El tiempo continuó su silenciosa andadura hasta el amanecer, que despertó a una Julia dolorida a causa de haberse quedado en la pequeña butaca junto a la cama, siempre cogida de la mano de Mariana. Como había dormido poco y mal, de manera intermitente, tardó algunos minutos en recobrar la noción de tiempo y espacio. Lo consiguió justo en el momento en que el médico entraba por la puerta de la enfermería. Y en ese mismo instante, también Mariana de Marco abrió los ojos.
La expedición a Abu Simbel había partido por tierra de madrugada dejando en el barco tan sólo a la tripulación y al personal de servicio. Pedro Guzmán se puso al frente, ya recuperado de la conmoción que, al parecer, le produjo la agresión a Mariana. Entre ellos decidieron no difundir la noticia para no crear un innecesario estado de alarma. «Al fin y al cabo —dijo Pedro— llevándonos a todo el mundo a Abu Simbel nos llevamos también al agresor, quienquiera que sea, y a la vuelta sólo queda hacer las maletas y volar a El Cairo; ya no habrá posibilidad de intento alguno en el barco». Ada también partió con los demás, aunque antes se acercó a preguntar por Mariana y se retiró al encontrar dormidas a las dos amigas. Antes de que asomase la primera luz del día, en plena madrugada, el barco quedó vacío, y Julia, que se despertaba intermitentemente, pudo dormir un par de horas. En realidad, la despertó la discreta llamada del médico.
Cuando el médico, acompañado por el capitán del barco, se aproximó a Mariana para comprobar su estado, ésta trató de levantarse, y tuvieron que sujetarla entre Julia y la enfermera porque era evidente que no dominaba sus movimientos. Entre ambas la incorporaron en el lecho y Julia, pudorosa, se afanó en cerrarle con la mano la clásica bata de hospital abierta por detrás y tan sólo anudada al cuello por una cinta, ante la presencia del capitán. Mariana estaba pálida y ojerosa, pero más debido al sueño que a un mal estado físico. Julia y el capitán salieron afuera y dejaron a los otros dos con la paciente. El capitán estaba muy preocupado, lo que le confesó a Julia sin ambages, advirtiéndole que había dado parte a la policía. El comandante Ahmed, avisado cuando se disponía a salir para Luxor, regresó de urgencia. Un cuidadoso repaso al lugar donde Pedro Guzmán la encontró tendida no mostró nada de particular. No había indicios de lucha. La impresión general era que la atacaron por la espalda aplicándole el cloroformo sin tiempo para reaccionar. Quien fuera el agresor la dejó allí tirada y debió de esconderse entre las butacas ante la imprevista llegada de Pedro. Éste se había levantado a las dos de la madrugada para preparar la partida en autobús de los invitados, que se efectuaría una hora más tarde, y con su habitual sentido de la comprobación tuvo la ocurrencia de recorrer todas las plantas mientras la servidumbre preparaba las bolsas con el desayuno para ser distribuidas en el hall a la salida de la expedición; de no ser por él, Mariana estaría ahora en el fondo del río.
—Razón de más para que me consigas una copa y un cigarrillo —dijo Mariana— hay que ser enérgicas cuando se trata de disfrutar de la vida.
—Lo que me produce escalofríos —dijo Julia— es que si no llega a asomarse Pedro a la escalera habrías muerto víctima de tu propia insensatez.
—Pero no morí y eso fue porque no podía morir —dijo Mariana.
—¿Ah, no? ¿El asesino no tenía intención de matarte? Qué asesino tan raro ¿no? —dijo Julia, sarcástica.
—Ajá, ya lo aceptas.
—¿Qué acepto?
—Que hay asesino; o sea: que ha habido dos asesinatos y un intento.
Julia le dirigió una mirada fulminante.
Las dos amigas se encontraban sentadas la una junto a la otra en sendas butacas del salón-bar porque Mariana se negó a recluirse en su camarote. El lugar estaba vacío, como el resto del barco y sin apenas luz; sólo se escuchaban los sonidos amortiguados procedentes del personal de limpieza trajinando en las plantas. Todo el mundo estaba en Abu Simbel. El comandante Ahmed había llegado con la primera luz del día y en cuanto supo que Mariana se encontraba en condiciones se encerró con ella en el camarote del capitán. Del resultado del interrogatorio no se sabía nada, pero a juzgar por la expresión, tanto de Mariana como del comandante al término del mismo, era fácil concluir que había resultado sumamente satisfactorio para ambos.
—¿De verdad crees que quiso matarme? —preguntó Mariana con un malicioso gesto de inocencia.
—Me temo —dijo Julia—, que estás aún bajo los efectos del cloroformo.
—Piensa un poco en los tiempos del relato del suceso y verás que hay algo que falla. El comandante Ahmed lo vio enseguida. ¿Por qué tú no, con lo lista que eres? A ver: ¿por qué no me tiró al agua?
—Porque Pedro apareció providencialmente.
—¿Cómo lo sabes? Pudo haberme dormido antes, es demasiada casualidad que Pedro apareciese justo en ese momento, ni un minuto antes ni un minuto después. Ésa es la cosa, que apareció providencialmente, pero yo podría haber ido al agua unos minutos antes; quizá me tuvo en su poder durante un pequeño rato; es más natural que fuera así. Es la casualidad lo fascinante de este incidente. ¿Por qué no me tiró al agua en el ínterin? Pedro no habría tenido tiempo de ver nada.
—¿Porque sólo trataba de asustarte?
—No creo, el asustado era el asesino. Estábamos al término del crucero. Iba a desaparecer libremente. ¿Para qué matarme?
—Quizá pensaba que tú sabías quién era, que habías resuelto el caso.
—Cierto, pero yo estaba a ciegas… o medio a ciegas, porque no disponía de prueba alguna, aunque, a decir verdad, tenía mis sospechas. Y no iba descaminada. Lo que ocurre es que no los casaba.
—¿A quién?
—Espera. No te adelantes.
—Pero él, o ella, presumían lo contrario.
—Sin base alguna.
—No es cierto —protestó Julia—. Tú anunciaste en público que sabías que las desapariciones eran crímenes y que estabas a punto de descubrir la identidad del criminal.
—Lo hice justamente porque el tiempo se acababa, por ver si así le obligaba a salir a la luz.
—Y ha salido y casi te mata.
—Casi. Ése es el matiz.
—Lo cual no resuelve nada.
—Te equivocas, mi vida. Lo resuelve todo porque ésa es precisamente la firma del asesino. Y eso es lo que me faltaba.
—¿Cómo dices?
—El comandante Ahmed está ahora trabajando en la comprobación de una serie de datos que hemos acordado investigar y tengo el convencimiento de que pronto tendremos novedades; novedades decisivas para resolver el caso.
—Entonces el asesino ha conseguido contigo todo lo contrario de lo que se proponía.
—Y tengo que decirte que, en parte, me apena.
Lo dijo como ensimismada, así que no pudo ver el estupor absoluto que se pintaba en el rostro de su amiga.