No sé cuánto tiempo me quedé allí.
No podía dejar de contemplar aquella imagen.
Me estuve allí, esperando poder salir de aquella pesadilla. Esperando que en algún momento pestañearía y me encontraría ya dentro del alto y musculoso cuerpo de Dirk Davis.
Pero no ocurrió nada de eso. Mi aspecto siguió sin parecerse para nada al de Dirk.
Tenía dos enormes ojos —uno a cada lado de la cabeza— y dos finas antenas que me salían de la frente. La boca, repugnante, contenía una especie de lengua. Pronto descubrí que la podía mover en cualquier dirección y alargarla o acortarla a mi antojo. No quise probarla de momento. El cuerpo se hallaba cubierto de un espeso pelo negro y contaba con tres patas a cada lado. ¡Sin olvidar las alas que me salían de la espalda!
—¡Maldita sea! —vociferé—. ¡Me he convertido en un bicho! ¡Un bicho asqueroso y peludo! ¡Señora Karmen, ayúdeme! ¡Algo ha salido mal!
Creeeak.
¡Slam!
¿Qué había sido eso?
¡Oh, no! Me di cuenta de que la señora Karmen acababa de salir por la puerta de la cocina.
—¡No! ¡Espere! ¡Espere! —grité con aquella vocecita chillona. ¡La señora Karmen era mi única esperanza!
Tenía que alcanzarla. ¡Tenía que contarle lo que había pasado!
—¡Señora Karmen! —chillé—. ¡Señora Karmen!
Sin perder un minuto, salí volando de la cocina y llegué a la sala de estar. A través de la ventana pude ver que su coche seguía aparcado delante de casa.
Pero la puerta principal estaba cerrada y las abejas no pueden abrir puertas. ¡Estaba encerrado en mi propia casa!
¡La puerta trasera!, recordé. La señora Karmen había dicho que estaba entreabierta.
¡Sí! ¡Por allí era por donde habían entrado todas aquellas abejas!
Agité las alas y volví a la cocina. Noté que cada vez controlaba más el modo en que volaba. Pero eso no me importaba mucho en aquel momento. Todo lo que sabía era que tenía que alcanzar a la señora Karmen antes de que se marchara.
Me precipité por la rendija de la puerta trasera.
—¡Señora Karmen! ¡Señora Karmen! —vociferaba yo mientras volaba hacia la parte delantera de la casa—. ¡Socorro! ¡Se ha equivocado! ¡Soy una abeja! ¡Ayúdeme!
Mi voz sonaba tan bajita que no me oía. Abrió la puerta del coche y se puso al volante. ¡La única posibilidad que tenía de volver a llevar una vida normal estaba a punto de desaparecer!
¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía llamar su atención?
Rápidamente se me ocurrió una idea. Salí volando en dirección a su cabeza.
—¡Señora Karmen! —le chillé al oído—. ¡Soy yo, Gary!
La señora Karmen gritó sobresaltada. Luego me dio un manotazo. Bien fuerte.
—¡Ay!
Me estremecí de dolor. La fuerza del golpe me lanzó contra la calzada.
Sacudí la cabeza para ver si podía vislumbrar algo. Entonces fue cuando me di cuenta de que contaba con un grupo más de ojos: unos ojillos que formaban una especie de triángulo en lo alto de la cabeza. Los utilicé para mirar hacia arriba.
Acto seguido pegué un grito de horror.
Estaba viendo cómo una rueda se aproximaba hacia mí. La señora Karmen estaba a punto de pasar con el coche por encima de mí. ¡Me iban a aplastar cual bicho miserable!