5. La conclusión práctica

Cristo se sometió a la rendición y la humillación perfectas: perfectas porque Él era Dios, rendición y humillación porque era un hombre. La creencia cristiana es que si nosotros compartimos de algún modo la humildad y el sufrimiento de Cristo también compartiremos Su conquista de la muerte, encontraremos una nueva vida después de muertos y en ella nos haremos criaturas perfectas y perfectamente felices. Esto significa algo mucho más importante que intentar seguir Sus enseñanzas. La gente a menudo pregunta cuándo tendrá lugar el próximo paso en la evolución del hombre: el paso hacia algo más allá de lo humano. Pero para los cristianos este paso ya ha sido dado. Con Cristo apareció una nueva clase de hombre: y la nueva clase de vida que empezó con Él nos ha de ser dada.

¿Cómo va a suceder esto? Recordad de qué manera adquirimos la vida común y corriente. La derivamos de otros, de nuestro padre y nuestra madre y de todos nuestros ancestros, sin consentimiento nuestro, y a través de un proceso muy curioso que implica placer, dolor y peligro. Un proceso que jamás podríais haber adivinado. La mayoría de nosotros pasamos muchos años de nuestra infancia intentando adivinarlo, y algunos niños, cuando se enteran de ello por primera vez, no se lo creen. Y yo diría que no se lo reprocho, ya que es verdaderamente peculiar. Pues bien, el Dios que dispuso ese proceso es también el Dios que dispone cómo la nueva clase de vida —la vida de Cristo— va a difundirse. Debemos estar preparados para que esto también nos resulte extraño. Él no nos consultó cuando inventó el sexo: tampoco nos ha consultado cuando inventó esto.

Hay tres cosas que difunden la vida de Cristo en nosotros: el bautismo, la creencia, y ese acto misterioso que diferentes cristianos llaman con nombres diferentes: la santa comunión, la misa, la cena del Señor. Al menos esos son los tres métodos más comunes. No estoy diciendo que no pueda haber casos especiales en los que la vida de Cristo sea difundida sin una o más de estas cosas. No tengo tiempo de referirme a los casos especiales, y no sé lo bastante como para hacerlo. Si intentas decirle a un hombre en pocos minutos cómo llegar hasta Edimburgo le hablarás de los trenes; es verdad que puede llegar allí en barco o en avión, pero es poco probable que le hables de ello. Y no estoy diciendo nada acerca de cuál de estas tres cosas es la más esencial. A mi amigo metodista le gustaría que hablase más de la creencia y menos (en proporción) de la otras dos. Pero no voy a adentrarme en éstos. Cualquiera que pretenda enseñar el cristianismo os dirá, de hecho, que utilicéis las tres, y por el momento eso es suficiente para nuestros propósitos.

Yo mismo no puedo entender por qué estas cosas serían los conductores de la nueva clase de vida. Pero, claro, si uno no conociera el proceso, tampoco habría comprendido la conexión entre un placer físico en particular y la aparición de un nuevo ser humano en el mundo. Tenemos que tomar la realidad como se nos presenta: no sirve de nada hablar de cómo debería ser o cómo hubiéramos esperado que fuese. Pero aunque no comprenda por qué debe ser así, puedo deciros por qué creo que es así. He explicado por qué tengo que creer que Jesús era (y es) Dios. Y parece tan claro como un hecho histórico que Él enseñó a Sus seguidores que la nueva vida se comunicaba de este modo. En otras palabras: yo lo creo por Su autoridad. No dejéis que la palabra autoridad os asuste. Creer cosas por su autoridad sólo significa que las creemos porque nos las ha dicho alguien a quien tenemos por digno de confianza. El noventa y nueve por ciento de las cosas que creemos las creemos por autoridad. Yo creo que hay una ciudad llamada Nueva York. No la he visto con mis propios ojos. No podría probar por un razonamiento abstracto que tal ciudad debe de existir. Pero creo que existe porque personas en las que se puede confiar me han dicho que existe. El hombre común cree en el sistema solar, en los átomos, en la evolución y en la circulación de la sangre porque la autoridad de los científicos le dice que estas cosas existen. Todas las afirmaciones históricas del mundo son creídas por su autoridad. Ninguno de nosotros ha vivido la conquista de los Normandos o la derrota de la Armada española. Ninguno de nosotros podría demostrarlas por pura lógica como se demuestra una ecuación en matemáticas. Creemos en ellas sencillamente porque personas que sí las vivieron dejaron escritos que hablan de ellas; de hecho, las creemos por su autoridad. Un hombre que desconfiase de la autoridad en otros temas como algunos desconfían de la religión tendría que resignarse a no saber nada en toda su vida.

No creáis que estoy proponiendo el bautismo y la creencia y la comunión como las cosas que bastarán a cambio de vuestros propios intentos de imitar a Cristo. Vuestra vida natural la recibís de vuestros padres; eso no significa que seguirá allí si no hacéis nada por cuidar de ella. Podéis perderla por negligencia, o podéis despreciarla suicidándoos. Tenéis que alimentarla y cuidar de ella, pero recordad siempre que no estáis haciéndola, que sólo estáis preservando una vida que obtuvisteis de alguien más. Del mismo modo, un cristiano puede perder la vida de Cristo que le ha sido infundida, y tiene que esforzarse por conservarla. Pero ni siquiera el mejor cristiano que haya vivido nunca actúa por voluntad propia, sólo está nutriendo o protegiendo una vida que jamás habría adquirido gracias a sus propios esfuerzos. Y eso tiene consecuencias prácticas. Mientras la vida natural esté en vuestro cuerpo, hará mucho por reparar dicho cuerpo. Heridlo, y hasta cierto punto cicatrizará, lo que un cuerpo muerto no haría. Un cuerpo vivo no es un cuerpo que jamás se lastima, sino un cuerpo que, hasta cierto punto, puede repararse a sí mismo. Del mismo modo, un cristiano no es un hombre que no peca nunca, sino un hombre al que se le ha concedido la capacidad de arrepentirse, levantarse del suelo y empezar de nuevo después de cada tropiezo… porque la vida de Cristo está en su interior, reparándolo en todo momento, permitiéndole que repita (hasta cierto punto) la clase de muerte voluntaria que Cristo mismo llevó a cabo.

De ahí que los cristianos estén en una posición diferente de otras personas que intentan ser buenas. Éstas tienen la esperanza de que, siendo buenas, agradarán a Dios, si éste existe; o —si creen que no existe— al menos esperan merecer la aprobación de otras personas buenas. Pero los cristianos piensan que cualquier bien que hagan proviene de la vida de Cristo en su interior. No creen que Dios nos amará porque seamos buenos, sino que Dios nos hará buenos porque nos ama, del mismo modo que el tejado de un invernadero no atrae el sol porque es brillante, sino que se vuelve brillante porque el sol brilla sobre él.

Y quiero dejar bien claro que cuando los cristianos dicen que la vida de Cristo está en ellos, no se refieren simplemente a algo mental o moral. Cuando hablan de estar «en Cristo», o de que Cristo está «en ellos», esto no es sólo un modo de decir que están pensando en Cristo o imitando a Cristo. Lo que quieren decir es que Cristo está de hecho obrando a través de ellos; que la masa entera de cristianos es el organismo físico a través del cual actúa Cristo; que somos Sus dedos y Sus músculos, las células de Su cuerpo. Y tal vez eso explique un par de cosas. Explica por qué esta vida nueva se propaga no sólo por medio de actos mentales como la creencia, sino por actos corporales como el bautismo o la comunión. No es solamente la propagación de una idea; se parece más a la evolución: un hecho biológico o superbiológico. No sirve de nada intentar ser más espiritual que Dios. Dios nunca tuvo intención de que el hombre fuese una criatura puramente espiritual. Por eso precisamente utiliza substancias materiales, como el pan y el vino, para infundirnos esa vida nueva. Tal vez esto nos parezca burdo o poco espiritual, pero a Dios no. Él inventó la comida. Le gusta la materia. Él la inventó.

He aquí otra cosa que solía intrigarme. ¿No parece terriblemente injusto que esta vida nueva esté limitada a las personas que han oído hablar de Cristo y son capaces de creer en Él? Pero la verdad es que Dios no nos ha dicho qué ha dispuesto con respecto a todos los demás. Sabemos que ningún hombre puede salvarse si no es a través de Cristo, pero no sabemos que sólo aquellos que le conocen puedan salvarse a través de Él. Pero entretanto, si os preocupan aquellos que han quedado fuera, lo menos razonable que podéis hacer es quedar fuera vosotros. Los cristianos son el cuerpo de Cristo, el organismo a través del cual Él trabaja. Cualquier adición a ese cuerpo le permite a Él hacer más. Si queréis ayudar a aquellos que están fuera debéis añadir vuestra pequeña célula al cuerpo de Cristo que es el único que puede ayudarlos. Cortarle los dedos a un hombre sería una extraña manera de hacer que trabajase más.

Otra posible objeción es ésta. ¿Por qué Dios desembarca disfrazado en este mundo ocupado por el enemigo e inicia una especie de sociedad secreta para boicotear al demonio? ¿Por qué no desembarca por la fuerza; por qué no lo invade? ¿Es que no es lo bastante fuerte? Bueno, los cristianos creemos que desembarcará por la fuerza, aunque no sabemos cuando. Pero podemos adivinar por qué está retrasándolo. Quiere darnos la oportunidad de unirnos a Su bando libremente. Supongo que ni vosotros ni yo hubiéramos respetado mucho a un francés que hubiese esperado a que los Aliados entrasen en Alemania para anunciar entonces que estaba de nuestro lado. Dios nos invadirá. Pero me pregunto si las personas que le piden que interfiera abierta y directamente en nuestro mundo se dan cuenta realmente de lo que ocurrirá cuando lo haga. Cuando eso suceda, será el fin del mundo. Cuando el autor sube al escenario la obra ha terminado. Dios va a invadirnos, es verdad, pero ¿de qué servirá decir entonces que estáis de Su lado, cuando veáis que el universo natural se difumina a vuestro alrededor como un sueño, y que algo más —algo que os hubiera sido imposible concebir— aparece de pronto; algo tan hermoso para algunos y tan terrible para otros que ninguno de nosotros tendrá la posibilidad de elegir? Pues esta vez será Dios sin su disfraz; algo tan sobrecogedor que inspirará o un amor irresistible o un odio irresistible a todas las criaturas. Entonces será demasiado tarde para elegir un bando u otro. No sirve de nada decir que elegís permanecer acostados cuando se ha hecho imposible que estéis de pie. No será ese el momento de elegir. Será el momento en que descubramos qué bando habíamos elegido realmente, nos hayamos dado cuenta antes o no. Hoy, ahora, en este momento tenemos la posibilidad de elegir el bando adecuado. Dios está esperando para darnos esa posibilidad. Pero Su espera no durará para siempre. Debemos aceptarlo o rechazarlo.