Al final, acordaron bajar al mercadillo por la tarde y subieron a la piscina. Poco a poco las iba ganando una especie de indolencia unida a las comodidades del barco que se les hacía muy placentera. Así recibieron directa y estoicamente el calor a lo largo de la mañana, tendidas en sus hamacas y bañándose de cuando en cuando; hasta que, con el sol en el cenit, éste se les hizo insoportable y pasaron a la terraza tras el último chapuzón.

El abogado, vestido con traje claro y un sombrero panamá, apareció de pronto bajo el entoldado y Mariana llamó inmediatamente su atención agitando el brazo de manera ostensible. En aquel momento, tenía todo el aspecto de ser un hombre desconcertado y sin rumbo, por lo que recibió el ademán de Mariana con evidente alivio y se apresuró a tomar asiento junto a las dos mujeres.

—¿Tenemos ya noticias de Carmen? —preguntó Mariana con interés.

—Ninguna. Desgraciadamente, ninguna. Es incomprensible. Ha desaparecido sin dejar rastro. Absurdo. No hay quien lo entienda —contestó atropellándose al hablar.

—Sí que es extraño —remarcó Julia—, ¿habéis peinado el barco?

—No queda rincón sin mirar. Todo, absolutamente todo, ha sido revisado hasta el último rincón. No hay señal de ella.

—¿Y fuera, en Esna? ¿Puede ser que la hayan raptado?

—Se ha dado aviso a la policía. Ninguna noticia todavía.

—Pues ahora sí que es raro —reflexionó Mariana—. Si a estas alturas no ha aparecido es que le ha debido de ocurrir algo serio.

—Sí, pero ¿qué? —insistió el abogado—. La vida en el barco es de lo más apacible y tranquila y, aunque hemos dado aviso a la policía de Esna, creemos que no llegó a salir del barco. De hecho, no hay indicio de que se cambiara de ropa desde anoche porque la ropa que vestía no la encontramos y, en cambio, la cama estaba sin abrir, el camisón aún doblado… es como si nunca hubiera llegado a su camarote.

Mariana se sobresaltó.

—Anoche —preguntó, excitada— ella abandonó la fiesta de bienvenida… al empezar la sesión de striptease, vamos a llamarlo así. Entonces es cuando debió de dirigirse directamente a su camarote.

—Se fue ofendida por lo que estaba contemplando y de mal humor; indignada, diría yo. Es… en fin, una mujer un tanto pudorosa —precisó—. Todos entendimos que se retiraba a su camarote.

—Sí —dijo Mariana—, pero si no recuerdo mal, su ex marido y el hijo de éste se fueron con ella, o aproximadamente entonces ¿no es así?

—Aprovecharon para retirarse un poco después, en efecto; sólo don Ignacio, yo creo que por consideración.

—Y su hijo.

—Cierto, pero es que tenía que empujar la silla de ruedas hasta el camarote donde duermen los dos.

—Ah ¿duermen juntos?

—Padre e hijo, sí.

—Y Carmen ¿duerme sola?

—Tiene un camarote para uso personal. La cabina contigua la ocupa su secretaria.

—Y la secretaria, al retirarse Carmen, no la acompañó.

—No. Se quedó con nosotros.

—¿Y no le parece extraño que Ada se quedase viendo el espectáculo?

—Es secretaria, no doncella. Ricky le dijo que él se ocuparía de acompañar a doña Carmen. Ada —explicó— se molestó un poco. Pero también estaba muy pendiente de la exhibicionista.

—Ricky volvió enseguida. ¿No dijo nada de su madrastra? ¿Si la había visto recogerse en su camarote?

—No. No lo recuerdo. Oiga ¿a qué viene tanta pregunta?

—Deformación profesional —contestó Mariana—. La secretaria es esa rubia teñida de pelo a lo chico ¿verdad? No la otra, la que por lo visto es sobrina de Carmen.

—La sobrina, Carola, es hija del cuñado de doña Carmen, que viaja con su mujer. Y la otra…

—Sí, ya sé, es la hija de Carmen.

—La prometida de Ricky.

Mariana le miró con gesto de sorpresa.

—Ah, pero yo… —fingió sorprenderse—. Yo creía que la novia de Ricky era la sobrina, la prima de… ¿cómo se llama la hija?

—La llaman Tati. ¿Por qué dice usted eso? Tati es la prometida de Ricky. La sobrina Carola, es simple acompañante.

—Que le gusta a Ricky —dijo Mariana. El abogado acusó el golpe.

—Yo… bueno… no sé de dónde saca usted esa idea y, en todo caso, eso sería un asunto personal.

—Y real. Las dos cosas. Soy muy observadora, señor…

—Cortés. Luciano Cortés.

—Estupendo, Luciano. Tú, Luciano; yo, Mariana. Nos podemos seguir tratando de tú —comentó ella con un leve deje de malevolencia—. Olvida lo que acabo de decir; entiende que estaba tratando de ubicarme en ese complicado grupo, cada vez más complicado por lo que voy viendo —añadió—. Pero lo importante es que Ricky regresó muy pronto y lo suyo hubiera sido acomodar tanto a su padre como a su antigua madrastra.

—Ah… supongo que se ocuparía de su padre. Doña Carmen es muy independiente; yo diría que violentamente independiente. Tenga usted… —rectificó—, ten en cuenta que a don Ignacio hay que subirlo en el elevador de silla, donde sólo cabe una persona sentada, así que doña Carmen subiría por las escaleras, como solía hacer siempre, y Ricky en todo caso iría detrás para recoger a su padre y llevarlo a su camarote.

—Y en ese tiempo —continuó Mariana— bien pudo haber visto a su madrastra entrar en el suyo o desaparecer en otra dirección.

—Puede y puede que no, no lo sé, nunca he cronometrado las subidas de don Ignacio —contestó al abogado con alguna aspereza.

—En todo caso —concluyó Mariana—, eso nos lo contará el propio Ricky.

El abogado, evidentemente incómodo, murmuró una excusa, se levantó y se dirigió apresuradamente a la escalera.

—Así que Ricky y Tati y Carola… —insinuó Julia, que había permanecido callada todo el rato atendiendo al interrogatorio de Mariana al abogado—. Hay que ver la cantidad de información que le has sacado en unos minutos.

—Ya te dije que esa familia era muy especial. Ahora me lo parece más todavía.

—Y el ex hijastro reingresando en la familia por vía de la hija, qué fuerte.

—La verdad es que es un poco burdo todo ello.

—¿Cómo se te ha ocurrido dejar caer que Ricky se interesaba en la prima de Tati?

—Porque es cierto. ¿No te acuerdas de la visita al templo de Luxor?

—No me acuerdo de nada.

—¿No te acuerdas de que los pillamos en situación comprometida, cuando ya nos dirigíamos a la salida?

—Tienes razón, lo había olvidado —de pronto reaccionó—. Pero… ¡cáscaras! le pone los cuernos a Tati arriesgando el braguetazo.

—No, querida, el braguetazo no lo va a arriesgar y esperemos —añadió, pensativa— que Tati no arriesgue otra cosa.

—No te pongas melodramática.

—Será la primera vez que ocurre… —comentó Mariana, irónica.

—Volvamos a la realidad —propuso Julia—. Para empezar, el que no tiene nada que hacer y, además, parece poco ducho en las cosas de la vida amorosa, es el abogado con respecto a la hija, la tal Tati.

—Él sí que anda detrás de Tati, aunque a nosotras nos parezca un pardillo —reconoció Mariana.

—Me pregunto para qué lo tienen a su servicio; al punto, incluso, de traérselo a una excursión de ricachos.

—Ya te digo que es una familia de lo más interesante. Yo hubiera pensado que iban a ser nuestra distracción del crucero si no fuese porque me inquieta de veras la desaparición de Carmen. Tiene un aire de irrealidad ¿no crees?

—Parece de novela.

—A ver, Julia, las novelas no son reales ni irreales; son ficción.

—O sea: irreales.

—No —replicó paciente Mariana—, no son irreales, son no-reales. La realidad y la ficción son líneas paralelas, no tangentes; nunca se tocan. La irrealidad es otra cosa.

—Cuestión de matiz.

—A ti te voy a dar yo matiz… —amenazó jovialmente Mariana. Luego cambió el tono—. ¿Sabes qué te digo? Que tendría mucho interés en hablar con Ricky y también con su padre. Esa retirada de Carmen hacia la nada es de lo más misteriosa. No por la retirada en sí, que la ha explicado perfectamente el abogado; lo misterioso es que los Llano la perdieran en el mismo trayecto, ya que toda la familia duerme en camarotes contiguos en nuestro mismo pasillo, incluso el abogado y la secretaria; de modo que los Llano tendrían que haber visto a Carmen entrar en su camarote porque debían de seguir necesariamente su camino… un minuto más tarde, quizá. Es más: se van porque ella se va, por acompañarla en la retirada, como dos caballeros bien educados ¿no?

—Si se entretuvieron con el ascensor… sugirió Julia.

—Yo digo ver u oír. Si a Carmen le ha sucedido algo, ellos tuvieron que ver u oír algo. Sería lo lógico. O no es cierto lo que nos están contando.

—Y ¿dónde iban a ir si no era a su propio camarote?

—Cierto. Porque regresar…

—Ricky sí, a toda pastilla —dijo Julia.

—Sí, en busca de la rubia. Se libra de la jefa, se libra de su padre y vuelve para seguir empapando a la rubia. Lo que no entiendo es por qué Tati no le hace un corte de mangas. Debe de ser más simple que una mata de habas, la pobre.

—¿Sabes qué te digo? Que tu alma de juez de Instrucción es más fuerte que tú.