disfrutando de ese modo del Atlántico, y no conseguiréis la vida eterna simplemente sintiendo la presencia de Dios en las flores o en la música. Tampoco llegaréis a ningún sitio estudiando los mapas sin echaros al mar. Y tampoco estaréis muy seguros echándoos al mar sin un mapa.

En otras palabras: la teología es práctica, especialmente ahora. Antiguamente, cuando había menos educación y menos discusión, era tal vez posible seguir adelante con unas pocas ideas muy sencillas acerca de Dios. Pero ahora ya no es así. Todo el mundo lee, participa en discusiones. En consecuencia, si no le hacéis caso a la teología, eso no significará que tengáis menos ideas acerca de Dios. Significará que tenéis muchas ideas equivocadas, malas, confusas, anticuadas. Puesto que una gran parte de las ideas acerca de Dios que se venden hoy en día como novedades son sencillamente las que los auténticos teólogos intentaron hace siglos y acabaron descartando. Creer en la religión popular de la Inglaterra moderna es un retroceso… como creer que la tierra es plana.

Porque cuando se llega al fondo de la cuestión, ¿no es la idea popular del cristianismo simplemente esto: que Jesucristo fue un gran maestro moral y que con sólo seguir sus consejos podríamos establecer un nuevo orden social mejor y evitar otra guerra? Claro que esto es verdad. Pero os dice mucho menos que toda la verdad acerca del cristianismo y no tiene ninguna importancia práctica en absoluto.

Es bien cierto que si siguiéramos los consejos de Cristo pronto viviríamos en un mundo mejor. Y ni siquiera hace falta llegar tan lejos como Cristo. Si hiciéramos todo lo que Platón o Aristóteles o Confucio nos dijeron nos iría mucho mejor de lo que nos va. ¿Y qué? Jamás hemos seguido los consejos de los grandes maestros. ¿Por qué íbamos a hacerlo ahora? ¿Por qué es más probable que sigamos a Cristo que a cualquiera de los otros? ¿Porque es Él un mejor maestro moral? Pero eso hace aún menos probable que le sigamos. Si no podemos seguir las lecciones elementales, ¿es probable que sigamos las más avanzadas? Si el cristianismo sólo significa unos cuantos buenos consejos más, entonces el cristianismo no tiene importancia. No han faltado buenos consejos en estos últimos 4000 años. Unos pocos más no supondrán una gran diferencia.

Pero en cuanto se examinan unos cuantos auténticos textos cristianos se descubre que hablan de algo muy distinto de esta religión popular. Dicen que Cristo es el Hijo de Dios (sea lo que sea lo que eso signifique). Dicen que aquellos que le entregan su confianza también pueden convertirse en Hijos de Dios (sea lo que sea lo que eso signifique). Dicen que Su muerte nos salvó de nuestros pecados (sea lo que sea lo que eso signifique).

No sirve de nada quejarse de que estas afirmaciones son difíciles. El cristianismo pretende estar hablándonos de otro mundo, de algo detrás del mundo que nosotros podemos ver, oír y tocar. Podéis pensar que esta pretensión es falsa, pero si fuera verdad, lo que nos dice sería por fuerza difícil, al menos tan difícil como la física moderna, y por la misma razón.

Ahora bien: el punto del cristianismo que nos conmociona más que ningún otro es la afirmación de que, uniéndonos a Cristo, podemos convertirnos en «Hijos de Dios». Uno se pregunta: «¿No somos ya Hijos de Dios? No hay duda de que la paternidad de Dios es una de las ideas cristianas más importantes». Bueno, en un sentido, no hay duda de que ya somos hijos de Dios. Dios nos ha traído a la existencia y nos ama y cuida de nosotros, y en ese sentido es como un padre. Pero cuando la Biblia habla de «convertirnos» en Hijos de Dios, es evidente que debe querer decir algo diferente. Y eso nos lleva al centro mismo de la teología.

Uno de los credos dice que Cristo es el Hijo de Dios «engendrado, no creado», y añade: «engendrado por su Padre antes de todos los mundos». Quiero aclararos que esto no tiene nada que ver con el hecho de que cuando Cristo nació en la tierra como hombre, ese hombre era el hijo de una virgen. No estamos hablando ahora del nacimiento virginal. Estamos hablando de algo que sucedió antes de que la naturaleza misma fuera creada, antes del principio del tiempo. «Antes de todos los mundos» Cristo es engendrado, no creado. ¿Qué significa eso?

En lenguaje moderno las palabras engendrar o engendrado no se utilizan demasiado, pero todo el mundo sabe todavía lo que significan. Engendrar es convertirse en el padre de algo o alguien. Crear es hacer. Y la diferencia es ésta: cuando alguien engendra, engendra algo de la misma clase que él. Un hombre engendra bebés humanos, un castor engendra castorcitos y un pájaro engendra huevos que luego se convierten en pajaritos. Pero cuando uno hace, hace algo de una clase diferente que uno. Un pájaro hace un nido, un castor construye un dique, un hombre fabrica una radio; o puede fabricar algo que se parezca más a él que una radio: una estatua, por ejemplo. Si es un escultor muy hábil puede esculpir una estatua que se parezca muchísimo a él. Pero, por supuesto, esa estatua no será un hombre real; sólo parece serlo. La estatua no puede respirar ni pensar. No está viva.

Esto es lo primero que queremos aclarar. Lo que Dios engendra es Dios, del mismo modo que lo que engendra un hombre es un hombre. Lo que Dios crea no es Dios, del mismo modo que lo que el hombre crea no es un hombre. Por eso los hombres no son Hijos de Dios en el sentido en que lo es Cristo. Pueden parecerse a Dios en algunos aspectos, pero no son cosas de la misma clase. Son más como estatuas o cuadros de Dios.

Una estatua tiene la forma de un hombre pero no está viva. Del mismo modo, el hombre tiene (en un sentido que voy a explicar ahora) la «forma» de Dios, pero no tiene la misma clase de vida que tiene Dios. Tomemos el primer punto (el parecido del hombre con Dios) en primer lugar. Todo lo que Dios ha hecho tiene un parecido consigo mismo. El espacio es como Él en su inmensidad; no es que la grandeza del espacio sea la misma que la grandeza de Dios, pero es una especie de símbolo de ella, o una traslación de ella a términos no espirituales. La materia es como Dios en cuanto que tiene energía, aunque, por supuesto, la energía física es una cosa diferente del poder de Dios. El mundo vegetal es como Él porque está vivo, y Él es el «Dios vivo». Pero la vida, en este sentido biológico, no es lo mismo que la vida que hay en Dios: es sólo una especie de símbolo o sombra de la misma. Cuando llegamos a los animales, encontramos otra clases de parecidos además de la vida biológica. La intensa actividad y fertilidad de los insectos, por ejemplo, es una primera y vaga semejanza a la incesante actividad y creatividad de Dios. En los mamíferos más desarrollados encontramos los principios del afecto instintivo. Esto no es lo mismo que el amor que existe en Dios, pero es semejante a él, del mismo modo que un dibujo trazado en una hoja de papel puede sin embargo ser «como» un paisaje. Cuando llegamos al hombre, el más evolucionado de todos los mamíferos, nos encontramos con la semejanza más completa a Dios que conocemos. (Puede que haya criaturas en otros mundos que se parezcan más a Dios que los hombres, pero no las conocemos). El hombre no sólo vive sino que ama y razona: en él, la vida biológica alcanza su más alto nivel.

Pero lo que el hombre, en su condición natural, no tiene, es vida espiritual; la forma de vida más alta y diferente que existe en Dios. Utilizamos la misma palabra vida para ambas, pero si pensaseis que ambas deben por ello ser la misma cosa, sería lo mismo que pensar que la «grandeza» del espacio y la «grandeza» de Dios fueran la misma clase de grandeza. En realidad, la diferencia entre la vida biológica y la vida espiritual es tan importante que voy a darles dos nombres distintos. La forma de vida biológica que nos viene dada por la naturaleza y que (como todo lo demás en la naturaleza) siempre tiende a gastarse y decaer de modo que sólo puede mantenerse por medio de incesantes subsidios de la naturaleza en forma de aire, agua, comida, etc., es Bios. La vida espiritual que está en Dios desde la eternidad, y que creó el universo entero, es Zoe.

Bios tiene, por supuesto, una cierta semejanza vaga y simbólica con Zoe, pero sólo la clase de semejanza que hay entre una fotografía y un lugar, o una estatua y un hombre. Un hombre que cambiase de tener Bios a tener Zoe habría pasado por una transformación tan grande como la de una estatua que pasara de ser una piedra tallada a ser un hombre auténtico.

Y de eso precisamente trata el cristianismo. Este mundo es un gran taller de escultura. Nosotros somos las estatuas, y corre el rumor por el taller de que algunos de nosotros, algún día, vamos a cobrar vida.