Mariana informó con detalle a Julia de sus averiguaciones, especialmente en lo que se refería a las relaciones entre Carmen y Dolores Beaudine, que dejaron a su amiga boquiabierta.
—¿Cuántas cosas más vamos a descubrir antes de que acabe el viaje? —preguntó Julia—. Este caso es un pozo sin fondo.
—Toda la ropa sucia. Ha de haber de todo en los cestos de esta gente.
—Lo que pasa es que aquí no tienes autoridad y eso te quita mucha libertad.
—Me pregunto por qué estoy haciendo esto. Al principio era por simpatía hacia Carmen y antipatía al resto de la familia; aunque a unos más que a otros, he de decir. Luego por Dolores, una muchacha en la flor de una vida groseramente tronchada. Luego por el morbo de lo que iba descubriendo. Pero, al final, ya no sé por qué motivo decente tendría que preocuparme, porque esto es un lodazal.
—Quizá por puro amor a la verdad.
—¿La verdad de la miseria de estas vidas?
—La verdad a secas. La que a ti tanto te gusta.
—Supongo que sí. Es como un vicio. Soy una especie de adicta a la justicia, como tú me dices con toda razón. No sé de dónde me viene.
—De que eres una persona legal —dijo Julia torciendo encantadoramente la boca con gesto travieso.
—Ja, ja. Pues vaya legalidad. Mi padre era un duro de esos de principios firmes y masculinos, una persona egoísta, un tirano conmigo y un compinche de mi hermano. Mi hermano, ya lo conoces: es un pinta; simpático, como todos los pintas, pero un pinta. Mi madre, un sujeto pasivo. En fin, el biotipo de familia nacionalcatólica con oveja negra, papel que correspondería a mi hermano, pero me lo asignaron a mí, para acabarla de rematar. Tú fíjate: yo oveja negra porque era una rebelde y mi hermano, un consentido. Hasta me enviaron un año a un internado para ver si allí me enderezaban porque a mi padre le dolía la mano de calentarme el culo.
—¿Te pegaban?
—Pegaba. Singular. En fin, tampoco es que me dejara marcas, eran los azotes habituales de la época y alguna que otra bofetada. No sabía contenerse e, incapaz de hacer el menor esfuerzo para entenderme, porque era de los que pensaban que a quien había que entender era a él, que para eso era el padre de familia, me castigaba a base de bien. Pero como no conseguía nada por las malas, más que dar disgustos a mi madre y hacer que yo me enrocara, se le ocurrió la idea del internado. A los trece años, hazte una idea.
—Así has salido tú.
—Era resistir o morir. Y resistí, creo yo, por la imagen de mi madre. Yo no quería acabar siendo como mi madre, pobrecita.
—Pero tu madre se habrá esponjado al quedarse viuda.
—Ya no. Toda una vida aguantando te deja sin arrestos de ninguna clase. Mi madre está acoquinada, ésa es la verdad. Y entiende que mi hermano ande por ahí porque para eso es hombre, pero no entiende en absoluto que yo también ande por ahí, aunque no me lo dice. Lo insinúa a veces, pero se calla enseguida. No sabe vivir de otra manera, la pobre. Es una pena.
—Entonces, si un día te trasladas a Madrid…
—Ya. No me hables. Trataría de tirar de mí, como si lo viera, pero, en fin, ese puente habrá que cruzarlo cuando lleguemos a él.
—Eres muy dura ¿eh?
—Hay que vivir. Yo he aprendido a vivir así, qué quieres que te diga; me ha tocado y eso no puedo borrarlo.
—Pero puedes ser un poco cariñosa.
—¿Quién te ha dicho que no lo soy?
—Nadie, pero yo te veo…
—Vaya por Dios, a ver si ahora vas a empezar como mi madre.
—Oye, no te piques.
—Vale.
—Es que te has vuelto muy brusca, muy arisca. No conmigo —se apresuró a decir Julia—, sino de manera de ser. Tú no te ves y yo sí te veo y la mía es la mirada de una amiga leal, no lo olvides.
—¿Cómo lo voy a olvidar, cariño, si has sido la alegría de mi vida en G…?
—Entonces sé un poco condescendiente, que no cuesta nada y que no quiere decir dejarse comer, que es a lo que tú tienes miedo en general, me parece a mí. Yo creo que tú crees que si das la mano te van a coger del codo y tratas a la gente con las manos a la espalda para no caer en la tentación. ¿Y por qué caerías en la tentación? Porque eres una persona cariñosa y sentimental y te da miedo, pero estás deseando que te dejen serlo ¡cáscaras! Y eso es algo que te lo tienes que ganar tú.
—Y tú tienes alma de terapeuta, por lo que veo. Y de Pepito Grillo también.
—Pues no te diría yo que no. Pero es que si te vas nos veremos mucho menos, claro, y no sé si donde vayas vas a estar más sola que la una y te vas a encerrar aún más. Al menos alquila un apartamento con cuarto de invitados para mí.
—O me compro una cama gigante de matrimonio y allí cabemos todos. Total: visto como está el mundo hoy en día… —contestó Mariana, y se revolvió en su asiento para cambiar de tono—. Venga, deja ya de hacer futurología.
—Haz lo que quieras, pero ábrete. La vida no es todo o nada. Hay amistades para unas cosas y hay amistades para otras más intensas; y luego está la posibilidad de que te busques un buen novio de una vez, sin miedo. Total, si ya te equivocaste una vez ¿por qué no dos? Así acumulas más experiencia.
El rostro de Mariana se endureció.
—No hubo ninguna equivocación.
—Pues lo que fuera.
—No, lo que fuera, no. He aprendido a detectar con toda precisión a un hijo de puta y no me volverá a ocurrir. No fue una equivocación. Fue pura inexperiencia, y candidez, y estupidez, y capricho de tonta, y ñoñería, y…
—Para, para, no te fustigues, que no eres tu padre.
Mariana echó la cabeza atrás y rió alegremente.
—Eso ha estado bien… A eso es a lo que yo me refería cuando te dije que me habías alegrado la vida. Es mi problema: que sólo contigo me siento tan libre y desinhibida como conmigo misma.
—¿Ves como eres capaz de ser cariñosa y decir cosas agradables?
Las dos amigas estuvieron una buena parte de la tarde que declinaba analizando el misterio de las dos muertes sin llegar a ninguna conclusión medianamente favorable a una reunión de pruebas que sustentaran la tesis del asesinato. Lo cierto es que la idea del crimen se sostenía en el aire pendiendo de un hilo: cualquier soplo de viento se la llevaría por delante. Cuando bajaron al gran hall de entrada, el soplo de viento llegó impulsado por su anfitrión.
—Mariana —dijo Pedro con fingido aire de condolencia, porque se adivinaba su satisfacción—, la autopsia no deja lugar a dudas: Carmen Montesquinza se ahogó; tenía los pulmones llenos de agua.
Mariana pensó en lo inadecuado que resultaba sentir satisfacción por lo que no dejaba de ser el resultado de una muerte.
—¿Están seguros? ¿No hay señales de lucha, de resistencia, algún golpe?
—Nada. Los rasguños o desgarros que tiene son todos debidos al arrastre de las aguas y a las plantas con las que haya tropezado o en las que se haya estancado en su deriva, lo cual es bastante natural porque llevaba tres días en el agua y se habrá movido de un lado a otro. Es un caso cerrado, según el criterio del comandante Ahmed. No hay duda alguna.
—No puede ser —insistió Mariana—. Dos personas no caen al agua por un descuido en días seguidos y más estando relacionadas entre sí como lo estaban.
—¿A qué te refieres? —dijo Pedro, mostrando un extraño temblor que bien podría ser de inquietud.
—Me refiero a que eran dos personas que se conocían y… en fin —retrocedió sobre sus propias palabras—, que se conocían.
—Claro que se conocían. Las dos familias se conocían. ¿Qué quieres decir con eso? —comentó; quedaba un deje de recelo en su voz.
—Mariana quiere decir —intervino Julia— que ya es coincidencia que mueran de la misma manera y estando relacionadas amistosamente.
—Pero ¿qué tendrá que ver…? —Pedro se exasperaba de nuevo—. Escuchad, Mariana y Julia: vuelvo a hablar con la familia para ver qué es lo que necesitan y no quiero saber nada más. Ahora mi problema es que Tati y el abogado pensaban partir hacia Luxor en un coche de la policía, pero es un viaje pesadísimo y yo voy a intentar conseguirles a los dos una avioneta aquí, en el aeropuerto de Asuán, para que salgan cuanto antes.
—Tati y el abogado ¿eh? —comentó Mariana con suspicacia. Pedro se detuvo un momento antes de continuar, desconcertado, y luego continuó:
—Los demás están a la espera. Yo les he recomendado que vayan a Abu Simbel mientras se realizan los trámites y vuelen mañana a Luxor o a El Cairo, que es adonde van a llevar el cuerpo, con todos nosotros; es lo más práctico para ellos. Así que, por favor, ahora estoy dedicado por entero a este asunto. Luego hablaremos, pero deja en paz a las pobres muertas y déjate en paz a ti misma también.
Con estas palabras, dio media vuelta y se alejó hacia la pasarela camino del muelle, donde pudieron ver que le aguardaba lo que parecía ser un taxi.
—Tu gozo en un pozo —comentó Julia con desaliento—, pero era previsible.
—No sé qué decirte. No es posible que todas mis deducciones se desvanezcan por gracia de un forense que vete tú a saber quién será, con la prisa que se ha dado.
—Pues un forense, Mariana, no te empecines porque te vas a convertir en una sectaria. ¿Por qué va a ser un mal forense? ¿Porque es egipcio?
—Tienes razón, siento haberlo dicho. Pero reconoce que es más difícil que sea un doble accidente que un doble asesinato. Reconócelo. Hablemos claro, Julia: tenemos dos amantes escondidas que, según prefiere creer Pedro, se caen al río una detrás de la otra.
—Pedro no cree en los accidentes, pero no puede admitirlo; y no sabemos si Pedro sabía que eran amantes ni en qué condiciones estaba ahora esa relación. Si lo sabía, y es probable, a lo mejor considera ambas muertes un doble suicidio y no se atreve a reconocerlo en público.
—De acuerdo, olvida a Pedro por el momento. ¿Te parece tan accidental esa doble muerte? ¿Por qué nadie más ha barajado la posibilidad de un doble suicidio?
—Porque nadie sabía de la relación entre ambas, supongo —propuso Julia.
—Alguien lo sabía, además de saberlo nosotras ahora.
—Entonces vamos a darle otra vuelta al asunto. Piensa en el móvil. ¿Quién querría matarlas y para qué? Yo aún encuentro un móvil en el suicidio de una de las dos si alteramos alguna parte de la información que te ha dado Ada; por ejemplo, que una de las dos, Dolores, estuviera absolutamente alterada entre dos afectos, el de Carmen y su relación con un muchacho. Pero ¿un doble crimen? ¿A quién beneficia? ¿Quién se toma tales molestias y lo estudia tanto como para hacerlos pasar por accidentes? No alcanzo a ver la motivación y mucho menos el sentido de la complicada trama que conduce a la muerte de las dos mujeres. Aunque —recapacitó— a veces la causalidad toma formas diabólicamente complejas. ¿Ada? ¿Mataría Ada por amor, o por desesperación amorosa? Cada vez que lo pienso me quedo más a oscuras.
—O Ada pudo llevarla más tarde a la terraza, arrojarla por la borda y bajar luego a arreglar el camarote para dejarlo impoluto y hacernos pensar que Carmen ni siquiera llegó a entrar en su camarote. Eso explicaría que los Llano no la vieran al dirigirse a su camarote. También, en tal caso —siguió especulando—, pudo hacerlo cualquiera de la familia, después del espectáculo. No sabemos cuándo abandonó el salón cada uno y tendría que haber considerado esa posibilidad —dijo Mariana.
—En el estado en que se encontraba Carmen, furiosa, dolida y humillada ¿a quién crees que le abriría la puerta detrás de ella?
—A Dolores.
—O a alguien que se hiciera pasar por ella.
—O que fingiera venir de su parte —propuso a su vez Mariana.
—Eso implica al mismo Griffin.
—¿Y si hubiera un asunto feo de dinero por medio? Ignacio, por ejemplo, tenía que ver con las finanzas de Carmen; quizá el cuñado de ella también, quizá el mismo abogado. Y hablando de feos asuntos: ¿qué diablos contendrían los papeles desaparecidos? Ahí hay otra causa de sospecha.
—¿Te refieres a un desfalco o algo así?
—¿Por qué no? —Mariana meditó unos momentos.
—Porque entonces tendría que saberlo Pedro Guzmán.
—No tiene por qué; que yo sepa, él e Ignacio Llano no actuaban en comandita.
—Ya, pero estaba al tanto. Pedro era, es, un asesor de inversiones en la familia: él tiene que conocer los movimientos de capitales, los rendimientos, las…
—Vale. Olvida lo del dinero. Pasemos a otro motivo: el odio. Ése es bueno, ¿eh? En el mundo de la familia, es un móvil de primera. Por lo que hemos acabado sabiendo de Carmen, era un auténtico imán para los rencores. ¿Cuántos de ellos habrían visto su muerte con gusto?
—Todos, incluida Ada, pero la heredera es Tati. Matar a Carmen no traería otro beneficio que la satisfacción de un sentimiento enconado, nada más.
—Es bastante, ya lo hemos hablado. En cuanto al dinero, Tati es fácil de manejar.
—No estés tan segura. Estos seres débiles a veces se crecen cuando les cae a la mano una oportunidad.
—No me vale. El futuro no entra en los planes del hipotético asesino; lo importante para él, o ella, es deshacerse de Carmen, cortar el nudo que los ata. Luego…, ya se verá. Estamos hablando de motivos. No de planes a futuro.
Julia suspiró.
—No nos movemos, Mariana. Déjalo estar. Vamos a tratar de terminar el crucero de la manera más agradable posible. Sea como sea, aquí no vas a resolver nada. Eres una juez española de vacaciones, no Hércules Poirot de vacaciones. Por cierto que en Kom Ombo estaba atracado el barco Memnon, que es como ha sido rebautizado el S.S. Karnak, donde se rodó Muerte en el Nilo.
—Pero ¿qué me dices? ¿Desde cuándo lees tú novelas policíacas?
—De toda la vida. Lo que pasa es que no soy tan remilgada como tú.