Los tímidos rayos del sol comenzaban a cobrar fuerza. La proximidad de que el astro rey pudiera alcanzar el punto álgido diario, era la causa que provocaba esa inusual intensidad en un mes de Febrero.
En la Sala de Juntas todo eran caras largas. Los comentarios de los presentes eran muy cortos en palabras, estaban terriblemente cargados de emotividad y casi siempre caían en la repetición. Aquellos trece hombres, a los que se les suponía una facilidad de palabra innata, estaban consternados y les costaba un mundo el encontrar frases inéditas que no estuvieran vacías de contenido. La tensión vivida al despertar y durante las horas siguientes había hecho mella en todos ellos.
En la mente de todos y de cada uno, flotaba una idea que nadie se atrevía a comentar en voz alta. Nadie quería ser el primero en expresarla. La cerrada discusión de la sesión vespertina de ayer era la consecuencia primaria de todo lo que había sucedido. Sin embargo, había algo que para la mayoría todavía no tenía explicación. ¿Por qué Dorothy? ¿Qué pintaba ella en todo eso? Y sobre todas esas preguntas, la pregunta más angustiosa seguía sin respuesta. ¿Estará el asesino sentado a mi lado?
Mullhouse esperaba sentado en su sillón. Lo hacía cabizbajo y perdido en sí mismo. Simulaba escribir y tomar notas de resumen pero en realidad no lo hacía. Aún no había logrado liberarse por completo del calvario sufrido con Fowler. Habían sido las peores dos horas de su vida. La soberbia y la intransigencia del inspector de policía de Seattle le habían sacado de sus casillas. Por fortuna, los federales habían llegado en el momento en que ya no podía aguantar más. No tenía muy claro lo que habría llegado a hacer si aquello hubiera durado unos minutos más.
Carl Northon repasaba mentalmente las intervenciones de ayer tarde. Mientras lo hacía, miraba de soslayo hacia el protagonista de cada uno de sus recuerdos y le analizaba todos sus movimientos, los de ayer y los de hoy. Intentaba percibir cualquier detalle que le pudiera poner en la pista correcta. Por un instante se acordó de su autora preferida. La imagen de Agatha Christie se le apareció y con ella el título de una de sus novelas, ‘Los diez negritos’. ¿Iban a convertirse ellos en la versión moderna y ampliada hasta catorce de la popular obra? Ya sólo quedaban trece y mucho tenían que cambiar las cosas para que todo se parara ahí. La escalada de acontecimientos estaba clara ya que las desapariciones habían dado paso a los asesinatos. Estas últimas podían estar sujetas a mil y una conjeturas pero un asesinato ya no tenía lugar para ellas. Si bien los cuerpos de los miembros desparecidos del equipo de investigación no habían aparecido hasta ahora, el cuerpo de Dorothy en cambio, había sido encontrado y prefería no pensar en cuál debía ser su estado después de lo poco que había conseguido averiguar.
Levantó la vista y comprobó que todos estaban pendientes de él. Tenía doce pares de ojos clavados como doce puñales en su cuerpo. Sintió un escalofrío al pensar que un par de aquellos ojos eran los del asesino de Dorothy. Unos golpes en la puerta de la sala Juntas le rescataron de su estado casi pre-catatónico. Observó como Mullhouse se levantaba y la abría. Glenn Elmore, Diana Farrell y otro hombre desconocido, entraron en la sala donde se encontraban los consejeros reunidos. Glenn Elmore presentó a todo su equipo. El tercer miembro resultó ser Patrick Hastings. Cuando Elmore explicó las credenciales por las que había decidido integrarlo en el equipo, más de un consejero sintió que sus genitales se encogían todavía un poco más. No era por temor sino por respeto a las palabras que utilizó Glenn Elmore para su presentación. Las palabras textuales que pronunció llevaban una carga intrínseca de valor incalculable. ‘Patrick Hastings es el especialista del «FBI» en fenómenos paranormales’.
Tras unos momentos de desconcierto en la sala, todo volvió a la normalidad y Glenn Elmore retomó la palabra.
—Caballeros, no puedo ocultarles la gravedad de la situación. Sé que la mayoría de ustedes están en estos momentos sobrecogidos por los acontecimientos. Sin embargo, no es menos cierto que todos los indicios y, a falta de los resultados definitivos de la autopsia del cuerpo de Dorothy Shealton, todo parece indicar que el asesinato responde a unas pautas establecidas como parte de un ritual. Comprenderán ustedes fácilmente que no me extienda ahora en teorías que podrían confundir a más de uno y que, además, también podían tener el agravante de conferir ventaja a quien no quiero dársela. En un principio, mi equipo y yo tuvimos la intención de hacer un careo masivo entre todos ustedes, pero el primer examen del cuerpo sin vida de Dorothy Shealton lo desaconsejó de inmediato.
Reconozco que me gustaría detenerles a todos pero no puedo hacerlo. Además estoy seguro que no lograría ni adelantaría nada con ello. Es por eso que he solicitado la ayuda de Patrick.
Les ruego a todos ustedes que no salgan del país. Conozco que todos sin excepción, son personas importantes e influyentes. Si alguien tiene que hacerlo por motivos inaplazables, quiero saberlo con la suficiente antelación. No se sorprendan si les detienen en caso de que intenten salir de los Estados Unidos sin mi permiso.
—¿Significa eso que estamos detenidos? —preguntó Peter Law.
—No señor. Eso sólo significa que todos ustedes están bajo sospecha y que por eso quiero tenerles controlados. No les puedo poner una sombra a cada uno de ustedes. Así que prefiero actuar de espectador y observar desde la distancia con la mayor amplitud de miras que me sea posible. No duden que voy a conocer y controlar todos sus movimientos.
Mientras que Glenn Elmore había estado hablando, Patrick Hastings había creído percibir algo que apenas había durado una centésima de segundo.
Estaba seguro de haber captado algo y también se sentía muy preocupado porque sabía que su presencia ya había sido detectada y que sus portentosas facultades habían sido identificadas y puestas al descubierto. Una cosa sin embargo, le había quedado clara. Si lo que había detectado era un principio de comunicación, eso significaba que o bien el asesinato había sido cosa de dos o que el asesino no estaba solo y tenía un cómplice en la misma sala. La cifra que le aparecía en la parte superior interna del cristal izquierdo de sus gafas, le indicaba que el intento de comunicación no había podido traspasar ninguna pared. Todo se había producido en el interior de la Sala de Juntas.
Cuando los tres componentes del equipo de la policía federal se volvieron a reunir a solas alrededor del cuerpo desnudo y sin vida de Dorothy Shealton, Glenn Elmore miró a sus dos compañeros.
—He visto tu cara, Patrick —le dijo—. Has detectado algo, ¿verdad?
—En efecto, pero lo malo de eso es que ellos ya saben también de mi presencia.
—¿Ellos? ¿Son más de uno? ¿Qué has percibido?
—Por lo menos son dos. Ha sido un intento de comunicación que se ha cortado desde el inicio al percibir que había un filtro receptor inesperado para ellos.
—¿Cuántos crees que deben formar el equipo contrario?
—Como miembros del Consejo, me inclino hacia la hipótesis de que sólo son dos. De eso estoy casi seguro. Sin embargo, nunca son menos de cinco efectivos y me extrañaría mucho que en esta vez fueran sólo dos. Yo creo que deben ser seis. Dos de ellos han propiciado las desapariciones. Otros dos tenían la misión de controlar el proceso desde el Consejo y los dos que faltan, casi con toda seguridad, están al cargo de descubrir el paradero de la doctora Gina Hartford. Esa doctora es su gran preocupación porque con sus sorprendentes métodos les ha puesto al descubierto. O al menos, en buena parte.
—¿Qué opinas tú, Diana?
—He estado observándoles a todos mientras tú hablabas, pero no he notado nada especial en nadie. Yo confío plenamente en Mullhouse y en Northon. No en vano, fueron ellos los que acudieron a nosotros tras las dos primeras desapariciones. Además, han aceptado someterse voluntariamente y de buen grado a todas las pruebas y análisis que les hemos solicitado en estos meses —contestó la forense—. Aunque la opinión que más interesa es la de Patrick, la mía va en ese sentido. Sólo Patrick puede descubrirles al aplicar los métodos y los circuitos que él sólo conoce. Quizás algún día nosotros también conoceremos su secreto —añadió Diana, mesándose el cabello en un gesto que repetía constantemente.
—Mejor que no sea así —respondió Hastings—. No creo que os sintierais muy orgullosos de ello.
Los tres miembros del equipo federal tenían orígenes y procedencias muy diversas. De Glenn Elmore podría decirse que había crecido prácticamente en el cuerpo. Su padre había pertenecido al «FBI» y él, desde pequeño, se había sentido como un componente más. Cuando su padre murió como consecuencia de un mal cálculo en una intervención policial que sólo pretendía evitar el enfrentamiento entre dos bandas rivales, Glenn sólo tenía trece años.
Su madre, en aquel desgraciado entonces, le hizo prometer que él no iba a formar nunca parte de esa locura y él se lo prometió. Cuando lo hizo, sabía que le estaba mintiendo pero se lo prometió. Y cuando llegó el día de desvelar lo falso de su promesa, no tuvo objeto el tener que hacerlo porque su madre ya no estaba en este mundo. Un cáncer atroz y con un crecimiento galopante se la había llevado hacía algo más de dos años, en apenas tres meses. A partir de aquel día, Glenn pudo seguir libremente la estela que le había marcado su padre. Hacía cuatro años que Elmore había sido ascendido al grado de inspector y ello le concedía la prerrogativa de poder elegir a los miembros de su equipo en cada una de las investigaciones que le era encomendada. No dudó en integrar a Diana Farrell, cuando ella logró superar las oposiciones a las pruebas periciales de medicina con una suficiencia muy digna de destacar. Desde entonces siempre había contado con ella y Diana se había convertido en un miembro fijo del equipo de Elmore y en la realidad era algo más. La doctora Farrell acababa de cumplir los treinta años y aunque no era una mujer que destacase por ser excesivamente hermosa, sabía siempre como comportarse y sobre todo como satisfacer al sexo contrario. En más de una ocasión el trabajo les había llevado a tener que compartir penas y desengaños. Eso les había comportado un creciente acercamiento mutuo que se había convertido en algo más cuando por motivos ajenos a sus voluntades, se vieron forzados a utilizar la misma cama. En la primera noche ni se hablaron ni se movieron. Los dos estuvieron temerosos de no rozarse. En la segunda hablaron y hablaron, hasta quedarse dormidos. En la tercera, la confianza les hizo pasar a la acción y aunque comenzaron a hacer tímidamente el amor, terminaron entregados el uno al otro de una forma salvaje.
Al día siguiente, se intentaron convencer de que lo que habían hecho no iba a significar nada. Se prometieron el uno al otro de que no iba a influir en el rendimiento de su trabajo y que precisamente por esa independencia podrían repetirlo cuantas veces quisiera. Los dos eran libres y los dos podían continuar siéndolo. La realidad no obstante, era muy distinta. Los dos estaban unidos mucho más de lo que cualquiera de ellos podía llegar a admitir.
Patrick Hastings por su parte, no era propiamente un miembro puro del «FBI». A él le gustaba definirse como un elemento autónomo y liberado que participaba esporádicamente con la policía federal. El motivo real para que la agencia federal aceptase esa intermitente colaboración, eran las portentosas cualidades de Hastings. Todo comenzó en el mes de abril de 2001, cuando Patrick Hastings logró predecir el lugar exacto en el que se encontraba retenido un muchacho de once años de edad. El muchacho llevaba tres días desparecido y Hastings señaló en un mapa dónde tenían que buscar. El equipo de búsqueda se dirigió allí y lo encontró. La exactitud de la predicción causó un gran revuelo pero él le quitó importancia y la atribuyó a la suerte y al conocimiento de la zona.
Lo cierto es que el hecho no pasó desapercibido a quien vio en él a una posible ayuda a la que no podía renunciar. Tardó en convencerle pero lo logró y poco a poco Hastings fue participando en casos que nadie podía explicar. Sus éxitos se repitieron y él siguió atribuyéndolos a una gran dosis de fortuna.
Hastings también contaba con fieles y leales detractores que le acusaban de embaucador. Sin embargo, él nunca gastaba un solo segundo en rebatir los argumentos que se vertían es su contra.
Patrick Hastings estaba plenamente convencido de que esa no era su misión.
Glenn Elmore tomó en consideración a Hastings cuando alguien le contó que el muchacho estaba muerto cuando le localizó la patrulla de búsqueda. Estaba atrapado en el fondo de una grieta y no había respondido a nada de lo que le habían gritado ni tampoco a su propio nombre. En cambio, cuando Hastings llegó con el segundo grupo y pronunció su nombre el chico comenzó a gemir y reaccionó. Nadie pudo, ni supo, ni quiso explicar lo sucedido. Sencillamente se admitió tal y como sucedió.
En alguna que otra ocasión, Elmore había tratado de que Patrick le explicara lo sucedido bajo su propia versión pero este siempre le contestaba con evasivas. La más utilizada era aquella de que conocía la zona y que sabía de todos los lugares que revestían peligro para un muchacho solitario y meditabundo.
Pero el caso de las desapariciones de los científicos de Northon era mucho más complejo. Los primeros presagios de Patrick Hastings se convirtieron en realidad cuando encontraron el cuerpo sin vida de Ben Carraguer. El cadáver demostraba que había sido torturado y mutilado. Entonces decidieron no hacer público el hallazgo del cuerpo. Ni Northon, ni Mullhouse fueron nunca informados de ello. Ben Carraguer iba a seguir oficialmente desaparecido para todos. Sus restos se criogenizaron y se guardaron en una zona secreta que estaba vigilada por el ejercito, en espera de que se confirmaran las teorías de Patrick.
Ahora, con el triste episodio de Dorothy Shealton, esas teorías comenzaban a tomar cuerpo.
A poco más de cincuenta kilómetros de Seattle, MerakB estableció una comunicación extrasensorial con UtlerZ.
—Hoy nos hemos reencontrado con un viejo amigo, ¿no es verdad?
—No quiero que pronuncies su nombre —contestó UtlerZ.
—No pensaba hacerlo —admitió MerakB—. Ya sabes que nunca lo haría.
—¿Tenemos alguna novedad con respecto a Gina Hartford?
—No.
—Pues pasado mañana tendremos que hacer que ZimbaK active la fase siguiente.
—Está previsto que llegue esta misma noche.
—Mantenme informado siempre que estemos libres de la presencia de nuestro viejo amigo. Él aún no sabe quiénes somos.
—De acuerdo.
—Mañana te indicaré a quién tenemos que abducir.
—Tú mandas —aceptó MerakB.