Cuando volvieron a llamar otros nudillos a la puerta de Konietzko, éste se encontraba sentado a la mesa, enfrascado en los mapas.
—Adelante.
Korda Laszlo penetró en la pequeña y espartana habitación. Konietzko no levantó la vista de la mesa.
—¿Sí?
Laszlo hizo una reverencia.
—Mi señor margrave, Veloz como el Río se ha marchado del túmulo. —Esperó, pero Konietzko no dijo nada—. Supuse que querríais saberlo. —El margrave asintió de forma casi imperceptible—. Helena Lenta en la Ira también se irá pronto.
—¿Algo más? —preguntó Konietzko, malhumorado.
—Nada de relevancia, mi señor margrave.
—Entonces, puedes irte.
Laszlo comenzó a retirarse.
—Laszlo —llamó Konietzko, sin levantar aún la vista de los mapas: uno detallaba todos los puntos donde se habían avistado sanguijuelas en un radio de cien kilómetros del túmulo durante los últimos cinco años; el otro era un dibujo de la cuenca del río Tisza.
Laszlo se detuvo.
—¿Sí, mi señor?
—¿Has visto esta noche a la mujer de la manada de Pisa la Mañana?
—Sí, mi señor.
—¿Conclusión?
—Creo que podrá conservar la confianza de Pisa la Mañana.
—¿Y servirnos?
—De uno u otro modo, bien sea a sabiendas o de forma involuntaria… sí.
—Entiendo.
—Pisa la Mañana posee la cualidad de conseguir que quienes lo rodean se pongan de su parte. Aunque también eso nos puede beneficiar.
—Ya se ha ido, la mujer.
—Oksana Yahnivna Maslov. Sí, se ha marchado. —Laszlo soltó una risita—. Parecía interesada en veros… pero, claro está, no había necesidad.
—Tú lo has dicho. Eso es todo.
Laszlo quiso señalar algo más, pero reconsideró lo oportuno del comentario y prefirió respetar la brusca despedida del margrave. Cuando la puerta se hubo cerrado y Konietzko estuvo de nuevo a solas, volvió a concentrarse en los mapas de los que no había apartado la mirada. Su mente, no obstante, seguía con Oksana.
Se había dado cuenta de que la mujer llevaba puesto el cinturón que él le había regalado hacía años, curtido con los tendones de su propio muslo. Había pretendido que el regalo la uniese a él, aunque el tiempo y la distancia los separaban, aunque ahora se planteaba la posibilidad de que él se hubiese vinculado con la misma firmeza a ella, su primera hija Garou. Ese lazo era algo que no podría permitirse si quería cumplir con su destino y unir a la nación Garou.
Los mapas. Se recordó que tenía que estudiar los mapas. Pero su mente divagó de nuevo: en esta ocasión, no hacia el este con Oksana, sino hacia el oeste y al norte, adonde pronto partiría ella. Todos los ojos, no dentro de mucho, se volverían hacia el Clan de la Forja del Klaive. De eso se ocuparía el margrave Yuri Konietzko.