Durante la mañana iban a tener tiempo libre para pasear por Asuán, una ciudad tranquila y apacible —según les aseguró a los invitados el anfitrión— y visitar el Museo de Nubia. Si lo deseaban podrían almorzar en alguno de los restaurantes de la ciudad, por seguir dentro del color local, o regresar al barco; por la tarde, lo recomendado era recorrer la zona de las islas en faluca y desembarcar en la Elefantina, donde les aguardaban maravillas tales como las ruinas de Abu o los típicos poblados nubios. Todo el mundo estaba del mejor humor durante el desayuno y nadie parecía acordarse de los incidentes de los días anteriores; ni siquiera el clan de los Montesquinza, que había relegado definitivamente a Ada a un extremo de la mesa o la había sacado directamente fuera del grupo en sus reuniones; hasta la habitualmente taciturna Tati había mejorado de aspecto y recibía complacida los halagos de su prometido. Mariana no dejó de advertir que ahora su prima se sentaba lejos de los dos, al otro extremo de la mesa. En fin, era evidente que todos esperaban algo y lo esperaban en torno a Tati, la heredera, que posiblemente debiera a su nuevo estado su perceptible cambio de humor.
Mariana y Julia compartieron esta vez la mesa de desayuno con una familia austríaca formada por un matrimonio y sus dos hijos veinteañeros. El matrimonio era propietario de una cadena de ropa de lujo con franquicias en toda Europa y residía en Salzburgo, lo que facilitó una conversación apoyada sobre todo en la música. Mariana, que se sabía rodeada de financieros, propietarios y especuladores, pensaba, en el segundo término que transcurría en su mente por debajo de la agradable y relajada conversación, que el ambiente general de educado trato y amable opulencia reunido en el barco ocultaba a la perfección la codicia y la insaciabilidad que corría por las venas y arterias de muchos de aquellos personajes. De vez en cuando echaba una ojeada a su alrededor —al animado bullicio de las mesas de desayuno, al eficiente ir y venir de los camareros bajo la atenta mirada de un jefe de sala que no perdía de vista a ninguno de los comensales, al discreto y constante murmullo de satisfacción que emanaba de todas las conversaciones— y pensaba en su propia realidad como si fuera algo ajeno, como si hubiera sido extraída de ella con unas pinzas, igual que los entomólogos hacen con sus insectos objeto de estudio, y depositada en un criadero de tarántulas momentáneamente satisfechas tras una copiosa ingesta. ¿Qué pasaría con ella cuando el hambre volviera a desperezarlas? Mariana sonrió para sus adentros al imaginar semejante situación porque, al fin y al cabo, nada tenía contra ninguno de ellos salvo la evidente distancia existencial y la imposibilidad de que, en alguna de sus presuntamente turbias maniobras, cayeran bajo su jurisdicción. Y, a pesar de toda la calma y seguridad que reinaba allí, no dejaba de tener una última sensación de hallarse infiltrada en territorio enemigo, un enemigo que no vacilaría en deshacerse de ella con la misma naturalidad con que ahora la trataban.
—Mariana, estás hecha una izquierdista de libro —se dijo mentalmente.
—¿Qué dices? —Julia la miró con curiosidad.
—¿Yo? ¿He dicho algo? —contestó Mariana, apurada.
—A mí me parece que sí, pero no te he entendido. ¿Estabas hablando a la vez con nuestros amigos austríacos y contigo misma?
Estaban solas en la mesa.
—Qué horror: ni me he despedido de ellos.
—Sí te has despedido, pero, a lo que se ve, no te has enterado.
—Madre mía, qué desastre. La verdad es que me importaban un pepino, pero no es excusa.
—Olvídalo todo, pasa un paño por tu cerebro dividido y vamos a organizar la jornada, si te parece.
—Organízala tú, si no te importa. Yo voy a cambiar unas palabras con los Montesquinza —dijo levantándose en dirección a la mesa donde aún permanecían tras el desayuno los Llano padre e hijo, Tati y su prima Carola.
Julia alzó las manos en señal de impotencia. Mariana se dirigió con decisión a la mesa de los Montesquinza, donde fue recibida con muestras de simpatía que le parecieron excesivas a Julia. Quizá tuviera razón su amiga al decir que estaban dando por segura la muerte de la matriarca aunque no hubiera evidencia de ello, lo que no dejaba de ser pintoresco. Sin embargo, aún no se había hecho público el desdichado final de Dolores Beaudine. Y justo en ese momento, Luciano Cortés, el joven abogado de la familia, se acercó a saludar a Julia, que decidió no desaprovechar la ocasión de meter la nariz en el asunto.
—Precisamente en este momento me preguntaba por el estado de ánimo de la familia —dijo a su recién aparecido interlocutor nada más sentarlo a su lado.
—Ah, lo llevan con verdadera entereza, sobre todo Tati —dijo el abogado—. Ahí es donde se advierte la buena crianza —añadió—, en ese temperamento para sobrellevar lo difícil haciéndolo parecer fácil.
Julia frunció maliciosamente sus lindos labios antes de lanzarse sobre el desprevenido abogado.
—La buena crianza… o la mala conciencia.
—¿Por qué dice usted eso?
—¿Por qué me trata repentinamente de usted?
—Yo… ¿Qué mala conciencia pueden tener? ¿Es que los hace usted responsables de la desaparición de la señora Montesquinza?
—¡Cáscaras! Ésa sí que es buena —exclamó Julia—. Me parece que estás un poco nervioso, abogado. ¿Cómo iba yo a levantar semejante sospecha? Aunque… —añadió especulativa—… no me extrañaría que alguien llegara a pensarlo. Al fin y al cabo, con la muerte de la señora Montesquinza se desatan muchos nudos en la vida de los supervivientes.
—¡Por Dios, señora, qué pensamientos son ésos!
—¿Me ha llamado señora?
—Yo… quería decir… Oh, cállese, me está confundiendo. ¿A qué viene esta conversación? Me parece que su tono es muy agresivo.
—Mi tono, en todo caso —precisó Julia con deliberada calma, porque estaba disfrutando—, será franco, pero no agresivo. Es usted el que, a cuenta de un comentario inocente, se lo ha tomado por la tremenda. Yo ni puedo ni quiero acusar a nadie, sólo le he mostrado mi extrañeza por el hecho de que la familia no parece estar muy afectada por la desaparición de Carmen. O a lo peor lo que ocurre es que para quedar bien ante la concurrencia tratan de disimular su dolor insoportable con una cierta dosis de indiferencia mundana. Si eso es todo, no me parece mal. En la vida hay que saber afrontar los hechos con la cabeza alta. —Julia pensó si no se estaría extralimitando con sus comentarios sarcásticos, que al otro no parecían afectarle más que en el aspecto más superficial de los mismos.
El abogado extrajo un pañuelo blanco del bolsillo y se enjugó la frente.
—Perdone. Yo sí estoy afectado, muy afectado, y le piso excusas si me he excedido en mis comentarios.
—¡Para nada, Luciano, para nada! No tengo nada que perdonarle. La verdad es que estamos ante un caso bien misterioso —dijo variando de pronto el rumbo de la conversación—. Dígame: ¿hace mucho tiempo que es usted abogado de la familia?
—Oh, bueno, en realidad no soy el abogado de la familia. O sí, sí lo soy —dijo ante la cara de sorpresa que puso Julia—, pero lo soy de la misma manera que existe el médico de cabecera, que está ahí cerca para los trastornos más cotidianos, pero luego son los especialistas los que se ocupan de males mayores ¿no? La verdad es que fui invitado por la señora y lo agradezco mucho.
—Un premio al buen comportamiento —comentó Julia.
—Los altos intereses de la familia los lleva un prestigioso bufete… al que yo también pertenezco como abogado, ocupándome de una parte de sus asuntos. No de lo más importante, como puede usted suponer, pero es un trabajo de seguimiento que conlleva el estar atento a un sinfín de asuntos de todas clases. A veces parecen minucias, pero hay que resolverlos, incluso los más cotidianos.
—Pero tu cargo de abogado de cabecera, dicho así por seguir con tu mismo vocabulario, lo cumples a rajatabla, incluso hasta el punto de venir a pasar las vacaciones con ellos. ¿Y el médico? ¿Cómo es que se han dejado al médico?
Luciano Cortés se retrepó en la silla como si hubiera recibido una pequeña descarga eléctrica.
—Ése es un comentario de mal gusto e impropio de usted —dijo, alterado.
—Otra vez te confundes, Luciano. Sólo era una broma para aligerar el ambiente, te veo muy tenso. Tómate la vida un poco a broma, hombre, que estás siempre demasiado serio. A mí me parece estupendo que te hayan invitado a este viaje. Veo que te llevas estupendamente con todos los miembros de la familia. De hecho, no creas que no me he dado cuenta del cuidado y la atención que pones en la pobre Tati, que debería ser la más afectada, así que ya ves que no tengo ninguna mala intención sino al contrario —explicó con su mejor aire de candidez.
Mientras aceptaba de nuevo las excusas del joven abogado, pensó para sus adentros: —Dios mío, cómo puedes tener tan mala leche. —Lo pensó al tiempo que se reprochaba a sí misma el comentario y aceptaba de nuevo las excusas del joven abogado—. Este tío es un pardillo y eso que está ya en la treintena avanzada —siguió pensando—, pero ha elegido el blanco que le conviene y puede que acierte. La verdad es que no tiene otro camino si pretende labrarse un porvenir, porque como tenga que confiar en su sagacidad, experiencia y temple no pasará de ser un auténtico picapleitos.
—Pues nada, Luciano. Mucho ánimo y a esperar acontecimientos. —El comentario incluía la despedida, y Luciano se levantó de la silla aún confuso. Julia le vio alejarse caminando hacia el grupo; luego dejó vagar su mirada por el comedor mientras sonreía para sí misma.
—Lo que eres —murmuró para sí— es un mayordomo con estudios de Derecho.
Y luego pensó: —La verdad es que esto de los interrogatorios que hace Mariana tiene su atractivo.
Al reunirse con Mariana y mientras ambas recogían sus pertenencias y abandonaban el comedor, Julia informó a su amiga de la breve conversación con el abogado de la familia Montesquinza.
—Toda esa familia es un disparate —dijo Mariana—. Toda sin excepción. No los entiendo.
—Tampoco es tan misterioso, mujer, es una familia parasitaria. Las hay a patadas. Y la verdad es que desentonan un poco entre toda la gente del crucero, que son más mundanos y tienen más pinta de emprendedores.
—Pero Llano, por ejemplo, ha sido un hombre de la Bolsa…
—Vete tú a saber qué clase de agente de cambio y bolsa ha sido. Entre la gente de su edad, en este país abunda el inútil protegido. No te olvides de dónde venimos.
—No sé, chica, no sé qué pensar. Están ahí, tan panchos, esperando noticias o algo así, como si la desaparición de Carmen no fuera con ellos o ella fuera una locatis que se ha largado a correr aventuras.
—Y lo peor es que mientras Carmen no aparezca, es decir, su cadáver, siguen estando como estaban: sin poder meter mano al dinero.
—Relativamente —precisó Mariana—. En ausencia de Carmen sí pueden disponer del dinero; por medio de su abogado quizá, o de Llano como asesor financiero, o quien sea que tiene que hacerse cargo de la nave en caso de ausencia. Todo eso está siempre muy bien atado. No lo pueden usar a voluntad, tienen que hacerlo como sociedad y justificarlo a quien corresponda, pero no se les cierra el grifo.
—¿Tú no crees que esté en la mano de ninguno de ellos?
—Sospecho que no. Si he llegado a intuir bien cómo era Carmen, ten la seguridad de que hay previsto un gestor o, si llega el caso de muerte, un apoderado que no es ninguno de ellos.
—Podría ser mi amigo Pedro. Él ha estado asesorando a Carmen desde hace mucho tiempo. Pero lo dudo. Eso estará en el bufete. Y hablando de todo el entorno, ¿te has preguntado por el papel de su secretaria, que es un pegote en el clan? Yo pensaría…
Mariana sonrió con gesto de complicidad.
—¿Así que aún no te has dado cuenta?
—No, pero acabo de entrar en sospechas ahora por la cara que has puesto.
—Toda una sorpresa ¿no te parece?
—¿Te consta? ¿Lo sabes?
—De la boca del caballo.
—Madre mía, en estas viejas familias pasa de todo. Con corrección y de puertas adentro, pero pasa de todo.
—Dominan el arte de la hipocresía y el fingimiento como sólo la Iglesia les ha enseñado. Un país con tan larga tradición de catolicismo contrarreformista…
—Pero eso no habla a favor de Carmen.
—No. Si te he de ser sincera, no en absoluto. Ha mantenido a Ada como un perrillo a su lado y vete a saber qué otras relaciones no habrá por medio, porque Ada es el perrillo. Y si empezamos a preguntarnos… Por ejemplo: ¿cuál es la causa de divorcio entre Llano y ella? ¿Por qué se casaría con Llano una vez enviudada, rica y libre? ¿Tenía ya su orientación sexual definida antes de su primer matrimonio, o sobrevino durante o después? ¿Por qué sigue teniendo atado a Llano? ¿Por qué bendice el noviazgo entre Ricky y Tati? No quiero ni pensar en lo que debe de haber debajo de la fachada del clan, pero resulta apasionante.
—Si lo hubiéramos sabido al principio del crucero… —dijo Julia, entusiasmada.
—Si no hubiera ocurrido nada de lo que ha ocurrido…
—Oye, por cierto, ahora que lo pienso. ¿Con qué intención se acercaría a ti Carmen? —Julia no pudo evitar una sonrisa maliciosa que detuvo en seco al ver la cara de Mariana.
—¿Tú crees…? —empezó a decir esta última.
—No, boba, era una broma —titubeó—. Aunque podría ser, podría ser que le gustaran las mujeres como tú, por tipo, carácter… No te ofendas —se apresuró a añadir.
—¿Y por qué me iba a ofender?
—Yo pensaba más bien… pero lo otro se me acaba de ocurrir porque no tenía idea de las inclinaciones de Carmen… Yo pensaba si quería verte por un asunto familiar o algo por el estilo…
—A mí no me engañas. Tú lo otro lo piensas, vaya que si lo piensas.
—Lo pienso ahora, no antes.
—Lo piensas y punto —dijo con voz cortante.
—Hija, no sé por qué te molesta tanto. Con decirle que no…
—No era por mí, olvídalo. Yo creo que tenía un problema de otro orden, un problema relacionado de alguna manera con la familia.
—Vale, pero no te ofendas.
—¿Por qué me iba a ofender?
—Has reaccionado como si te diera un calambre.
—¡Qué tontería!
—A ver, cambiemos de tema. ¿Tú crees que sospechaba que pudiera sucederle algo?
—No me extrañaría, aunque no sé si tanto como para desaparecer. Quizá algún conflicto relacionado con alguien de la familia, el dinero, la relación de Tati; en fin…
—Bueno, eres muy atractiva, lo que se dice una mujer interesante. —Julia, sin percatarse, se volvió a internar en terreno prohibido—. Yo creo que atraes en general. A mí me gustas.
—¡Lo que me faltaba!
—No me digas que va a ser una sorpresa para ti que otros descubran tus encantos.
—No, no es una sorpresa, pero vamos a dejar definitivamente de hablar de este asunto porque no quiero saber nada de relaciones durante mucho tiempo. Ya estoy bastante escarmentada. Y sólo me faltaba que ahora se fijasen en mí las mujeres —concluyó con un gesto nervioso de exasperación que descolocó a su amiga.
—Vale. Ya sé que has tenido una experiencia terrible, pero aquello no era una relación.
—Me da igual. Paso de hombres, de mujeres y… de niños. Se acabó.
—Creo que ha llegado el momento de bajar a visitar Asuán —dijo Julia.