Capítulo diez

El humo procedente del fuego en rápida expansión zahería los ojos de Yaroslav a medida que cambiaba de posición con cautela e intentaba mantener a los otros tres Garou dentro de su ángulo de visión. Gruñían amenazadores, aparentemente indiferentes al cadáver decapitado del anciano, al que Yaroslav había derribado cuando ellos se habían mostrado incapaces de hacerlo. Lo que imposibilitaba la contención era el pequeño detalle de que Yaroslav hubiese estado conspirando con los aberrantes esbirros del Wyrm; los Colmillos y los Fenris se mostraban inflexibles en tales asuntos.

En aras de cualquier ventaja que pudiera proporcionarle en condiciones tan adversas, Yaroslav invocó el poder de Luna para que lo librase del daño; la Hermana Loca estaba en todas partes, aun cuando mirase hacia otro lado. Así y todo, el Señor de la Sombra apenas tuvo tiempo de zafarse cuando Arkady trazó un arco con su klaive.

El canto de la hoja cayó sobre el horno de cerámica y destrozó los dos vasos de chupito, que habían sobrevivido de milagro a la breve pero sangrienta reyerta. Otro giro del filo de Arkady y el silbante cazo se estrelló contra el suelo, derramando su maloliente mezcla de orín, semen y sabía Gaia qué más.

En la esquina del cuarto donde se había iniciado el incendio, se desprendían la escayola y la madera inflamada. Yaroslav se preguntó si sería el único que se daba cuenta de que la casa ardía alrededor y por encima de ellos. Arkady blandió el klaive en su dirección.

Yaroslav hizo cuanto pudo por concentrarse en el veterano Colmillo. Puede que los dos acogidos demostrasen más ferocidad, pero se atendrían a los dictados de Arkady. Si Yaroslav quería sobrevivir a esa noche, tendría que granjearse la confianza del alfa… o, al menos, su benevolencia. A sabiendas de que Arkady no iba a resultar tan fácil de convencer como la pobre y difunta Liudmila, Yaroslav apeló a la sabiduría de sus antepasados para que ésta guiara sus palabras. Cogió aliento.

—Deberíamos salir de esta trampa mortal ahora que el enemigo ha sido destruido —dijo, con toda la seguridad que pudo reunir.

El rugir de las llamas ahogaba el de los Garou. Ruina del Wyrm dio un leve rodeo en dirección a la espalda de Yaroslav. Se le puso la piel de gallina al imaginarse al Camada detrás de él (la muerte solía llegar rauda desde aquella dirección) pero Arkady era el que importaba; su sí o su no podían inclinar la balanza.

—Te habrás dado cuenta —insistió Yaroslav, arriesgándose a sonar condescendiente con tal de enmascarar su creciente preocupación— de que este sitio está ardiendo.

Arkady no dijo nada, ni bajó su hoja de plata. Yaroslav intentó hacer caso omiso del acercamiento de Svorenko, y de Ruina del Wyrm, en alguna parte, ahí detrás. Los trozos del techo que se desplomaban eran cada vez mayores. Añadían nebulosas de polvo de escayola al humo, ya de por sí espeso.

—Idos al infierno —dijo al fin Yaroslav. Comenzó a abrirse paso junto a Arkady, hacia el lugar que había ocupado la puerta antes de saltar de sus goznes—. No voy a abrasarme sólo porque…

El canto de la hoja de Arkady se estrelló contra el pecho de Yaroslav, que se encogió de nuevo, lejos de la amenaza de la plata.

—Al bosque —ordenó Arkady. Sus ojos se clavaron en Yaroslav—. Y no intentes escapar. Todavía no hemos terminado contigo.

El tono de Arkady no tranquilizó del todo a Yaroslav, pero al menos estaban saliendo de aquel infierno. No acababa de ver claro del todo cómo iba a hacer para librarse de los tres Garou pero, por lo menos, el cambio de emplazamiento le dejaría algunos minutos para deliberar.

Una vez tomada la decisión, los Garou se apresuraron a abandonar el cobertizo en llamas. Eran poco más que estelas de blanco y gris hendiendo la oscuridad. Aun así, los vecinos alarmados, que habían acudido en cuanto se dieron cuenta de que las llamas sacaban la lengua fuera del hogar del anciano, presintieron la presencia de fuerzas depredadoras más allá de su comprensión. Muchos huyeron a la carrera entre gritos que hablaban de horrores demasiado imprecisos como para poderlos definir. Nadie vio con claridad a los visitantes lupinos de la aldea pero, a partir de aquel momento, la destrucción absoluta de la casa del anciano estaba asegurada. Nadie intentó salvarla, ni a sus habitantes; nadie osaría aventurarse en sus proximidades, al menos hasta que el fuego purgatorio y la luz del día hubiesen exorcizado el mal que la habitaba.

—Ha asesinado a Liudmila. ¡Tiene que morir! —Victor Svorenko, impaciente en la oscuridad, urgía a Lord Arkady. Arne Ruina del Wyrm gruñó su aquiescencia.

Yaroslav no hizo ademán de refutar el argumento. Si habían estado escuchando antes de irrumpir en la casa, sabrían que él no había ejecutado a la muchacha; no de forma intencional ni directa. Si no habían estado escuchando, nada de lo que dijese podría persuadirlos, sobre todo a los dos acogidos. Los minutos se sucedían y el amanecer estaba ya próximo.

Arkady se encontraba sentado en la cuesta de un montículo, con la barbilla apoyada en el pomo de su klaive, cuya punta estaba encajada en una grieta del suelo rocoso. Escuchaba la rabieta de su hermano de clan, mas el veterano Colmillo guardaba silencio y sus ojos no se apartaban de Yaroslav.

—La asesinó —insistió Svorenko—. ¿Quién sabe a qué otras corrupciones podría haber conducido su oscuro rito si no hubiésemos destruido a los otros? —Las heridas leves de Victor ya habían sanado, pero su abrigo blanco jaspeado aún presentaba la huella de numerosos cortes provocados por la criatura del Wyrm que se había ocultado tras el rostro del anciano.

Mientras el joven Colmillo paseaba intranquilo de un lado para otro y Ruina del Wyrm se lamía sus propias heridas, Yaroslav permanecía tranquilo. Se obligó a recuperar la forma humana. Si esta confrontación había de tomar los derroteros del combate, habría perdido antes de empezar, por lo que asumir el menos imponente de sus aspectos parecía aconsejable. La lengua humana, con sus vaguedades y ambigüedades, también podría resultarle útil.

—Deberíamos matarlo antes de que haga más daño —dijo Svorenko. Algunas palabras adquirían un peso considerable, un gran énfasis, cuando se pronunciaban en la lengua de los Garou: matar, daño.

Por fin, Arkady se levantó de su asiento. Izó el klaive; ¿para utilizarlo o para devolverlo a su vaina?, se preguntó Yaroslav. Svorenko dejó de caminar en círculos y observó a su veterano primo. También Ruina del Wyrm se olvidó de sus magulladuras para prestar atención al gran señor Colmillo Plateado, alfa del Clan del Pájaro de Fuego.

—Estabas conspirando con esclavos del Wyrm —sentenció la forma de lobo de Arkady—. ¿Por qué no deberíamos matarte?

Wyrm. Matar.

—Porque el aspecto de la corrupción y la corrupción no son la misma cosa, Lord Arkady. —Yaroslav realizó una leve reverencia. Era mucho lo que arriesgaba. Los rumores de la mancha del Wyrm hostigaban a Arkady desde hacía años, tan inseparables como su propio rabo. Otrora exiliado de Rusia, ahora expulsado del protectorado norteamericano del rey Jonas Albrecht, Arkady siempre había luchado con valor en la guerra contra la Bruja.

—Me conoces. —Arkady se sintió halagado por su notoriedad, por el peso de su renombre. Hizo una breve pausa para cambiar de su chamuscada, aunque aún majestuosa, forma de Crinos blanco a la de hombre. Era alto y de porte regio, pese a las quemaduras que lo tiznaban—. Me encuentro en desventaja con respecto a mi interlocutor.

Yaroslav se inclinó de nuevo, más y con mayor formalidad en esta ocasión, hasta alcanzar la perfecta genuflexión.

—Nada más que un humilde siervo de Gaia, Yaroslav Ivanovych Neyizhsalo.

—¿Natural de qué manada?

—Viajo por mi cuenta —repuso Yaroslav, aún humillada la cabeza—, ayudando a los guerreros de Gaia en la medida de mis posibilidades. —Era cierto… hasta cierto punto. Yaroslav había servido en muchas manadas y a muchos alfas en su día; no sintió necesidad alguna de mencionar a Eduard Maldice el Sol, a quien Arkady profesaba una antipatía feroz por todos conocida.

Arkady sopesó la réplica durante un momento.

—Así pues, decidme, Yaroslav Ivanovych, ¿cómo es que ayudabas a los guerreros de Gaia relacionándote con el Wyrm?

Yaroslav pasó por alto el bufido burlón de Svorenko y se planteó la respuesta con cautela. Aquel era un asunto delicado… y de potenciales consecuencias funestas. Yaroslav se planteó el mencionar el propio pasado de Arkady (las aspersiones que lo difamaban, sin duda infundadas) pero optó por no hacerlo. Los nobles y los poderosos no solían apreciar el que sus circunstancias particulares se comparasen con las criaturas más comunes, así que Yaroslav se decidió por ahondar en su propia situación. Por segunda vez aquella noche, invocó la sabiduría de sus antepasados para que guiaran su lengua… a fin de reunirse con ellos para siempre en el reino de los espíritus.

—Cierto es, Lord Arkady, que he llegado a relacionarme con criaturas del Wyrm —admitió Yaroslav. Arne Ruina del Wyrm desnudó los colmillos, mas el Señor de la Sombra prosiguió—: Es cierto que podría haber atacado a los fomori de la aldea en cuanto tuve constancia de su presencia, pero la Letanía reza: «Combate al Wyrm en su morada y cuando brote».

—No hace falta que me recites la Letanía —recriminó Arkady.

—Disculpadme. —Yaroslav se apresuró a continuar—: Esperaba que, en lugar de destruir a un puñado de humanos corruptos, podría conocer el paradero del nido donde se estaba gestando el Wyrm, a fin de alertar a Pisa la Mañana, dado que él es el justo protector de este territorio.

—Citas la Letanía —interrumpió Svorenko—, pero pasas por alto el pasaje que nos dice: «Respeta el territorio de otro». En lugar de anunciarle tu presencia a Pisa la Mañana, te arrastraste sobre el vientre en la oscuridad, como la cosa del Wyrm que eres.

—He de rogaros vuestra misericordia y también la de Pisa la Mañana —se defendió Yaroslav, contento de ser el blanco de aquella acusación, la cual distraía la atención de su imaginativo relato de los acontecimientos—. Pensé que el contacto formal con la manada podría poner en peligro mis actividades contra los esclavos del Wyrm.

—¿Cómo supiste de la existencia de los fomori? —quiso sabor Arkady.

La respuesta se le ocurrió a Yaroslav como caída del cielo; así y todo, aún no pensaba darle las gracias a sus antepasados, por mucho que las deudas contrechas con ellos se estuviesen acumulando.

—Fue la joven la que me condujo a ellos.

Las orejas de Svorenko se irguieron de inmediato.

—Claro está que, al principio, no supe ver que estaba manchada…

—¡Miente! —rugió Svorenko.

—Debo confesar que… la apreciaba —continuó Yaroslav—. La vi bañándose en un arroyo, adonde iba sola en ocasiones, y me acerqué a ella.

—Nos lo habría dicho —apuntó Ruina del Wyrm. Parecía algo confuso.

—Sí, supongo —convino Yaroslav—. Llegué a sugerir que me presentara a la manada, pero se negó. Me dijo que flotaban en el aire oscuros presagios y que debía mantenerme alejado del túmulo. Me extrañaron tanto sus palabras como sus actos, aunque me sedujo la generosidad con que prodigaba sus virtudes. —Ignoró el peligroso gruñido que brotó de la garganta de Svorenko—. Así fue como di en seguirla y me condujo a la aldea. Me encaré con ella y la convencí para que me llevase ante quien fuese la persona con la que iba a reunirse. Le conté al anciano lo que quería escuchar y así fue como me gané su confianza.

—Del mismo modo que ahora nos cuentas a nosotros lo que queremos oír —dijo Svorenko.

—Él era un engendro del Wyrm indigno de la verdad. Vosotros sois guerreros de Gaia.

—Así pues, ¿qué es lo que aprendiste, Yaroslav Ivanovych? —preguntó Arkady—. ¿Qué hay de ese nido del Wyrm?

La mente de Yaroslav trabajaba a toda velocidad, pese a su calma aparente. Había enfurecido a Svorenko lo suficiente como para evitar la impresión de estar intentando satisfacerlos a todos, pero el Señor de la Sombra necesitaba pruebas concluyentes, algo sólido, para fortificar su posición. Lanzó la red de sus pensamientos cuan ancha era e, irónicamente, pescó un bocado de verdad que aún podría salvarle la vida.

—Habría llegado a descubrir más si no me hubieseis atacado y me hubiese visto obligado a defenderme de vosotros. —Svorenko rugió y extrajo las garras, afilándolas y provocando chispas en la cara de una roca. Yaroslav continuó sin amilanarse—: Es más fácil conseguir leche de un macho cabrío que sonsacarle sus secretos a un engendro del Wyrm, pero los oí hablar de una mina que queda hacia el oeste. A un día de viaje.

Arkady consideró aquello.

—A un día de viaje —repitió para sí, con la mirada fija en el cielo de la madrugada.

Yaroslav sabía que había picado la curiosidad del Colmillo Plateado, azuzado el orgullo del alfa pero ¿sería suficiente? ¿Le creía Arkady, o conseguirían satisfacer sus sangrientos apetitos Svorenko y Ruina del Wyrm?

—Vamos a ir a este pozo del Wyrm —dijo Arkady, por fin. Yaroslav contuvo un suspiro de alivio.

Svorenko no se sentía tan satisfecho.

—El sol ya casi ha salido. Tendríamos que matar a este traidor y regresar al túmulo para mi rito.

Ruina del Wyrm no terminaba de creerse que Arkady fuese a mostrarse clemente con un Señor de la Sombra descubierto en plena conspiración con fomori. La decisión, o puede que fuese la propia confusión del Camada, lo agitaba amargamente. Comenzó a bufar y afilarse las garras en la corteza de un olmo joven, que no tardó en quedar reducido a poco más que un montón de leña menuda.

—Debería morir —insistió Svorenko, entre gruñidos—. Conspiró con engendros del Wyrm. Mató a Liudmila.

Morir. Matar.

—No se toma la vida de un Garou a la ligera, Victor —dijo Arkady, con un dejo helado en la voz; había tomado una decisión, se había colmado su paciencia—. La última batalla se aproxima con cada amanecer y cada puesta de Hermana Luna, mientras nosotros nos debilitamos peleando los unos con los otros. Todos los que han de proveer la salvación de Gaia ya han nacido, ¿o acaso te has olvidado de la profecía? Yaroslav Neyizhsalo es Garou. La joven sólo era de la Parentela, y encima con visos de estar mancillada. ¿Acaso no te das cuenta?

Svorenko humilló la cabeza y guardó silencio. Yaroslav se sintió justificado; aunque su misión había fracasado, daba gracias por, al menos, haber sobrevivido. Estaba listo para seguir su camino.

—Por tanto, vamos a ir a este pozo del Wyrm —repitió Arkady. Se volvió hacia Yaroslav—, y tú nos guiarás. —Yaroslav sintió cómo se le encogía el corazón—. Lucharemos juntos contra el Wyrm. Cuando regresemos al túmulo, Victor, tu Rito de Reconocimiento será uno entre muchos.

Uno entre muchos Ritos de Reconocimiento, pensó Yaroslav, o puede que los ritos fuesen Reuniones por los Difuntos.