Subieron al hall y se dirigieron al salón-bar. El trío de músicos había iniciado la que sería su última actuación, y el hombre que tocaba como Don Byas desgranaba las notas de Summertime con una entonación de raíz cálida y melancólica. Había alguna que otra mesa ocupada, pero, en general, la gente parecía haber escuchado la recomendación de Pedro Guzmán de retirarse pronto para poder despertar en condiciones de madrugada. Mariana, en cambio, decidió apurar las primeras horas de la noche con la idea de dormir luego en el autobús, camino de Abu Simbel.
Ante la impotencia de Julia, Mariana propuso elaborar una lista de sospechosos.
—Estás fijada al crimen como gallina a la tiza —le reprochó Julia.
—Tampoco ha estado tan mal. He disfrutado de Egipto y he disfrutado especialmente de la navegación por el Nilo. Soy capaz de hacer dos cosas a la vez, investigar y apreciar el paisaje. En eso no me parezco al presidente Ford, no sé si te acuerdas, que no podía caminar y masticar chicle a la vez.
—Qué graciosa eres, detective —comentó Julia con retintín.
—Los tres motivos más frecuentes que conducen al crimen son el dinero, la venganza y los celos. Yo creo que podemos agrupar a los sospechosos bajo alguno de estos tres epígrafes. Empiezo: el dinero apunta directamente a la familia; todo el mundo quiere meter mano en la bolsa; el eje de todo es Tati. Ella tendría motivación como heredera, pero también los Llano como probables beneficiarios, sobre todo a través de la boda de Ricky con Tati. Los demás serían beneficiarios adjuntos. Aquí tropezamos, si queremos ser más precisos, con nuestro desconocimiento de las cláusulas del testamento. Luego está el abogado pardillo, no tan pardillo a la hora de arrimarse a Tati y cuidar de ella mientras Ricky la descuida a su vez a favor del calentamiento global que le produce la prima Carola. También apunta en otra dirección: la labor de Ignacio Llano como asesor en el manejo de la fortuna le convertiría en candidato si pudiéramos comprobar que hay algo sucio en las cuentas.
—Hay que ver lo fantasiosa que eres, de verdad. En fin, mete en esa atrevida lista a Pedro; no olvides que, puestos a desfalcar, él también tiene posibilidades.
—Cierto. No eliminemos a nadie a priori. Pasemos ahora a la venganza.
—Eso sí que es adivinación pura.
—No creas. Piensa en Ada, reconcomida por su papel de segundo plato que, sin embargo, estaba en el día a día dando curso a las órdenes y caprichos de Carmen. Y también me vale Llano, que pasó de ser el señor de la casa a simple asesor.
—Pero… ¿cómo la iba a echar Llano por la borda, si está impedido?
—Con ayuda. ¿Qué te parece Ricky? Y ahora hablemos de celos: Ada, otra vez. El mismo Griffin, si fuera verdad que ligaba con Dolores.
—Eso no lo sabemos, no te vayas por las nubes. Y no olvides que, en principio, aceptamos que Carmen murió a poco de llegar a su camarote.
—Ya hemos visto que ha podido haber otra diferencia de tiempos que depende de que Carmen recibiera a alguien en su camarote, alguien que incluso pudo arrojarla por la ventana. Dejar el camarote ordenado y aseado no es un problema. Sabemos que Dolores tenía un admirador que la estaba apartando de Carmen. Y ¿qué tal la propia Dolores haciendo striptease de motu proprio para dar una oportunidad a un compinche?
—¿A Griffin, quieres decir?
—Por ejemplo.
—Absurdo.
—Porque tú lo digas. Griffin dice que estaba afuera durante el striptease y que sólo entró cuando la cosa se puso realmente caliente. ¿Tú te crees eso? Todo el barco pendiente de la contorsionista nudista y Griffin no se entera. A lo mejor no se enteró porque estaba arriba dándole pasaporte a Carmen para el otro mundo y regresó a todo correr a tiempo de recoger a su amante y llevársela al camarote.
—Y en ese caso, si son cómplices ¿por qué la mata?
—Porque, finalmente, es un testigo; porque, quizá, ella se arrepintió al salir de la resaca; porque a lo mejor ella creía que la operación no era para acabar con la vida de Carmen sino para asustarla, y le entró el pánico.
—Conjeturas, conjeturas y conjeturas. Lo que yo digo es que no tienes una base sólida para empezar a repartir sospechas si no puedes demostrar que no se trató de sendos accidentes, sino de auténticos asesinatos. Hay algo que no acabas de asimilar, Mariana, y es que no dispones de elementos de investigación, de manera que todo es un montaje en el aire o, mejor dicho, en tu cabeza; el salto de tu cabeza a la realidad es el que no consigues dar, de manera que ahí hay un espacio en blanco imposible de rellenar. Yo creo que es mejor que lo dejes, como te dice Pedro; incluso aunque tengas razón, es mejor que lo dejes. Si ha habido algo terrible en esas muertes, en algún momento saldrá a la luz, pero no tienes por qué ser tú quien lo saque. Ni siquiera es un caso tuyo, que sería lo único que justificase la insistencia. La verdad es que ni siquiera sabes cómo las mató un hipotético asesino; no se tira a alguien por la borda o por una ventana así como así —insistió Julia.
—Ésa es una manera de verlo que yo no comparto. Han quitado la vida a dos personas: eso sí que es grave; lo más grave; no tenemos más que una vida y nadie tiene derecho a quitárnosla. Si pasamos por ahí, si lo dejamos estar, pasamos por todo. Yo no voy a administrar justicia en este caso, ni siquiera lo voy a instruir, pero si tengo claves comprometedoras tengo la obligación de ponerlas en conocimiento de la policía. ¿Sabes lo que te digo? Que voy a intentar hablar con ese comandante Ahmed. A lo mejor le interesa mi punto de vista.
—O sea, que nadie en este buque y, fuera de él, tampoco la policía, tiene la menor sospecha. Y tú, en cambio, sola y esforzada, te levantas contra todos con la intención de quitarles la venda de los ojos. Vaya ego que tienes, amiga.
—Vale. Ya veo que no comprendes. Tú estás como santo Tomás: si no lo veo no lo creo. Se ve que toda tu imaginación la pones en tus proyectos y no te queda nada para lo demás. Piensa ahora: si yo actuara como tú, cuando me contases cómo piensas resolver un proyecto de construcción tendría que contestarte que, hasta que no lo vea alzarse en el aire en toda su consistencia, es un puro castillo en el aire. Pues no, querida: es un proyecto, producto de la imaginación, que con el concurso de diversas fuerzas de trabajo llegará a hacerse realidad. El hecho de que, en su estado de proyecto, yo no pueda tocarlo con la mano, como haríais santo Tomás y tú, no niega su existencia, aunque, por el momento, sólo la tenga en mi mente. Y en cuanto a la policía, estoy segura de que están actuando y con toda diligencia.
—No es lo mismo lo de mi proyecto —respondió Julia, tajante.
El trío había empezado You and the night and the music mientras el salón recogía las conversaciones a media voz de los pocos viajeros que apuraban un té o una copa antes de recogerse en sus camarotes, y Mariana se dejó llevar en brazos de la sugerente ligereza y elegancia de la melodía. Por el salón se extendía un velo de despedida, una atmósfera melancólica de retirada, como si se intuyera que aquéllos eran los últimos momentos de convivencia antes de la separación definitiva y la vuelta a casa de los últimos clientes. Mariana y Julia, en silencio, escuchaban impregnadas de ese ambiente de retirada que se instala en las sensaciones ante la inminencia de una partida, con la característica actitud de pereza indolente y una pizca triste e inevitable. De hecho, cuando los músicos acabaron de tocar You and the night and the music, en el silencio sólo quedaron flotando los murmullos de las seis u ocho personas que aún conversaban en el local; ellos empezaron a recoger sus instrumentos pausadamente, con la costumbre del que se dispone a cerrar una temporada de trabajo para trasladarse a otro lugar donde volver a empezar, quizá juntos, quizá disgregados, la ronda interminable de su repertorio de estándares. Mariana los vio así, itinerantes, y pensó que el único hogar verdadero del hombre que tocaba como Don Byas era su propio saxo. Era un hombre alto, ensimismado y taciturno, con su sombrero de ala corta que sólo debía de quitarse para dormir, que se acercó a la puerta caminando solo y que, al pasar junto a Mariana y Julia, se llevó dos dedos de la mano derecha al ala de su sombrero a guisa de saludo y despedida. Las dos mujeres hicieron el ademán del aplauso, sin batir las palmas, en silencio, como un íntimo reconocimiento de gratitud, y el hombre se alejó arrastrando los pies, con el instrumento enfundado colgando descuidadamente del hombro.
—Hay algo que no te he dicho y te lo puedo decir ahora que esto se termina —empezó a decir Julia—. No sé si te has dado cuenta de que ante los que tú llamas los sospechosos has ido mostrando de manera cada vez más clara tu convicción de que los accidentes sufridos por Carmen y Dolores no eran tales accidentes. Si tienes razón y uno de ellos es un asesino, tú eres una víctima en potencia. No sé si te has dado cuenta de que, cuando hablábamos hace un rato con Pedro Guzmán en el comedor, varias personas nos observaban porque te has puesto muy flamenca con el asunto. Lo que quiero decir es que, si acaso tuvieras razón, tú misma estás en peligro.
—No sabes hasta qué punto —pensó Mariana recordando su última visita al camarote de Carmen; luego dijo:
—O sea, que el asesino tiene puestos los ojos en mí.
—Suponiendo que haya un asesino —precisó Julia— lo que, afortunadamente, no creo que sea el caso. Si lo hubiera, date por muerta.
—Entonces ¿para qué me lo dices?
—Para que te des cuenta de lo pasada que estás de vueltas.
—Bueno. Está bien. Lo acepto. Pero ¿qué quieres? Es mi carácter.
—De tu carácter es, precisamente, de lo que intento hablarte sin conseguirlo porque te escaqueas.
—Julia: éste no es el momento. Ya hablaremos, te lo aseguro. Ya hablaremos más adelante. Ayer me dijiste cosas muy duras y yo las acepté sin rechistar, pero no estoy preparada todavía para hablar de ellas. O sí lo estoy —rectificó—, pero no en este momento. Ahora tengo la cabeza en otra cosa.
—Demasiado bien lo sé. —Julia hizo una pausa y suspiró.
—Venga, no te enfades, Vámonos a dormir, si quieres.
—¿Contigo? Ni de broma. Tal como estás ahora ni dormirías tú ni me dejarías dormir a mí. Mejor me voy yo a dormir y tú te quedas aquí apurando tu copa o, mejor, apurando otra copa, a ver si así te apuntas al sueño.
—Vale. Consígueme un cigarrillo.
—¿Pero es que vas a empezar a fumar ahora?
—Ya lo hice en mi época, soy una veterana. Además, quiero abrir el abanico de vicios, la verdad.
—Esto va a acabar con tu carrera como juez.
—Si no ha acabado con la historia de nuestro amigo Montclair es que resiste cualquier asalto.
Julia se levantó, la besó cariñosamente y salió del salón con aire decidido.
Mariana terminó su whisky pausadamente, saboreando la bebida, el cigarrillo que le envió su amiga con el camarero y la serenidad del local. Como casi todo el mundo se había retirado a su cama, la calma se había aposentado en el barco y se sentía invadida por una cierta pereza que la instaba a permanecer en su butaca, distendida y agradecida al ambiente de descanso que se respiraba. De pronto tenía la mente en blanco y lo disfrutaba callada y feliz, dejándose llevar. Al cabo de un rato, sin embargo, miró alrededor como buscando compañía, pero el par de personas que aún se mantenían allí no eran personas con las que hubiera tenido algún trato medianamente cercano durante el crucero, así que, ante la perspectiva de tener que forzar una conversación sobre asuntos que no iban a interesarle y que sólo serviría para interrumpir su estado de placidez, prefirió hacer una seña al camarero y, como le aconsejara Julia, pedir otro whisky con soda.
—Triple, por favor —advirtió al camarero antes de comentar, casi en forma de disculpa, aunque frunciendo las cejas con picardía—: Aquí la medida del whisky es el dedal. Y, por favor, consígame un par de cigarrillos más.
—Haces bien. Es una buena manera de prepararse para dormir a gusto —dijo una voz a su lado.
—Hola —Mariana se volvió, sonriente—. Qué sorpresa, tú por aquí.