A la hora del almuerzo, la noticia de la desaparición de Carmen Montesquinza se había extendido entre los pasajeros y era objeto de toda clase de comentarios. La atención general se centraba furtivamente en la mesa de la familia Montesquinza, en la que el vacío dejado por Carmen era ostensible; un vacío aún más realzado por el discreto velo de consternación que afectaba a todos sus miembros. Aunque era evidente que por más compungidos que estuvieran necesitaban alimentarse, para Mariana había algo antinatural en la presencia del clan en el trámite de despachar la comida. Echaba de menos una preocupación más auténtica, un punto más alto de verdad en la respuesta a un suceso tan preocupante como era aquél, nada menos que la incomprensible desaparición de la matriarca. A ella el misterio de la desaparición de su madre la hubiera tenido sobre ascuas.

—… es un problema muy enredado —estaba diciendo el alto ejecutivo financiero— a efectos de herencia hasta que no se la pueda dar por muerta.

—¿De qué deduces que está muerta? —preguntó Mariana saliendo de su ensimismamiento.

—No lo afirmo, pienso en las posibilidades —contestó el otro.

—Para considerar esa posibilidad hay que tener un cadáver —insistió Mariana.

—Tiene razón —dijo la esposa—. Si no la han encontrado a ella, tampoco han encontrado el cadáver. Es rarísimo.

—Parece cosa de magia —dijo la otra esposa.

—Para mí que se ha perdido en Esna, o que la han raptado en la calle —apuntó el constructor—. Es la única explicación posible si han revisado a fondo el barco. Un barco tampoco tiene tantos escondrijos.

—Éste más que otros —contravino el financiero—, porque más que un barco es un hotel flotante; pero si lo han peinado a fondo…

—Para mí que se ha caído al agua —dijo de pronto Julia.

El resto de los comensales se la quedaron mirando fijamente.

—¡Es cierto! —exclamó el financiero—. Nadie parece haber contado con esa posibilidad.

—La idea de Julia es buena. Es más: la más sensata. A mí no se me había ocurrido considerarla hasta ahora, pero supongo que al capitán o a la policía sí —dijo Mariana.

—¿No convendría decírselo a nuestro amigo Pedro, por si acaso? —apuntó el financiero echando una mirada a la mesa donde se sentaba aquél—. Es más, voy a hablar con él.

Se levantó con paso decidido, se acercó a la mesa de Pedro Guzmán y estuvo hablándole al oído unos momentos. Al punto, el otro se levantó, se dirigió apresuradamente a la puerta del comedor y desapareció tras ella.

—No entiende por qué no lo han tenido en cuenta —informó el financiero sentándose de nuevo a la mesa.

—Es fácil de entender —dijo Mariana—, todos estamos dando por sentado que Carmen se dirigió a su camarote, pero ¿y si no fue así? ¿Y si subió a la terraza, por ejemplo, para despejarse del sofoco que le producía la exhibición de la rubia?

—O si abrió la ventana de su camarote para tomar el aire y se precipitó al vacío —completó Julia.

—Qué muerte tan horrible.

—Puede que no. Seguro que sabía nadar…

—¿Con la ropa empapada y a su edad? Eso es un peso muerto que te arrastra al fondo del río.

—Manolo, por Dios, no seas desagradable.

—Pero ¿qué profundidad puede tener el río aquí?

Mariana se quedó pensativa. —No es tan sencillo caerse al agua —se dijo— desde la terraza, y mucho menos desde la ventana, salvo que te dé un mareo y, aun así, la reacción natural es aferrarse a la barandilla; que, por cierto, es bastante alta—. Pensó que si daban el aviso, rastrearían el río, si es que la policía no lo estaba haciendo ya, pues la suposición de Julia era una salida razonable al misterio. En todo caso, excepto que ahora mismo se encontrase en la cabaña de algún pescador que la hubiera recogido inmediatamente después de la caída, lo natural sería, dado el tiempo transcurrido, que se hubiera ahogado. La cuestión era dilucidar cuánto tardaría el cadáver en salir a flote o si saldría alguna vez, porque bien podría estar atrapado por el lodo o entre unas plantas.

—Qué muerte más tonta —dijo en voz alta sin darse cuenta.

—¿Tú también estás por la muerte? —preguntó el financiero.

—Ah, no, lo siento. Debía de estar pensando en voz alta. No es seguro, pero es muy probable. Ha pasado ya bastante tiempo.

—Nunca se debe perder la esperanza —dijo la esposa del constructor.

Era cierto. ¿Por qué a nadie se le había ocurrido la idea del ahogamiento? Era una explicación evidente. En la vida hay veces en que una situación emite una imagen excluyente y nadie percibe nada fuera de ella. Haber dado por hecho que Carmen subió a su cabina era esa imagen excluyente: Carmen caminando por el pasillo hacia la puerta de su camarote, una figura que se desvanece en el mismo pasillo sin llegar a ninguna parte, el efecto mágico suplanta a la lógica del razonamiento, ya no se considera nada más: tan sólo cómo es posible que un ser humano se desvanezca cual un fantasma en el aire. Ahora tenía que encontrar un momento para verse a solas con Ricky Llano.

—¿Qué está pensando esa cabeza fantasiosa? —la voz de Julia a su lado volvió a sobresaltarla.

—Nada de particular. Pensaba en nuestra capacidad de no ver más de lo que tenemos delante.

—Sólo hay que dar un paso atrás. Ya sabes, la perspectiva.

—La perspectiva —repitió Mariana.

—Ayayay, que ya estás metida en tu mundo de sospechas. ¿Qué te parece si nos escapamos al mercadillo?

—¿Con este calor? Deja que pasen un par de horas y de acuerdo. ¿Has visto salir al tal Ricky? Estaba aquí hace un instante.

—¿Ricardito? Acaba de salir a depositar a su padre en algún sitio. Te ayudo a encontrarlo y me voy a echar una siesta. Tengo un ataque de vagancia feliz.

—A quien no he visto —murmuró Mariana mientras su amiga abandonaba la mesa— es a la rubia de anoche. Estará todavía durmiendo la mona.

Mientras subía desde el comedor al vestíbulo, Mariana pensó que las vacaciones en Egipto, con ser relajadas, resultaban un tanto limitadas debido a la dependencia del crucero. La vida en el barco no ofrecía alicientes y el pasaje tampoco. Solamente las excursiones aliviaban la sensación de encierro, pero éstas eran en grupo y ella tenía especial rechazo a los grupos turísticos, por muy selectos que parecieran ser. Sin embargo, el paradero de Carmen sí era un motivo de distracción, además de serlo de preocupación. De manera que subió a la terraza, volvió a bajar, recorrió el barco en busca de Ricky Llano y al fin lo encontró sentado en una mesa junto a la barra del salón-bar con Carola. El salón-bar estaba vacío y en penumbra a esa hora de la sobremesa, pero apenas se acercó ella a la pareja, un camarero surgió como por ensalmo tras la barra, como una aparición celestial. Le encargó un agua mineral con gas.

No pudo resistirse a la primera pregunta que se le vino a la mente.

—Hola a los dos. ¿Dónde está Tati?

Carola se alejó discretamente de Ricky recostándose en su butaca.

—Descansando —contestó Ricky—. Y muy preocupada.

—Yo también lo estoy —replicó Mariana—. Nadie se explica la desaparición de tu madrastra y futura suegra.

Ricky compuso un gesto de incomprensión a la vez que encogía los hombros mientras Carola asentía.

—Y tú debes de haber sido el último que la vio.

—Hombre, yo la vi dejar la mesa cuando empezó el número erótico, sí, pero luego ya no. Ya has visto cómo es ella con esas cosas.

—Pero tú te fuiste inmediatamente detrás.

—No. Yo me fui después a llevar a mi padre, que quería subir también a su camarote.

—¿Y no la volviste a ver? ¿Arriba en el piso, aunque fuera en el pasillo?

—No. Llevé a mi padre a nuestro camarote, le ayudé a meterse en la cama y volví a bajar. A mi ex madrastra no la vi más.

—Qué raro.

—Raro, no —Ricky dirigió a Mariana una mirada suspicaz—. Entre llegar al ascensor, colocar a mi padre, plegar la silla, subir por la escalera para recogerlo arriba, abrir la silla y empujarla hasta el camarote, ella, que nos llevaba delantera, tuvo tiempo de sobra para meterse en el suyo.

—Ah —dijo Mariana como distraída—. Pensé que al subir a pie pasarías por delante del pasillo y entonces la verías avanzando hacia su camarote.

—La verdad es que ni me fijé, yo iba a lo mío.

—A mí me hubiera entrado curiosidad, después de verla hacer una salida tan digna, por comprobar cómo remataba su gesto.

—¿Por qué? —intervino Carola—, ¿qué tiene de raro que se vaya?

—De raro, nada —respondió Mariana—, es la pura curiosidad; yo, si fuera tras ella, tendría el instinto de seguir la trayectoria de quien se ha retirado así porque me llamaría la atención, es un acto reflejo; eso que te dices: ¿en qué irá pensando? y tratas de adivinarlo por sus movimientos, por su manera de caminar.

—Qué retorcimiento —dijo Carola.

Mariana le echó una mirada benévola cargada de mala intención.

—A lo mejor —dijo luego con toda naturalidad— no se dirigió a su camarote.

—¿Adónde iba a ir? —preguntó Ricky.

—A tomar el aire, por ejemplo. El ambiente estaba muy cargado. Aunque a ti no te importó porque volviste enseguida ¿no?

—En cuanto dejé a mi padre. Tenía que reunirme con… con Tati, bueno, con el grupo.

—Y ¿qué os pareció el espectáculo?

—Una ordinariez —se apresuró a contestar Carola.

—Una cosa bastante grosera —dijo el otro.

—Pero la chica estaba buena ¿no? Y tú estuviste muy activo. Y la gente enardecida, digan lo que digan.

—Hombre, una exhibición así no te deja indiferente, claro.

—Sobre todo a Ada —añadió Carola con un punto de malevolencia. Ricky le dirigió entonces una mirada severa e imperativa que no escapó a la perspicacia de Mariana.

—Así que, resumiendo, Carmen Montesquinza se desvaneció en el aire entre el primero y el segundo piso.

—Eso parece —comentó Carola, displicente.

—Es una situación angustiosa —se apresuró a añadir Ricky—. Angustiosa. Y lo peor es que parece imposible que haya sucedido. Esta espera nos va a romper los nervios a todos.

Mariana sonrió.

—Sí, se os ve muy afectados.

Siguió un silencio, durante el cual Mariana aprovechó para dar un lento trago a su vaso de agua gasificada mientras la pareja la contemplaba con gesto desconfiado. Evidentemente, los estaba incomodando.

—Ahora se baraja la posibilidad —empezó a decir Mariana— de que haya caído al agua.

Los otros dos enderezaron el cuerpo simultáneamente con un repentino gesto de atención.

—¿Es que piensan que se ha suicidado? —dijo Ricky, alterado. Una lucecita titiló en el fondo de su mirada.

—¿Suicidio? Yo no he dicho nada de suicidio… Aunque, bien mirado ¿podía tener alguna razón para suicidarse, que vosotros supierais?

La pregunta los cogió de improviso y se miraron titubeantes, como buscando una respuesta el uno en el otro. Mariana prosiguió.

—Es otra opción. La policía investiga la posibilidad de que cayera al agua, pero no sé si contemplan la hipótesis de que fuera un acto voluntario —mientras hablaba no les quitaba ojo—. De todos modos, si el cadáver está en el agua, lo acabarán encontrando. Eso —añadió— en el supuesto de que no la hayan raptado o se haya perdido en Esna. Claro que si se ha perdido, no tardaría en llamar la atención de los nativos —hizo un silencio—. En fin, no sé qué pensar. Es una pena que no te fijases en ella cuando subía a su cabina, al fin y al cabo su desaparición fue una cuestión de segundos.

—Tendría que haber estado atento —dijo Ricky, pesaroso—. No entiendo por qué no comprobé que estaba en su camarote.

—No tenías por qué —dijo Mariana, conciliadora—. Lo lógico es que se hubiera encerrado tranquilamente en él. Esa intención llevaba, supongo. ¿La policía ha registrado el camarote?

—¿La policía? No sé, no la he visto. ¿Han estado aquí?

—Supongo que es lo primero que habrán hecho, en cuanto los haya llamado el capitán. El capitán y nuestro anfitrión son los que están llevando el asunto con la mayor discreción.

—Y… —dudó Ricky— ¿sabes si están interrogando a la gente?

—Si es así, lo están haciendo con mucho tacto. Pero me extraña que no hayan hablado con vosotros, que sois la familia. En fin, es igual, ya os tocará.

—Qué desagradable —murmuró Carola.

—Tranquilos. Es posible que, tras el informe del capitán, estén más ocupados en tratar de encontrar a Carmen que de investigar en el barco. Si les han informado de que no la han encontrado, y me consta que la tripulación ha buscado a fondo, es normal que hayan desistido de repetir ellos la operación… salvo en lo que se refiere al camarote de Carmen. Por cierto ¿no tendréis una llave del camarote?

—No —respondieron al unísono—. La tenía ella.

—Pero también… —dijo de pronto Ricky—. Espera… quien tiene una llave es Ada, su secretaria. Pregúntale a ella. Fue la llave que utilizamos para poder entrar en su camarote esta mañana, cuando la buscamos, al principio de todo.

—No se me había ocurrido, tienes razón —dijo Mariana muy interesada—. Bueno, chicos, pues os voy a dejar en paz. Siento todo lo que estáis pasando. Yo creo que, con un poco de suerte, todo este asunto quedará en nada y veremos a Carmen reaparecer en el momento menos pensado. Perdonad si os he interrumpido, es que estoy muy interesada yo también.

Ricky se puso en pie mientras Mariana se levantaba, intercambiaron unas educadas expresiones de despedida y ella salió con paso ligero del salón. Estaba pensando en Ada. ¿Cómo no se le había ocurrido antes acudir a ella? Desde su segundo plano hasta el momento, podía iluminar quizá muchas de las sombras que rondaban por su cabeza.

Al salir se tropezó con Pedro Guzmán.

—¿Qué, cómo va esa investigación? —preguntó Mariana cortésmente.

—Creo que me voy a meter en la cama con un valium. Esta historia de Carmen Montesquinza me trae de cabeza, cariño —dijo precipitándose a la recepción, donde le reclamaban con urgencia.