Capítulo diecisiete

El silencio que irradiaba del manantial cubría toda la pradera. Incluso las hojas del sauce gigante permanecían mudas e inmóviles. Todo el túmulo y toda la manada presentían el estado de ánimo de Pisa la Mañana. De todos los Garou y miembros de la Parentela, nadie era más consciente de la frustración del venerable anciano que Oksana Yahnivna Maslov, la única que se encontraba sentada junto a él sobre las raíces del sauce, bajo el techado de ramas sobrecogidas.

Sergiy acercó el cuenco de barro a los labios, aunque el agua helada hizo bien poco por animarlo.

—La muerte no es más que una parte de la vida —dijo, sacudiendo la cabeza—, pero el cachorro estaba a nuestro cuidado. Era un acogido. —El recipiente parecía extraordinariamente pequeño en sus robustas manos. Su rubia melena se derramaba enmarañada sobre sus hombros, sus fuertes brazos se veían tensos, como si pudiera traer de vuelta a Arne Ruina del Wyrm por medio de la fuerza de su cuerpo. El venerable anciano se cubría los hombros con una piel de oso; una hilera de colmillos y garras del mismo animal le adornaba el torso.

Oksana no dijo nada. A su juicio, no era consejo sino compañía lo que buscaba Pisa la Mañana, y ella era la elegida; ninguno de sus hermanos de manada parecía dispuesto a enfrentarse a él en su melancolía.

—De haber muerto entre los Camada, habrían celebrado el nacimiento de un héroe. Pero haber fallecido entre extraños antes de su quinto año desde el cambio… habrá conflictos.

Oksana, la vista clavada en las límpidas y plácidas aguas del manantial, no pudo objetar nada. La Camada, feroz en la batalla, no era de las que entraban en razón con facilidad. La muerte de Ruina del Wyrm sería, sin duda alguna, fuente de «conflictos», por utilizar las palabras de Sergiy.

—¿Te crees el relato del joven Colmillo? —quiso saber el anciano—. ¿Te han contado algo los Cuervos de la tormenta que puedan poner su palabra en duda?

Oksana consiguió no envararse. Aquella era la primera vez que Pisa la Mañana mencionaba a los pájaros espíritu. Se recordó que no incurría en ninguna falta por enviar y recibir mensajeros ajenos a la manada. Pero ¿era lo que parecía la pregunta de Sergiy, o indicaba algo más: desconfianza, recelo?

—¿Que si dudo que Lord Arkady doblegase a un esclavo del Wyrm, que éste se inclinase ante él? ¿Por qué iba a mentir Svorenko acerca de su propio primo, un noble señor de los Colmillos?

—No, mentir no. ¿Equivocarse?

—Cabe la posibilidad.

—Mencionó a un miembro de tu tribu.

—Sí. —Oksana sabía que una serie de preguntas bien escogidas la conducirían a territorio peligroso, gracias a ese condenado de Bily—. Así es. Un tal Yaroslav Ivanovych Neyizhsalo. Me suena el nombre, pero no lo conozco. —Todo eso era cierto, se recordó. Todo verdad—. A juzgar por las palabras de Svorenko, Neyizhsalo planeaba alertar a la manada de este pozo del Wyrm, antes de la intervención de Arkady.

—Eso es lo que dice Svorenko.

—Ojalá Arkady hubiese traído de vuelta a los acogidos… —sugirió Oksana, con tono razonable.

—Ojalá… —repitió Sergiy, con un apesadumbrado zangoloteo de cabeza—. Pero ahora surgirán los conflictos. —Inhaló una honda bocanada—. Esta noche cogeré a diez guerreros fuertes. Nos ocuparemos de este pozo del Wyrm. Puede que también encontremos señales de Lord Arkady.

Puede que sí, pensó Oksana.

—Después de la próxima luna llena, cuando se hayan ejecutado los ritos, te llevarás el cuerpo de Ruina del Wyrm de regreso a su manada. Supongo que te traerás de vuelta a nuestro acogido. No creo que la Camada esté dispuesta a continuar con el intercambio.

—Me siento… responsable, Sergiy. —Oksana dejó que la emoción, genuina, transpirase para pulir los bordes de sus verdades a medias—. Lo del intercambio de acogidos fue idea mía…

—Calla, calla, mi Oksana Yahnivna. —Pisa la Mañana posó su enorme manaza contra la mejilla de la mujer, con suprema delicadeza—. ¿Cómo ibas tú a saberlo? —Sus palabras y la profundidad de su aflicción zaherían a Oksana, impeliéndola a contar toda la verdad que conocía, pero se mantuvo firme—. Ah, puede que todavía salga algo bueno de esta tragedia —suspiró, lejos de sonar convencido.

—Debemos estar seguros de que así será —repuso Oksana, antes de apoyar su mano sobre la del venerable anciano.