El consejero está en su piso escuchando a Westray por el teléfono, sentado en su butaca.

WESTRAY: Consejero.

CONSEJERO: ¿Qué pasó?

WESTRAY: Tenemos un problema.

Silencio.

WESTRAY: ¿Sigues ahí?

CONSEJERO: Sigo. ¿Gordo, el problema?

WESTRAY: Digamos que bastante. Ahora multiplica por diez.

CONSEJERO: Puta mierda.

WESTRAY: ¿A qué hora podemos vernos mañana?

CONSEJERO: Ya es mañana.

WESTRAY: ¿A qué hora?

CONSEJERO: Las nueve.

WESTRAY: De acuerdo. Dónde.

CONSEJERO: ¿La cafetería del Coronado te parece bien?

WESTRAY: ¿Por qué no en el McDonald’s? Así nos vamos acostumbrando al nuevo estilo de vida.

CONSEJERO (en voz baja): Dios. El Coronado. A las nueve.

WESTRAY: Hasta luego.

El consejero cuelga el teléfono y se recuesta en la butaca y se lleva una mano a los ojos.

CONSEJERO: Joder. Joder, joder y requetejoder.

***

Cafetería de un hotel elegante en el centro. El consejero está sentado a una mesa en el rincón y ve entrar a Westray y ve cómo pasea la mirada por el local. Luce un traje bueno, no lleva corbata. Periódico en la mano. El consejero consulta su reloj. Westray avanza en dirección a la mesa.

WESTRAY: Hola.

CONSEJERO: Buenos días.

Westray deja el periódico sobre la mesa y se sienta.

WESTRAY: ¿Has leído el periódico?

CONSEJERO: No.

La camarera les lleva dos cartas y dos vasos de agua. Conoce al consejero y flirtea un poco con él. Esperan a que ella se haya ido para continuar hablando.

WESTRAY: ¿Sabes quién es el Avispón Verde?

CONSEJERO: ¿El Avispón Verde?

WESTRAY: Sí.

CONSEJERO: Un personaje de dibujos animados.

WESTRAY: Tranquilo. El periódico tampoco lo sabe. Es un motorista.

CONSEJERO: Mierda. (Echándose hacia atrás). Bueno, ¿qué? ¿Está bajo custodia?

WESTRAY: En cierto modo, sí.

El consejero alcanza el periódico.

CONSEJERO: ¿Sale aquí? ¿Qué es lo que ha hecho?

WESTRAY: Tú de esto no sabes nada.

CONSEJERO (hojeando el periódico): ¿De qué?

El consejero se queda quieto y mira a Westray.

CONSEJERO: ¿Qué?

Westray extiende una mano como si dijera: Adelante.

WESTRAY: Ni siquiera saben quién es, te lo he dicho antes.

CONSEJERO: No llevaba encima documentación.

WESTRAY: Nada. Por no llevar, no llevaba ni cabeza. Encima.

CONSEJERO: Que no llevaba cabeza, dices.

WESTRAY: Mmm…

El consejero se pone a leer. Alza la mirada.

CONSEJERO: Pero ¿qué coño es esto? ¿Lo sabe su madre?

WESTRAY: Desde luego. Está casi convencida de que se presentarán ellos antes que la policía. El caso es que encontraron la cabeza. Sigue leyendo. Ahí donde pone que por lo visto la arrojaron desde un vehículo en marcha. Es graciosa, esa expresión: «vehículo en marcha».

CONSEJERO (leyendo): Virgen santísima. (Levanta la vista). ¿Un portavoz de la policía dice que van a seguir investigando?

WESTRAY: Espero que no hayas hecho ninguna sandez.

CONSEJERO (aparta el periódico): Muy bien. Qué tal si me explicas de qué va todo esto.

WESTRAY: Pensaba que quizá me lo explicarías tú. Me han llamado nuestros socios. Querían hablar contigo.

CONSEJERO: ¿Me conviene ir a hablar con ellos?

WESTRAY: Más bien no. En estos ambientes «hablar» tiene otro significado. En fin, el caso es que el difunto trabajaba para ellos. Ahora el envío ha desaparecido y lo único a lo que se pueden agarrar es a que el chaval era cliente tuyo.

CONSEJERO: ¿Cliente? No, señor. Yo solo le pagué una multa por exceso de velocidad.

WESTRAY: Mira, estoy dispuesto a creerme que no has tenido nada que ver en este asunto, pero no es a mí a quien tienes que convencer.

CONSEJERO: Pero convencer de qué, si puede saberse.

WESTRAY: De que es solo una extraña coincidencia. Porque, verás, ellos no creen en coincidencias. Les suena que existen, lo que ocurre es que nunca han visto una.

CONSEJERO: Dios mío. Entonces ¿qué ha pasado con el envío?

WESTRAY: Eso les he preguntado yo también.

CONSEJERO: ¿Y?

WESTRAY: Me han dicho: Desapareció.

CONSEJERO: ¿Desapareció? Cielo santo.

WESTRAY: Oh, sí.

CONSEJERO: Tengo que llamar a su madre.

WESTRAY: Yo no te lo recomiendo.

CONSEJERO: ¿Y eso por qué?

WESTRAY: Me ha dicho que va a hacer que te maten.

CONSEJERO: Dios bendito.

Llega la camarera.

CAMARERA: Lo siento, sea lo que sea. ¿Qué van a beber?

CONSEJERO: Cicuta.

CAMARERA: ¿Perdón?

WESTRAY: Yo tomaré zumo de naranja y café. A él tráigale un antiácido doble con una rodajita de Oxycontin.

La camarera los mira alternativamente mientras da golpecitos con el lápiz en su bloc.

WESTRAY: Perdón. Tráiganos dos cafés. Y mi zumo.

La camarera se aleja.

WESTRAY: ¿Cómo fue que la conociste?

CONSEJERO: ¿A la madre?

WESTRAY: A la madre. La madre de todas las madres.

CONSEJERO: Me designó el tribunal. Para una apelación. Los putos chanchullos de Ferguson. Oye, mira. A mí no me pueden relacionar con este asunto. ¿Qué creen ellos que iba a hacer yo con el material?

WESTRAY: Ni lo saben ni les importa. Simplemente dan por sentado que todo el mundo conoce a todo el mundo. Y es así. Tienes que pensarlo bien, consejero. Esa gente se está jugando veinte millones. ¿Sabes lo que eso significa?

El consejero se echa hacia atrás y mira detenidamente a Westray.

CONSEJERO: Piensan que estamos todos metidos.

WESTRAY: Claro.

CONSEJERO: Reiner también.

WESTRAY: Sí.

CONSEJERO (apartando la vista): Cielo santo.

Vuelve la camarera y deja los cafés y el zumo sobre la mesa.

CAMARERA: ¿Quieren pedir ya?

WESTRAY: No. Me parece que hemos perdido el apetito.

CONSEJERO: Todo bien, Alexis.

La camarera se aleja.

WESTRAY: ¿Alguna vez has visto una película snuff?

CONSEJERO: No. ¿Tú sí?

WESTRAY: No. ¿La verías?

CONSEJERO: Pues no.

WESTRAY: El consumidor del producto es necesario para la producción. No puedes verla sin estar involucrado en un asesinato.

CONSEJERO: Pero tú conoces a alguien que ha visto una.

WESTRAY: Sí. Me dijo que a la chica la decapitaban con un machete. Tenía unos catorce años y un encapuchado la sodomizaba y ella estaba mirando a cámara y llorando cuando la cabeza le caía de golpe.

CONSEJERO: Santo Dios.

WESTRAY: Quizá te convendría pensar en eso la próxima vez que te metas una raya.

CONSEJERO: Yo no tomo drogas.

WESTRAY: Me alegro por ti, consejero. Porque lo que de verdad no te gustaría ver es lo que le hacían después. No te pediré que utilices la imaginación porque sinceramente no creo que tu imaginación esté a la altura. Hicieron entrar a un tipo corpulento y un poco mayor, desnudo, con una erección y la cabeza cubierta con una capucha provista de aberturas para los ojos igual que los otros. Para que se lo hiciera con el cadáver desnudo y tembloroso y decapitado en medio de un menstruo desbordante. Sin olvidar que a él no le habría servido de no haber sido ella joven y guapa. Un tipo que ha pagado por eso. Bien, ¿cuánto dirías que costó? Más o menos.

El consejero mira perplejo a Westray. De repente hace una mueca y aparta la vista.

CONSEJERO: Santo Dios.

WESTRAY: Mmm…

CONSEJERO: ¿Y tú crees que eso es verdad?

WESTRAY: Yo sé que es verdad.

CONSEJERO: No puede haber gente así.

WESTRAY: Reflexiona, consejero.

CONSEJERO: Por Dio…

WESTRAY: A lo que voy, consejero, es a que quizá piensas que hay cosas que esa gente es incapaz de hacer. Pues no las hay.

El consejero fija la vista en la mesa. Westray toma un sorbo de café. El consejero levanta la cabeza y le mira.

WESTRAY: Siempre es más tarde de lo que pensamos, consejero. Yo debería haber cortado por lo sano hace mucho tiempo y aquí estoy todavía.

CONSEJERO: ¿Qué piensas hacer?

WESTRAY: ¿Yo? Largarme lo antes posible.

CONSEJERO: ¿Adónde piensas ir?

WESTRAY: Sí, hombre.

CONSEJERO: Crees que me chivaría.

WESTRAY: Consejero, esos tipos podrían hacer cantar hasta a la Virgen María si le echaran el guante.

CONSEJERO: Dios.

WESTRAY: Yo me lo veía venir desde hace tiempo. Pese a todos mis pecados sigo creyendo en un orden moral. De ti no estoy tan seguro. Y el problema no es que te vayan a trincar sino lo que puedan sacarte después. Bueno. Cuídate.

Se levanta y se marcha.

***

Un restaurante de lujo.

MALKINA: ¿Y cómo crees que va a terminar esto, mi capitán?

REINER: ¿Esto?

MALKINA: Sí.

REINER: Mira, no puedo tomarme en serio tu pregunta. Terminará donde haya de terminar.

MALKINA: Una de dos: o piensas que todo irá como una seda o no quieres pensar en ello en absoluto.

REINER: Porque la tercera opción no es algo que tú estés dispuesta a admitir.

MALKINA: Así es. El tercero excluido. El tertium non datur.

REINER: Yo qué sé, muñeca. Eres tú la que lee esas cosas, yo no.

Pausa.

Me disgusta que me impongan decisiones. Pero si las vas aplazando a la espera del máximo de información, puede ser que ocurra eso. Uno piensa que queda espacio suficiente para tomar la decisión. Y de repente ya no lo hay.

MALKINA: ¿Espacio?

REINER: Sí.

MALKINA: La codicia siempre te lleva al límite, ¿verdad?

REINER: No. No te lleva. Es que la codicia es eso.

MALKINA: Tú sabes que cuando el hacha atraviese la puerta yo ya me habré ido, ¿verdad?

REINER: Me parece justo.

MALKINA: No soy completamente desleal. Ya lo verás.

Reiner sonríe.

MALKINA: Tienes problemas.

REINER: Es probable.

MALKINA: ¿Qué es lo que quieres oír de mí?

REINER: No sé. ¿Tú qué quieres?

MALKINA: No sé. Echo de menos a las chicas.

Reiner ladea la cabeza, casi un encogimiento de hombros.

MALKINA: No sé qué decirte.

REINER: ¿Sobre las chicas?

MALKINA: No. No sobre eso.

REINER: Ya te saldrá.

MALKINA: Seguro. Pero el espacio se va agotando. Eso me consta. Ese espacio del que hablabas.

REINER: No quiero perderte. Ya está.

MALKINA: Lo sé.

REINER: ¿Tienes apetito?

MALKINA: Me muero de hambre.

***

La oficina de Reiner. El consejero se pasea de un lado para otro. Para y se vuelve.

CONSEJERO: Hablaste con él.

REINER: Sí. He hablado con él.

CONSEJERO: ¿Podemos ir a alguna parte?

REINER (levantándose): Desde luego.

CONSEJERO: Aquí dentro no me siento a gusto.

REINER: Vamos.

***

Mesa en una cafetería.

REINER: Eso ya me lo has preguntado.

CONSEJERO: Sí, y aún espero que me contestes.

REINER: Crees que sé algo que tú no sabes. Puede que yo piense lo mismo.

CONSEJERO: Te he dicho todo lo que sé.

REINER: ¿Qué piensas hacer?

CONSEJERO: No lo sé. ¿Y tú?

REINER: Tampoco lo sé.

CONSEJERO: Es lo que dijo Westray. Pero él sí lo sabía, ¿verdad?

REINER: Sé que tú no tienes dinero, de lo contrario no estarías en este embrollo.

CONSEJERO: Puede que no.

REINER: Bueno, vale. Yo sé por qué estoy metido. ¿Y tú?

CONSEJERO: Claro. Por lo mismo que tú. La codicia.

REINER: No creo. Te metiste en líos. Yo intenté apelar a tu codicia hace dos años. No hubo manera. Ahora es demasiado tarde. La codicia está muy sobrevalorada. Pero el miedo no.

CONSEJERO: ¿Tú qué piensas que debería hacer?

REINER: No lo sé, consejero. Ellos saben que eres tonto. Lo que no saben es hasta qué punto.

CONSEJERO: Lo dices como si eso fuera mi comodín.

REINER: Puede que lo sea.

CONSEJERO: Quizá podría hablar con ellos.

REINER: ¿Y decirles qué?

CONSEJERO: Les contaría la verdad.

REINER: Joder, consejero, eres de lo que no hay. Bueno, pues adelante.

CONSEJERO: Adelante ¿qué?

REINER: Con la verdad. Me gustaría conocerla.

CONSEJERO: Les explicaría que yo a ese chico ni siquiera le conocí. Que solo pagué una multa por exceso de velocidad para sacarlo de la cárcel.

REINER: Vale. ¿Y cómo fue que él te contrató?

CONSEJERO: No me contrató. Quise hacerle un favor a su madre.

REINER: Vale. ¿Y cómo fue que conociste a su madre?

CONSEJERO: Me designaron para representarla en una apelación sobre un caso de asesinato. Mató a su marido. El padrastro del chaval.

REINER: ¿Sabías cómo se ganaba la vida el chico?

CONSEJERO: No.

REINER: Pero ahora sí que lo sabes.

CONSEJERO: Sí. Ahora sí.

REINER: ¿Le importaría decirle al tribunal qué clase de ocupación era ésa?

CONSEJERO: ¿Desde cuándo estoy ante un tribunal?

REINER: Perdona. Quizá me he avanzado a los acontecimientos.

CONSEJERO: Muy gracioso.

Reiner remueve su café. Deja la cucharilla humeante sobre la mesa.

REINER: Ya. Bueno. Tal vez no.

***

El consejero en una calle del centro. Llueve. Se mete en un bar y camina hacia una mesa donde está sentada una mujer con un caniche.

CONSEJERO: Señora, siento muchísimo molestarla pero mi teléfono está estropeado y se trata de algo urgente. ¿Puedo utilizar el suyo? Será solo un minuto.

La mujer le mira de arriba abajo y luego le tiende el teléfono que reposa encima de la mesa. El consejero marca un número.

CONSEJERO: ¿Dónde estás?

No puedo llamarte por el móvil.

No. No puedes.

Vete a un hotel y llámame más tarde.

No vayas al apartamento.

Porque no.

Es muy importante.

Tengo que dejarte.

No llames a nadie.

No.

A nadie. Te quiero.

Pulsa para apagar y le devuelve el teléfono a la mujer.

CONSEJERO: Muchísimas gracias. Ha sido muy amable.

Da media vuelta y sale del bar. La mujer termina su café y se levanta con el perro debajo del brazo y sale. Abre su paraguas rojo y se queda allí sosteniendo el perro y contemplando la calle bajo la lluvia.

***

El camión cisterna en una carretera de dos carriles en la parte central de Texas. Lo sigue un sedán último modelo, dos hombres a bordo. El copiloto del sedán enchufa una baliza giratoria roja en el encendedor del salpicadero y luego saca el brazo por la ventanilla y coloca la luz en el techo del automóvil. Coge del asiento una caja negra y la sostiene junto a la ventanilla y la conecta y se oye una sirena de policía. El camión aminora la marcha y se arrima al arcén y para. El sedán se detiene a cierta distancia del camión y los dos hombres se apean poniéndose sendos sombreros Stetson. Lucen botas y pantalones beige y camisa blanca y llevan pistolas automáticas. El conductor del camión —el hombre del cable— los observa por el espejo retrovisor. Se ven las botas del copiloto del camión retrocediendo por el lado del acompañante. El conductor arranca. Los dos que van andando por la carretera han llegado casi a la altura del camión y empiezan a perseguirlo mientras desenfundan sus armas. El copiloto del camión cisterna está ahora agazapado en la zanja de la cuneta, y cuando el camión lo deja al descubierto los dos de la carretera quedan justo enfrente de él. Abre fuego con una pistola y deja a uno tirado en la carretera, muerto, y al otro herido en la pierna. El herido se tira a la zanja del otro lado de la calzada. El camión se ha detenido de nuevo, ligeramente ladeado hacia el interior de la carretera, y el conductor empieza a disparar al herido desde su ventanilla con una pistola. El herido pega el cuerpo a tierra y apunta con su arma y le mete una bala al conductor entre ceja y ceja. La pistola del conductor cae y rebota en el asfalto. El copiloto, todavía en la zanja, ve caer el arma. Se asoma para mirar hacia el otro lado de la carretera y baja la cabeza y corre agachado hacia el camión sin abandonar la cuneta. El herido ve la espalda que se mueve al otro lado y se yergue y dispara tres veces. La última bala da en el depósito del camión y por el agujero empieza a manar un flujo de aguas residuales marrones. El copiloto llega a la altura del camión, abre la puerta y pasa por encima del cuerpo desplomado en el suelo y empuja el embrague con la mano y baja el cambio de marchas para meter la primera y luego alarga el brazo y suelta el freno. Empuja el acelerador con una mano y va soltando el embrague con la otra y el camión se mueve hacia delante. El herido sale de la zanja y a duras penas va hasta el coche y monta y cierra la puerta. Deja la pistola en el asiento y mete la mano debajo y saca un fusil AR-15 y pone el coche en marcha y sale disparado en persecución del camión. El camión ha ido hacia el lado contrario de la calzada y el coche se sitúa a la altura de la puerta del acompañante y el herido abre fuego, vaciando todo un cargador de su AR-15 contra la puerta. Después aminora la marcha, retrocede un trecho y se arrima al arcén y se queda mirando cómo el camión gira lentamente hasta meterse de morro en la zanja, donde se inclina sobre las ruedas de un lado y tras quedar un momento en equilibrio vuelve a posarse sobre las cuatro ruedas y queda inmóvil y silencioso. El hombre del coche permanece alerta. Por el retrovisor ve que se acerca un vehículo, muy pequeño al final del largo trecho de asfalto. Ve la pistola que ha quedado tirada en la calzada y un poco más allá el cadáver. Arranca y se sitúa al lado del camión y luego frena. Vuelve a mirar por el retrovisor. El vehículo riela con el calor que despide el asfalto. El hombre tiene la pernera del pantalón oscura de sangre hasta la bota. Apoya una mano en el muslo de ese lado y se inclina un poco hacia delante con un gesto de dolor. Gira el fusil sobre el asiento y expulsa el cargador vacío. Luego mete la mano debajo del asiento y agarra una pequeña bolsa de lona y se la pone sobre el regazo y abre la cremallera y de entre la media docena que hay en la bolsa saca un cargador lleno y carga el AR-15 y tira de la corredera para alojar un cartucho. El coche que se aproximaba ha reducido la velocidad. Ahora se detiene. Gira un poco hacia el lado contrario y da marcha atrás y completa la vuelta y se aleja por donde venía. El herido ha abierto la puerta y se apea y apunta con el AR-15 y abre fuego sobre el coche en fuga. Vacía el cargador y luego baja el arma y se queda mirando. El vehículo pierde velocidad y se sale de la calzada y hunde el morro en la zanja y queda parado. El hombre coge otro cargador de dentro del coche y se vuelve y lo encaja en el fusil mientras baja por el terraplén hacia el camión.

Del agujero en el depósito sigue saliendo agua sucia. El herido cojea hasta el lado del acompañante con el arma en ristre y abre la puerta y retrocede. Luego se acerca y mete un brazo en la cabina y agarra el cuerpo por el cinturón y lo saca y lo deja caer en la hierba. Luego arrastra el otro y lo suelta encima del primero. Da media vuelta y sale de la zanja y una vez en la carretera mira en un sentido y en el otro. Va cojeando hasta el coche, coge del asiento la pistola y la bolsa de los cargadores y saca las llaves del contacto y va a la parte de atrás y abre el maletero y saca su bolsa. Abre la bolsa, mete en ella el fusil y los cargadores y la vuelve a cerrar. Se remete la pistola por la parte de atrás del cinto y cierra el maletero y va andando hasta el cadáver y deja la bolsa en la calzada. Saca su navaja y la abre y se arrodilla con dolor y rasga el bolsillo trasero del hombre y le coge la cartera y la guarda en la bolsa y se pone de pie y regresa con la bolsa al camión.

El hombre está sentado en el asiento delantero del camión cisterna tallando una rama de árbol con su navaja. La bolsa, abierta, descansa a su lado sobre el asiento. Dentro de la bolsa hay una caja de cartuchos de nueve milímetros y el hombre coge uno y compara el diámetro de la bala con el diámetro de la vara que está tallando y luego hace una incisión en torno a la rama, a unos siete centímetros del extremo.

El hombre baja de la cabina y va hacia la parte de atrás del camión e introduce la punta del palo en el agujero del depósito. Parte la rama y la tira a un lado y dobla la navaja y se limpia las manos en el pantalón e hinca un poco más el tapón con la culata de su pistola y luego regresa a la cabina y monta haciendo muecas de dolor y cierra la puerta y descansa un momento con los ojos cerrados. Luego saca su móvil y marca un número y se lleva el teléfono al oído.

HERIDO: Bueno. Tenemos la troca.

No. Más tiempo.

Por la mañana. Creo que sí.

Sí. A las siete, cómo no.

¿Problemas? No. Nada de importancia. Ándale pues.

Cierra el teléfono y descansa unos segundos. Luego arranca y sale de la zanja donde estaba metido y el camión va alejándose por la carretera. Se oye cambiar de marcha.

***

La mujer del paraguas rojo va caminando por la calle bajo la lluvia. Un Escalade negro se arrima a ella y la salpica de agua y dos hombres se apean del coche. Se le acercan por detrás con un saco de tela que lleva una correa de piel alrededor y se lo ponen por la cabeza y casi hasta las rodillas y uno de los hombres tira de la correa y el saco queda inmediatamente ceñido alrededor del cuerpo de la mujer. Luego la agarran cada uno por un lado sujetando de la correa y la arrojan literalmente al asiento trasero del vehículo y cierran la puerta y se montan y se marchan dejando el bolso de la mujer y su caniche y el paraguas rojo tirados en la acera bajo la lluvia. Han transcurrido unos quince segundos.

***

El consejero está en el cubículo para discapacitados del aseo de caballeros de un aeropuerto internacional, hablando por un teléfono móvil.

LAURA: Cariño, estoy muy preocupada.

CONSEJERO: Todo irá bien. No te preocupes. Te llamaré.

LAURA: ¿No podemos vernos en alguna parte?

CONSEJERO: No.

LAURA: Pero no entiendo por qué no puede ser.

CONSEJERO: Cuánto te echo de menos.

LAURA: Veámonos en alguna parte.

CONSEJERO: No. Tenemos que ir con mucho cuidado.

LAURA: Tú dijiste que si te estuvieran buscando ya habrían dado contigo. ¿No fue eso lo que me dijiste?

CONSEJERO: No exactamente.

LAURA: ¿Tan mal está la cosa, cariño?

Silencio.

CONSEJERO: De acuerdo. Dónde.

LAURA: Di tú un sitio.

CONSEJERO: Alfa Centauri.

LAURA: Demasiado lejos. Para entonces seríamos demasiado viejos. ¿Qué te parece Boise?

CONSEJERO: ¿Boise?

LAURA: Boise.

CONSEJERO: ¿Y por qué en Boise?

LAURA: ¿Qué tiene de malo Boise?

CONSEJERO: ¿Has estado alguna vez en Boise?

LAURA: No. ¿Tú?

CONSEJERO: Tampoco. ¿Qué te pondrás?

LAURA: Un vestido rojo.

CONSEJERO: ¿Qué más?

LAURA: Ya está.

CONSEJERO: ¿Sin bragas?

LAURA: Sin.

CONSEJERO: Boise, ¿eh?

LAURA: Sí.

CONSEJERO: ¿Algún hotel?

LAURA: Lo estoy mirando mientras hablamos.

CONSEJERO: El miércoles.

LAURA: Mañana.

CONSEJERO: Miércoles. Deja un mensaje para mí en la ventanilla de Delta.

LAURA: Te quiero.

CONSEJERO: Te quiero.

El consejero cierra el teléfono, lo tira al inodoro y hace correr el agua.

***

Oficina de contrachapado de un desguace en el desierto. El encargado está hablando por teléfono. Un pitbull tumbado en una esterilla al lado de la mesa gruñe y se levanta. El hombre alza los ojos.

ENCARGADO: Tengo un cliente.

Cuelga el teléfono y mira al cliente. El cliente avanza unos pasos, cojeando, la ropa manchada de sangre, se detiene y mete la mano por dentro de la chaqueta. El encargado parece alarmarse un poco. El perro gruñe.

HERIDO: Tranquilo. No se preocupe.

Saca una bolsa pequeña de piel de imitación con el logotipo de un banco y abre la cremallera y extrae tres fajos de billetes de cien dólares sujetos mediante sendas gomas elásticas y los lanza a la mesa. El encargado se pone de pie.

ENCARGADO: Cállate, Dulcinea. Cállate.

El perro, refunfuñando, se echa.

ENCARGADO: Las perras siempre las más feroces.

El desguace. El encargado está metiendo prisa a dos muchachos.

ENCARGADO: Ándale. ¡Rápido! ¡Rápido!

APRENDIZ: Pero es una pickup.

ENCARGADO: Sí, sí. Claro. No importa. Solo es diferente el frontal. La cabina es la misma. La cabina y las puertas. Ándale.

Los chicos atraviesan el solar a la carrera llevando consigo una destartalada caja de herramientas.

El camión cisterna, aparcado en el patio del desguace. Una de las puertas —acribillada a balazos— está desmontada y se apoya en la rueda delantera del vehículo. Un chico está desatornillando la otra puerta con un destornillador eléctrico mientras el segundo chico mantiene la puerta abierta. La tienen apoyada en una caja con un tablón debajo y el segundo chico alza la puerta haciendo palanca para sostenerla en vilo. La puerta se separa y los chicos la cogen entre los dos y la llevan hasta un coche destrozado y apoyan la parte inferior en la maleza y la de arriba en la carrocería. La puerta del conductor presenta orificios de salida y la del acompañante orificios de entrada, más numerosos.

Desguace. Los dos chicos de la caja de herramientas agarran la puerta que han desmontado de una camioneta pickup y la llevan hasta donde está el camión cisterna.

Desguace. Ahora el camión sin puertas está siendo levantado por uno de sus lados mediante dos gatos hidráulicos. El encargado se ocupa de uno. Han retirado del agujero en el depósito el tapón improvisado y del agujero manan aguas residuales.

ENCARGADO: Más atrás. Más.

El camión se inclina y el vertido pierde fuerza y luego cesa.

Desguace. El propietario está de pie sobre una silla con gafas de soldar y un soplete en la mano. Funde un poco de plomo de una barra y lo extiende sobre el orificio de bala mediante una paleta de madera.

Camión cisterna. Dos muchachas están limpiando la cabina con cepillos y baldes de agua. El asiento descansa fuera del camión. Han montado una de las puertas y el encargado la cierra y la abre un par de veces y ajusta el pestillo con un destornillador. Uno de los chicos está pintando a espray la otra puerta, apoyada en una pila de recambios con la ventanilla bajada.

Una caravana en un extremo del solar. Entra un coche y una mujer se apea del vehículo con una caja de herramientas de plástico rojo. Sube los escalones de la caravana mientras una chica espera con la puerta abierta.

Interior de la caravana. El herido está tumbado en un sofá barato con la pierna mala estirada sobre una mesita baja cubierta con una sábana. En el suelo hay un cubo de plástico con gasas sanguinolentas. La mujer termina de vendarle la pierna y se vuelve y saca una jeringa de la caja de herramientas y le quita el envoltorio.

En casa de Reiner. El dormitorio de Malkina.

MALKINA (hablando por teléfono): Mira, lo último que he sabido es que acababan de pasar por Midland, Texas. De eso hará unas doce horas.

Desde entonces, nada. Así que he cogido el teléfono y he llamado al sheriff para preguntarle si habían visto algún cadáver en la carretera por esa zona y me ha dicho que sí y yo le he dado las gracias y he colgado. Piensas que te tomo el pelo, ya veo. Pues no. Y estoy aquí en casa. Esto también lo digo en serio. Por cierto, yo sí sé dónde está el camión. Muy bien. ¿En serio? Pues a mí me parece que esto entra dentro de la categoría mal rollo total. Hemos pringado.

Cuelga el teléfono.

***

Una calle en la ciudad. De noche. Llueve ligeramente. Reiner en el Cadillac Escalade blanco. Los dos guepardos están en el asiento de atrás. Un Escalade negro lo adelanta y gira delante de él y le corta el paso. Reiner pisa el freno y mueve la palanca de cambio y se vuelve para dar marcha atrás, el brazo sobre el respaldo del asiento. Los guepardos van de un lado para el otro. Otro Escalade se detiene detrás de él y Reiner vuelve a poner el cambio en D y gira el volante a fin de esquivar al Escalade que tiene delante pero éste ha dado marcha atrás y ahora se encuentra atrapado entre los dos vehículos. El conductor del Escalade de delante ha bajado del vehículo y se acerca a la ventanilla de Reiner y golpea la luna con una alzaprima pero la herramienta rebota. Lo intenta de nuevo. Se acerca otro hombre y hace apartarse al primero e incrusta en la puerta un artilugio que recuerda a un formón. Tira de una palanca hacia abajo y la máquina dispara una especie de émbolo contra la puerta produciendo un sonido de pistoletazo. Empuja hacia arriba otra palanca y abre la puerta del coche con el artilugio todavía enganchado a ella. Estira el brazo y agarra a Reiner por el cuello de la chaqueta y lo saca a medias del vehículo. Reiner se echa la mano a la pernera del pantalón y de una funda tobillera saca un revólver de cañón corto.

EL DE LA ALZAPRIMA: ¡Cuidado!

El hombre que está sacando a Reiner del coche lo suelta y retrocede de un salto al tiempo que se lleva la mano a la espalda y saca una pistola automática. Reiner dispara a lo loco y el hombre le mete tres balas en el cuerpo y Reiner se escurre del coche y queda tendido boca abajo en la calle. Su arma rebota en el pavimento. El hombre de la automática vuelve ligeramente el torso y se golpea las sienes, frustrado, con el canto de los puños. El hombre de la alzaprima levanta las manos.

EL DE LA PISTOLA: ¡Virgen santísima! ¡Hijo de puta!

Le atiza al muerto un puntapié en la cabeza y se vuelve lanzando un brazo al aire.

EL DE LA ALZAPRIMA: Vámonos.

El hombre que empuña la pistola vuelve a meterse el arma en la parte de atrás del cinturón y luego tira de la palanca del abrepuertas y lo arranca y se vuelve y le atiza otro puntapié al cadáver.

EL DE LA PISTOLA: Pendejo.

Los dos hombres vuelven al Escalade y se montan y arrancan. El Escalade que había cortado el paso a Reiner por detrás lo hace después y sigue al primer vehículo y se pierden de vista bajo la lluvia. Los dos guepardos pegados a la ventanilla trasera del coche se desplazan a uno de los lados y miran hacia el exterior. De los edificios circundantes empieza a llegar gente y se quedan mirando. Dos quinceañeros corren hacia la calle y uno coge el arma de Reiner y el otro el reloj y le quitan la cartera y lo ponen boca arriba y registran los bolsillos interiores de su chaqueta y luego se marchan corriendo bajo la lluvia. Reiner queda tendido boca arriba en la calzada con la lluvia entrándole en los ojos.

***

De noche. Una calle bajo la lluvia. Reiner está tendido boca arriba junto a la puerta abierta del Escalade flanqueado por los dos guepardos, que lanzan miradas furtivas a su alrededor. Uno de ellos empuja el cuerpo de Reiner con el hocico.

***

El consejero hablando por teléfono en su apartamento.

CONSEJERO: Pensaba que no te iba a encontrar. ¿Sabes dónde está Reiner?

WESTRAY: No.

CONSEJERO: No contesta al móvil. Y el teléfono del club ni siquiera da tono.

WESTRAY: El club está cerrado. Varios amiguitos de Reiner fueron allí a buscarle y al final parece que trataron un poco mal a unos clientes. Todos los empleados se largaron por la puerta de atrás. Los felinos han desaparecido. Y eso es todo, creo. O sea que si querías que te pegaran un tiro mientras cenabas, mejor que vayas a Juárez.

CONSEJERO: ¿Cuándo fue eso?

WESTRAY: Hace dos noches.

CONSEJERO: ¿Has hablado con él?

WESTRAY: Sí.

CONSEJERO: ¿Qué te ha dicho?

WESTRAY: Que iba a ver si encontraba a los gatos. Antes de que un puto poli tonto les meta un balazo, cito textualmente. Llevan esos collares electrónicos de seguimiento, pero son capaces de recorrer un montón de kilómetros en cuestión de minutos. ¿Tú dónde estás?

CONSEJERO: En casa.

WESTRAY: Me sorprende que sigas ahí todavía.

CONSEJERO: Dentro de una hora ya no estaré.

WESTRAY: ¿Una hora?

CONSEJERO: Sí.

WESTRAY: Pues quizá te convendría pensar si es buena idea alargar tanto tu estancia.

CONSEJERO: ¿Dónde estás tú?

WESTRAY: En casa, no.

Silencio.

CONSEJERO: Bueno. Te dejo, que tengo que meter unas cosas en el coche.

WESTRAY: En el coche.

CONSEJERO: Sí.

WESTRAY: ¿Tú qué eres?, ¿un retrasado mental?

El consejero se acerca a la ventana y mira al exterior.

CONSEJERO: ¿En qué se supone que debo viajar?

WESTRAY: No puedo asesorarte, consejero. Llama a un taxi.

Silencio.

WESTRAY: Estás muy calladito.

CONSEJERO: Ya.

WESTRAY: Te voy a decir una cosa, consejero. Si tu definición de amigo es alguien que moriría por ti, entonces tú no tienes amigos. Bien. Te dejo.

CONSEJERO: Bueno.

WESTRAY: Cuídate.

CONSEJERO: Vale.

El teléfono da señal de marcar.

***

Patio trasero de una vivienda de clase media en el extrarradio. Los dos guepardos caminan por el borde de la piscina. Uno se para y olfatea el agua. En la piscina hay dos niños, de ocho y diez años de edad. Están en pie, completamente inmóviles. Un hombre recostado en una silla de director baja el periódico que está leyendo para ver a qué se debe el silencio. Se queda tieso con el periódico a la altura del pecho. Los guepardos avanzan muy despacio por el borde de la piscina y van hacia el césped. El hombre apoya el periódico en su regazo. Los dos niños se vuelven y le miran. El mayor de los dos gira la cabeza en la dirección que han tomado los guepardos y se vuelve de nuevo hacia el hombre.

NIÑO: ¿Papi?

El hombre cierra los ojos y levanta una mano con la palma hacia fuera. Casi como dando la bendición.

***

Aeropuerto internacional. Laura baja de un coche alquilado en el aparcamiento de la agencia de alquiler de coches y se echa el bolso al hombro y coge la maleta del asiento del acompañante y cierra la puerta.

Laura por el pasillo del aparcamiento tirando de su maleta con ruedas. A su espalda un Escalade negro está avanzando hacia ella. Al final de la hilera de coches aparcados otro Escalade se coloca delante de Laura y frena. Se apean dos hombres. Laura da media vuelta pero el otro Escalade ya está parado detrás de ella. Suelta el asa de la maleta e intenta meterse entre dos coches aparcados pero un hombre la agarra del brazo y la empuja hacia el vehículo. Ella se debate con furia pero el otro hombre la agarra del pelo y la hace girar y le pone una navaja abierta delante de los ojos y ella se queda quieta y baja la cabeza.

***

Habitación de un hotel de lujo, cama extragrande, flores en un jarrón sobre el tocador. De noche. El consejero está contemplando la lluvia por la ventana.

Entrada al hotel. El consejero de pie mirando hacia la calle.

PORTERO: ¿Necesita un taxi, señor?

CONSEJERO: No. Gracias, no se preocupe.

Bar del hotel. El consejero está sentado a una mesa pequeña en el rincón. Pasa el camarero y se detiene.

CAMARERO: ¿Va todo bien, señor?

CONSEJERO: ¿Cómo dice?

CAMARERO: ¿Quiere que le traiga algo?

CONSEJERO: No. Gracias.

El camarero da media vuelta para irse, pero gira otra vez.

CAMARERO: ¿Se encuentra usted bien?

El consejero levanta la vista y le mira.

CONSEJERO: ¿Me haría usted un favor?

CAMARERO: Desde luego, señor. Lo que usted diga.

El consejero saca su cartera y coge una tarjeta de visita y se la entrega al camarero.

CONSEJERO: Aquí tiene mi tarjeta. Soy huésped del hotel. El favor que le pido es que vaya a recepción y vea si hay algún mensaje para mí. Se preguntará por qué no voy yo mismo. Mire, les he molestado ya tantas veces que seguramente estarán pensando que soy una especie de maniático y temo que no quieran comprobarlo otra vez.

CAMARERO (cogiendo la tarjeta): Eso está hecho.

***

Bufete en Juárez, México. El consejero y un abogado mexicano. Éste está sentado a su mesa con las botas de cocodrilo cruzadas encima. Parece pensativo. El consejero aguarda.

ABOGADO (con acento mexicano): Bueno. Tendré que hacer una llamada, compréndalo. Y si todo está bien, todo está bien. A mí no me meta en el centro, ¿de acuerdo?

CONSEJERO: En medio.

ABOGADO: Eso, en medio.

CONSEJERO: ¿Qué le debo?

ABOGADO: Usted no me debe nada. Somos amigos. Un apretón de manos. Tómese un café mientras espera. Volveré con un sí o con un no.

El consejero se pone de pie y alarga un brazo sobre la mesa. El abogado mexicano se levanta. Se dan la mano.

CONSEJERO: Gracias.

El consejero se dispone a salir.

ABOGADO: Consejero.

CONSEJERO (se vuelve): Diga.

ABOGADO: Yo haré lo que esté en mi mano, pero debe usted saber que las posibilidades son mínimas.

CONSEJERO: Lo sé. Gracias.

ABOGADO: ¿No estará, cómo se dice, escondiéndose?

CONSEJERO: No. Me escondía. Ahora lo que hago es buscar.

ABOGADO: Entiendo.

CONSEJERO: Gracias.

El abogado asiente.

Habitación de hotel en Boise (Idaho).

CONSEJERO: Vamos, cariño, contesta. Contesta, por favor. No sé dónde estás. Y si no sé dónde estás no sé dónde estoy yo. Es así. Toda mi vida he estado perdido. No quiero que me pase otra vez. Te lo digo en serio. No puedo, cariño. Westray me dijo que yo no creía en nada. Pero en ti sí creo. El mundo sin ti no es nada. Está vacío.

Se inclina hacia delante y apoya en su pecho el auricular del teléfono.

CONSEJERO: Que estés bien, mi vida. Por favor, que no te haya pasado nada.

***

El consejero al teléfono en una habitación de hotel en El Paso.

JEFE (con acento español): Sí. Pero solo puedo decirle lo que ya le dije a nuestro amigo. Que no hay nadie con quien hablar.

CONSEJERO: ¿Y si voy yo al Florida?

JEFE: El Florida está cerrado.

CONSEJERO: Haré cualquier cosa que usted me sugiera.

JEFE: Es que no tengo nada que sugerir.

CONSEJERO: Podríamos reunirnos en alguna parte.

JEFE: Ya lo estamos haciendo.

CONSEJERO: Tiene que haber alguien a quien yo pueda ver.

JEFE: Me temo que ya no hay tal persona. Eso pasó a la historia. Me temo que no hay nadie a quien ver.

CONSEJERO: No cuelgue, por favor.

JEFE: Tengo tiempo. No pasa nada. Estaba almorzando.

CONSEJERO: ¿Hay gente ahí?

JEFE: Aquí no hay nadie. El camarero. Me gusta almorzar solo. Se está mucho mejor.

CONSEJERO: No sé si entiende usted mi situación.

JEFE: Por supuesto que sí. Yo perdí un hijo. Hace dos años. Pensé que alguien me llamaría, para pedir un rescate. Pero no hubo ninguna llamada. No volví a ver a mi hijo. Tenía dieciséis años.

CONSEJERO: Lo siento.

JEFE: Una cosa es cuando entierran los cadáveres en el desierto y otra distinta cuando los dejan tirados en la calle. Ése es un territorio desconocido para mí hasta el momento. Pero debe de haber estado ahí siempre, ¿no le parece?

CONSEJERO: No sé qué decirle.

JEFE: Sí, sí. Con hielo, por favor. Disculpe. ¿Decía usted?

El consejero está agarrando el teléfono con firmeza y tiene la frente apoyada en el pulpejo de la mano, los ojos cerrados. Los abre.

CONSEJERO: No sé qué le estaba diciendo.

JEFE: La gente espera. ¿Y para qué? Antes o después uno debe entender que en definitiva este mundo nuevo es el mundo propiamente dicho. No hay otro. No se trata de un simple hato.

CONSEJERO: Hiato.

JEFE: ¿Cómo?

CONSEJERO: Se dice hiato.

JEFE: Ah, sí. Hiato. Gracias.

Silencio.

CONSEJERO: ¿Va usted a ayudarme?

JEFE: Lo que debería hacer es ver la realidad de su situación. Ése es mi consejo. No soy quién para decirle lo que debería haber hecho. O dejado de hacer. Solo sé que el mundo en el que intenta usted enmendar sus errores no es el mundo en el que fueron cometidos. Está en una encrucijada y piensa qué camino debe elegir. Pero no hay nada que elegir. Aquí no existe más que la aceptación. La elección se hizo tiempo atrás.

Silencio.

JEFE: ¿Sigue usted ahí?

CONSEJERO: Sí.

JEFE: No quisiera disgustarlo, pero a menudo las personas reflexivas comprueban que no tienen los pies firmes en la tierra. En cualquier caso, preparar un espacio en nuestras vidas para las tragedias que han de venir es un ahorro que poca gente está dispuesta a hacer. ¿Conoce la obra de Antonio Machado?

CONSEJERO: No, pero el nombre sí me suena.

JEFE: Un magnífico poeta. Traducido no es lo mismo, creo yo, pero en español su obra es muy hermosa. Machado era maestro y se casó con una linda joven a la que amaba con locura. Ella murió. Y él se convirtió en un gran poeta.

CONSEJERO: Yo no me voy a convertir en un gran poeta.

JEFE: Tal vez no. Pero aunque lo consiguiera, de poco le iba a servir. Machado habría dado hasta el último de sus versos por una hora más con su amada. Aquí no hay ley de intercambio, ¿entiende? La pena excede todos los valores. Uno entregaría naciones enteras para quitársela del alma. Y sin embargo no puede comprar nada con ella.

Silencio. El consejero apoya la frente en su reloj, los ojos cerrados.

JEFE: Cuando perdí a mi hijo no rogué por aquello que debería haber deseado con todas mis fuerzas. No fui capaz.

CONSEJERO: Una muerte rápida.

JEFE: Lo siento.

CONSEJERO: ¿Por qué me está contando esto?

JEFE: Porque está en esa encrucijada de la que hablábamos. Puede abocarse o no a la pena. De usted depende. El asesino iría igualmente a por usted, pero querrá contar con su conformidad. Y él lógicamente no arriesga en lo más mínimo. Persigue saber lo que sabe el guerrero, pero no tiene arrestos para asumir ese papel. Es un usurpador y un chulo. Precisamente porque le falta coraje, es mucho más de temer. Él exploraría ese territorio que nos han asignado a todos, pero su estilo es enviar un emisario. Poner a su víctima con el mayor cuidado al borde del precipicio e inclinarse para ver si hay alguna novedad. Palabras sueltas entre sollozo y sollozo. Entre la sangre y los gritos y el terror. Ni siquiera en el acto amoroso sería uno objeto de tanto esmero y tanta solicitación.

CONSEJERO: ¿Por qué me está contando esto?

JEFE: Porque usted no es capaz de aceptar la realidad de su vida.

CONSEJERO: ¿Qué más le da?

JEFE: ¿Ama tantísimo a su esposa que ocuparía su lugar en la rueda de la tortura? No digo morir por ella. Eso es fácil. Hablo de no flaquear cuando ellos vayan a ceñirle las correas.

CONSEJERO: Sí, maldita sea. Sí.

Silencio.

JEFE: Me alegro de saberlo.

CONSEJERO: ¿Qué trata de decirme? ¿Me está diciendo que eso es una posibilidad?

JEFE: No. No lo es. Sí. Un cafecito, por favor. Solo. Solo, sí. Gracias. Disculpe, consejero.

CONSEJERO: Dice que yo era ese hombre. En la encrucijada.

JEFE: Sí. La encrucijada de comprender que la vida no da marcha atrás. No es mi deseo pintar el mundo en colores más tristes de los que tiene, pero conforme el mundo va dando paso a la oscuridad resulta cada vez más difícil descartar la idea de que en realidad el mundo es uno mismo. Algo que uno ha creado, ni más ni menos. Y cuando uno deja de existir, el mundo se acaba también. Hay otros, por supuesto que los hay. Pero son mundos de otras personas y en cualquier caso la comprensión que uno tenía de los mismos no pasaba de ser una ilusión. Su mundo, el de usted (el único que cuenta), desaparecerá. Para siempre. La extinción de toda realidad es un concepto que ninguna renuncia es capaz de abarcar. Hasta que llega la aniquilación y todas las ideas sublimes se nos presentan como lo que son. Tengo que dejarle. Debo hacer varias llamadas y luego, si queda tiempo, echaré un sueñecito.

La comunicación se corta.

***

De noche. Malkina y el levantador de pesas negro recorriendo en coche las afueras de la ciudad. Ella sostiene un GPS y un monitor de seguimiento para el transpondedor. Iluminada por los faros una estrecha carretera de dos carriles. Luces en la lejanía. Llegan a un cruce y el levantador de pesas reduce la marcha y la mira.

MALKINA: Izquierda. Ve hacia la izquierda.

Continúan despacio por la carretera. De pronto uno de los guepardos cruza la calzada a la luz de los faros.

MALKINA (llorando casi): Es Silvia. Cariño. Hola, cariño.

***

Un taller mecánico, el camión cisterna. En lo alto hay una grúa de pórtico —un polipasto que se desliza sobre rieles de hierro— y un hombre con mono de faena y gafas protectoras está abriendo lateralmente el depósito del camión, de delante hacia atrás, con un soplete de corte.

Taller. Un mecánico está subido al depósito soldando al mismo una barra metálica. La barra lleva atornillado un grueso gancho de metal y un gancho similar está ya colocado cerca de la parte frontal del camión. El mecánico termina y se sube la careta y se pone de pie y tira del polipasto, que avanza por los rieles con las cadenas balanceándose.

Taller. La parte superior del depósito del camión está siendo izada por los dos ganchos y las cadenas del gancho simple cuelgan de la polea. Dentro del depósito hay cuatro bidones de doscientos litros. La grúa progresa por la vía y baja la parte superior de la cisterna hasta el suelo detrás del camión y un operario —con careta y mono de faena— desengancha las cadenas y luego la grúa retrocede y el hombre engancha una cadena y polea al primero de los barriles y las tensa mediante un templador y el primero de los bidones abandona el depósito.

Zona de lavado en un rincón del taller. Los cuatro bidones están derechos sobre palés y el operario con mono de faena y botas de goma los está lavando con una manguera a vapor.

***

Calles de Juárez. Hay un cordón policial amarillo tensado entre caballetes bloqueando la calle y a cierta distancia se ve un coche acribillado a balazos. Una de las puertas está abierta y hay un cadáver tendido en la calzada. Coches de policía con las luces girando en el techo. En primer plano gente que pasa con pancartas y carteles en los que pueden verse grandes fotos a todo color de personas desaparecidas y en español la leyenda: Desaparecido, o Desaparecido y una fecha a continuación. Y también: Se busca, y luego un nombre. Varias mujeres llevan paraguas para protegerse del sol y algunas llevan cruces de madera basta o cruces adornadas con coronas de flores. Un jeep color caqui del ejército con un soldado con ropa de combate al mando de una ametralladora montada en el chasis se abre paso entre la muchedumbre. El consejero se halla entre los afligidos y sostiene en alto un cartel con una fotografía en color de Laura.

***

Tres hombres con mascarilla para respirar en el módulo de lavado. Uno lleva ropa de faena y otro un mono blanco. El tercero, con pantalón y chaqueta de sport, es el comprador. El operario está abriendo la tapa de los bidones con un destornillador eléctrico. Del bidón que ya ha sido abierto el hombre del mono blanco saca cuatro bolsas de plástico transparente en cada una de las cuales hay un kilo de cocaína. El operario desenrosca el perno del segundo bidón y levanta el aro que bordea toda la tapa del bidón y después levanta la tapa y pasa al siguiente bidón. El comprador sigue al hombre del mono hacia el fondo del taller. Se han quitado las mascarillas.

COMPRADOR: ¿Por qué hay cuatro bidones?

EL DEL MONO (con acento mexicano): No lo sé. Es posible que tengamos un pasajero.

COMPRADOR: ¿Un pasajero?

EL DEL MONO: Sí. Ya sabe, un… no me sale la palabra. Como en los barcos. Un poli…

COMPRADOR: ¿Un polizón?

EL DEL MONO: Eso. Polizón.

OPERARIO: ¡Virgen santa!

El del mono se vuelve y sonríe. El operario ha salido del módulo de lavado, se quita la mascarilla y tiene arcadas.

OPERARIO: ¡Hijo de perra!

EL DEL MONO: ¡Ciérralo! ¡Rápido! ¡Rápido!

Da media vuelta y cruza, riendo, una puerta metálica. Le sigue el comprador. Suben por unos escalones de hormigón, la barandilla es de tubo de hierro.

Una pequeña oficina. Por el ventanal se ve el camión cisterna aparcado abajo. El del mono y el comprador sentados a una mesa metálica barata. Sobre la mesa hay ordenadores. Una balanza y varios platillos y las bolsas de cocaína.

COMPRADOR: En las dos últimas cuentas solo hay una hora de diferencia. Pero es otro día. Es mañana.

EL DEL MONO: Sí. Me gusta eso.

COMPRADOR: No habrá problema. ¿Cuánto tenemos?, ¿cuatro horas?

EL DEL MONO: Sí. No estaría de más saber si el dinero electrónico gana un día extra de intereses cuando cruza la línea internacional del cambio de fecha.

COMPRADOR: Buena pregunta. ¿Por qué les mandan un cadáver?

EL DEL MONO: Porque sí. Es práctico.

COMPRADOR: ¿Práctico?

EL DEL MONO: Sí. Cuando quieres perder de vista a alguien, lo mandas a Norteamérica.

COMPRADOR: ¿Sabe quién es el muerto?

EL DEL MONO: Naturalmente que no. Un pasajero. Un inmigrante.

COMPRADOR: Una manera de librarse de un cadáver y nada más.

EL DEL MONO: Y nada más. Para no tenerlo rondando por ahí.

COMPRADOR: De México.

EL DEL MONO: De Colombia.

COMPRADOR: ¿Ha venido desde Colombia?

EL DEL MONO: Sí. Por supuesto.

COMPRADOR: ¿Qué van a hacer con él?

EL DEL MONO: Nada. Se vuelve en el camión.

COMPRADOR: Que se vuelve en el camión…

EL DEL MONO: Claro.

COMPRADOR: ¿Y después?

EL DEL MONO: Nada. Es normal. Bueno, supongo que no tan normal. Ellos lo encuentran gracioso. Una especie de broma. En este negocio hay que tener sentido del humor.

COMPRADOR: ¿Y qué hacen con él?

EL DEL MONO: Nada. El camión queda como estaba al principio. Lo pintan. El muerto va dentro, de paseo por ahí. El camión puede que lo vendan. En una subasta quizá. No importa. Lo pasean un poquito más. Chupando mierda todo el rato. Bienvenido a los Estados Unidos de América.

Muestra una gran sonrisa. Se mira la hora en el Rolex.

***

Un bar en una población fronteriza. El consejero está en una de las mesas de formica con la cabeza sobre los brazos doblados y el cartel con la foto de Laura encima del tablero.

ENCARGADO: Señor.

CONSEJERO: Mmm…

ENCARGADO: Señor.

El consejero se incorpora y mira al hombre.

ENCARGADO: Tengo que cerrar.

CONSEJERO: Ya lo sé.

El consejero está demacrado y sin afeitar.

ENCARGADO: ¿Qué hace? ¿No tiene adónde ir?

CONSEJERO: No tiene que marcharse a casa pero aquí no se puede quedar.

ENCARGADO: ¿Cómo dice?

CONSEJERO: Olvídelo.

El consejero se levanta y coge la fotografía.

CONSEJERO: Me he quedado dormido. Disculpe.

ENCARGADO: No hace ningún daño.

CONSEJERO: Ningún daño. Qué bello pensamiento. Mágico pensamiento.

ENCARGADO: ¿Perdón?

CONSEJERO: Buenas noches.

ENCARGADO: Es muy peligroso. Las calles.

CONSEJERO: Lo sé.

ENCARGADO: Si oyen pasar a alguien le pegan un tiro. Después encienden la luz para ver quién es el muerto.

CONSEJERO: ¿Y por qué hacen eso?

ENCARGADO (se encoge de hombros): Como una broma. Para demostrar que no les importa la muerte. Para que se vea que la muerte no significa nada.

CONSEJERO: ¿Y usted? ¿Qué piensa? ¿Usted cree eso?

ENCARGADO: Claro que no. Toda mi familia está muerta. El único que no significa nada soy yo.

CONSEJERO: Entiendo.

ENCARGADO: Ándese con ojo. ¿Sí?

CONSEJERO: Sí. Con ojo.

ENCARGADO: ¿Quién es? La señora.

CONSEJERO (volviéndose en el umbral): Mi esposa.

ENCARGADO: Ah. Guapa. Lo siento.

El consejero se detiene al llegar a la puerta.

CONSEJERO: Sí. Guapa. ¿Qué es eso?

ENCARGADO: Quiere decir que es hermosa.

CONSEJERO: Ya. Pero ¿qué significa esa palabra? ¿Qué es? Hermoso.

ENCARGADO: No lo sé. Va siendo tarde.

CONSEJERO: Sí. Buenas noches.

ENCARGADO: Buenas noches, amigo. Buenas noches.

***

El consejero se adentra en un callejón y va hasta una puerta y saca una llave y entra. Un desangelado vestíbulo, suelo de linóleo. Una bombilla pelada colgando del techo. Se mete por la primera puerta de la derecha y prende la luz. Una habitación con una cama de hierro, una cómoda barata y un lavabo. Pasa la cadena de la puerta y va hasta la cama y se sienta. Deja el cartel a un lado sobre la colcha y apoya la cara en sus manos. A lo lejos suena una ráfaga de ametralladora.

***

Aeropuerto internacional. Westray sale con una maleta de tamaño mediano y una bolsa al hombro. Viste traje oscuro. Desde el bordillo mira los taxis y las limusinas aparcados y finalmente cruza la calle, se dirige a una limusina, abre la puerta y sube al vehículo. Al volante hay una mujer atractiva con gorra de chófer. Ella se vuelve y le sonríe.

WESTRAY: Me gusta su sombrero.

CHÓFER: Gracias.

WESTRAY: Al International.

CHÓFER (sonriendo): Ya sé.

La mujer se vuelve hacia el volante y pone el coche en marcha y arranca.

***

Recepción de un hotel de muchas estrellas en una ciudad global. Westray frente al mostrador con pasaporte y tarjeta de crédito en la mano. Está esperando que el recepcionista verifique su reserva de habitación. A escasa distancia hay una rubia muy atractiva dando sus datos. Viste un traje chaqueta oscuro y lleva un voluminoso bolso. Westray la mira de arriba abajo. Ella se da cuenta.

WESTRAY: ¿Qué tal?

RUBIA: Bien. Es canadiense.

WESTRAY: Ha visto mi pasaporte. ¿Y de dónde es usted?

RUBIA: De Nuevo México.

WESTRAY: La invito a una copa.

RUBIA: ¿Qué?

WESTRAY: Vamos a tomar una copa. No está casada.

RUBIA: No.

WESTRAY: Pues cuando termine de registrarse podemos sentarnos ahí mismo. Nos traerán cualquier cosa que pidamos.

RUBIA: Vaya. Un picaflor.

WESTRAY: ¿Picaflor? Caray. ¿Dónde ha oído esa palabra?

RUBIA: Era broma. O no.

WESTRAY: Soy un tipo la mar de decente, ya verá.

RUBIA: ¿Tiene usted referencias?

WESTRAY: Mmm. Esto se pone cada vez más interesante.

***

Ciudad global. Malkina cruzando la calle vestida con un traje chaqueta. Camina por la acera hasta el escaparate de una joyería y se queda mirando los objetos expuestos detrás de la luna.

***

Terraza de bar en la ciudad. Malkina está mirando un recorte de papel y hablando con la rubia de antes.

MALKINA: Cinco dígitos. ¿Quién es Rowena?

RUBIA: Ni idea.

MALKINA: Seguridad social. ¿Permiso de conducir expedido en Nevada?

RUBIA: Sí.

MALKINA: Bueno. En mi bolso encontrarás un sobre con el pequeño extra para ti.

La rubia abre uno de los dos bolsos que hay encima de la mesa y saca el sobre y lo mete en el otro bolso.

RUBIA: Pero no tienes su ordenador.

MALKINA: Lo tendré. ¿Volverás a quedar con él?

RUBIA: ¿Y para qué? Estará sin un centavo.

MALKINA: Eres lista.

RUBIA: ¿O se trata de algo aún peor?

MALKINA: ¿Qué más te da?

RUBIA: No quiero verme mezclada en algo gordo.

MALKINA: Ya lo estás.

RUBIA: Explícate.

MALKINA: ¿Y si él viniera a buscarte?

RUBIA: No lo hará. ¿Verdad que no?

MALKINA: No.

La rubia se queda mirando la acera.

RUBIA: Oh, Dios.

Se levanta y coge su bolso y saca el sobre y lo deja encima de la mesa.

MALKINA: ¿A qué viene eso?

RUBIA: No lo quiero.

MALKINA: No seas boba.

RUBIA: Aquí lo dejo. Tengo que irme.

MALKINA: Bien. Como quieras. ¿Sabes lo que más me gusta de los norteamericanos?

RUBIA (conteniendo las lágrimas, enfadada): No. ¿Qué?

MALKINA (sonriendo): Que puedes contar con ellos.

***

Por la mañana. El consejero está dormido en el catre con la ropa puesta. Llaman a la puerta. Se incorpora. Vuelven a llamar.

CONSEJERO: Momento. Momento.

Se levanta y va hasta la puerta y descorre la cadena para abrir. Un joven espera con un paquete en la mano.

REPARTIDOR: ¿Está el abogado?

CONSEJERO: .

El chico le entrega el paquete y sonríe y saluda llevándose dos dedos a la gorra y luego da media vuelta.

CONSEJERO: Momento. ¿Qué es esto?

El chico, ya en la puerta de fuera, se vuelve y extiende las manos con la palma hacia arriba.

REPARTIDOR: No lo sé. Un regalo. ¿Quién sabe? Ábralo.

Se marcha. El consejero vuelve a entrar en la habitación y se sienta en el catre mirando el paquete. Mide unos diez o doce centímetros cuadrados y va envuelto en papel y atado con una cinta azul. El consejero afloja la cinta, que cae al suelo. Retira el envoltorio y ve que contiene un DVD. De pronto comprende qué es y lo deja caer sobre la cama como si quemara y se lleva las manos, como garras, a la cara.

CONSEJERO: Dios. Dios. Dios.

***

Una calle importante, ciudad global. Westray saliendo de un edificio grande, posiblemente un banco. Viste un traje de verano color beige y lleva en la mano una pequeña bolsa negra de lona. No bien ha salido a la calle un hombre se le acerca por detrás, le pasa por la cabeza el alambre de un bolito y tira de él ciñendo el lazo corredizo. Westray suelta la bolsa de inmediato y se agarra el alambre que le aprieta el cuello y gira con los ojos desorbitados. El asesino coge la bolsa de un solo movimiento y baja de la acera para montarse en un taxi que lo está esperando con la puerta abierta. El taxi se pierde entre la circulación.

Westray girando sobre sí mismo, los dedos de una mano atrapados en el alambre y a punto de quedar cercenados mientras el alambre se va clavando en su pescuezo. El cuello de la camisa está rojo de sangre. Se sienta en la acera y empieza a soltar patadas, como si estuviera enojado. Como un niño irascible. Algunos peatones se han detenido pero a una distancia prudencial. El motor eléctrico del bolito rechina. Westray se desploma sin dejar de patalear. La arteria carótida izquierda revienta y un chorro de sangre rojo brillante describe un arco en el aire y salpica la acera. Los mirones retroceden.

***

Malkina sentada junto al asesino en el asiento trasero del taxi. Agarra el maletín y se lo pone sobre el regazo y descorre la cremallera y rebusca dentro. Saca un portátil y examina los documentos de una carpeta. Abre un bolsillo del maletín y extrae dos pasaportes. Saca un sobre. Una tarjeta de memoria. Guarda todas esas cosas en su bolso y luego saca un sobre y se lo entrega al asesino, que se lo guarda dentro de la camisa. Malkina cierra su bolso y se inclina y le da unos toquecitos al taxista en el hombro.

MALKINA: Pare aquí, por favor.

TAXISTA: ¿Aquí?

MALKINA: .

El taxi se arrima al bordillo y Malkina le da unos billetes al hombre y se apea cerrando la puerta. El taxista mira el dinero y frunce los labios con sorpresa y aprobación. Se vuelve hacia el hombre que está detrás.

TAXISTA: ¿Adónde?

El asesino está mirando a Malkina, que se pierde entre los transeúntes. Sus elegantes prendas ceñidas.

***

Terraza de una cafetería. Ciudad global. Malkina en una mesa con Lee, un chinoamericano de veinticinco años.

LEE: ¿Qué traes? ¿Tienes las cuentas corrientes?

MALKINA: Tengo un par.

LEE: ¿Podrás conseguir las dos que faltan?

MALKINA: Sí. Lo estoy volcando a otro ordenador desde un motor de búsqueda.

LEE: Entonces hay otro elemento.

MALKINA: No. Ése no está metido.

LEE: ¿Ni un poquito?

MALKINA: Nada de nada.

LEE: ¿Seguro?

MALKINA: Segurísimo.

Lee se la queda mirando.

LEE: ¿No te pasa a veces que de golpe tienes un mal presentimiento?

MALKINA: ¿Con respecto a un chanchullo?

LEE: A cualquier cosa.

MALKINA: No sé. Pero un mal presentimiento tuyo no tiene por qué ser igual a uno mío, supongo.

LEE: Bueno.

MALKINA: Para mañana tendré todo lo que se puede conseguir. Lo que no tengamos habrá que inventarlo. Tengo los códigos de entidad bancaria y los números de cuenta. El código fuente también, pero habrá que buscar un programa compilador para que lo traduzca todo a un código máquina. Se puede hacer.

LEE: VPN y enrutadores.

MALKINA: Sí.

LEE: Contraseñas.

MALKINA: ¿Qué es lo que quieres saber, realmente?

LEE: Hay alguien más. ¿Tu contacto en el banco?

MALKINA: Él se lleva un diez por ciento y todos sus gastos corren de su cuenta.

LEE: ¿Eres ucraniana?

MALKINA: No. Soy puro porteña.

LEE: Está bien.

MALKINA: No te preocupes por mis contactos. Yo voy de independiente.

LEE: Me preocupo por todo. Por eso estoy todavía en activo. En el fondo esto es una parodia.

MALKINA: Si quieres llamarlo así…

LEE: Bien. ¿Qué es lo que quieres saber tú?

MALKINA: Hasta qué punto estás limpio.

LEE: Nunca guardo nada que no sea imprescindible.

MALKINA: Ya. Puedes tener un kit básico con servidor SQL y demás, pero troyanos de acceso remoto como Srizbi o Torpig no son precisamente para llevar la contabilidad doméstica.

LEE: Tener uno no va contra la ley.

MALKINA: No lo digo por eso. Si lo encuentran se ponen a buscar.

Lee: Muy bien.

MALKINA: Puedes clonar el teléfono móvil con una tarjeta SIM pero las facturas siguen llegando al número del móvil original, o sea que no puedes utilizarlo eternamente.

LEE: No queremos utilizarlo eternamente.

MALKINA: Ya, pero tú no sabes cuánto tiempo te queda. La eternidad puede ser muy corta. Los hackers creen que no se puede seguir la pista de un móvil clonado, pero eso ya no es verdad. Y si ellos encuentran un rastro podrían localizarte con un Stingray hasta una aproximación de un metro y medio. No te lo recomiendo.

LEE: Está bien. ¿Cuántas llamadas en total, cuatro?

MALKINA: Sí.

LEE: Voz encriptada.

MALKINA: Sí. Zapatos de distinto par.

LEE: Vale. Mira, por lo que respecta a la seguridad sé que entiendes que del disco duro no sale nada, pero esto seguiría entrando en la categoría de limitaciones de tiempo.

MALKINA: A mí eso no me preocupa. Lo que está a la vista está a la vista. Creen que su análisis del tráfico es supersofisticado, pero por definición tienen que hacer caer los protocolos que lo generan. En cuanto a los ordenadores físicos, basta con meterlos en el horno, poner el termostato a tope y adiós. Todo lo que necesito llevar conmigo puedo descargarlo en un lápiz USB.

LEE: Con doble encriptación.

MALKINA: Sí.

LEE: ¿Semilla aleatoria?

MALKINA: Sí.

LEE: De acuerdo. Deja que me lo mire. No hemos hablado de dinero.

MALKINA: Un cuarto de millón.

LEE: Imagino que no vas a decirme lo que sacaremos del golpe…

MALKINA: ¿Y por qué no? Al fin y al cabo vas a verlo en la pantalla. Son veintidós millones, más o menos. Y si conseguimos las cuatro cuentas.

LEE: Podrías aumentar un poquito ese cuarto de kilo.

MALKINA: Está bien.

LEE: Quinientos mil.

MALKINA: Eso no es un poquito. Es el doble.

LEE: Cuatrocientos.

MALKINA: Vale.

LEE: En efectivo.

MALKINA: Bien. ¿Necesitas un anticipo?

LEE: No, tranquila. ¿Qué vas a hacer, solicitar un préstamo al banco?

MALKINA: Algo parecido.

***

Calle en una ciudad. Sirena de ambulancia. La ambulancia sube a la acera donde yace Westray y la muchedumbre se aparta. Tres sanitarios bajan del vehículo y se acercan al cuerpo y lo cubren con una sábana y uno de ellos le toma el pulso en la muñeca. Sacan una camilla y la colocan en el suelo, uno de los sanitarios agarra a Westray por los pies y los otros dos uno por cada lado y lo suben a la camilla todavía cubierto con la sábana. El gentío lanza una muda exclamación y los sanitarios al volverse comprueban que la cabeza cortada de Westray ha quedado sobre la acera con el bolito.

***

Vertedero a las afueras de Juárez. Un inhóspito paisaje desértico con brumosas montañas peladas al fondo. Se oye un bulldozer. El vertedero es un mar de basura indescriptible. Hay fogatas y columnas de humo aquí y allá. A lo lejos se ven familias hurgando entre los desperdicios. Mujeres y niños. Llevan al hombro bolsas de supermercado reutilizables. Merodean por la zona unos cuantos zopilotes. Un viejo camión volquete de diez toneladas se afana por el vertedero y se detiene y da marcha atrás y frena. El camionero tira de la palanca y la plataforma se inclina hacia arriba y suelta la basura que lleva dentro. El hombre sacude la palanca lateralmente y la plataforma emite un sonido metálico y luego baja de nuevo la plataforma y el camión se aleja con torpes movimientos. Un polvoriento bulldozer amarillo se acerca y va empujando la basura hacia el interior del vertedero. Entre la basura aflora por momentos el cuerpo de una chica. El bulldozer da marcha atrás y luego avanza de nuevo. El cuerpo decapitado de Laura con su vestido rojo aparece brevemente y luego desaparece entre la basura y los escombros.

***

Ciudad global, vivienda en un edificio de muchas plantas. De noche. El rostro de Lee reflejado en el cristal. El reflejo de una batería de ordenadores detrás de él. Abajo, las luces de la ciudad. Malkina cruza la habitación en un sentido y luego en el otro.

Lee y Malkina sentados frente a los ordenadores. Ella con unos cascos en la cabeza. Líneas de texto sucediéndose en los monitores.

LEE: ¿Cuánta demora dices que hay?

MALKINA (quitándose los cascos): ¿Qué?

LEE: Era para pincharte un poco.

MALKINA: Pues no lo hagas.

LEE: De acuerdo.

***

Malkina volviendo de la cocina con tazones de té. Se sientan frente a los ordenadores.

MALKINA: Tenemos dos horas.

LEE: ¿Por qué no tratas de dormir un rato? Yo te despierto.

MALKINA: Estoy demasiado tensa.

LEE: ¿Te apetece ir a dar un paseo?

MALKINA: Yo no salgo de aquí ni que se queme el edificio. Si quieres, ve a mirar qué dan en la tele.

LEE: ¿Y si salimos nosotros?

MALKINA: Bueno. A lo mejor hay cárceles virtuales para delincuentes virtuales.

***

Llanuras de Arizona. El guepardo macho yace al pie de un árbol. Se levanta y camina hasta el borde de la hierba y contempla la lejanía.

***

Restaurante en una azotea de una gran urbe, de noche, calles iluminadas más abajo. Malkina acaba de llegar y es recibida por el maître.

MAÎTRE: Buenas noches, señora. Buenas noches.

Acompaña a Malkina un hombre de unos cuarenta años, alto y elegante, vestido con un traje negro y una corbata cara de seda color dorado. El maître hace un gesto para indicarles que pasen.

MAÎTRE: Bienvenidos. Bienvenidos.

Ella lleva una falda plisada negra, larga hasta el tobillo, y un bolero verde oscuro adornado con galones negros. Luce una gruesa gargantilla escalonada de esmeraldas y pendientes a juego. Empieza a mostrar barriga; está de cinco meses. El maître los guía hasta una mesa con vistas y un camarero retira la silla para que ella se siente. Un segundo camarero está desdoblando las servilletas mientras un tercero llega con un cubo de champán y un pedestal que coloca al lado del hombre. Luego saca del cubo una botella de Dom Pérignon y la envuelve en un paño y la descorcha y sirve dos flautas de champán e introduce después la botella en su nido de hielo con un pequeño meneo. El maître hace una inclinación de cabeza.

MAÎTRE: Buen provecho.

Se marcha y la pareja entrechoca sus copas. El acompañante habla con un acento posiblemente europeo.

ACOMPAÑANTE: Por el heredero.

MALKINA: Gracias.

ACOMPAÑANTE: Bueno, ¿volverás a Estados Unidos, cuando llegue el momento?

MALKINA: Creo que no.

ACOMPAÑANTE: ¿Adónde irás?

MALKINA: Puedo ir a donde me plazca.

ACOMPAÑANTE: ¿Europa?

MALKINA: Europa ya no cuenta. Creo que me gustaría ir a China.

ACOMPAÑANTE: ¿En serio?

MALKINA: Sí.

ACOMPAÑANTE: No hablas el idioma.

MALKINA (sonriendo): Aprendo rápido.

ACOMPAÑANTE: ¿Cómo se hace para entrar dinero en China?

MALKINA: Está tirado. Puedes comprar acciones de lo que sea. Las industrias pesadas son una buena opción. A mí me gusta Pohang Iron & Steel.

ACOMPAÑANTE: ¿Y efectivo?

MALKINA: La mejor manera de condensar riqueza es con diamantes. Son altamente negociables y no pesan nada. Aunque un cuadro de Picasso (sin marco y enrollado) tiene más o menos el mismo valor. A igual peso.

ACOMPAÑANTE: ¿De cuánto estaríamos hablando?

MALKINA (sonriendo): ¿Es por pura curiosidad?

ACOMPAÑANTE: Es por curiosidad.

MALKINA: En una onza puede haber unos ciento cincuenta quilates. Y los diamantes, de promedio, están a diez mil dólares el quilate. Piedras de entre dos y cinco quilates. Calcula.

ACOMPAÑANTE: Mejor hazlo tú.

MALKINA: Los diamantes valen alrededor de millón y medio la onza. En la palma de la mano te cabrían unos veinte millones. En cuanto al papel moneda, unos tres mil dólares pesan una onza. Redondeando, cincuenta mil dólares vienen a pesar una libra. Es decir que esos veinte millones que tienes en la mano pesarían más de cuatrocientas libras, en billetes de cien dólares. Para ser exactos, cuatrocientas cuarenta libras.

ACOMPAÑANTE: ¿En China se pueden vender diamantes?

MALKINA: Los diamantes podrías venderlos hasta en Marte.

ACOMPAÑANTE: ¿Y si es niña? ¿Eso no sería un problema?

MALKINA: Sí. Pero no es niña.

ACOMPAÑANTE: Entiendo. ¿Puedo preguntarte una cosa?

MALKINA: Puedes.

ACOMPAÑANTE: ¿El padre es Reiner?

MALKINA: ¿Es eso lo que quieres saber?

ACOMPAÑANTE: Sí.

MALKINA: Pues no lo es. Reiner se hizo la vasectomía. El consejero explicaba a la gente que fue por orden judicial. Se lo dije el día que me enteré. Él se lo tomó muy bien. Me propuso abortar y que después continuáramos como si nada hubiera ocurrido. Se puso un poco sentimental, la verdad, cosa que me sorprendió. Yo le dije que si era niña abortaría. Pero no, es niño. Así que no aborté.

ACOMPAÑANTE: ¿Reiner quiso saber quién era el padre?

MALKINA: Naturalmente.

ACOMPAÑANTE: ¿Y se lo dijiste?

MALKINA: No. (Pausa). Si yo fuese una mujer que estuviera disponible, no te interesaría esto. La maldición del jugador.

ACOMPAÑANTE: Espero que eso no sea verdad.

MALKINA (sonriendo): A nadie le gusta admitir que el objeto de su deseo lo ha puesto en la balanza y ha descubierto que no da el peso. Es algo francamente difícil de aceptar. Mejor imaginarnos a la persona deseada como alguien caprichoso e indeciso. ¿No estás de acuerdo?

ACOMPAÑANTE (sonriendo): Eres bastante cruel.

MALKINA: Me lo agradecerás.

ACOMPAÑANTE: ¿Y tú qué es lo que quieres?

MALKINA: Una vida propia. Poseo muy pocas cosas. Algunas joyas. Ropa. A veces pienso que me gustaría recuperar mi inocencia. Si es que la tuve alguna vez. Pero nunca pagaría el precio que piden por ella en el mercado.

ACOMPAÑANTE (asiente con la cabeza y la mira. En voz baja): Una vida propia.

MALKINA (se lo queda mirando antes de responder): Cuando el mundo en sí mismo es el origen de nuestro tormento, uno es libre de vengarse de cualquier aspecto de ese mundo por pequeño que sea. Quizá tendrías que haber nacido mujer para entenderlo. Y nunca conocemos la verdadera hondura de nuestro dolor hasta que se nos presenta la oportunidad del desquite. Solo entonces sabemos de lo que somos capaces.

ACOMPAÑANTE: Creo que has dicho más de lo que yo deseaba saber.

MALKINA: No pasa nada.

ACOMPAÑANTE: ¿Y los gatos?

MALKINA: Silvia murió. Tenía una afección cardíaca congénita. Ya lo sabíamos. Raoul está bien, viviendo en Arizona. Es el amo y señor de un millar de hectáreas y tiene una roca especial donde tomar el sol y acechar a sus presas. Ya está. Los perros unen a las personas. Los gatos no. Pero le añoro.

ACOMPAÑANTE: ¿A Raoul?

MALKINA (sonriendo): Sí. Echo de menos verlo atrapar liebres corriendo a cien por hora por el desierto. Todo un espectáculo. Ver matar a una presa con elegancia es algo que me conmueve. Desde siempre.

ACOMPAÑANTE: ¿Es erótico?

MALKINA: Por supuesto. Una cosa así siempre tiene algo de sexual. Pero esa soltura. La libertad. En ninguna parte existe un corazón tan puro como el del depredador. Yo creo que si algo define al cazador es más lo que se ha librado de ser que lo que ha acabado siendo. No hay distinción entre lo que es y lo que hace. Y lo que hace es matar. Nosotros, claro está, somos de otra especie. Me temo que no estamos bien hechos para el camino que hemos elegido. Nos gustaría correr un velo sobre tanta sangre y tanto horror. Sangre y horror que nos han traído a donde estamos ahora. Es nuestro endeble corazón lo que nos hace cerrar los ojos a todo eso, pero con ello no hace sino labrar nuestro destino. Tú quizá no lo ves así, no sé. Pero no hay nada tan cruel como un cobarde, y la próxima matanza superará probablemente todo lo imaginable. ¿Qué tal si pedimos? Me muero de hambre.