¡Craack!
No vi la farola hasta que me di contra ella. La bicicleta se ladeó y yo salí disparado hacia un lado. Se oyó un crujido de metales retorciéndose. Yo fui a caer de bruces en un charco. Era algo profundo y estaba lleno de un barro caliente.
Oí el ruido del coche al alejarse. Lentamente, fui sacando la cara del barro.
Supongo que no debo de estar precisamente guapo, pensé con cierta amargura. Quizá así al menos les daría un poco de pena.
En absoluto.
Judy y Kaitlyn estaban detrás, en la acera, riéndose encantadas.
—¡Bonita bici, Gary! —exclamó una de ellas.
Y se fueron deprisa.
Nunca en toda mi vida me había sentido tan humillado. Si hubiera podido, habría echado raíces en aquel charco y me hubiera convertido en un árbol. Puede que no sea la más emocionante de las vidas pero al menos nadie se ríe de un árbol.
Lo digo en serio. En ese momento hubiera cambiado con gusto mi vida por la de un árbol. O por la de un pájaro. O por la de un insecto. O por la de cualquier otro ser viviente del planeta.
Con esas ideas tan tristes rondándome la cabeza, decidí levantarme y marcharme de allí antes de que llegara alguien más. Tuve que emplear todas mis fuerzas para desenganchar la pobre bicicleta de la farola. Por suerte, no hizo falta que la arrastrara mucho rato.
Por segunda vez en la misma tarde, tuve que entrar sigilosamente en casa y subir hasta el cuarto de baño para lavarme antes de que me viera alguien. En esta ocasión, al contemplarme en el espejo, comprendí que no habría forma de impedir que mamá me viera todos aquellos cortes y rasguños.
¿Y qué más da?, pensé quejumbroso mientras me lavaba la cara y las manos llenas de barro. ¿Qué importa si mamá se da cuenta? Mejor, así tendrá algo más de qué reírse. ¡Parece que eso le encanta!
Me fui a mi habitación y me puse la última camiseta limpia que tenía. Luego eché un vistazo a mi alrededor para ver en qué podía entretenerme.
Encendería el ordenador. Jugar con el ordenador es una de las pocas cosas que de verdad me gustan. Cuando estoy absorto en alguno de los juegos, a veces hasta puedo olvidarme de que soy un completo estúpido llamado Gary Lutz. En un juego de ordenador nadie me llama nunca «Lutz cara de avestruz».
Puse en marcha el ordenador y decidí probar suerte de nuevo con el Planet Monstro, el juego en el que me había quedado bloqueado durante dos días.
Monstro es superguay. En este juego yo soy un personaje llamado «el Guerrero» y estoy atrapado en el planeta Monstro. Y lo que tengo que hacer es intentar salir victorioso de todo tipo de espeluznantes situaciones.
Antes de empezar a jugar, pensé que debía echar un vistazo a ver qué había en el Computa Note, uno de los boletines de anuncios electrónicos a los que estoy conectado. El lunes había dejado un mensaje preguntando si alguien sabía cómo acabar con el dragón de dos cabezas que no paraba de comerme en la decimotercera luna de Monstro. A veces ocurre que personas que juegan a lo mismo se intercambian pistas.
Al entrar en el Computa Note aparecieron en la pantalla los siguientes mensajes:
«Para Arnold de Milwaukee: ¿En el juego de la selva, has probado a frotarte todo el cuerpo con hojas de eucalipto trituradas? Es una forma —ecológicamente correcta— de repeler las hormigas venenosas en EcoScare 95. De Lisa de San Francisco».
«Para R. de Sacramento: En SpaceQuest 20 la única manera de escapar de la inundación de tu nave espacial es inflar tu traje y salir flotando. De L. de St. Louis».
«Para Gary de Millville: Intenta herir al dragón en el entrecejo. A mí me dio resultado. De Ted de Ithaca».
Fantástico, pensé. Había estado intentando herir al dragón en el entrecejo pero el bicho siempre me comía antes de que pudiera hacerlo. ¿Qué estaba haciendo «Ted de Ithaca» que yo no hiciera?
Decidí dejar otro mensaje electrónico: le pediría a Ted que me explicara qué había querido decir exactamente. Pero al empezar a escribir, vi que en la parte inferior de la pantalla había otro mensaje.
Lo leí una vez. Enseguida lo volví a leer con mucha atención:
«MANDE DE VACACIONES A SU VIDA ACTUAL.
»¡Realice un intercambio con otra persona durante una semana!»