Me pasé los siguientes días cambiándome las tiritas y esperando que la señora de Vacaciones Intercambio me llamara. Al principio iba corriendo a coger el teléfono cada vez que sonaba. Pero, por supuesto, nunca era para mí. Casi siempre era alguna de las estúpidas amigas de Krissy que llamaban para cotillear y reírse como unas tontas.

Una tarde estaba leyendo un libro de ciencia ficción en el lugar de siempre, detrás del arce, cuando oí algo. Asomé la cabeza.

Por supuesto, era el señor Andretti caminando por el césped. Llevaba puesto el traje de apicultor. Se dirigía hacia el lugar donde tiene las abejas, detrás del garaje. Cuando llegó, empezó a abrir las puertecillas de las colmenas.

Bzzzzzz.

Me tapé los oídos pero seguía oyendo el ruidoso y monótono zumbido. ¡Cómo odiaba aquel sonido! Me daba un miedo espantoso. Estaba temblando, así que pensé que era el momento de volver a casa. Al ponerme de pie, algo pasó por delante de mi nariz a la velocidad de una bala. ¡Una abeja!

¿Se estaban escapando de verdad las abejas esta vez?

Aspiré un poco de aire y eché una mirada a la casa de Andretti. Casi me quedé sin respiración. Había un enorme agujero en la tela metálica que rodeaba la zona donde estaban las colmenas.

¡Montones de abejas se estaban escapando por allí!

—¡Ah! —exclamé. Una abeja se había posado cerca de mi oreja y zumbaba ruidosamente.

La espanté de un manotazo y me fui corriendo para casa. En un momento de locura pensé incluso en llamar a la policía o al servicio de urgencias. Pero tras cerrar la puerta trasera de golpe, escuché un sonido demasiado familiar.

—¡Ja, ja, ja!

Una vez más el señor Andretti se estaba riendo de mí. Me di un puñetazo en la mano. ¡Dios, cómo me gustaría aplastarle la nariz a ese tipo!, pensé.

El teléfono interrumpió mis pensamientos.

—¡Dejadme en paz un rato! —protesté dando grandes zancadas para ir a cogerlo—. ¿Es que los tontos amigos estos de Krissy no tienen nada mejor que hacer que hablar por teléfono todo el día?

—¿Qué quieres? —gruñí tras descolgar el auricular.

—Gary, por favor —dijo una voz de mujer—. ¿Gary Lutz?

—¡Eh,… sí! —respondí sorprendido—. Soy yo.

—¡Hola, Gary! Soy Karmen de Vacaciones Intercambio. ¿Me recuerdas?

El corazón empezó a latirme con fuerza.

—Sí, la recuerdo —contesté.

—Bien, pues si todavía te interesa, te comunico que te hemos encontrado una pareja.

—¿Una pareja?

—Pues sí —continuó la señora Karmen—. Hemos encontrado un chico al que le gustaría intercambiar el cuerpo contigo durante una semana. ¿Qué te parece?

Dudé durante unos segundos. Pero entonces, al mirar hacia la puerta trasera de la cocina, vi que una gorda abeja se lanzaba contra la parte exterior de la puerta de rejilla.

—¡Jo, jo, jo!

La desdeñosa risa del señor Andretti resonaba por todo el jardín.

Fruncí la boca.

—Muy bien —dije con firmeza—. Me parece muy bien. ¿Cuándo podemos hacer el intercambio?

—Bueno, podemos hacerlo ahora mismo si tú quieres —respondió la señora Karmen.

Mientras reflexionaba, el pulso se me iba acelerando. Mis padres estarían fuera toda la tarde y Krissy se había ido a jugar a casa de una amiga. El momento era perfecto. ¡No volvería a tener otra oportunidad como aquélla!

—¡Vale, de acuerdo! —exclamé.

—¡Estupendo, Gary! Estaré en tu casa dentro de unos veinte minutos.

—Muy bien, aquí la espero.

Los siguientes veinte minutos me parecieron eternos. Mientras esperaba no paré de pasearme de un lado a otro de la sala de estar. Me preguntaba cómo sería mi nuevo cuerpo. ¿Y cómo serían mis nuevos padres? ¿Y mi casa? ¿Y mi ropa? ¿Podría incluso tener amigos?

Cuando llegó la señora Karmen ya estaba histérico. Sonó el timbre y yo tenía las manos tan sudorosas que apenas si pude girar el pomo para abrirle la puerta.

—Vamos a la cocina —sugirió la señora Karmen—. Quisiera colocar el material encima de una mesa.

La guié hasta allí.

Abrió una pequeña maleta y sacó de ella unas cajas negras que contenían unos monitores.

—Bueno, ¿y quién es ese chico que quiere cambiarse conmigo? —pregunté.

—Se llama Dirk Davis.

¡Dirk Davis!, me dije emocionado. Hasta el nombre era guay.

—¿Qué aspecto tiene?

La señora Karmen abrió un álbum de fotos de color blanco.

—Aquí tienes su foto —contestó, pasándomela.

Tenía ante mis ojos la foto de un chico alto, rubio y atlético que llevaba puestos unos pantalones negros de ciclista y una camiseta azul de deporte. Me quedé pasmado ante aquella imagen.

—¡Si parece un surfista o algo por el estilo! —exclamé—. ¿Cómo es posible que quiera cambiar su cuerpo por el mío? ¿Es una broma?

La señora Karmen sonrió.

—Bueno Gary, para ser sinceros, no es exactamente tu cuerpo lo que a él le interesa de ti sino tu mente. ¿Sabes?, Dirk necesita a alguien que sea bueno en matemáticas. Tiene que hacer varios exámenes en la escuela de verano y son muy difíciles. Quiere que tú los hagas por él.

—¡Oh! —exclamé. Me sentí más tranquilo—. Bueno, yo suelo hacer bastante bien los exámenes de matemáticas.

—Sí, ya lo sabemos, Gary. En Vacaciones Intercambio nos informamos muy bien. Tú eres muy bueno en matemáticas y Dirk lo es con el monopatín.

Me senté a la mesa.

Bzzzzzz.

Una abeja zumbaba precisamente bajo mi nariz.

—¡Ah! —chillé dando un brinco hacia atrás—. ¿Cómo ha conseguido entrar aquí esta abeja?

La señora Karmen, que estaba ocupada con el material, levantó la vista.

—La puerta trasera está entreabierta. Ahora, por favor, siéntate e intenta relajarte. Tengo que ponerte esta cinta en la muñeca.

Me senté no sin echar antes una ojeada nerviosa a la puerta. La señora Karmen me puso una tira negra alrededor de la muñeca. Después empezó a manipular los cables de uno de los aparatos.

Bzzzzzz.

Otra abeja pasó por delante de mí y me moví inquieto en la silla.

—Por favor, Gary, estáte quieto, si no el equipo no funcionará.

—¿Quién puede estarse quieto con todas estas abejas volando por aquí? —objeté.

Fruncí el entrecejo. Tres gordas abejas se paseaban por encima de la mesa.

Bzzzzzz.

Otra pasó muy cerca de mi ojo derecho.

—¿Qué pasa con estas abejas? —empezaba a asustarme de verdad.

—No les hagas caso —replicó la señora Karmen— y no te molestarán.

Hizo un ajuste más en el aparato.

—Además, a Dirk Davis no le dan miedo las abejas. ¡Y tan pronto como apriete este botón, a ti tampoco te lo darán!

—¡Pero…!

¡Zzaaaapppp!

Ante mí apareció una intensa y brillante luz blanca.

Intenté gritar pero casi no podía ni respirar.

La luz se volvió más y más brillante. Luego me hundí en un profundo pozo de oscuridad.