Capítulo dieciséis

A medida que transcurrían las horas de oscuridad y los cuatro Garou ascendían y se adentraban cada vez más en los Cárpatos, sin que se viera indicio de mina alguna, Yaroslav Ivanovych Neyizhsalo consideraba sus opciones cada vez con mayor frecuencia. Intentó adivinar qué podría ocurrir si es que nunca daban con la mina, lo cual parecía probable; habían seguido un accidentado sendero en dirección oeste desde la aldea donde el anciano amedrentado por su esposa les había indicado. Quizá la vieja arpía estuviese en lo cierto y su marido hubiese perdido la chaveta. Los Garou iban a seguir vagando sin rumbo en medio de las montañas. Esa posibilidad instaba a Yaroslav a imaginarse la probable respuesta de sus «aliados».

La respuesta era de lo más simple, y de lo más inquietante, al menos en lo que atañía a los dos acogidos. Victor Svorenko y Arne Ruina del Wyrm preferirían a reducir a trizas a Yaroslav y regresar a su manada antes que seguir buscando cualquier presunta mina. Por el momento, trotaban por el paso montañoso, lanzándole miradas suspicaces y furiosas a intervalos cada vez menos espaciados. Se contenían tan sólo por la presencia de Arkady. ¿Durante cuánto tiempo duraría aquello?

Era ésa una pregunta para la que Yaroslav no tenía respuesta. Lord Arkady ocultaba sus pensamientos con la misma habilidad que cualquier Señor de la Sombra. ¿Se estaría cansando de aquella dudosa aventura? ¿Se sobrepondría la impaciencia a su orgullo y a la tentadora idea de destripar criaturas del Wyrm? Y, de ser así, ¿qué ocurriría con Yaroslav?

Podría plantarles cara a los tres y pelear con ellos… aunque lo mismo sería que se cortase él mismo la cabeza, caso de no preferir que lo hicieran ellos y ahorrarse así otra molestia. Yaroslav había sopesado la idea de provocar o aprovecharse de cualquier distracción y desaparecer amparado por la oscuridad, pero los demás estaban en guardia contra tal casualidad y, aunque podría enmascarar su olor y camuflar su rastro, Yaroslav no podía pasar por alto los talentos rastreadores y cazadores (y asesinos) de los dos Colmillos y de la Camada. La situación aún no se había tornado lo bastante desesperada, las probabilidades aún no estaban todas en su contra, como para intentar darse a la fuga. Todavía.

Aun cuando consiguiera escapar y sobrevivir, quedaría pendiente la cuestión de adónde ir: de vuelta con Bily y Maldice el Sol no, eso seguro. El futuro lejano era una perspectiva que, sin un golpe de suerte, quizás Yaroslav no vería.

—Hace ya muchos años que nadie usa este camino —dijo Arkady, tras al menos una hora de silencio.

Yaroslav ya se había dado cuenta de eso (por ejemplo, no había visto evidencia alguna de que aquella ruta hubiese sido transitada jamás por maquinaria pesada ni automóvil de la construcción alguno), pero lo que más le preocupaba en aquellos momentos era el mensaje que subyacía bajo las palabras del Colmillo Plateado. ¿Habría visto bastante Arkady? ¿Estaría preparado ya para dar la vuelta, para pronunciarse?

—Yo digo que ya es hora de dar esta estúpida empresa por terminada —opinó Svorenko. Matar.

Arkady le dedicó una gélida mirada a su primo. El señor Colmillo Plateado no toleraría jamás, ni siquiera mediante implicación, que le llamasen estúpido. Puede que fuese el desliz del joven Svorenko lo que impulsó a Arkady a continuar, pero el caso es que siguieron adelante.

Hermana Luna volvió a ocultar su rostro esa noche. Mañana volvería a observar a las criaturas que se arrastraban por la superficie de Gaia, pero por ahora sólo las estrellas escrutaban entre el adusto ramaje, aún casi desnudo por el invierno. La senda llena de baches, pulida por los arroyuelos plenos en aquella estación, seguía llevándolos hacia arriba, conduciéndolos cada vez más a menudo a escalar empinadas laderas que desembocaban en lomas, apenas un respiro antes de la próxima ladera. Yaroslav se sorprendió más que ninguno cuando, en lo alto de una loma, descubrieron un cruce en estado de abandono, y un letrero.

Los tablones podridos de la señal se caían a trozos, y cualquiera que fuese la pintura que en su día adornara los caracteres cirílicos hacía mucho que se había borrado; pero, tallada en la superficie de lo que restaba del letrero podía leerse una palabra reconocible: Ólovo. Estaño. Mina de Estaño Esto y lo Otro, o algo así, habría anunciado la señal en su día, indicando la ruta hacia el remanso de propiedades de una corporación estatal. El que el cartel estuviese escrito en ruso sugería que procedía de la zona soviética, cuando el ucraniano nativo estaba aún mal visto.

Svorenko le explicó lo que quería decir la palabra a Ruina del Wyrm, antes de mirar a uno y otro lado del cruce; la loma formaba una suave pendiente hacia la izquierda, mientras que a la derecha ascendía veloz y escarpada.

—¿Por dónde? —preguntó.

El cartel debió de indicar la dirección en su día, ya fuese por su forma o mediante alguna inscripción, pero ahora se veía podrido hasta tal punto que resultaba imposible dilucidarlo. Yaroslav estudió los trozos de madera del suelo y se acordó de las virutas que alfombraban la cabaña del anciano, las virutas que habían absorbido la sangre de Liudmila.

—Por aquí —contestó, señalando a la derecha—. Cuando tengas que elegir entre dos caminos, el más abrupto, retorcido y empinado será siempre el correcto.

—Así habla un auténtico Garou —dijo Arkady. Emprendieron el ascenso de la colina.

Aquella pendiente era más accidentada que cualquiera de las que hubiesen superado esa noche. El sendero se difuminaba hasta convertirse en poco más que un camino de cabras. Yaroslav supo con toda certeza que ningún vehículo diesel había ascendido jamás por allí; lo más probable es que fuesen recuas de mulas las que ascendieran cargadas de víveres y bajasen de nuevo transportando el mineral. De aquello debía de hacer muchos años. La estribación no tardó en volverse tan estrecha como empinada y abrupta… traicionera a más no poder. Los Garou andaban tan concentrados en no perder pie que a punto estuvieron de pasar por alto su objetivo. Fue Arne el que les evitó la vergüenza.

—Mirad. Allí —dijo Ruina del Wyrm.

Yaroslav y los demás miraron en la dirección que señalaba. A la derecha del sendero, encajado en un pliegue de la falda de la colina, había un cráter cónico de unos veinte metros de diámetro, con empinadas paredes de tierra y piedra que convergían en el fondo. En aquel punto, parecía que se había cegado con tablones un pozo central que se adentraba en la montaña pero, al igual que el letrero del cruce anterior, las tablas estaban mohosas y podridas. El pozo negro podía entreverse en medio de las tablas, las hojas amontonadas y la tierra allí apilada.

Las visiones de Yaroslav acerca de un vasto paisaje desolado y deshabitado, de montañas destrozadas como tributo a la estrechez de miras del hombre, resultaban demasiado grandiosas para aquella mina abandonada. Allí alguien, sobre todo gracias al sudor de su frente y a deslomarse trabajando, había intentado saquear las riquezas de Gaia y, o bien había fracasado, o se había rendido. Aún quedaba una leve cicatriz, un cáncer que sanaría con el tiempo; aquello era una herida, sí, un insulto, pero la intrusión humana en aquella región resultaba más patética que dañina. Las frágiles aldeas moribundas de las que los jóvenes humanos huían a la primera ocasión; los campos de las vertientes montañosas otrora labrados y ahora abandonados a su suerte para que los reclamara el Kaos; aquella inane boca de mina… con el tiempo, Gaia se purgaría a sí misma de todo ello.

Pero el anciano había mencionado aquel sitio; había dicho que había convocado a los otros de allí: a Marcus Mano de Madera y a Nicoli el Calvo, ambos cenizas ahora, igual que aquel viejo horrendo. Por tanto, quizás las heridas fuesen más profundas de lo que aparentaban; puede que los Danzantes de la Espiral Negra hubiesen construido una colmena, o que acechase una Perdición bajo la superficie… o nada. El anciano podía haber mentido, o quizás aquel no fuese el lugar.

Yaroslav intentó no pensar en aquella posibilidad. Esperaba encontrar alguna criatura menor del Wyrm que los Colmillos y el de la Camada, inflamados su orgullo y su sangre, pudieran despachar y Yaroslav se convirtiera así en su camarada de victorias. Si allí no había nada, nada en absoluto, podrían llegar a descargar su agresividad sobre él.

El estrecho camino conducía desde la estribación hasta el extremo más alejado del borde del cráter. Al otro lado de aquel arco del sendero, la montaña se precipitaba hacia abajo. En la ladera opuesta de la boca, la colina se alzaba como una extensión de la pared del cráter. Antes de aproximarse, Arkady se transformó en lobo hombre. Se irguió alto y majestuoso, con su níveo abrigo reluciente a la luz de las estrellas, sanadas ya la mayoría de las quemaduras sufridas la noche anterior. Los demás siguieron su ejemplo. Yaroslav se sintió en inferioridad de condiciones en medio de los tres Ahroun, guerreros natos. Se dispuso a seguir los pasos de Arkady; ni siquiera entonces estaban dispuestos los acogidos a arriesgarse a dejarlo en la retaguardia.

El tufo de la vegetación en descomposición era fuerte alrededor del pozo. Al acercarse, se hicieron aparentes unos toscos escalones excavados en la pared del cráter que conducían al pozo. Yaroslav echó mano del puñal que pendía de su cinto. Svorenko, tras él, desenvainó su klaive. A lo mejor aquella era una colmena de los Danzantes, pensó Yaroslav. Una colmena pequeña, deseó, coser y cantar para los brutos de sus compañeros. No era la forma en la que habría elegido pasar la noche pero, quizá, si se mantenía cerca de los demás y no llamaba la atención…

Los escalones se encontraban en la cara más alejada del cráter, al final del sendero que serpenteaba por el exterior del borde, pero Arkady se detuvo en seco al llegar a la pared más próxima, obligando a los otros a hacer lo mismo.

—¿Qué es esto? —musitó para sí el señor Colmillo Plateado.

Yaroslav, a falta de algunos centímetros para poder mirar por encima del hombro de la gran bestia blanca, asomó la cabeza por un costado. Vio algo curioso despanzurrado en medio del camino: el peludo cadáver de un murciélago, con las alas extendidas e ilesas… pero con la cabeza separada casi por completo del cuerpo. La sangre fresca formaba un charco en el camino, bajo y alrededor de los restos.

—¿Qué ocurre? —gruñó Ruina del Wyrm, molesto porque los que estaban delante se hubiesen parado sin avisar.

Arkady, siempre alerta, se mostraba ahora hipersensible. Echó mano de la empuñadura de su gran klaive.

—Esto no me gusta. Eso no tendría que estar ahí. Algo va… mal. Atrás —ordenó—. Fuera del camino. Ya.

Fue en ese momento cuando la tierra entró en erupción. Una gigantesca sombra sólida surgió del pozo para encapotar los cielos. Seguía acercándose, creciendo, como una columna de carne y dientes… hasta que se cernió sobre los Garou. Los cuatro intentaron replegarse sin entorpecerse entre sí, pero no había tiempo. Pese a su enorme tamaño, la bestia era también veloz. Un grueso tentáculo como un gusano se extendió desde el pozo y, rematado con una mandíbula inmensa y afilados colmillos aserrados, atacó.

Aterrizó a un metro más allá del murciélago, chafando al diminuto cadáver. La mismísima montaña se estremeció con el impacto. Yaroslav y los otros Garou perdieron el equilibrio y la tormenta de polvo y cascajos que se levantó los cegó; de haber avanzado unos pocos pasos más, habrían quedado tan aplastados como el desgraciado murciélago, o habrían salido volando lejos del borde, al abismo de la montaña. De donde quiera que hubiese salido aquel murciélago, su mala suerte los había salvado.

Arkady fue el primero en recuperarse. Volvió a incorporarse y atacó a la bestia con su klaive, una y otra vez, y otra, con poderosos mandobles. Algunos se hincaron en la espesa carne segmentada; otros rebotaron sin causar daño.

Ruina del Wyrm y Svorenko tardaron apenas algunos segundos más en unirse a la refriega. No quedaba sitio para un segundo combatiente en el sendero junto a Arkady, así que el joven Colmillo y el de la Camada dieron un amplio rodeo en distintas direcciones. Arne, rugiendo su ira y sed de sangre ante la batalla, saltó a su izquierda. Pareció que apenas hubiese tocado el acantilado que se erguía sobre el cráter cuando rebotó para aterrizar a horcajadas sobre el Wyrm del Trueno. Con un relampaguear de garras, se hundió hasta los codos en sangre y vísceras.

Svorenko se había encaminado despacio hacia la derecha, donde el suelo caía en picado. Se aprovechó de los árboles enanos que se aferraban tenaces a la falda de la colina, asiendo sus troncos nudosos con las garras de los pies y manos, hasta que se encontró lo bastante cerca como para hundir su klaive en el pellejo de la bestia del Wyrm.

La respuesta de Yaroslav fue más comedida. Puñal en mano, se mantuvo detrás de Arkady a la espera de una apertura, el Colmillo Plateado atacaba cada vez que se le presentaba una oportunidad. Por tanto, Yaroslav se limitó a observar; estudió a la bestia en medio de la lucha desatada. Había escuchado historias de los Wyrm del Trueno, pero nunca había visto ninguno; situación que habría preferido conservar. Vio que la criatura no carecía de cierta capacidad de raciocinio. Puede que fuese puro instinto, pero las fintas y envites de sus garras sugerían estrategia. No conseguía morder a Arkady con las cavernosas fauces que podrían haberlo partido en dos, pero las embestidas del monstruo alteraban los ataques del Garou y lo agotaban. Llegado un momento, cuando Arkady esquivaba los dientes letales, el corpachón del Wyrm del Trueno lo golpeó, magullándolo visiblemente. Otro golpe volvió a hacerle perder el equilibrio y el Colmillo hubo de rodar a un lado un instante antes de que las mandíbulas de la criatura se cerraran con un chasquido, tragándose la tierra que antes había ocupado Arkady.

En medio del caos, el polvo y la sangre, Yaroslav buscó un punto débil, una forma de derrotar a la bestia… sin que pudiera ver ninguna. No a base de músculos. Se apresuró a escrutar lo que pudo del cráter, la senda, la ladera…

¡Una avalancha! ¿Habría suficientes rocas y cascotes sueltos por encima del foso? Aunque aquello enterraría también a los Garou. Yaroslav se detuvo a sopesar aquella idea… No, tendría que asegurarse de matar a los tres si es que mataba a alguno. De no ser así, más le valdría meter el rabo entre las piernas y echar a correr ahora mismo… un pensamiento tentador pero, si sobrevivía alguno de los Garou, lo más probable es que le dieran caza. Francamente, enfrentarse a una indestructible bestia del Wyrm le parecía mejor opción.

Ya no tanto un momento después. El klaive de Arkady se hundió a gran profundidad en la carne del monstruo cuando su boca pasó rozándolo… pero la hoja golpeó la base de un diente y se quedó incrustada. En lugar de renunciar a su klaive, Arkady se vio arrastrado. El Wyrm del Trueno, presa del dolor (o puede que de forma intencionada), giró la cabeza en dirección contraria y Arkady salió despedido. Su hoja se liberó y fue con él. Consiguió aterrizar con gracia… pero a treinta metros de distancia.

Yaroslav se vio frente a frente con el Wyrm. Por un momento, las fauces se cernieron sobre él, como si la criatura poseyera ojos con los que pudiera ver desde el fondo de su garganta. Lo único que sintió Yaroslav fue el abrumador hedor a putrefacción que llovió sobre él. Ante su falta de opciones, atacó con su puñal…

… Y cortó el aire. La cabeza se apartó de él. Hasta ese momento, la bestia había ignorado a los acogidos y los numerosos golpes que estaban descargando sobre ella. Lejos Arkady y su centelleante hoja de plata, el Wyrm del Trueno se volvió hacia ellos. Encorvó una porción de su corpachón, varios segmentos, que fueron a aplastar a Svorenko en el momento en el que éste se disponía a apuñalar la lechosa porción de carne que tenía ante sí. El golpe ensordecedor lo envió trastabillando hacia atrás, inconsciente, montaña abajo.

Casi al mismo tiempo, la bestia del Wyrm se plegó sobre sí misma para atrapar a Arne entre sus fauces. Rugió de dolor cuando el monstruo lo elevó por los aires, y luego mientras caía… falto de un brazo y gran parte del torso. Ruina del Wyrm aterrizó a plomo. Gruñó y se estremeció presa de los espasmos mientras su sangre humeante fluía libre y empapaba la tierra.

La rabia de Yaroslav comenzó a teñir su vista de rojo. Pese a las insistentes amenazas que profiriera Arne contra él, el estómago del Señor de la Sombra se contrajo ante la visión de un Garou ultrajado de aquel modo. Cuando la sangre vital de Ruina del Wyrm se vertió sobre las hojas y el polvo, la de Yaroslav comenzó a hervir. Cargó y hundió su puñal en la carne del Wyrm. El golpe no fue tan profundo como los que habían descargado los demás, pero el Wyrm del Trueno reaccionó. Lanzó su inmenso cuerpo hacia abajo con la intención de aplastar a Yaroslav… pero éste ya se había hecho a un lado de un salto y atacaba de nuevo. La criatura rodó para apresarlo bajo su mole. Yaroslav era demasiado rápido. Se zafó de nuevo y trazó un arco con su puñal, una, dos veces.

Ahora era la boca de la bestia la que lo buscaba. Yaroslav se tiró al suelo. Sintió el viento que levantaron los colmillos al pasar, olió a podrido. La sangre corría entre los dientes del monstruo… la sangre de Arne Ruina del Wyrm.

Yaroslav sintió cómo la rabia se apoderaba de él e impulsaba todos sus ataques. Al tiempo que tajaba y esquivaba, procuró controlar su furia. No podría derrotar a aquella bestia del Wyrm con sus propias manos. Si había de ser destruida, él tendría que sobrevivir para alertar a los otros. Sucumbir a la rabia ciega no conseguiría más que añadir su propia sangre a la de Ruina del Wyrm.

Cuando el instinto comenzó a dar paso al intelecto, Yaroslav se maldijo por haber atacado al Wyrm del Trueno. ¿Por qué lo había hecho?, se preguntó. ¿Porque un Camada suicida al que no le habría importado cortarle la cabeza obtuvo lo que buscaba? De improviso, Yaroslav se preguntó también dónde estaría Arkady. ¿Acaso el poderoso Colmillo Plateado había dado media vuelta y echado a correr?

Al tiempo que se apartaba de la senda de destrucción que araron las fauces del Wyrm del Trueno en la tierra antes de cerrar la boca, Yaroslav arriesgó un rápido vistazo alrededor. Había visto que Arkady aterrizaba y se ponía en pie. ¿Qué habría ocurrido con…?

Allí. Allí estaba Lord Arkady. Pero no avanzaba, ni se preparaba para atacar. En vez de eso, permanecía de pie con el klaive en alto por encima de su cabeza y los ojos cerrados. Yaroslav estaba tan atónito que tardó en apartarse del siguiente asalto del Wyrm del Trueno. Los dientes ensangrentados fallaron por poco y se cerraron a centímetros de su hombro, pero, cuando la bestia se revolvió, su cuerpo segmentado atrapó la pierna de Yaroslav y se enroscó en ella. Éste gimió de agonía cuando la carne y el hueso cedieron bajo la presión de las toneladas de la bestia del Wyrm.

El impulso de la criatura la obligó a pasar de largo, pero el daño ya estaba hecho. Yaroslav yacía postrado boca abajo ante ella, incapaz de esquivar. Arkady seguía sin atacar. Yaroslav se aferró a su puñal, dispuesto a intentar un último gesto fútil cuando el Wyrm descargase el golpe de gracia. Vio a Svorenko trepando por el cráter, maltrecho y ensangrentado, de regreso hacia el borde. El joven Colmillo disfrutaría asistiendo a su ejecución, pensó Yaroslav, sombrío.

Entonces ocurrió lo inexplicable: Nada.

Nada de golpes de gracia. La bestia no hincó sus temibles dientes en Yaroslav para partirlo en dos. No rodó hacia delante para reducirlo a pulpa. Su testa permanecía erguida, esperando, pero sin hacer… nada.

Yaroslav no se lo explicaba. A juzgar por la expresión de Svorenko, dedujo que el Colmillo Plateado estaba igual de asombrado. Atónito o no, Yaroslav no pensaba quedarse esperando a que el Wyrm volviera en sí. Reptó de espaldas como bien pudo, tirando de su pierna mutilada. Cada movimiento suponía una agonía cegadora, pero la alternativa era una muerte segura y, a pesar del dolor, Yaroslav podía sentir cómo el hueso fracturado rejuvenecía y comenzaba a soldarse.

Se arrastró hacia Arne Ruina del Wyrm. Los ojos del de la Camada estaban abiertos, pero miraban al vacío. La sangre había dejado de manar a borbotones de la aserrada apertura del costado y el hombro, y ahora goteaba despacio, ajena a todo. Con cada momento que transcurría, Yaroslav esperaba que el Wyrm del Trueno reanudara su ataque, que se abalanzara sobre él, o sobre Svorenko, o sobre Arkady.

Pero la bestia no atacó. Mantuvo su precario equilibrio, con las fauces en alto, la cola inmersa en la boca de la mina. En algún momento, Yaroslav se percató de que Svorenko, sin que su pasmo hubiese remitido en absoluto, no estaba mirando al Wyrm sino que, con el klaive laso a su costado, miraba a Arkady con la boca abierta. Yaroslav siguió la dirección de los ojos del joven Colmillo.

Lord Arkady, al igual que la bestia del Wyrm, mantenía su postura anterior: el klaive por encima de la cabeza, los pies separados, los ojos cerrados. Pero algo había cambiado. El níveo pelaje de Arkady resplandecía, no con su acostumbrado blanco estelar, sino rojo… rojo como el fuego, rojo como la sangre. El nimbo flamante envolvía todo su cuerpo, parecía que irradiara de él, y también de su klaive. Abrió los ojos, despacio. Pese a la iluminación que proyectaba, sus pupilas se encontraban dilatadas al máximo, sus ojos abiertos de par en par y negros, llenos de ira. Su mirada recordaba a algo que no era de este mundo, a algo místico, extático y agónico al mismo tiempo.

Yaroslav hubo de retroceder ante aquella mirada, dando gracias porque no estuviese dirigida a él. Arkady miraba con ojos de fuego frío al Wyrm del Trueno. Aún con el klaive en alto en una mano, bajó la otra, despacio, con la palma hacia abajo. Ante los atónitos ojos de Yaroslav, el cuerpo del monstruo se encorvó e inclinó. Primero humilló la cabeza, luego todo el cuerpo, hasta yacer postrado en el suelo. Allí, bajo la luz de las estrellas y el pavoroso fulgor de Lord Arkady, la bestia del Wyrm rindió pleitesía al Colmillo Plateado.

Si Luna se cayera del cielo Yaroslav no habría podido sorprenderse más. Cortar en pedazos a una de aquellas bestias horrendas era una cosa, pero, domar a una criatura del Wyrm…

—¿Qué clase de magia es ésta? —preguntó Victor Svorenko. Comenzó a rodear el borde del cráter con cautela, desconfiado, alrededor de la suplicante bestia del Wyrm—. ¿Primo Arkady?

El veterano Colmillo avanzó. Bajó su klaive y señaló a la criatura. El descomunal Wyrm del Trueno se estremeció en su presencia.

—En nuestro interior habita una voz —dijo Arkady. Sus palabras sonaban amplificadas por el nimbo flamante que lo envolvía—. Una sola palabra bastará para que toda la creación obedezca.

Si hubiese podido apartar la vista, a Yaroslav no le habría importado huir amparado por la noche. Movió la pierna: La soldadura continuaba, pero no habría soportado su propio peso. En las inmediaciones, Arkady irradiaba poder sobre la bestia igual que Hermano Sol irradiaba calor, aunque había algo en aquella visión sobrecogedora que llenaba de miedo a Yaroslav. No era el único que recelaba.

—No creo que esté… bien —dijo Svorenko, obstinado aun frente a la gloria de su primo—. No es natural.

El semblante de Arkady brilló aún más. Un relámpago de cólera le iluminó el rostro. Fulminó a Svorenko con la mirada y rugió:

—¡Si eres así de débil y estás tan convencido, vete! Creí que tenías más agallas. Ya veo que me equivocaba.

Yaroslav no pudo sino admirar el modo en el que Svorenko le volvió la espalda a la impresionante estampa del Garou en llamas y al espectáculo de la servil bestia del Wyrm.

—¿Puedes andar? —le preguntó el señorito de los Colmillos a Yaroslav.

Éste volvió a mover la pierna.

—Creo que sí. —Cualquier dolor sería mejor que permanecer allí.

—El Wyrm no ha terminado de practicar sus sucios ardides en este sitio —musitó Svorenko. Izó el cuerpo inerte de Arne Ruina del Wyrm y se lo echó al hombro.

Parecía que Arkady se hubiese olvidado de ellos. Svorenko y Yaroslav emprendieron la retirada, el uno a largas zancadas y el otro, renqueando. La última vez que Yaroslav vio al señor Colmillo Plateado, éste había envainado su klaive y, aún así, el Wyrm del Trueno temblaba ante él.

Yaroslav y Svorenko doblaron un recodo y el cráter desapareció de su vista. El Señor de la Sombra exhaló un suspiro de alivio. Svorenko no dijo nada; parecía completamente ajeno a su acompañante. Minutos después, cuando la pierna de Yaroslav se hubo recuperado por completo, abandonó el sendero, y al señorito de los Colmillos, para adentrarse en las sombras del bosque.