Hagamos un resumen de lo que hemos alcanzado hasta ahora. En el caso de las piedras y los árboles y cosas de esa clase puede que lo que llamamos las leyes de la naturaleza no sea otra cosa que una manera de hablar. Cuando decimos que la naturaleza está regida por ciertas leyes esto puede solamente querer decir que la naturaleza, de hecho, se comporta de cierta manera. Las llamadas leyes pueden no ser nada real —nada por encima y más allá de los hechos que observamos—. Pero en el caso del hombre vimos que esto no es así. La ley de la naturaleza humana, o de lo que está bien y lo que está mal, puede ser algo por encima y más allá de los hechos en sí del comportamiento humano. En este caso, además de los hechos en sí, tenemos algo más: una ley real, que nosotros no inventamos y que sabemos que deberíamos obedecer.
Quiero ahora considerar lo que esto nos dice acerca del universo en que vivimos. Desde que los hombres fueron capaces de pensar han estado preguntándose qué es en realidad este universo y cómo ha llegado a estar donde está. Y, en términos muy generales, se han sostenido dos puntos de vista. Primero está lo que llamamos el punto de vista materialista. La gente que sostiene este punto de vista piensa que la materia y el espacio sencillamente existen, y siempre han existido, sin que nadie sepa por qué, y que la materia, comportándose de ciertas maneras fijas, ha dado en producir, por una suerte de rareza, criaturas como nosotros, que somos capaces de pensar. Por una posibilidad entre un millón algo chocó contra nuestro sol e hizo que produjese los planetas, y por otra posibilidad entre un millón los compuestos químicos y la temperatura necesarios para la vida se dieron en uno de esos planetas, y así, parte de la materia de esta tierra cobró vida, y luego, por una larga serie de coincidencias, las criaturas vivientes se convirtieron en seres como nosotros. El otro punto de vista es el religioso. Según éste, lo que está detrás del universo se parece más a una mente que a cualquier otra cosa que conozcamos. Es decir, es consciente, y tiene fines, y prefiere una cosa a otra. Y con esta intención hizo el universo, en parte con propósitos que desconocemos pero, en todo caso, para producir criaturas semejantes a Él. Y cuando digo semejantes a Él me refiero a que tengan mente. Por favor, no penséis que una de estas ideas fue sostenida hace mucho tiempo y que la otra fue tomando gradualmente su lugar. Allí donde había gente pensante aparecen ambas ideas. Y fijaos también en esto: no es posible averiguar cuál de las dos ideas es correcta sólo con la ayuda de la ciencia en el sentido ordinario de la palabra. La ciencia funciona a base de experimentos. Observa cómo se comportan las cosas. Toda afirmación científica, a la larga, por complicada que sea, significa algo como «Apunté el telescopio a cierta parte del cielo a las 2.20 A. M. del día 15 de enero y vi tal cosa», o: «Puse un poco de esto en un matraz, lo calenté hasta llegar a tal temperatura e hizo esto y aquello». No penséis que estoy diciendo nada en contra de la ciencia: sólo estoy diciendo cuál es su cometido. Y cuanto más científico es un hombre, más (en mi opinión) estaría de acuerdo conmigo en que ésta es la misión de la ciencia… una misión por lo demás muy útil y necesaria. Pero la razón de por qué las cosas están donde están, y de si hay algo detrás de las cosas que observa la ciencia —algo de una clase diferente— esto no es cuestión científica. Si hay Algo detrás, entonces, o tendrá que permanecer del todo desconocido para los hombres o si no hacerse conocer de un modo diferente. La afirmación de que existe tal cosa, o la afirmación de que tal no existe no son afirmaciones que la ciencia pueda hacer. Y los auténticos científicos no suelen hacerlas. Suelen ser los periodistas o los novelistas populares, que han recogido unos cuantos fragmentos de ciencia a medio cocer de los libros de texto, los que prefieren hacerlas. Después de todo, en realidad es un asunto de sentido común. Supongamos que la ciencia se tornase completa, de modo que conociera todas las cosas del universo, ¿no es evidente que las preguntas «¿Por qué hay un universo?», «¿Por qué funciona como funciona?» o «¿Tiene significado?» seguirían sin ser contestadas?
La posición sería desesperada si no fuese por esto: hay una cosa, y solo una, en todo el universo de la que sabemos más de lo que podemos aprender por medio de la observación externa. Esta cosa es el hombre. No solamente observamos al hombre: somos hombres. En este caso tenemos, por así decirlo, información confidencial: estamos en el secreto. Y a causa de esto sabemos que los hombres se encuentran bajo una ley moral que ellos no hicieron, que no pueden olvidar incluso si lo intentan y que saben que deben obedecer. Fijaos en el siguiente punto: cualquiera que estudiase al hombre desde fuera como nosotros estudiamos la electricidad o las coles, sin conocer nuestro lenguaje y en consecuencia incapaz de obtener información confidencial sobre nosotros, jamás obtendría la más mínima evidencia de que tenemos esta ley moral. ¿Cómo podría? Puesto que sus observaciones sólo demostrarían lo que hacemos, y la ley moral trata de lo que debemos hacer. Del mismo modo, si hubiera cualquier cosa por encima y más allá de los hechos observados en el caso de las piedras o del clima, nosotros, estudiándolos desde fuera, jamás podríamos esperar descubrirlo.
La posición de la pregunta es, por lo tanto, ésta: queremos saber si el universo sencillamente es lo que es sin ninguna razón, o si hay algún poder detrás de él que lo hace ser lo que es. Dado que ese poder, si existe, no sería uno de los hechos observados sino una realidad que los hace, ninguna mera observación de los hechos puede descubrirlo. Hay sólo un caso en el que podemos saber si hay algo más, y ese caso es el nuestro, y en ese caso encontramos que ese poder existe. O digámoslo al revés: si hay un poder controlador fuera del universo, no podría mostrársenos como uno de los hechos dentro del universo… del mismo modo que el arquitecto de una casa no podría ser una pared o una escalera o una chimenea de esa casa. El único modo en que podríamos esperar que se nos mostrase sería dentro de nosotros mismos como una influencia o una orden intentando que nos comportásemos de una cierta manera. Y eso es justamente lo que encontramos dentro de nosotros. ¿Y no debería esto despertar nuestras sospechas? En el único caso en el que se podría esperar obtener una respuesta, la respuestas resulta ser sí, y en los otros casos en los que no se obtiene una respuesta se ve por qué no se obtiene. Supongamos que alguien me pregunta, cuando veo un hombre de uniforme azul que va por la calle dejando pequeños paquetitos blancos en cada casa, ¿por qué supongo que estos contienen cartas? Yo debería responder: «Porque cada vez que deja un paquetito similar en mi casa compruebo que contiene una carta». Y si esa persona entonces objetase: «Pero nunca has visto esas cartas que reciben los demás», yo diría: «Claro que no, y no espero hacerlo, porque no están dirigidas a mí. Explico los paquetitos que no se me permite abrir por medio de los paquetitos que sí se me permite abrir». Lo mismo ocurre con esta pregunta. El único paquete que se me permite abrir es el hombre. Cuando lo hago, especialmente cuando abro ese paquete en particular que llamo yo mismo, encuentro que no existo solo, que estoy bajo una ley, que algo o alguien quiere que me comporte de una cierta manera. No creo, por supuesto, que si pudiera meterme dentro de una piedra o un árbol descubriría exactamente la misma cosa, del mismo modo que no creo que todas las demás gentes de la calle reciban la misma carta que yo. Esperaría, por ejemplo, descubrir que la piedra tiene que obedecer la ley de la gravedad… que mientras que el remitente de la carta simplemente me dice que obedezca la ley de mi naturaleza humana, Él compele a la piedra a que obedezca las leyes de su naturaleza de piedra. Pero esperaría encontrar que había, por así decirlo, un remitente de las cartas en ambos casos, un Poder detrás de los hechos, un Director, un Guía.
No penséis que voy más deprisa de lo que en realidad lo hago. No estoy ni siquiera a mil kilómetros del Dios de la teología cristiana. Lo único que tengo es Algo que dirige el universo, y que aparece en mí como una ley que me urge a hacer el bien y me hace sentirme responsable e incómodo cuando hago el mal. Creo que tenemos que asumir que esto se parece más a una mente que a cualquier otra cosa que conozcamos… porque después de todo, la única otra cosa que conocemos es la materia, y es apenas imaginable que un fragmento de materia de instrucciones. Pero, naturalmente, no es necesario que se parezca mucho a una mente, y aún menos a una persona. En el próximo capítulo veremos si podemos averiguar algo más acerca de ella. Pero una palabra de advertencia: se han dicho muchas cosas aduladoras acerca de Dios en los últimos cien años. Eso no es lo que yo ofrezco. Eso puede suprimirse.
Nota.— Con el objeto de que esta sección fuese lo más breve posible cuando fue emitida por la radio, sólo mencioné el punto de vista materialista y el punto de vista religioso. Pero para ser completo debería mencionar el punto de vista intermedio llamado la filosofía de la fuerza vital, o evolución creativa, o evolución emergente. Las exposiciones más agudas acerca de esto aparecen en las obras de George Bernard Shaw, pero las más profundas aparecen en las de Bergson. La gente que sostiene este punto de vista dice que las pequeñas variaciones por las cuales la vida en estas tierra «evolucionó» de las formas más simples hasta el hombre no se debían al azar sino al «esfuerzo» o el «propósito» de una fuerza vital. Cuando la gente dice esto deberíamos preguntarle si por fuerza vital quieren decir algo que tiene mente o que no la tiene. Si la tiene, entonces «una mente que trae la vida a la existencia y la conduce a la perfección» es realmente Dios, y su punto de vista es por lo tanto idéntico al punto de vista religioso. Si no la tiene, ¿qué sentido tiene decir que algo que no tiene mente se «esfuerza» o tiene un «propósito»? Esto me parece fatal para su punto de vista. Una de las razones por las que la gente encuentra tan atractiva la idea de la evolución creativa es que le da a uno gran parte del consuelo emocional de creer en Dios y lo exime de las consecuencias menos agradables. Cuando os sentís bien y brilla el sol y no queréis creer que todo el universo es una simple danza mecánica de átomos, es agradable poder pensar en esta gran fuerza misteriosa que se despliega a lo largo de los siglos y que os transporta en la cresta de la ola. Si, por otro lado, queréis hacer algo que no está muy bien, la fuerza vital, ya que es una fuerza ciega, sin moral y sin mente, jamás interferirá con vosotros como ese molesto Dios acerca del cual nos enseñaron cuando éramos pequeños. La fuerza vital es una especie de Dios domesticado. Podéis ponerlo en funcionamiento cuando queráis, pero no os molestará. Todas las emociones de la religión y ningún precio que pagar por ellas. ¿No es la fuerza vital el mayor logro de creencia deseada que el mundo ha visto hasta la fecha?