Capítulo dieciocho

No había vuelta de hoja: La maldita tonada se le había metido en la cabeza a Korda Laszlo. Por tercera vez aquel día, creyó que se había librado de ella, y por tercera vez se vio tarareándola de nuevo. Los versos en sí eran inocuos a más no poder, si bien algo forzados en la rima, pero el estribillo… el estribillo era pegadizo, increíble y fastidiosamente pegadizo: Allá donde va Konietzko/allí es donde voy yo… Blah, blah, blah, blah, blah… Señor del Cielo Nocturno/siempre junto a él, aunque se acabe el mundo.

El margrave preferiría que lo desollasen vivo antes de admitirlo, pero Laszlo le había oído tararear la canción la noche anterior. Quizás Gryffyth Espuma del Mar se hubiese asegurado el puesto. El tiempo lo diría.

Por el momento, Laszlo esperaba que los asuntos oficiales le mantuviesen ocupado y alejaran la canción de su mente. Ya hacía más de una hora que la mujer esperaba, sola en la cámara de audiencias. Le había echado algún que otro vistazo, a hurtadillas, durante ese tiempo. Claro está que sí que había encargos legítimos que había tenido que atender, aunque nimios, a tenor de la verdad; podría haberlos postergado sin ningún problema y haberse ocupado de ella con mayor presteza. Pero había cierto mérito en el hecho de distribuir las prioridades, en decidir para quién era más precioso el tiempo. Una vez conseguido eso, Laszlo estaba dispuesto a hablar con ella.

Era tan grácil y adorable como la recordaba; su melena azabache no vería una cana hasta dentro de muchos años. Laszlo le ofreció la mano cuando la mujer se levantó de su asiento junto al brasero.

—Cómo me alegro de que hayas llegado sana y salva, Oksana Yahnivna Maslov —la saludó, cortés, en ucraniano.

Ella le apretó las manos e inclinó la cabeza.

—Vuestra hospitalidad me honra, Korda Laszlo.

—Os merecéis todo el honor. —Con un gesto, le indicó que podía volver a sentarse—. He escuchado, durante el transcurso de la noche pasada, numerosas noticias entre susurros concernientes a vuestra manada, y a otras personas procedentes de Rusia: que Lord Arkady ha desaparecido, levantando a su paso nuevos rumores acerca de la mancha del Wyrm; que su sangre, su propio primo, se alza para acusarlo; que la reticente Reina Tamara de los Colmillos no podrá hacer oídos sordos en esta ocasión.

—Eso he oído. Es una suerte que vuestro Cuervo de la tormenta me trajera nuevas del Hijo del Tuétano y su subordinado. Bily me buscó, tal y como sospechabais.

Laszlo aceptó los halagos con gracia; jactarse no entrañaba más que peligros. No osó mencionar al informante entre los húmedos y malsanos muros de Eduard Maldice el Sol en el Clan del Cielo Encapotado; era mucho mejor que cada eslabón de la asamblea sombría supiera lo menos posible acerca de los demás.

—Insisto, os merecéis todo el honor, Oksana Yahnivna. Me limité a alertaros. Fuisteis vos la que consiguió darle la vuelta al plan de Bily y Maldice el Sol en nuestro provecho. Comprendo sus deseos por ver muerto a Arkady, pero cuánto más útil resulta vivo: los rumores de la mancha del Wyrm en el seno de los Colmillos, la Reina Tamara blanco de críticas tanto si actúa en su contra como si no, y también tenemos la reacción de la Casa del Ojo Refulgente a considerar en medio de todo esto.

—Fue más de lo que podíamos esperar —añadió Oksana, solemne— el que, tras recibir mi aviso, Arkady exhibiese lo que bien podría ser mancha del Wyrm al enfrentarse a esa bestia.

—¿Qué ha sido del Wyrm del Trueno? Tengo entendido que a Pisa la Mañana no le hacía demasiada gracia que estuviese tan relativamente cerca del túmulo.

—Eso le disgustaba, y también el hecho de que los fomori de la aldea pareciesen de los que prefieren acogerse a una Perdición antes que a un Wyrm del Trueno. Puede que invocaran al Wyrm del Trueno como parte de su trampa, pero eso nadie lo sabe. Pisa la Mañana se molestó por la muerte de un acogido a su cuidado, y por la de una dulce jovencita… —Oksana enumeraba con voz queda las desdichas del líder de la manada.

Laszlo la observaba con atención. Pensó que tal vez estuviese implicándose demasiado con Pisa la Mañana. Eso era, al fin y al cabo, por lo que la había hecho venir: para evaluar si estaba en condiciones de continuar como agente dentro del Clan del Alba. Los mensajeros podían dar cuenta de lo que allí aconteciera sin ninguna complicación, pero la disposición y la mentalización… eso ya era más delicado. Pisa la Mañana sabía granjearse la confianza y la lealtad de una persona, incluso en contra de su propia voluntad. Quizá hubiese que apartar a Oksana y poner a otro en su lugar. Mientras la mujer relataba a Laszlo lo que ocurría al este de las montañas, éste pudo ver que, cuanto menos, Oksana admiraba a Pisa la Mañana.

—Ya veo. ¿Y qué hay del pozo del Wyrm? —preguntó, impaciente. Le preocupaban las implicaciones, no los detalles ni los sentimentalismos.

—Se llevó algunos guerreros la noche siguiente, pero no encontraron ni rastro del Wyrm del Trueno, ni de la Perdición, ni de Arkady. —Así pues, Pisa la Mañana purificó la tierra.

—Sí. No estuve presente, pero me han contado historias. Los Galliard dijeron que permaneció sentado en aquel lugar durante tres días y tres noches, ayunando, meditando y comulgando con los espíritus. Cuentan que, al amanecer siguiente, se irguió y se abrió una herida en la muñeca. Su sangre fluyó al interior del pozo y, casi al instante, manó agua de la tierra. Dicen que era Gaia que lloraba por su dolor. Dicen que Pisa la Mañana no descubre túmulos, sino que los crea, como hizo estando con el Clan del Alba.

—Un don asombroso —convino Laszlo, con admiración—, que nos podría resultar muy útil. —Hizo una pausa para reconsiderar su idea de apartar a Oksana del Clan del Alba. Sergiy Pisa la Mañana iba a tener mucho peso en la revitalización de la Europa del Este, en la reclamación de la región para los Garou. De verse inclinado a favor de los Señores de la Sombra, podría convertirse en un poderoso aliado en la búsqueda de una Nación Garou unificada. Quizá, pese a su potencial lazo afectivo, a causa de ese lazo, Oksana pudiera ser la agente perfecta para quedarse allí, en vez de ser reemplazada. La única complicación sería tener que ocultarle los pormenores de las circunstancias cuando fuese necesario… a fin de asegurarse que actuaba en interés de la tribu. Sus vínculos la volverían predecible, y esa cualidad le daría a Laszlo el control sobre ella.

—Ah. —Se dio cuenta de que la mujer lo estaba observando, pensando quizá que seguía absorto en la majestad del don purificador de Pisa la Mañana—. ¿Qué os espera a vuestro regreso al este de las montañas?

—Un acogido muerto —repuso Oksana, sombría— y una excursión al Clan de la Forja del Klaive.

Laszlo chasqueó la lengua.

—La Camada no se va a tomar bien su pérdida.

Oksana negó con la cabeza.

—Supongo que no.

—En fin, cuídate… y vigila tu espalda. No se sabe lo que esa tribu de brutos y asesinos podría intentar. Carecen de nuestro refinamiento.

Laszlo se incorporó y ya se disponía a marcharse cuando se dio cuenta de que la mujer permanecía sentada, expectante.

—¿Hay algo más? Oksana pareció que no encontraba las palabras adecuadas. Paseó la mirada por la cámara de audiencias.

—¿El margrave…?

—En estos momentos, ocupado. Demasiado como para otorgar audiencia. Además, dado que son pocas las personas que conocen vuestra conexión con esta manada, no parecería propio que os vierais con él en persona. El que hayáis venido aquí ya es riesgo suficiente.

—Lo entiendo.

—Sí… así que, de acuerdo. Por favor, aseguraos de utilizar el pasadizo por el que entrasteis. Es mucho menos… público que otros.

—Como vos deseéis. —Oksana se puso en pie y realizó una reverencia formal—. Que Hermana Luna vele por vos, y Madre Gaia os acoja en su abrazo, Korda Laszlo.

—Que sus bendiciones se derramen como el agua sobre vos.

Tras una seca inclinación, Laszlo dio media vuelta y se dispuso a solventar otros asuntos urgentes. No se dio cuenta, hasta mucho después, de que iba canturreando para sí.