¿Qué querría decir aquello?

Apreté la tecla Enter para leer lo que seguía. Me interesaba muchísimo saber algo más sobre aquel mensaje. Esto fue lo que vi:

«MANDE DE VACACIONES A SU VIDA ACTUAL.

»¡Realice un intercambio con otra persona durante una semana!»

VACACIONES INTERCAMBIO

Roach Street, 113, Sala 2-B

Teléfono 1-800-555-SWAP

¿Sería posible algo así?, me pregunté. ¿Sería posible que dos personas intercambiaran sus vidas sin que surgieran toda clase de problemas?

Tuve que reconocer que aquello parecía algo disparatado. Disparatado y, sin embargo, interesante.

Bostecé y me rasqué la cabeza.

—¡Ay! —Me había rozado con la mano uno de aquellos dolorosos chichones que me habían hecho Barry, Marv y Karl.

Aquella punzada me ayudó a tomar una decisión. Estaba totalmente dispuesto a cambiar algunas cosas.

No quiero que me sigan pegando durante el resto de mi vida, me dije, ni quiero continuar estrellándome contra las farolas. Ni tampoco ser siempre el último que elijan para el equipo.

Cogí una hoja de papel y copié la dirección de la pantalla. Entonces me di cuenta de que Vacaciones Intercambio se hallaba tan sólo a unas manzanas de mi colegio. Sabía exactamente dónde estaba. Podía pasar por la oficina el día siguiente.

Voy a ir a que me informen, decidí.

Tomar una decisión así hizo que me animara un poco. Cuando bajé al comedor ya casi estaba de buen humor. Pero no me duró mucho. Al sentarnos todos a la mesa para cenar, mi padre vio que tenía la cara destrozada.

—¡Gary! —exclamó—. ¿Pero se puede saber qué te ha pasado?

—Bueno —respondí—, he tenido un pequeño accidente con la bici.

Me estremecí al pronunciar la palabra «bici». Pensaba en aquella cosa abollada, en aquella chatarra que había dejado en un rincón del garaje.

—De eso nada —repuso mamá—. Estoy segura de que te has vuelto a pelear con esos chicos del barrio. ¿Es que no podéis resolver vuestras diferencias sin pegaros?

Krissy empezó a reírse de tal modo que por poco se atraganta con el atún.

—¡Gary no tiene ninguna diferencia con esos tipos, mamá! —replicó—. ¡Lo que pasa es que a ellos les encanta pegarle!

Mi madre movió la cabeza enfadada.

—¡Bueno, pues esto ya no puede ser! —exclamó—. ¡Ahora mismo voy a llamar a los padres de esos chicos y les voy a cantar las cuarenta!

Protesté enérgicamente.

—Mamá, de verdad que he tenido un accidente con la bici. Si no me crees ves a comprobarlo al garaje.

A partir de ese momento mi padre me creyó. Entonces empezó a sermonearme: que si la seguridad y la bicicleta, que si debería haber llevado puesto el casco y que si iba a tener que pagar de mi bolsillo la reparación de la bici.

Al cabo de un rato, dejé de prestarle atención. Mientras le daba vueltas a la comida en el plato, sólo pensaba en el proyecto de cambiar mi vida gracias a Vacaciones Intercambio.

Cuanto más pronto mejor, pensé. Cuanto antes me largue de aquí, mucho mejor estaré.

Acabamos de cenar y yo subí a mi habitación a seguir jugando con el ordenador. Me entretuve con el Planet Monstro hasta la hora de dormir.

Intenté darle al dragón en el entrecejo pero a pesar de seguir los consejos de «Ted de Ithaca» no lo conseguí. El dragón me comió veintitrés veces.

Al final lo dejé y me metí en la cama. Estaba tan hecho polvo que me empezó a invadir el sueño enseguida. Me di la vuelta, me tapé con la manta hasta la barbilla y me hice un ovillo. Entonces toqué algo con el pie derecho.

—¡Eh! —exclamé—. ¿Qué hay ahí abajo?

Notaba cómo me latía con fuerza el corazón. Lentamente, volví a mover el pie.

—¡Aaaaaaah! —Se me pusieron los pelos de punta.

Salté de la cama y pegué un grito de espanto.