Oksana recorría el bosque a medio trote, siguiendo un olor con contenida avidez. Durante los primeros minutos que sucedieron a la culminación de la plegaria, se había lanzado a la búsqueda de su presa con tanto fervor como el resto de los Garou. Incluso había llegado a percibir el mismo rastro que Pisa la Mañana; lo había visto apresurarse, junto a algunos más, en cierta dirección pero, tras recuperar el raciocinio de forma gradual, había atenuado el ritmo. En aquellos momentos, Sergiy debía de sacarle una ventaja considerable. Lo prefería así. Que los Hijos de Gaia corrieran a la cabeza de la partida de caza; Oksana, hija de las sombras, perseguía una presa distinta. Eso era lo que sospechaba, al menos, a juzgar por las noticias que le había traído el Cuervo de la tormenta.
Con la Hermana Luna ocultando el semblante, el bosque se encontraba sumido en la oscuridad y en un silencio sorprendente, teniendo en cuenta el número de Garou que merodeaban por sus trochas. Se habían dispersado en un amplio radio. Muchos cazaban con sigilo pero, en ocasiones, se alzaban aullidos ante el descubrimiento de un olor; otros respondían a la llamada y convergían para sumarse al acoso de alguna bestia abocada al sacrificio. Esa noche se plantarían las semillas de muchas historias que arraigarían entre los poblados humanos. La leche se agriaría, los bebés llorarían suplicando por los pechos de sus madres, y los hombres se despertarían con más canas de las que les adornaban la cabeza en el momento de acostarse. Los píos se santiguarían y rezarían por la intercesión de la virgen; los menos píos buscarían valor o la bendición del olvido en el fondo de una botella.
Oksana mantenía aún la forma del antiguo y temible lobo. Su cuerpo de mujer se habría mostrado menos útil en la noche del bosque, ajeno a la miríada de sonidos y olores que provocaban que sus orejas de loba se irguieran y que las aletas de su nariz catasen los vientos sin cesar. De este modo, el ruido delator de movimiento sobre su cabeza no la cogió desprevenida; ni siquiera se le escapó la muda caída de una baladí rama del techado arbóreo. Atacó a ciegas y sus poderosas mandíbulas de Hispo se cerraron en torno al tallo, reduciéndolo a astillas.
—Has tenido suerte de que no haya tirado una piedra —dijo la silueta en lo alto del árbol—. Te podrías haber roto una muela.
Oksana enseñó los dientes y soltó un gruñido. No reconocía la voz; hablaba ruso, y no el ucraniano de la mayoría de los miembros de su manada adoptiva. Supuso que aquel era uno de los individuos a los que había hecho referencia el Cuervo de la tormenta, el que esperaba encontrar.
—¿Tu nombre? —roncó en la lengua gutural de los Garou. Llegado aquel punto, ni su boca ni su lengua podían amoldarse a la accidentada pronunciación humana.
—Deja que descienda para que podamos hablar. Siempre y cuando me prometas que no le va a ocurrir lo mismo a mi pierna que a la rama.
—¿Tu nombre? —volvió a gruñir, sin saber si el hombre la había entendido. ¿Sería Garou, o tan sólo un estúpido temerario que jugaba con la muerte?
—Vladimir. —Aquello respondía a ambas preguntas a la vez—. Conocido como el Blanco entre mis hermanos del Clan del Cielo Encapotado.
Vladimir Bily. El Blanco. Oksana lo conocía; sabía que tenía una larga cicatriz aserrada que le perfilaba el rostro y que, cuando exhibía sus formas lobunas, aparecía como un relámpago blanco en su negro pelaje. También conocía otras historias acerca de él, y otros nombres por los que se le conocía, aunque nunca se pronunciaran en su presencia: Hijo del Tuétano era uno de ellos, pues tal se rumoreaba que era su plato favorito.
—Baja.
Así lo hizo, tras una pausa cuando una nueva serie de aullidos procedentes de los cazadores llegaron hasta sus oídos. Satisfecho por el hecho de que las llamadas de los Garou sonasen distantes, continuó con su descenso hasta llegar junto a Oksana. Ésta, tras ver su cicatriz y asegurarse así de su identidad, asumió forma de mujer a fin de facilitar el diálogo. Tras tantos años, el cambio le resultaba sencillo, era como una segunda naturaleza, como desperezarse tras un largo sueño.
—Presta atención, Oksana Yahnivna. Tenemos poco tiempo —comenzó Vladimir, con algo más de premura de la que hubiese preferido Oksana, si bien ella no era sino la beta de un líder de una de las tribus menores, mientras que Bily servía a Eduard Maldice el Sol, de los Señores de la Sombra—. Tengo que pedirte una cosa. —El tono de Vladimir desmentía la naturaleza de tal «petición». Bily no buscaba favor alguno, sino que esperaba obediencia.
—¿De qué se trata? —La lealtad principal de Oksana era, claro está, para la tribu; aunque aquello no tenía por qué incluir a Maldice el Sol, ni a su subordinado.
Vladimir vaciló. Otro aullido. Esta vez, más próximo. Oksana reconoció la llamada de Mykola Arco Largo, hacia el norte; había conseguido sangre. La respuesta llegó del sur, luego otra: Arne Ruina del Wyrm y Yuri Pie Zopo. Qué raro, pensó Oksana, que el acogido de la Camada se hubiese juntado con el metis, Pie Zopo. Aunque ambos eran guerreros tan salvajes como infatigables, quizás fuese aquel el lazo que los unía. Eran dos de los Garou del Clan del Alba con quien menos querría tropezarse Oksana en medio de su bis a bis con Bily. Los aullidos seguían acercándose.
—Hay una aldea a diez u once kilómetros hacia el oeste, en el paso…
—La conozco.
—Victor Svorenko debe ir allí esta noche. Encontrará a una mujer que lo traicionará.
—Una mujer —repitió Oksana.
—Sí. Un miembro de la Parentela de esta manada.
Oksana entrecerró los ojos. Intentó recordar a quién no había visto junto a la hoguera ya que, a fin de llegar a aquel poblado en concreto, un humano habría tenido que partir con antelación. También intentó acordarse de aquellos miembros de la Parentela con los que Svorenko hubiese pasado algún tiempo desde su llegada. La respuesta no se hizo esperar.
—Liudmila.
Vladimir ladeó la cabeza y arqueó una ceja.
—Muy bien, Oksana Yahnivna —felicitó, con una sonrisa velada—. Sí, Liudmila espera traicionar al señorito de los Colmillos. Tienes que mandarlo aquí. Por su propio bien, claro está. Seguro que querrá ocuparse en persona de esa zorra intrigante.
—¿Acaso no sabes que el primo de Svorenko, Lord Arkady, está aquí? —preguntó Oksana, con expresión inocente—. Estarán cazando juntos esta noche. Allá donde vaya el joven Svorenko, irá Lord Arkady.
—Hazlo. —La sonrisa de Vladimir se había evaporado. No le gustaba que cuestionaran su autoridad. Menos aún le gustaban los cantos de caza de Arne Ruina del Wyrm y Yuri Pie Zopo, cada vez más próximos—. Cumple con tu deber —dijo, al tiempo que se acariciaba con gesto ausente la cicatriz que iba desde su sien izquierda hasta el mentón; Oksana no supo si aquel gesto era un recordatorio del cumplimiento del deber, o una amenaza soterrada, premonitoria de lo que podría acontecerle a ella de fracasar en la tarea asignada.
—Desde luego que cumpliré con mi deber.
Vladimir Bily se despidió con una seca inclinación de cabeza antes de perderse entre las sombras.
Para cuando Ruina del Wyrm y Pie Zopo pasaron por allí minutos después, Oksana volvía a ser la legendaria loba feroz. Había trotado y amasado la tierra de los alrededores; Vladimir había ocultado su olor con pericia, pero quería asegurarse de que no quedaba rastro alguno. Cuando se acuclilló para orinar sobre la base del árbol del que había descendido el mensajero, Oksana consideró aquel gesto como una declaración de principios al respecto del concepto que tenían de su deber Vladimir y Maldice el Sol.
Se apresuró a seguir las huellas de Ruina del Wyrm y Pie Zopo, siguiendo sin problemas a los dos inmensos hombres lobo. Ninguno de ellos se había detenido para saludarla más que con un breve gruñido; la llamada de Arco Largo sonaba demasiado cerca hacia el norte. Cuando Oksana llegó hasta el venado postrado y herido por una flecha en el cuello y otra encajada en el pecho, Mykola, Arne y Yuri ya habían hundido los hocicos en las entrañas de la criatura, cuyos ojos vidriosos miraban al infinito. Arco Largo habría dado ya las gracias al espíritu del ciervo; tales ritos eran de rigor para los Hijos.
Los demás, mostrando el debido respeto a la posición de Oksana, le hicieron sitio para que se uniera a ellos. Escarbó entre las vísceras hasta encontrar el hígado, antes de desprender el jugoso órgano con un giro de sus poderosas mandíbulas. Desapareció de inmediato, de un rápido bocado, pero Oksana sentía ya la fuerza de Gaia que entraba en su cuerpo mientras la camaradería de la caza impregnaba a los cuatro Garou, tan cierto como que el sol la había calentado aquella mañana.
Como consejera del venerable anciano, Oksana podría haber reclamado una porción mayor de la pieza, pero cedió su puesto y dejó que los Garou más jóvenes se saciaran. Se recostó en las inmediaciones y se contentó con el aroma de la carne fresca de venado, y con mascar los trozos de hígado que se habían quedado enganchados entre sus dientes. Con todo, se le hacía la boca agua ante la mera proximidad de las entrañas humeantes. Pensó que no sólo de vyshnyas vivía el Garou.
Yuri Pie Zopo fue el siguiente en finalizar. Renqueó en dirección a Oksana (siempre cojeaba), estirándose saciado por el camino. Extendió su enorme cuerpo de hombre lobo en el suelo, junto a ella, frotándose la barriga con afecto y emitiendo una mezcla de gruñido y gorjeo de placer desde el fondo de la garganta.
—Esas astas serán un buen trofeo para Arco Largo. Hasta un buen fetiche, a lo mejor —dijo Pie Zopo en la lengua de los Garou mientras se tumbaba sobre la espalda.
Oksana roncó su asentimiento.
—Y también la piel. Quizás Alla se la prepare. Alla es la mejor curtidora.
Pie Zopo emitió un gañido atónito.
—¿Alla? No, Liudmila es la mejor curtidora de la Parentela, con mucho.
—He visto las pieles de Alla —insistió Oksana—. Son preciosas.
Pie Zopo giró hasta quedar de costado y se acodó en el suelo.
—Son bonitas —convino—, pero las de Liudmila son mucho mejores. —Arne había comenzado a aproximarse, mientras Mykola preparaba los restos del cadáver. Pie Zopo apeló a su amigo en busca de apoyo—. Oksana Yahnivna opina que Alla es la mejor curtidora de la Parentela.
Arne Ruina del Wyrm zangoloteó con vigor su descomunal cabeza.
—No. Alla, no. Liudmila.
Oksana desvió el hocico a un lado; lo que para un humano sería encogerse de hombros. Eligió sus palabras con cuidado; la lengua de los Garou no era tan sutil como la de los humanos. Pretendía omitir ciertos hechos sin tener que recurrir a la mentira.
—¿Dónde está Liudmila? Alguien me dijo que se había ido antes del túmulo. No la vi junto a la hoguera.
—¿Hm? —volvió a gañir Yuri—. Tendría que haber estado allí.
—Creo que se fue antes, en dirección al oeste. Espero que se encuentre bien.
—Me extraña que se haya perdido la hoguera —comentó Yuri.
—A lo mejor Victor sabe algo —apostilló Arne. Yuri lo fulminó con la mirada.
—Así que… ¿Victor y Liudmila son… amigos? —quiso saber Oksana.
Arne soltó una risita disimulada, rápidamente silenciada por un gruñido de Yuri, que repitió:
—Me extraña que se haya perdido la hoguera.
—Lo que tú digas —espetó Arne—, pero del dicho al hecho va un trecho.
Yuri volvió a bufar.
—No os peleéis —intervino Oksana—. No tiene importancia.
—No tiene importancia —repitió Yuri, satisfecho.
—Si pasa algo con Liudmila, será importante —protestó Arne, reticente—. Tú mismo lo has dicho, Yuri, es raro que se haya perdido la hoguera. A lo mejor lo hizo porque pasa algo.
—No pretendía preocuparos —dijo Oksana—. Mirad, aquí viene Mykola, ya ha terminado de preparar su pieza. Volvamos al túmulo.
—Volved vosotros al túmulo —gruñó Arne—. Yo voy a buscar a Victor. Victor sabrá si le pasa algo a Liudmila.
—Pero Victor está cazando —protestó Oksana, preocupada—. No podrás encontrarlo de noche en el bosque. Habla con él por la mañana cuando vuelva al túmulo. —Hizo una pausa, antes de añadir—: Donde es más seguro.
—¡Ja! —se burló Arne—. Vuelve tú al túmulo, donde es más seguro. Y que Pie Zopo se vaya contigo a trompicones. Yo encontraré a Victor y luego encontraremos a Liudmila.
—¡Hasta las piedras tienen más cerebro que tú! —ladró Yuri.
—Vuelve con nosotros —instó Oksana, pero Arne Ruina del Wyrm ya se había dado la vuelta y, con un aullido de desafío, se perdió en el bosque.
Los tres Garou restantes habían emprendido ya el camino de regreso al túmulo cuando escucharon el aullido que provenía de la dirección opuesta… el aullido de un cazador al atisbar su presa. Como uno solo, desanduvieron el camino y respondieron a la llamada con sus propias voces.
Mykola Arco Largo, con el cadáver del ciervo sobre los hombros, no tardó en quedarse rezagada, y Yuri Pie Zopo no tenía ninguna oportunidad de destacar en la carrera; sobraban los motivos por los que nadie le llamaba Yuri Pies Alados. Por tanto, Oksana corría a la cabeza de sus dos compañeros. Un momento antes, había guiado a Yuri y a Arne por los derroteros de una conversación cargada de intención, el acogido de la Camada había partido en pos de una encomienda que ella no le había sugerido; pero ahora resonaba en sus oídos la canción de la cacería y le hervía la sangre. Se abrió paso entre los árboles y los macizos de zarzas, sumando su voz al tenor de la noche.
Reconocía la llamada a la caza, desde luego. Igual que todos. Pisa la Mañana había señalado a su presa y ahora, a medida que Oksana acortaba distancias, el aullido del venerable anciano pasaba de indicar la persecución a hablar de combate.
¿Combate? En aquellas montañas, ¿qué osaría plantarle cara y batalla a la fuerza de la naturaleza que era Pisa la Mañana? Oksana no tardó en descubrirlo. Los gruñidos y el húmedo estrépito de las garras al rasgar la carne la asaltaron en medio del último escollo arbóreo. Lo atravesó con abandono, insensible a las ramas y zarcillos que laceraban su espeso pelaje. Un instante después se encontraba cara a cara con Pisa la Mañana, cuyas zarpas ensangrentadas se alzaban hacia el techo de tinieblas, con la carne y la sangre derramándose de su boca, abierta en un rugido triunfal. A sus pies yacía un enorme oso pardo, con la garganta tan hendida que la cabeza casi parecía una criatura distinta al gigantesco corpachón despatarrado.
Oksana asistió atónita al espectáculo de aquella magnífica carnicería hasta que, muy despacio, una noción distante, una duda recalcitrante, logró abrirse paso a hurtadillas hasta sus pensamientos: ¿Qué haría aquella bestia inefable que era Pisa la Mañana si descubriese la traición en el seno de aquellos a los que había juzgado dignos de confianza?