Algo iba mal.
Volvía a distinguir los colores pero de modo impreciso. Todo aparecía borroso ante mí. Me esforzaba en ver los objetos con claridad pero daba la impresión de que no podía fijar la vista en nada concreto.
Tampoco me sentía muy bien con mi nuevo cuerpo. Estaba tendido de espaldas y me sentía ligero como una pluma, tan ligero qué hubiera podido flotar.
¿Sería éste el alto y musculoso cuerpo de Dirk Davis? Desde luego no lo parecía.
¿Me habían tomado el pelo?, me pregunté. ¿Es que la foto de Dirk Davis estaba trucada y en realidad él era mucho más bajo de lo que parecía en el álbum?
Alargué una mano e intenté tocarme el estómago. Notaba también una sensación extraña en la mano. Era pequeña y, además, parecía que el brazo lo tuviera doblado en varios sitios al mismo tiempo.
¿Qué pasa?, me pregunté temblando de miedo.
¿Por qué me siento tan raro?
—¡Aahh! —grité cuando finalmente conseguí tocarme el cuerpo.
¡Puaj! Tenía la piel blandengue y cubierta de una especie de pelusilla.
—¡Socorro, señora Karmen! ¡Socorro! ¡Algo va mal!
Intenté gritar pero algo le pasaba a mi voz. Me salía una voz diminuta y chillona, como la de los ratones.
Me puse boca abajo y probé a levantarme. Separé los brazos para no perder el equilibrio.
¡Me quedé de piedra al ver que no tocaba con los pies en el suelo!
¡Estaba volando!
—¿Pero qué me está pasando? —grité con mi chillona vocecita.
Volé hacia delante y choqué contra un armario de la cocina.
—¡Ay! ¡Socorro!
Moví aquellos nuevos y extraños brazos y observé que podía controlar la dirección del vuelo. Noté que unos extraños músculos de la espalda se ponían en movimiento. Quise probarlos y me fui volando hasta la, ventana de la cocina.
Agotado, aterricé en el alféizar. Giré la cabeza hacia un lado. Entonces fue cuando me pegué un susto de muerte.
¡En el cristal de la ventana se veía reflejada la imagen de un horrible monstruo!
Aquel ser tenía dos enormes ojos y me miraba furioso.
Intenté gritar pero estaba tan aterrorizado que no pude emitir ningún sonido.
¡Tengo que salir de aquí!, decidí.
Moví los pies y empecé a correr. El monstruo del cristal hizo lo mismo.
Me paré y le miré. El monstruo se detuvo y me miró también.
—¡Oh, no! ¡No, por favor! —dije—. ¡Que no sea verdad!
Estiré los brazos e hice ademán de taparme los ojos. El ser de la ventana hizo lo mismo.
Y de pronto supe la horrible verdad. ¡El monstruo del cristal era yo!
La señora Karmen se había equivocado, se había equivocado por completo. ¡Y ahora yo estaba atrapado en el cuerpo de una abeja!