Me desperté sobresaltado. Traté de ahuyentar a una abeja que se me había acercado a la cara. Tardé unos instantes en recordar dónde me hallaba. Ya no estaba tumbado en el jardín preocupado por mantenerme lejos de aquellos insectos. Ahora era una abeja: ¡una abeja atrapada en una colmena!
Me puse de pie de un salto, di un paso y me encontré cara a cara con otra abeja. No sabía si era la misma que había visto la noche anterior pero parecía igual de furiosa. Aquellos ojos enormes y saltones me miraban rabiosos. Y su dueña se me acercaba poco a poco.
Rápidamente, di media vuelta y salí volando. Evidentemente, no tenía ni idea de adonde iba.
La colmena parecía estar formada por infinidad de largos y oscuros pasillos. Por todas partes, grupos de abejas hacían panales. Mientras trabajaban, su zumbido no se detenía ni un momento. ¡Aquel sonido me estaba sacando de mis casillas!
Comencé a buscar la salida. Caminé de un lado a otro, deambulé por aquí y por allá. Me recorrí todos los oscuros y pegajosos panales.
De vez en cuando, sacaba la lengua y cogía un poco de miel. Ya me estaba hartando de aquella cosa dulce, pero sabía que tenía que conservar las fuerzas si quería escapar de la colmena.
Mientras buscaba la salida, observé que cada abeja parecía tener asignado un trabajo: unas fabricaban los panales, otras cuidaban de los hijos de la reina y otras hacían diversas tareas. ¡Aquellos bichos no paraban jamás! Eran como hormiguitas trabajando de la mañana a la noche.
Yo volaba como una flecha por aquel laberinto oscuro. Sin embargo, al cabo de un rato empecé a desanimarme.
No hay salida, pensé. Ninguna salida.
Entristecido, me posé en el pegajoso suelo de la colmena. Entonces, tres grandes abejas se pusieron frente a mí. Zumbaban furiosas a la vez que hacían chocar contra mí sus peludos y húmedos cuerpos. Se veía claramente que aquellas abejas estaban enojadas conmigo.
A lo mejor era porque no estaba haciendo mi «trabajo». ¿Pero cuál era mi trabajo? ¿Cómo podía decirles que no sabía lo que se suponía que debía estar haciendo?
Intenté escabullirme pero me cerraron el paso. Allí las tenía: tres malvadas abejas que me recordaban a Barry, Marv y Karl. Retrocedí al ver que una de ellas me apuntaba con el aguijón.
¡Se estaba preparando para matarme! ¡Y yo ni siquiera sabía por qué!
Pegué un grito y me di la vuelta en redondo. Salí corriendo por el estrecho pasillo a toda la velocidad que me permitían mis seis patas. Luego giré en una esquina.
—¡Oh!
Choqué con otra abeja. Por suerte iba tan rápido que casi ni me vio.
Respiré aliviado. Y entonces se me ocurrió una idea. ¿Adonde iba aquella abeja con tanta prisa? ¿Es que llevaba algo a algún lugar? ¿Iba a algún sitio que yo no había explorado todavía?
Decidí seguirla y averiguarlo. Necesitaba enterarme de todo lo que pudiera acerca de la colmena. Quizá, sólo quizá, me serviría de ayuda para escapar.
Corrí detrás de la abeja. Pensé que la encontraría enseguida pero ya se había alejado mucho. La busqué por entre los diferentes panales pero no hubo manera de encontrarla. Después de un rato, abandoné la búsqueda.
Tienes que seguir, «Lutz cara de avestruz», me regañé. Me sentía peor que nunca.
Saqué la lengua y sorbí una buena ración de miel. Eso me permitiría continuar. Luego inicié de nuevo mi interminable exploración.
—¡Aaaalto!
Me paré al llegar a una zona que me resultaba familiar. Estaba casi seguro de que era el lugar en el que Andretti me había dejado cuando me metió en la colmena.
De pronto, un numeroso grupo de enojadas abejas se agolpó a mi alrededor.
—¡Hey! —protesté al notar que me empujaban hacia delante.
Me respondieron con un agudo y creciente zumbido.
¿Qué estaban haciendo? ¿Me atacaban? ¿Me iban a picar todas a la vez?
Me tenían rodeado. No podía escapar.
¿Y cómo podía yo luchar contra tantas abejas? Estaba perdido. Acabado. Suspiré derrotado, cerré los ojos y empecé a temblar.
Ya sólo esperaba que se lanzaran en tropel sobre mí.