Estuvo leyendo tan entretenida que el tiempo se le había pasado volando cuando levantó los ojos del libro. A causa de su abstracción, sólo entonces se percató de que navegaban por el río. Recogió apresuradamente el bolso, cerró el libro y subió a su camarote. Una vez en él, tomó asiento junto a la ventana de la cabina, corrió los visillos y se dedicó a observar la orilla que quedaba a la vista con placentera satisfacción. Julia debía de hallarse bajo la ducha, a juzgar por el ruido del agua corriendo, de modo que se recostó cómodamente y decidió esperarla para subir juntas a la terraza y contemplar el panorama. Navegaban sobre el mítico río.
Julia salió del baño envuelta en un blanco albornoz y se sorprendió al ver a Mariana. Llevaba el pelo corto húmedo y peinado a raya, como un muchacho. Sacó ropa del armario y regresó al cuarto de baño para reaparecer al cabo de unos minutos en pantalones, descalza y con la blusa abierta. Mariana admiró su tipo estilizado y fibroso, lo que hizo enrojecer ligeramente a Julia, que hizo un simpático ademán de rechazo.
—La verdad —dijo Mariana—, qué suerte ser tan delgada.
—Esquelética, diría yo —contestó Julia.
—No, mi vida, estilizada. Tienes un cuerpo de modelo.
—Siempre me he considerado una flacucha —seguía en pie ante Mariana, abrochándose la blusa—, pero gracias, me encanta que te guste.
—Déjame ducharme a mí también y nos subimos a la terraza a disfrutar del río. Estamos navegando.
—Ya me he dado cuenta.
Cuando Mariana salió de la ducha, encontró a Julia sentada en la butaca que ella había ocupado antes, con las piernas recogidas entre los brazos, la barbilla apoyada en las rodillas, la mirada perdida y un gesto entre melancólico y ensimismado. Mariana, cubierta con un vestido ligero de algodón, se contoneó ante ella.
—¿Has visto qué diferencia de cuerpo? —dijo entre risas.
Julia la miró apreciativamente.
—No me extraña que no te puedas quitar a los hombres de encima.
—Pero ¡qué dices! Yo lo tengo todo grande, las manos, los pies, el cuerpo…, no soy como tú, tan dulce, tan esbelta, tan delicada… A mí me cuesta mucho más mantener la figura. Mírame: ya son cuarenta y cinco años en una carrocería en la que los defectos resaltan más. No creas que no me preocupa.
—Tú eres muy atractiva… —dijo Julia con un suspiro de resignación.
—No digas tonterías. Tú eres preciosa. Todo el mundo se enamoraría de ti si te vieran como te veo yo.
Julia extendió sus largas piernas y se puso en pie, rodeó las camas y, al pasar junto a su amiga, dejó deslizar una mano por su cintura.
—Voy por mis zapatillas.
Mariana se la quedó mirando.
—Esta noche tenemos la fiesta de bienvenida —dijo de pronto, viéndola dirigirse al armario— y no sé qué ponerme.
Al final decidieron discutir sus respectivos atuendos en la terraza. Arriba, el calor empezaba a ceder. La amplitud del río y la serenidad del paisaje se acompasaban con el dulce deslizamiento del barco, sensible como una caricia amorosa. Las dos tomaron un asiento a proa y se dejaron llevar por sus sensaciones viendo abrirse el agua ante ellas, dejándose halagar por una tenue brisa que se prendía a sus cuerpos rendidos al último sol de la tarde.