DESPUÉS de una tempestad, se ve el poder de persuasión del aire. Mis méritos se me hacen evidentes, y me dominan, aunque yo no les ofrezco ninguna resistencia.
Ando, y mi compás es el compás de este lado de la calle, de la calle, del barrio entero. Por derecho, soy responsable de todas las llamadas en las puertas, de todos los golpes sobre las mesas, de todos los brindis, de todas las parejas de amantes en sus lechos, en los andamiajes de las construcciones, en las calles oscuras, apretados contra los muros de las casas, en los divanes de los prostíbulos.
Comparo mi pasado con mi futuro, pero ambos me parecen admirables, no puedo otorgar la palma a ninguno de los dos, y sólo protesto ante la injusticia de la Providencia, que me ha favorecido tanto. Pero cuando entro en mi habitación, me siento un poco pensativo, aunque al subir las escaleras no me he encontrado con nada que justifique ese sentimiento. No me sirve de mucho abrir de par en par la ventana, y oír que todavía están tocando música en un jardín.