Di un último grito y esperé a que todo se oscureciera a mi alrededor.

Tardé unos segundos en darme cuenta de que la libélula se había dado la vuelta y había seguido volando en otra dirección.

Mi imaginación me había jugado una mala pasada. Siempre me ocurría eso cuando estaba demasiado cansado. Respiré profundamente, agradecido de estar todavía entero. Decidí que debía utilizar las fuerzas que me quedaban para ir hasta la oficina de Vacaciones Intercambio y hablar con la señora Karmen.

Alcé el vuelo, miré a ambos lados para ver cómo estaba el tráfico de libélulas y me marché.

Tras un largo y agotador viaje, comprobé que había llegado a la manzana adecuada. Ya estaba en Roach Street. Seguí volando a lo largo de la acera hasta llegar al edificio donde se hallaba Vacaciones Intercambio. Me posé en el escalón de la entrada y me puse a cavilar sobre la manera de poder entrar en la oficina.

Por suerte, mientras descansaba sobre el cálido cemento vi que se acercaba un cartero. Se iba parando en todas las casas de la calle. Rápidamente, corrí hacia la puerta de Vacaciones Intercambio a comprobar una cosa. Tal como yo esperaba, tenía en medio una abertura para echar las cartas.

Me acerqué al pomo y esperé mi oportunidad. El cartero caminaba despacio, le costaba llegar hasta aquel edificio.

—¡Vamos, deprisa! —le grité—. ¿Es que se cree que tengo todo el día o qué?

Evidentemente, no me oyó.

Metió la mano en la cartera y tras revolver un poco entre los papeles que llevaba, sacó un manojo de cartas. Luego, lentamente, alargó la mano y abrió la ranura.

Antes de que el hombre tuviera tiempo de reaccionar, pasé como una flecha por delante de sus narices y me colé por la abertura. Entonces le oí refunfuñar y supe que me había visto. Pero por una vez la suerte me acompañaba. Había actuado con tanta rapidez que el cartero no había podido darme un manotazo.

Mi suerte continuó al llegar a lo alto de la escalera. En ese preciso instante se abrió la puerta de Vacaciones Intercambio y salió una chica de aproximadamente mi edad. Era pelirroja y tenía el pelo largo y rizado. Su cara mostraba una expresión seria y pensativa. ¿Estaba reflexionando sobre la posibilidad de hacer un intercambio con otra persona?

—¡Vete a casa! —le grité—. ¡Y no vuelvas! ¡No te acerques a este lugar! ¡Fíjate en lo que me ha pasado a mí!

A pesar de que yo le hablaba a gritos, la chica ni siquiera volvió la cabeza. Pero dejó la puerta abierta el tiempo suficiente para que yo entrara en la oficina.

Atravesé la sala de espera y vi a la señora Karmen sentada en la misma silla que ocupaba cuando la conocí.

Me lancé directo hacia ella pero antes de llegar choqué contra algo duro. Sentí un fuerte dolor en todo el cuerpo y caí al suelo, aturdido.

Cuando se me pasó la confusión, recordé que entre la señora Karmen y la sala de espera había una mampara de cristal. ¡Y yo, como un cegato, me había estrellado contra ella!

Traté de despejarme y pensar con claridad.

—¡Señora Karmen! —vociferé—. Señora Karmen, soy yo, Gary Lutz. ¡Mire lo que me ha pasado! ¿Puede ayudarme, por favor? ¡Ayúdeme!