Tendidas en sus respectivas camas, con las cortinas de la ventana descorridas y la luz apagada, las dos amigas veían pasar en silencio las luces de la orilla, que aparecían y desaparecían en la oscuridad. Mariana estaba recostada en el cuadrante y Julia tumbada con la cabeza en la almohada. Veían esas señales de vida luminosas titilando a lo largo de la costa e imaginaban a los nativos recogidos en sus casas o caminando de una luz a otra, de retirada de la labor del día, o quizá charlando aún al fresco de la noche comentando las incidencias de la jornada, desprendiéndose del calor acumulado. Los imaginaban recontando sus logros, las ocupaciones habidas, las decepciones, la suma del esfuerzo cotidiano. La noche estaba oscura y sólo los reflejos de luz en el agua, bien provenientes del barco, bien de alguna ocasional agrupación de casas en la orilla, marcaban la presencia del río por el que navegaban. Mariana reposaba con las piernas recogidas sobre el libro de Collins abierto boca abajo en su regazo. Ninguna de las dos conciliaba el sueño.

—Todavía no consigo asimilar lo que ha pasado ahí abajo —dijo Mariana en voz alta—. No pega nada con la clase de gente que viaja en este barco. Ha sido algo tan innecesario, tan fuera de lugar…

—¿Tú no crees que sea una profesional?

—No creo que una profesional se coja semejante tajada para actuar y mucho menos creo que estuviera en la intención de nuestro anfitrión ofrecernos semejante espectáculo. No, eso no entraba en sus planes, le ha debido de coger a contrapelo. Y vete tú a saber quién es esa niña tan descarada. Desde luego pertenece al pasaje. Has visto cómo se la llevaba el americano grandón ese ¿no? Menuda cabeza loca ésa. Me pregunto en qué estaría pensando su padre.

—No creo que sea su padre.

—¿Ah, no?

—Hay un conjunto de jóvenes de los que no sabemos nada, excepto que parecen ser todos de familias adineradas. Será una caprichosa malcriada, que se ha pasado de copas con sus amigos y ha montado el número —explicó Julia.

—De todas formas. Es tan incongruente…

—¿Qué quieres decir? ¿Incongruente con el crucero? ¿Por qué? ¿Acaso piensas que nuestra lujosa compañía es incapaz de organizar una orgía? Lo único que necesita la gente, de la condición que sea, es que le den pie a empezar. Y a la gente de dinero sobre todo, porque están más acostumbrados a hacer lo que quieren. Tendrías que ver toda la mierda que tapa el dinero habitualmente.

—Lo sé muy bien. Te recuerdo que en mi oficio se encuentra una con cualquier clase de conducta. Acuérdate de nuestro amigo Montclair, sin ir más lejos. Cada individuo se lo monta como quiere, pero en privado. Ha sido la reacción del grupo en general lo que me descoloca.

—Yo creo que en cuestiones de sexo nunca puedes decir de aquí no paso. Y en cuanto al grupo o no grupo… es el efecto contagio ¿no?

—¿Te diste cuenta de que la única persona que abandonó la sala fue Carmen Montesquinza? —dijo Mariana cambiando de asunto.

—Ni la vi.

—Bueno, ella, su ex y el sinsustancia ese de Ricky, pero Ricky no cuenta porque tenía que empujar a su padre. Aparte de que volvió enseguida: no quería perderse el espectáculo por nada del mundo. Era uno de los que la regaban de esa manera tan obscena, acuérdate.

—Pero se fueron juntos —precisó Julia.

—No. Primero salió Carmen, bastante alterada, por cierto. Y luego se fueron los otros dos.

—La verdad es que no me fijé. ¿Y los otros dos?

—Nada. La siguieron. Supongo que para dar la sensación de que a ellos también les molestaba. Con lo rijoso que es el padre y lo bien que se lo estaba pasando el tal Ricky regando a la chica… Pero el resto de la familia no la siguió —dijo Mariana.

—Bueno, habría sido un feo que se retirara toda la familia. La verdad es que la única que parecía afectada por el espectáculo era Carmen. Muy afectada.

—Es curioso, sí —meditó Mariana—. ¿Tan puritana es esa mujer? A mí no me lo parece.

—Y el americano ese, ¿en qué estaba pensando? —se preguntó a su vez Julia—. Ya podía haber intervenido antes. La verdad es que la fiesta se convirtió en un disparate. Por cierto, tu saxofonista favorito y sus dos compinches se quedaron amenizando a las parejas de maduros mientras se relajaba el ambiente. ¿Por qué no te quedaste?

—Tampoco te quedaste tú, aunque no se me escapa la mala intención con la que lo dices. Y te equivocas, también quedó gente joven. Los jóvenes que nos acompañan en este crucero no son una piña que se conoce de toda la vida, no son una excursión compacta, son de procedencias muy variadas, como los mayores, como nosotras.

—Nosotras procedemos de G… O sea, de provincias —dijo Julia estirándose en la cama placenteramente.

—Calla, pesada, no seas chinche.

Se quedaron en silencio.

—No puedo leer —dijo al fin Mariana.

—No me extraña: estamos a oscuras.

—¡Boba! Quiero decir que no me concentro. En fin, a ver si puedo dormir de una vez. —Mariana retiró el cuadrante y el libro que reposaba en su regazo y se tendió sobre las sábanas sin abrir la cama. De pronto, se incorporó vivamente sobre un codo, en dirección a su amiga—. ¿Sabes lo que pasa? Que tengo la sensación de que en lo ocurrido esta noche hay una parte de malicia. No es que me escandalice por lo que hemos visto; ni siquiera el comportamiento de la gente, ahora que lo pienso, y mucho menos el de la chica, que era la única inocente de toda la escena. No, lo que me impresiona es que todo ese lamentable espectáculo era artificial y he sentido malas vibraciones, un halo amenazador que impregnaba todo el ambiente. Hay algo turbio en toda esa escena, no consigo ver de dónde procede, no soy capaz de reconocerlo, pero está ahí, quién sabe por qué, para qué.

—Fantasías, Mariana. No le des más vueltas y trata de dormir, o mañana vamos a estar rendidas antes de empezar la jornada, que seguro que va a ser aplastante.

—No me entiendes. Yo creo que el espectáculo de esta noche ha partido en dos el crucero.

—Oye ¿no te parece que le estás dando demasiada importancia?

—Vale. Lo que sea ya saldrá a relucir: pero vas a ver cómo tengo razón.

—Me muero de sueño.

—Lo de la rubia no ha sido un asunto imprevisible sino un show perfectamente meditado —afirmó resueltamente Mariana—. Ya le preguntaré yo a tu amigo Pedro. Estas cosas no suceden por las buenas en un ámbito como el de esta noche. Te concedo que ahora en los camarotes esté ocurriendo de todo, pero en público… Hay algo más, Julia, y no se te ocurra salirme ahora con que ya estoy dando la vara con mis intuiciones, porque no es así; no es la primera vez que te tienes que comer tus palabras —siguió un silencio—. ¿Julia? Vaya por Dios, no me digas que te has dormido.

—Completamente —contestó Julia.