¿Lo leería?

¡Sí! «Gary» se frotó los ojos. Luego, arrastrando los pies, se fue acercando al ordenador.

¡Sí! ¡Sí!

Casi exploto de alegría al ver que le echaba una ojeada a la pantalla.

—¡Adelante, Gary! ¡Léelo! ¡Léelo! —chillaba yo.

Miró más de cerca la pantalla frunciendo el entrecejo.

—¿He dejado esta cosa encendida toda la noche? —murmuró, moviendo la cabeza—. ¡Vaya! Pues menudo despiste llevo.

Entonces, alargó la mano y apagó el ordenador. Luego se dio la vuelta y salió de la habitación.

Desconcertado, salté del monitor y fui a caer en la mesa, al lado del teclado. Todo aquel trabajo para nada.

Pero bueno ¿qué le pasaba a «Gary»? ¿Es que no sabía leer?

Tengo que hablar con él, me dije recobrando la calma. Tengo que comunicarme con él de alguna manera.

Levanté las alas y salí tras él. Le seguí por la cocina y luego salimos juntos por la puerta trasera. Mientras «Gary» andaba a grandes zancadas por la hierba, yo empecé a revolotear alrededor de su cabeza. No me hizo ningún caso. Cruzó el jardín y abrió la puerta del garaje. Acto seguido entró y cogió mi viejo monopatín.

No había usado aquel monopatín desde hacía por lo menos dos años. Mi tío me lo había regalado al cumplir los diez años y había estado a punto de romperme una pierna intentando ir en él. Después de aquello, lo guardé y decidí no volver a tocarlo.

—¡No te subas en eso! —le grité a «Gary»—. Es peligroso. Puedes hacerle daño a mi cuerpo y quiero que me lo devuelvas entero.

Por supuesto «Gary» ni siquiera me vio. Así que se fue con el monopatín hasta la parte delantera de casa y lo dejó en el suelo.

Al poco rato, pasaron por allí Kaitlyn y Judy. Me imaginaba que empezarían a burlarse de mi nuevo yo.

—¡Hola, Gary! —dijo Kaitlyn.

Se apartó varios rizos de la frente y sonrió.

—¿Llegamos tarde a nuestra clase de monopatín?

«Gary» le devolvió una amplia sonrisa.

—No, qué va, Kaitlyn —respondió con mi voz—. ¿Queréis que vayamos al campo de juegos como hicimos ayer?

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Clase de monopatín? ¿Ir al campo de juegos como hicimos ayer? ¿Qué estaba pasando allí?

—Espero que no te importe, Gary —replicó Judy— pero les dijimos a algunos chicos, a Gail y a Louie por ejemplo, que eres muy bueno con el monopatín y ahora dicen que les encantaría que les enseñaras también a ellos. ¿Qué te parece? Si no quieres les llamamos y…

—No, no, me parece muy bien, Judy —la interrumpió «Gary»—. Nos vamos ¿vale?

Mi nuevo «yo» saltó sobre el monopatín y fue deslizándose tranquilamente por la acera. Judy y Kaitlyn corrían detrás.

Por un momento, la impresión me dejó paralizado, pero luego decidí seguirles. Mientras volaba tras ellos me iba diciendo: ¡No puedo creerlo! ¿«Lutz cara de avestruz» dando clases de monopatín en el campo de juegos? ¿Y todos esperando a que él aparezca? ¿Qué estará pasando aquí?

Minutos después, llegamos los cuatro al campo de juegos. Efectivamente, todo un grupo de chicos esperaba a «Gary». Éste puso el monopatín en el suelo y empezó a dar indicaciones a todo el mundo sobre el «monopatinaje», como lo llamaba él.

Me fui hacia él y comencé a gritarle de nuevo al oído.

—¡Dirk! —vociferé—. ¡Dirk Davis! Soy yo. ¡El verdadero Gary Lutz!

Distraído, manoteó tratando de ahuyentarme. Intenté hablar otra vez con él pero en esta ocasión me dio un manotazo fuerte y me echó a rodar por los suelos.

Decidí abandonar. No quería que me hiciera daño. Comprendí que Dirk no me iba a ayudar.

La señora Karmen era mi única esperanza, me dije. Al fin y al cabo, ella era la que tenía todos los aparatos. Era la única persona que podía rectificar lo que había hecho.

Volé hasta un árbol cercano. Tenía que pensar hacia dónde debía dirigirme. Cuando se es un insecto, todo parece distinto: cosas que para una persona resultan pequeñas, para una abeja son enormes. Quería, pues, estar seguro de que no iba a confundirme y a volar en la dirección equivocada.

Desde la hoja en la que estaba, miré hacia un lado y otro de la manzana hasta que estuve seguro de qué camino tenía que coger. Cuando ya estaba dispuesto a marcharme, apareció de repente sobre mi cabeza una enorme sombra. Al principio pensé que se trataba de un pajarillo pero luego vi que era una libélula.

Tranquilo, me dije. Una libélula es un insecto, ¿no?, y los insectos no se comen unos a otros, ¿vale?

Supongo que nadie le había explicado eso a la libélula.

Antes de que pudiera moverme, se lanzó sobre mí, me clavó los dientes y me partió en dos.