De acuerdo, pues, el ateísmo es demasiado simple. Y os diré otro punto de vista que también es demasiado simple. Es el que yo llamo cristianismo-con-agua, el punto de vista que dice simplemente que existe un Dios bueno en el cielo y que todo marcha bien, dejando a un lado todas las doctrinas terribles y difíciles acerca del pecado, el infierno y la redención. Ambas filosofías son infantiles.
No sirve de nada pedir una religión sencilla. Después de todo, las cosas no son sencillas. Parecen sencillas, pero no lo son. La mesa ante la que estoy sentado parece sencilla, pero pedidle a un científico que os diga de qué está hecha realmente —que os hable sobre los átomos y sobre cómo las ondas de luz rebotan en ellos y se dirigen a mis ojos y lo que hacen con el nervio óptico y lo que éste hace con mi cerebro— y, por supuesto, descubriréis que lo que llamamos «ver una mesa» os lleva a misterios y complicaciones cuyo final apenas podéis alcanzar. Un niño que reza una plegaria infantil parece algo sencillo. Y si os conformáis con deteneros ahí, todo está bien. Pero si no os conformáis —y el mundo moderno no suele conformarse—, si queréis profundizar y preguntar qué está sucediendo realmente, entonces tendréis que prepararos para algo difícil. Si pedimos algo que vaya más allá de la simplicidad, es una necedad quejarse de que ese algo más no sea sencillo.
Muy a menudo, sin embargo, este necio comportamiento es adoptado por personas que no son necias en absoluto, pero que, consciente o inconscientemente, quieren destruir el cristianismo. Gentes como esas presentan una versión del cristianismo adecuada para un niño de seis años y la convierten en el objeto de sus ataques. Cuando intentas explicar la doctrina cristiana tal como realmente la sostiene un adulto instruido, se quejan de que haces que la cabeza les dé vueltas y de que es todo demasiado complicado, y dicen que si realmente hubiera un Dios están seguros de que Él habría hecho simple la «religión», porque la simplicidad es tan hermosa, etc. Debéis poneros en guardia contra estas gentes, porque cambiarán sus bases a cada minuto y sencillamente os harán perder el tiempo. Daos cuenta, además, de su idea de que Dios «haga simple la religión»: como si la religión fuese algo que Dios ha inventado, y no Su manifestación a nosotros de ciertos hechos inalterables acerca de Su propia naturaleza.
Además de ser complicada, la realidad, en mi experiencia, suele ser extraña. No es nítida, ni obvia, no es lo que se espera. Por ejemplo, cuando habéis comprendido que la tierra y los demás planetas giran alrededor del sol, esperaríais, naturalmente, que todos los planetas hubieran sido creados parejos… todo a igual distancia unos de otros, por ejemplo, o a distancias que aumentaran regularmente, o todos el mismo tamaño, o si no aumentando o disminuyendo de tamaño a medida que se alejan del sol. De hecho, no hay consonancia alguna (que podamos ver) en sus tamaños o las distancias que los separan, y algunos de ellos tienen una luna, uno tiene cuatro, otro tiene dos, algunos no tienen ninguna y otro tiene un anillo.
La realidad, de hecho, suele ser algo que no habríais podido adivinar. Ésa es una de las razones por las que creo al cristianismo. Es una religión que no podría haberse adivinado. Si nos hubiera ofrecido exactamente la clase de universo que siempre habríamos esperado, yo habría sentido que la estábamos inventando. Pero, de hecho, no es algo que cualquiera hubiese podido inventar. Tiene justamente ese ingrediente de peculiaridad que poseen las cosas reales. De modo que dejemos atrás todas estas filosofías infantiles, estas respuestas demasiado simples. El problema no es simple y la respuesta tampoco lo será.
¿Cuál es el problema? Un universo que contiene muchas cosas obviamente malas y en apariencia carentes de sentido, pero que también contiene a criaturas como nosotros que sabemos que son malas y carentes de sentido. Sólo hay dos puntos de vista que encaran todos los hechos. Uno es el punto de vista cristiano de que este es un mundo bueno que ha ido por mal camino, pero que aún conserva el recuerdo de lo que debería haber sido. El otro es el punto de vista llamado dualismo. El dualismo es la creencia de que hay dos poderes iguales e independientes detrás de todo lo que existe, uno de ellos bueno y el otro malo, y que este universo es el campo de batalla en el que ambos libran una guerra sin fin. Yo, personalmente, creo que después del cristianismo el dualismo es el credo más valiente y sensible del mercado. Pero tiene una trampa.
Los dos poderes, o espíritus, o dioses —el bueno y el malo— son supuestamente independientes el uno del otro. Ambos existieron desde toda la eternidad. Ninguno de ellos creó al otro, y ninguno de ellos tiene más derecho que el otro de llamarse a sí mismo Dios. Presumiblemente, cada uno de ellos piensa que es bueno, y que el otro es malo. A uno de ellos le gusta el odio y la crueldad, al otro el amor y la compasión, y los dos apoyan su propio punto de vista. Bien, ¿qué queremos decir cuando llamamos a uno el Poder Bueno y al otro el Poder Malo? O estamos diciendo simplemente que preferimos el uno al otro —como el que prefiere la sidra a la cerveza—, o si no estamos diciendo que, piensen lo que piensen ambos poderes acerca de ello, y nos guste lo que nos guste ahora mismo a los humanos, uno de ellos está de hecho en un error, está equivocado al llamarse a sí mismo bueno. Pero si lo que queremos decir es que sencillamente preferimos el primero, entonces debemos renunciar totalmente a hablar del bien y del mal. Ya que el bien significa lo que deberíamos preferir, sin importarnos lo que nos pueda gustar en un momento dado. Si «ser bueno» meramente significa unirse al lado que nos gusta en un momento dado, sin razón aparente, entonces el bien no merecería llamarse bien. Así que debemos querer decir que uno de los dos poderes es de hecho equivocado y el otro es de hecho correcto.
Pero en el momento en que decimos esto, estamos poniendo en el universo una tercera cosa en adición a los dos poderes: una ley, o norma o regla del bien a la que uno de los dos poderes se adhiere y el otro no. Pero dado que ambos poderes son juzgados por este patrón, este patrón, o el Ser que estableció este patrón, está más arriba y por encima de ambos, y Él será el auténtico Dios. De hecho, lo que queríamos decir al llamarlos bueno y malo resulta ser que uno de ellos está en relación correcta con el auténtico y definitivo Dios, y el otro está en una relación equivocada.
Lo mismo puede demostrarse de diferente manera. Si el dualismo es verdad, el poder malo debe de ser un ser a quien le gusta el mal por el mal en sí. Pero en la realidad no tenemos experiencia de alguien a quien le gusta el mal sólo porque es malo. Lo más que puede acercarnos a esto es la crueldad. Pero en la vida real la gente es cruel por una de dos razones: o porque son sádicos, es decir, porque tienen una perversión sexual que convierte para ellos la crueldad en causa de placer sexual, o porque hay algo que van a sacar de ello: dinero, o poder, o seguridad. Pero el placer, el dinero, el poder y la seguridad son todas ellas cosas buenas en sí mismas. La maldad consiste en perseguirlas por medio del método equivocado, o de una manera equivocada, o demasiado. No quiero decir, por supuesto, que las personas que hacen esto no sean desesperadamente malas. Quiero decir que la maldad, cuando se la examina, resulta ser la persecución de algún bien de una manera equivocada. Puedes ser bueno por el mero hecho de la bondad; no puedes ser malo por el mero hecho de la maldad. Puedes hacer una buena acción cuando no te sientas bondadoso y aunque no te produzca placer, pero nadie comete un acto cruel sencillamente porque la crueldad está mal, sino simplemente porque la crueldad le resulta útil o agradable. En otras palabras, la maldad no puede conseguir siquiera ser mala del mismo modo en que la bondad es buena. La bondad es, por así decirlo, ella misma, mientras que la maldad es sólo bondad echada a perder. Y para que algo se estropee primero tiene que ser bueno. Al sadismo lo consideramos una perversión sexual, pero primero hemos de tener la idea de una sexualidad normal para después llamarla pervertida; y podemos ver cuál es la perversión porque podemos explicar lo perverso a partir de lo normal, y no podemos explicar lo normal a partir de lo perverso. Se sigue que este Poder Malo, que se supone está en términos de igualdad con el Poder Bueno y que ama la maldad del mismo modo que el Poder Bueno ama la bondad, es un mero espejismo. Para ser malo debe tener cosas buenas para desearlas y luego perseguirlas de una manera equivocada: debe tener impulsos que fueron originalmente buenos para poder pervertirlos. Pero si es malo no puede proporcionarse a sí mismo cosas buenas para desearlas o buenos impulsos para pervertirlos. Debe de recibir ambos del Poder Bueno. Y si es así, entonces no es independiente. Forma parte del mundo del Poder Bueno: o fue creado por el Poder Bueno o por algún poder que los supere a ambos.
Digámoslo de manera aún más sencilla. Para ser malo, debe existir y poseer inteligencia y voluntad. Pero la existencia, la inteligencia y la voluntad son en sí mismas buenas. Por lo tanto debe estar obteniéndolas de un Poder Bueno: incluso para ser malo debe pedir prestado o robar a su oponente. ¿Empezáis a comprender por qué el cristianismo ha dicho siempre que el demonio es un ángel caído? Eso no es un mero cuento infantil. Es un reconocimiento real de que el mal es un parásito, no la cosa original. Los poderes que le permiten al mal seguir adelante son poderes que le ha otorgado la bondad. Todas las cosas que le permiten a un mal hombre ser eficazmente malo son buenas en sí mismas: la resolución, la inteligencia, la belleza, la existencia misma. Por eso, el dualismo, en un sentido estricto, no funcionará.
Pero admito libremente que el auténtico cristianismo (en tanto que diferente del cristianismo-con-agua) se acerca mucho más al dualismo de lo que la gente cree. Una de las cosas que me sorprendió la primera vez que leí seriamente el Nuevo Testamento fue que éste hablase tanto acerca de un Poder Oscuro en el universo… un poderoso espíritu del mal que se creía estaba detrás de la muerte, la enfermedad y el pecado. La diferencia es que el cristianismo piensa que este Poder Oscuro fue creado por Dios, y que era bueno cuando fue creado, y que fue por mal camino. El cristianismo está de acuerdo con el dualismo en que este universo está en guerra. Pero no cree que sea una guerra entre poderes independientes. Cree que es una guerra civil, una rebelión, y que estamos viviendo en una parte del universo ocupada por los rebeldes.
Un territorio ocupado por el enemigo: eso es lo que es este mundo. El cristianismo es la historia de cómo llegó aquí el verdadero rey, disfrazado, si queréis, y nos convocó a todos para tomar parte en una gran campaña de sabotaje. Cuando acudís a la iglesia estáis en realidad escuchando la secreta telegrafía de nuestros amigos; precisamente por eso el enemigo está tan ansioso por impedirnos acudir. Lo hace aprovechándose de nuestra vanidad, de nuestra pereza y de nuestro esnobismo intelectual. Sé que alguno me preguntaría: «¿De verdad te propones, en la época en que estamos, reintroducir a nuestro viejo amigo el demonio, con sus pezuñas y sus cuernos?». Bueno, no sé qué tiene que ver con ello la época en la que estamos.
Y no soy partidario de los cuernos y las pezuñas. Pero en otros aspectos mi respuesta es «Sí». No pretendo saber nada acerca de su apariencia personal. Si alguien quiere conocerlo mejor, yo le diría: «No te preocupes. Si de verdad lo quieres, lo harás. Pero si te gustará o no, ésa es otra cuestión».