Rápidamente quité las mantas de la cama. La débil luz que entraba por la ventana me permitió ver la rata: era gorda y peluda, y sus ojos rojos brillaban al mirarme.

Volví a chillar.

Luego, oí una carcajada. Era Krissy riéndose.

No podía ser. Me acerqué al interruptor y encendí la luz. Efectivamente, la rata seguía mirándome desde la cama, pero ahora ya la reconocía. Era uno de los juguetes preferidos de Claus: una rata gris de goma. Abajo, en su habitación, Krissy se desternillaba de risa.

—¡Me las vas a pagar, enana! —vociferé. Pensé en bajar y darle cuatro tortazos pero pronto abandoné la idea.

A pesar de que Krissy tiene sólo nueve años, es una niña muy fuerte. Existían bastantes posibilidades de que me pegara ella a mí.

Refunfuñando, cogí la rata y la tiré a un rincón de mi cuarto. Después, lleno de rabia y sintiendo cómo el corazón me golpeaba en el pecho, apagué la luz y me volví a meter en la cama.

Mañana, me prometí en la oscuridad de la habitación. Mañana, tú, Gary Lutz, vas a ir a comprobar de qué va ese anuncio y a averiguar si puedes cambiar de vida. Aunque sólo sea por una semana ¡seguro que es mejor que esta desgraciada vida que tienes ahora!

Al día siguiente cumplí mi promesa. Después de desayunar, recorrí las seis manzanas que me separaban de Roach Street. Al llegar a la calle empecé a mirar los números. Buscaba el 113.

Supongo que esperaba encontrarme con un edificio de oficinas de ésos grandes y acristalados. Pero cuando por fin di con el número 113, vi que se trataba de un local pequeño y gris que me recordaba a la consulta de mi dentista. Había un pequeño letrero que decía:

VACACIONES INTERCAMBIO

Sala 2-B

Abrí la puerta y subí unos cuantos escalones. A continuación abrí otra y entré en una especie de sala de espera decorada con una moqueta beige y sillas marrones de piel.

Había una mujer morena sentada detrás de un cristal. Sonrió al verme y me aproximé a hablar con ella.

—¡Buenas tardes! —me saludó a través de un micrófono.

Pegué un brinco. Aunque la mujer estaba enfrente de mí, la voz había salido de un altavoz que había en la pared.

—¡Ah!… bue… —tartamudeé nervioso—. Es sobre el mensaje del boletín de anuncios electrónico.

—¡Ah, sí! —replicó la mujer sonriendo de nuevo—. Muchas personas nos conocen a través del ordenador. Disculpa que te atienda desde detrás del cristal pero es que el material que tenemos es tan delicado que debemos protegerlo a toda costa.

Atisbé por encima del hombro de la mujer. Se veían brillar unos estantes metálicos y había también muchos aparatos electrónicos: monitores, pantallas de vídeo, aparatos de rayos X y varias cámaras. Parecía una imagen sacada de Star Trek.

Sentí de repente como una especie de opresión en el estómago. A lo mejor no es una buena idea, pensé.

—A… a usted seguramente no le gusta que haya niños curioseando por aquí —farfullé.

Empecé a retroceder hacia la puerta.

—En absoluto —repuso—. Muchos de nuestros clientes son chicos jóvenes como tú. Hay bastantes niños interesados en intercambiar sus vidas con otros durante una semana. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

—Gary. Gary Lutz.

—Encantada de conocerte, Gary. Yo soy Karmen. ¿Cuántos años tienes? ¿Doce?

Asentí con la cabeza.

—Ven un momento —dijo la señora Karmen haciéndome una señal con la mano.

Me acerqué con cautela hasta la cabina de cristal. Ella abrió una pequeña ranura en la parte inferior y pasó por allí un libro. Lo cogí y vi que se trataba de un álbum de fotos como el que tienen mis padres del día de su boda. Lo abrí y empecé a hojearlo.

—¡Son niños! —exclamé— y todos más o menos de mi edad.

—Exactamente —observó la señora Karmen—. Cada uno de ellos quiere intercambiar su vida con la de otro niño durante una semana.

—¡Vaya!

Seguí examinando el álbum. Muchas de aquellas fotos mostraban a chicos que parecían grandes y fuertes. A chicos como éstos no les asustará nada, me dije. Me pregunté cómo se sentiría uno siendo alguno de ellos.

—Puedes elegir al chico —o incluso a la chica, si quieres— con quien te gustaría intercambiar tu casa durante una semana —continuó la señora Karmen.

—¿Pero esto cómo funciona? —pregunté—. ¿Yo voy a casa de alguien, duermo en su habitación y me quedo allí durante una semana? Y luego, ¿voy a su colegio?, ¿me pongo su ropa?

La mujer se echó a reír.

—Es mucho más interesante que todo eso, Gary. Con nuestras vacaciones especiales te conviertes realmente en la otra persona durante una semana.

—¿Eh?

—Nosotros contamos con un sistema seguro e indoloro —me explicó— para trasladar la mente de una persona al cuerpo de otra. O sea, tú sabrás que eres realmente tú, pero nadie te podrá reconocer. ¡Ni siquiera los padres del otro chico!

Todavía seguía un poco desconcertado.

—Pero… ¿y qué pasa con mi cuerpo? ¿Lo guardan ustedes aquí?

—No, no. Vacaciones Intercambio encontrará a alguien que quiera ocupar tu cuerpo durante esa semana. ¡Tus padres no sabrán nunca que te has ido!

Le eché un vistazo a mi delgaducho cuerpo y me pregunté quién lo querría tomar prestado durante una semana. La señora Karmen se inclinó hacia delante en la silla.

—Bien, ¿qué te parece? ¿Te interesa, Gary?

Clavé la vista en aquellos ojos castaños y tragué saliva. Empezaba a notar un sudor frío. Todo aquello era muy extraño. Me ponía la carne de gallina.

—Bueno —contesté—. No sé. Es que no estoy seguro.

—No te preocupes —dijo la señora Karmen—. La mayoría de la gente tarda algún tiempo en hacerse a la idea de un cambio de cuerpo. Puedes pensártelo todo lo que quieras.

Sacó una pequeña cámara.

—Pero mientras tanto, ¿te importa que te haga una foto? Así podremos averiguar si hay alguien interesado en ocupar tu cuerpo durante una semana.

—Bueno, supongo que no hay problema —respondí.

La señora Karmen disparó la foto al tiempo que aparecía la luz del flash.

—Pero todavía no estoy seguro de querer hacerlo.

—No estás obligado a nada —repuso ella—. ¿Por qué no hacemos una cosa? Rellenas un formulario con todos tus datos, luego pondré tu foto en nuestro álbum y cuando encontremos a alguien que quiera cambiarse contigo, te llamaré para ver si te has decidido.

—De acuerdo —contesté.

¿Qué mal podía haber en eso?, me pregunté. ¡Ella no encontraría jamás a nadie que quisiera estar en mi cuerpo una semana!

Me pasé unos minutos rellenando el formulario. Tuve que escribir mi nombre y dirección y después anotar qué aficiones tenía, qué tal me iba en el colegio y cosas así. Cuando acabé se lo entregué a la señora Karmen, me despedí de ella y me marché.

Recorrí la mayor parte del camino hasta casa sin problemas. Cuando me faltaba todavía una manzana y media para llegar, tropecé con las tres personas que más aborrezco en este mundo: Barry, Marv y Karl.

—¡Hey, tíos! —gritó Barry esbozando una desagradable sonrisa—. El Cara de avestruz se ha levantado y está dando una vuelta. Eso quiere decir que ayer no le pegamos como debimos.

—No —protesté yo—. Me pegasteis muy bien, de verdad, chicos, que me pegasteis cantidad de bien.

Me temo que no me creyeron. Todos se me echaron encima al mismo tiempo. Cuando por fin acabaron —unos cinco minutos más tarde— yo estaba tirado en el suelo, con un ojo hinchado y viendo cómo se alejaban.

—¡Que tengas un buen día! —me gritó Marv. Los tres caminaban descoyuntándose de risa.

Me incorporé y golpeé el suelo con el puño con rabia.

—¡Estoy harto! —gemí—. ¡Quiero ser otra persona, cualquier otra persona!

Con mucho cuidado, pues me dolía todo el cuerpo, me fui poniendo de pie.

—Lo voy a hacer —decidí—. Y nadie me lo va a impedir. Mañana llamaré a Vacaciones Intercambio. Quiero que me pongan en el cuerpo de otro. ¡Tan pronto como puedan!