Mariana se llevó a Julia al espacio bajo la escalera que ocupaban cuatro butacas tapizadas en piel, amplias y cómodas, haciendo un círculo de cuatro en torno a una mesa de centro. El mismo lugar donde mantuvo la conversación con Ada.

—El asunto, tal y como yo lo veo, es el siguiente: la noche en que la fiesta de bienvenida que nos ofrecieron degenera en una stripwater, como lo llaman los esnobs, Carmen Montesquinza, persona a la que, por su educación, le desagrada sobremanera cualquier exhibición pública de mal gusto y no digamos si va acompañada de connotaciones sexuales, abandona el lugar con la intención de retirarse discretamente a su camarote.

»Allí es sorprendida por una persona que la convence para que suba con ella a la terraza, que se encuentra desierta, y aprovechándose de la confianza que le inspira, la arroja por la borda. En medio del jolgorio del salón-bar, nadie se percata de nada porque todos tienen los sentidos pendientes del striptease que protagoniza con el mayor descaro Dolores Beaudine, un guayabo al que el hecho de ser una niña bien añade una dosis complementaria de morbo al asunto. Hasta la tripulación y el personal de servicio, excepto quien estuviera en el puente de mando, están prendados de ella. El asesino ha cumplido su crimen con la mayor impunidad: nadie se ha fijado en él. Podríamos pensar que ha tenido suerte porque no sólo la fiesta sino, muy especialmente, la danza de la niña le han venido de perlas. Yo tenía la intención de haber hablado con Dolores a la primera oportunidad: no ha habido suerte y se me ha escapado; justo a tiempo, por cierto. ¿Por qué quise hablar con ella? Porque es evidente que la persona que mató a Carmen Montesquinza era la misma que cruzó la apuesta a la que se referían los chicos. El baile erótico no fue una casualidad sino algo perfectamente pensado, preparado y ejecutado para sacar a Carmen de la fiesta y aislarla sin que nadie se percatara de ello. Más tarde, el asesino se entera de un modo u otro, porque yo no he ocultado que ando buscado a Dolores, y comprende por qué: si ella ata cabos y me confiesa quién le propuso la apuesta, está perdido. Pero, mira por dónde, le viene Dios a ver y la niña decide regresar a El Cairo. ¿Entiendes por qué era tan importante que yo hablase con Dolores?

—La verdad es que tu historia está muy bien armada —comentó Julia con un gesto de sincera admiración—, pero reconoce también que esta vez tu fantasía supera todo lo previsible.

—Lo sé —admitió Mariana tras recuperar el resuello—. Es un don que tengo —añadió con un brillo pícaro en los ojos.

—Y ahora ¿qué piensas hacer? ¿Escribir una novela?

—Aparte de indagar aquí y allá, nada. Tengo mis ideas, pero no estoy en mi jurisdicción.

—¿Has pensado —Julia adoptó de pronto un gesto serio— la posibilidad de que el supuesto asesino pueda estar siguiendo tus pasos?

—Lo he pensado. Es más: estoy segura de que me tiene en el punto de mira porque no me he recatado en preguntar y opinar, así que he presentado mi candidatura a víctima y soy consciente de ello. Pero, la verdad, dudo que intente nada. En primer lugar, puede que se sienta inquieto, pero sabe que está seguro porque, de momento, yo he perdido mi oportunidad de saber quién es. Voy llegando a conclusiones, es verdad, pero son sólo eso, conclusiones que tú misma has tildado de fantasías y, por otra parte, este crucero se acaba en dos días, con lo que todos nos dispersaremos y el asunto se nos escapará de las manos.

—Salvo que encuentren el cadáver, en cuyo caso…

—En cuyo caso la policía se pondrá las pilas. Eso es lo que debe de temer Pedro Guzmán, que le retengan a una parte de los pasajeros, porque no son unos cualquiera y menudo estropicio que se le organiza. Imagínate a los selectos invitados: te ofrecen un crucero de relaciones públicas y placer a partes iguales y acabas mezclado en un caso de asesinato. No le van a volver a dirigir la palabra. Y a mí me va a odiar, por meter la nariz como la estoy metiendo.

—Y a mí por traerte conmigo.

—Despídete de nuevos encargos arquitectónicos.

—Si tuviera que depender de él, estaba lista. Además, ahora los arquitectos estamos en alza, como el negocio de la construcción.

—No te confíes. Al ritmo que vamos, el día que todo el mundo tenga su vivienda ¿qué va a ser de vosotros? No sé si estáis matando la gallina de los huevos de oro.

—En todo caso, no soy yo quien la mata. Pero volvamos a tu fantasía y reconoce al menos que ésta que cuentas es una manera extraordinariamente complicada de asesinar. ¿No hubiera sido mejor pegarle un tiro o tirarla por alguno de los acantilados del Cantábrico en vez de venir a coincidir en un crucero y organizar todo el lío del striptease, que, además, pudo no haber resultado si se queda Carmen en la sala? Está todo demasiado fiado al cumplimiento de una presunción que no tiene por qué cumplirse.

—Como en la novela de Collins. Y, como en la novela de Collins, se cumple. Lo que me dice que el presunto asesino es alguien cercano y que la conoce bien es, precisamente, el plan urdido. El caso es que le ha dado resultado. Es lo que te contaba el otro día de la carta que ha de llegar a su destino a una hora determinada en Sin nombre. Hay mentes muy sofisticadas por ahí sueltas. La desaparición de Dolores es muy oportuna porque el asesino ha de impedir que hable y apenas dispone de tiempo, pero no entraba en sus planes que ella misma facilitara su huida. Es la suerte de los audaces y éste es alguien muy, muy audaz.

—Por ahí flojea tu historia. Deshaciéndose de Dolores se hubiera asegurado también de que la investigación se precipitase. Ya serían dos familias buscando una explicación. El riesgo es tremendo.

—No mayor que el de Dolores dispuesta a cantar. Quienquiera que sea, no tiene opción: ha de actuar. ¿La prueba?: yo misma estaba buscando la oportunidad de hablar con Dolores y no sabes lo que siento no haberla encontrado.

—A lo mejor puedes contactar con ella.

—No te hagas ilusiones. Según le explicó a Pedro, se ha marchado porque estaba muy avergonzada. No habrá manera de que yo contacte con ella, eso está bien claro.

—Por cierto… ¿y el motivo para asesinar a Carmen? El motivo es decisivo para entender algo y empezar a centrar sospechas.

—Por ahí planea más de un motivo, según he podido deducir, pero acertar es correr un albur. En fin, seamos clásicas: ¿quién se beneficia con su muerte?

—¿Tati? Por favor, Mariana. Me cuesta creer que esa chica tan apagada sea capaz de matar a su madre por la herencia. ¿Qué falta le hace, además, si tiene todo lo que necesita? ¿Titularidad?

—Hasta que no empiezas a indagar de verdad no puedes hacer descartes. Quién sabe lo que hay detrás de esa fachada de poquita cosa más bien sumisa que tiene Tati.

—Ya veo que estás dispuesta a llegar a donde haga falta para probar tu tesis. Bueno, pues ten cuidado porque, en estos casos, cuando una se empecina en mirar en una sola dirección acaba perdiendo el contacto con lo que los hechos reales están dispuestos a revelar.

—Lo tengo en cuenta —dijo Mariana ignorando el gesto de duda que mostraba su amiga—. Pero vayamos a lo positivo: lo suyo es que el criminal pertenezca al entorno familiar, porque no cabe pensar que sea uno de esos empresarios holandeses o alemanes que viajan con nosotras y que podemos descartar con toda paz. Así que nos queda el clan Montesquinza incluyendo a todos, a Ada la secretaria y a Luciano el abogado.

—Yo te he visto relacionarte en muy buenos términos con Ada.

—Sí. La verdad es que tiene mucha información que darme y a lo mejor tendría que volver a hablar con ella; sin embargo, pensemos en los demás; en ese cuñado mendicante, por ejemplo, con su segunda esposa, los dos al retortero de Carmen. O su hija Carola, que parece tener cierta doblez; no digamos ya los Llano de Prada padre e hijo, un par de caraduras de concurso. O el mismo abogado ¿qué pinta aquí con ellos? Sabemos muy poco de esa familia, Julia, y hay mucho que averiguar.

—¿A que me vas a joder el crucero?

—El crucero está bien jodido, mi amor.

—Vale. Yo también te quiero.