Capítulo once

Cuando el cuervo hubo terminado de susurrar al oído de Oksana, ésta se quitó del pelo la cinta de cuero que había estado sujeta a la amatista e hizo un lazo en uno de los extremos, donde ató uno de los espolones del pájaro. Afianzó la otra punta al sólido barrote de una balda de madera que sostenía un pequeño espejo de respaldo de plata. El ave espíritu se posó tranquila, parpadeando a la vacilante luz de la vela de la cabaña.

—¿Qué te cuenta tu pequeño plumífero? —preguntó Vladimir Bily.

Oksana se alegró de no haber dado un respingo. No le había oído entrar en la cabaña, no había tenido ni idea de que estaba allí hasta que hubo hablado. Puede que acabase de entrar en el mundo físico en aquel preciso instante.

—¿Crees que es buena idea que estés aquí? —fue su fría respuesta.

Vladimir el Blanco soltó una risita ahogada.

—Tus espíritus guardianes no se percatarán de mi presencia más que tú.

—Subestimas a Sergiy Pisa la Mañana por tu cuenta y riesgo —repuso Oksana, encogiéndose de hombros. Aunque Vladimir perteneciera a su tribu, encontraba cierto malsano placer en la idea de Pisa la Mañana sacándole las entrañas y desmembrando al Señor de la Sombra.

—Ah, pero si fuiste tú la que enviaste a un honorable invitado de tu manada a su ruina.

Oksana, pese a encontrarse en forma humana, reprimió el impulso instintivo de enseñarle los dientes a su hermano de tribu. Al hablar tan a las claras de sus planes, Vladimir la ponía en peligro; no tanto por la amenaza que suponía el que alguien pudiera estar escuchando sino por el daño que aquello supondría a su posible refutación de cualquier acusación. La noche anterior, se había mostrado evasivo al respecto del auténtico propósito de su llegada, si bien sus intenciones le habían resultado evidentes a Oksana. Pero ahora, ¿cómo podría esperar enfrentarse a un Atrapaverdades y desmentir que conociera el nefasto móvil de Bily? Las presunciones no implicaban conocimiento; podría negarlas sin ningún problema. Pero este comentario… este poner el pie tan cerca de la línea de la etiqueta diplomática entre los Señores de la Sombra, una línea que el Hijo del Tuétano jamás cruzaría por accidente…

—¿Se puede saber qué es lo que quieres decir con eso? —le preguntó Oksana al de la cicatriz—. Yo sólo expresaba mi preocupación por una muchacha ausente del túmulo. De verme obligada a ello —añadió a modo de advertencia—, tendría que admitir que mi preocupación era fruto de los comentarios de un visitante clandestino, el cual, por algún motivo, no deseaba revelar su presencia al resto de la manada. De existir algún peligro, lo mejor sería que avisase al líder de la manada.

Vladimir volvió a reírse, ladino.

—Estoy seguro de que Lord Arkady sabe cuidarse por sí solo.

Así que era eso. Como si Oksana necesitase que le confirmaran sus sospechas: el plan de Bily, y por tanto la voluntad de Maldice el Sol, aspiraba a la destrucción de Arkady. Con todo, Vladimir bailaba muy, muy cerca de la línea de la negatividad sin llegar a traspasarla. A lo mejor. Técnicamente, se había limitado a expresar su confianza en el Colmillo Plateado.

—¿Qué te ha dicho tu plumífero? —volvió a preguntar Vladimir.

Oksana se planteó la posibilidad de hacer oídos sordos, o de contarle alguna mentira, o de acercarse a ello todo lo que pudiera sin tener que mentir de verdad; al final decidió que cuanto menos intentara manipularlo, con mayor facilidad se daría cuenta de cuándo intentaba manipularla él a ella.

—Cierto grupo de fomori del oeste ha sido destruido por Lord Arkady y los parientes de leche, Victor Svorenko y Arne Ruina del Wyrm. Y también por otro Garou, de nombre Neyizhsalo. A lo mejor lo conoces.

—Tengo el gusto —repuso Bily, chulesco.

—Los cuatro se dirigen ahora hacia el oeste, en busca de glorias aún mayores.

—¿Y de peligros aún mayores? —preguntó, con una mezcla de burla y curiosidad.

—Eso aún está por ver.

—Y tanto. ¿No tendrías que alertar al líder de tu manada? —preguntó Bily, fingiéndose preocupado—. Todos deben de andar desesperados por saber qué es del señor Colmillo y los cachorros.

—Eso le corresponde a Arkady. Es su gesta, su gloria.

—De lo más conveniente —el Hijo del Tuétano esbozó una torva sonrisa.

Lo cierto era que toda la manada se preguntaba dónde estaban Arkady y los acogidos. El amanecer, la hora señalada para el rito de Svorenko, había venido y se había ido sin que se tuvieran noticias de ellos. Yuri Pie Zopo había mencionado algo acerca de Liudmila, pero la conversación del bosque no le había parecido lo bastante importante como para relatarla con todo detalle. Al parecer, Sergiy no se había tomado su ausencia a la tremenda. El rito no estaba sujeto a la fase de Luna; los cachorros estarían cazando con Arkady. Regresarían cuando tuviesen que regresar. Durante toda la mañana durante todo el día, Oksana había guardado silencio.

—Quién se habría imaginado que un noble Colmillo Plateado, ante la oportunidad de amasar cualquier tipo de gloria, se abalanzaría sobre ella sin pensárselo dos veces, aunque eso pudiera suponer su condena. Y este Neyizhsalo… he oído por ahí que es de lo más taimado. Rumores. Yo, claro está, no lo conozco tan bien. Me imagino que, de verse pillado en medio de algún tipo de siniestra conspiración, elegiría ponerse al sol que más le calentase.

Oksana escuchaba en silencio. Lo que traslucía allí era algo más que el orgullo de Bily, por mucho que su pomposidad pudiera rivalizar con la de cualquier Colmillo. Empero, su reputación de traidor letal jamás habría llegado a ser lo que era si no dominase las artes de la sutileza. No, quería que Oksana y, por medio de ella, otros Señores de la Sombra, supieran quién era el responsable de la eliminación de Lord Arkady de la Casa de la Luna Creciente. No cabría duda alguna de que el honor acopiado en el seno del sombrío consejo de la tribu recaería sobre Bily, y sobre Eduard Maldice el Sol. Quizá los extraños sospechasen, pero los Señores de la Sombra lo sabrían.

Todo lo que había dicho Vladimir iba encaminado a tal fin, sin dejar de ofrecerle a Oksana la escueta, mínima oportunidad de negar que estaba al tanto de todo en caso de verse interrogada por Pisa la Mañana o por cualquier otro extraño. No pudo evitar el sentir admiración por la habilidad de Bily. Admiración, no obstante, que hacía bien poco por encumbrar el concepto que tenía de su persona.

—Será mejor que te vayas. —Sus palabras sonaron frías e inequívocas, igual que un klaive que se encajara en el pecho de Bily—. No querrás que te descubran aquí —añadió, velando su desdén, aun a las claras, con la cantidad justa de deferencia. Al igual que las revelaciones del Hijo del Tuétano, sus garfios soterrados rayaban, sin cruzarla, la línea del decoro.

Bily sonrió, apreciativo. Anduvo en dirección al cuervo, sin prestarle atención. Rozó el espejo de respaldo de plata del estante y, tras una leve inclinación de cabeza dirigida a Oksana, caminó de lado para entrar en el mundo espiritual, dejando la cabaña tan vacía como si nunca hubiese estado allí.